Tame Impala están a punto de lanzar disco y es el momento de realizar un informe que hable del estado actual de la tropa psicodélica (con Pond a la cabeza).
Como estrella invitada en el capítulo de hoy de “Vacaciones en el Mar”, Kevin Parker, en el papel de músico que anima la cena en el salón principal del Pacific Princess con sus cancioncillas al piano y los timbales.
Así podía haberse presentado el australiano cuando compartió hace unos meses “Patience”, el deseadísimo nuevo tema de Tame Impala tras un largo silencio disipados los efectos de su último disco hasta la fecha, “Currents” (Modular / Universal, 2015). El sonido melifluo y el influjo de Bee Gees de aquella pieza no convencieron unánimemente a los seguidores de Parker, en parte decepcionados al escuchar lo blando que resultaba el presumible adelanto de un futuro álbum.
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La siguiente “Borderline” mejoraría un poco la opinión general, aunque no hasta el punto de tirar cohetes de alegría: su melodía era típicamente tameimpalera y suficientemente adhesiva para tararearla sin querer, pero volvía a faltarle punch e iba sobrada -otra vez- de piano, timbales… y flauta. Es decir, el estilo ideal para continuar imaginándose a Kevin Parker poniendo banda sonora a románticas veladas a bordo del crucero del amor. El capitán Stubing habría estado encantado con él.
TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN
¿Qué le ocurría al australiano? Considerado el Rey Midas de la postneopsicodelia, había perdido el brillo de la etapa de “Currents”, simbolizada por la pegada irresistible de “Let It Happen”. Daba la sensación de que el mago de lacia melena procedente de Perth se disponía a dar un viraje (otro) a su sonido, aprovechando la inercia que había adquirido en su tercer disco, punto de inflexión de su anterior psych-rock hacia un soft-pop setentero tintado de R&B y otros condimentos derivados de la black music moderna. En “Patience” y “Borderline”, Kevin Parker depuraba esta fórmula al extremo, hasta escapársele de las manos de tan tierna que le había quedado.
El australiano afirmaría posteriormente en una entrevista radiofónica que se sentiría defraudado consigo mismo si Tame Impala no editaban su nuevo trabajo antes de que terminase el 2019. Así que, a medida que se consumía el tramo final del año, aumentaban tanto las dudas como la expectación en torno al posible sucesor de “Currents”. Sobre todo teniendo en cuenta que, exceptuando aquel par de canciones, Parker había actuado más en compañía ajena (Travis Scott, SZA, Lady Gaga, Mark Ronson, Kanye West, Kali Uchis, Teophilus London, Miguel o ZHU) que pensado en su propio proyecto, quizá producto de su ambición por expandir su creatividad y penetrar -legítimamente- en diferentes y más amplias audiencias.
Pero un teaser compartido a finales de octubre comenzó a resolver el misterio alrededor de los futuros movimientos de Tame Impala. Efectivamente, era un avance de la llegada del primer single oficial del próximo LP del grupo: “It Might Be Time”, preludio de “The Slow Rush” (Universal, 2020), que verá la luz el 14 de febrero de 2020.
Esa fecha, San Valentín, se conecta directamente -por elección casual… o no- con el lado más pasteloso de Kevin Parker, ese que podría amenizar sin problema las idílicas noches del barco de “Vacaciones en el Mar”. Aunque parece que Parker se dispone a no realizar esa ficticia tarea, de entrada, dejando fuera “Patience” del tracklist de “The Slow Rush”, no así “Borderline”.
Es probable que Kevin Parker se hubiera arrepentido del cambio sonoro practicado con ambos temas. O, conocido su perfeccionismo en el estudio, se hubiera quedado insatisfecho con la mitad del producto resultante. En cualquier caso, con “It Might Be Time” demuestra que aún tiene guardado algún as bajo su fular. Combinando un animado piano (cómo no) a lo Supertrump, una secuencia de sintetizadores inspirada en “Ironside” de Quincy Jones -corte mundialmente popularizado por su inclusión en el soundtrack de “Kill Bill”– y “Digital Love” de Daft Punk, Parker recupera el brío y el ritmo que se creían perdidos al galope de un estribillo con gancho.
Por lo tanto, hay esperanza de que “The Slow Rush” -grabado, producido y mezclado por él mismo y con una portada que representa a la naturaleza imponiéndose al ser humano para reconquistar su espacio usurpado- sea un digno sucesor de “Currents”.
LAS (ODIOSAS) COMPARACIONES CON POND
Pero Kevin Parker y sus Tame Impala no se van a encontrar el camino expedito para conservar el cetro de la postneopsicodelia, ya que tienen una dura competencia muy cerca de ellos. De hecho, son amigos y han compartido banda antaño: Pond. El salto creativo que ha dado del combo comandado por Nick Allbrook se hizo patente de la mano de Kevin Parker, quien les produjo sus últimos cinco discos, entre ellos los que han catapultado su carrera: “The Weather” (Marathon Artists, 2017) y “Tasmania” (Marathon Artists, 2019).
Al igual que “Currents” para Tame Impala, esos dos álbumes supusieron un cambio de orientación en el sonido de Pond, que pasaron del garage-psych-rock al synth-rock espacial. Ahora son referentes de este subgénero y Parker tuvo mucho que ver en el proceso, hecho que se aprecia en “Tasmania”, obra que a principios de este año colocó a Pond en la cúspide de la nueva ola lisérgica. Básicamente, ese LP puede ser calificado como el mejor de 2019 dentro del panorama psicodélico y el más destacado del estilo desde, al menos, el citado “Currents”.
En el interior de “Tasmania” se produce una auténtica explosión de sintetizadores, guitarras procesadas, baterías tamizadas y melodías galácticas cuya perfecta mezcla desemboca en un crisol sonoro cegador en el que sobresalen “Daisy”, una reluciente pieza de pop magnético; “Burnt Out Star”, la particular “Bohemian Rhapsody” de Pond; “The Boys Are Killing Me” y “Hand Mouth Dancer”, ejemplos de súper synth-rock; o “Sixteen Days”, un latigazo electro-funk por el que mataría Kevin Parker. Así, surge la gran duda: ¿él dio ideas a Pond que desechó -arrepintiéndose después- y que ellos reciclaron de modo brillante? ¿O Pond le abrieron los ojos y los oídos ante la manera en que moldearon su propio material?
Fuera como fuera, Pond no sólo se aproximaron a la altura de Tame Impala, sino que los adelantaron a toda velocidad. El estado de gracia de Allbrook y familia se prolongó a su reciente “Sessions” (Marathon Artists, 2019), que recoge grabaciones en vivo de varios temas de su discografía hechas en estudio durante su gira primaveral por Estados Unidos. Su valor reside en exponer la calidad y la fuerza de su directo y en capturar cómo Pond trasladan sus canciones más antiguas a su estilo actual, elástico y policromático.
La muestra ideal de esa evoluión es “Don’t Look At The Sun (Or You’ll Go Blind)”, de su lejano estreno en largo, “Psychedelic Mango” (Badminton Bandit, 2009): le eliminaron su capa garagera lo-fi para adaptarla a su sonido contemporáneo y convertirla en uno de sus himnos psicotrópicos marca de la casa.
CONTRINCANTES, DISCÍPULOS Y VICEVERSA
Más de allá de la ‘rivalidad’ fraternal con Pond, Tame Impala deben enfrentarse a la pujanza no sólo de la facción postneopsicodélica compatriota, sino también de la originada allende las costas oceánicas.
En Australia, sus vecinos de Perth Psychedelic Porn Crumpets se consolidaron este 2019 gracias a su tercer disco, “And Now For The Whatchamacallit” (Marathon Artists, 2019), como los alumnos aventajados no tanto de Tame Impala como de los primeros Pond y, especialmente, King Gizzard And The Lizard Wizard, cuya influencia se aprecia en los potentes riffs y en el fuzz eléctrico que conforman su sonido. Luego, la temática juvenil y hedonista alimenta unas letras que reflejan la actitud de una banda dispuesta a abanderar la renovación de la lisergia australiana.
Dos viejos conocidos del género en Reino Unido y Estados Unidos también publicaron sendos nuevos discos los pasados meses. Temples decidieron volver con rotundidad a las guitarras en “Hot Motion” (ATO, 2019), después de jugar con las posibilidades del sintetizador y las texturas electrónicas en el anterior “Volcano” (Heavenly, 2017). Eso sí, no han dejado atrás del todo ese ánimo experimental y, lo más importante, su impacto melódico, el cual conduce a imaginar qué podrían haber compuesto The Beatles de haber nacido como grupo en la presente década.
Al otro lado del Atlántico, Moon Duo rebajaron la alta gradación de su acostumbrado psych-rock para seguir la estela de Spacemen 3 / Spiritualized en “Stars Are The Light” (Sacred Bones, 2019), un sugestivo trip cubierto de polvo cósmico y rodeado de gases narcóticos que deviene en una experiencia sensorial integral.
Fuera de la esfera anglosajona, Boogarins confirmaron su condición de representantes globales del actual rock psicodélico brasileño con “Sombrou Dúvida” (OAR / LAB 344, 2019), el trabajo con el que la banda de Dinho Almeida ha transitado del rock al pop. O, dicho de otra manera: aquí hay menos desarrollos progresivos y mayor inmediatez, una destilación que cuajó en una especie de tropicália caleidoscópica que funciona como una lectura modernizada de Os Mutantes. En “Sombrou Dúvida”, Boogarins aplican igualmente una pátina tameimpalera a su estilo, más satinado, limpio y concentrado, atributos que se extienden a una obra explorativa, expansiva y reflexiva diseñada para huir de la agitada realidad.
Paralelamente a su actividad en Boogarins, Almeida se alió con Pedro Bonifrate (de Supercordas) en Guaxe, proyecto en el que ambos músicos interactuaron y se retroalimentaron hasta alumbrar “Guaxe” (OAR, 2019), su corto pero nutritivo debut, donde el dúo parte del rock de sus bandas nodrizas y se desvía hacia el folk, la música brasileña autóctona y la abstracción derivada de Animal Collective.
Sin salir del ámbito lusófono, de vuelta a Europa, este año también editó su LP de estreno una de esas bandas de Portugal que suelen pasar inadvertidas por nuestros lares pese a sus atractivas propuestas: Cassete Pirata, firmantes de un goloso indie-pop psicodélico con ramalazo ensoñador que bosquejaron en su primer EP, “Cassete Pirata” (autoeditado, 2017), y que cincelaron a conciencia en “A Montra” (autoeditado, 2019). Desde esa vitrina o escaparate (esa es la traducción de montra), el quinteto de Lisboa ofrece un delicioso conjunto de canciones hipnóticas que oscilan entre la introspección y la nostalgia, el existencialismo y la inocencia. Un tesoro a descubrir que sirve como fármaco que calme las ansias de todos aquellos que se muerden las uñas esperando el regreso de Tame Impala con “The Slow Rush”.