Nuestra crónica del 25 Aniversario de Super Bock Super Rock 2019 confirma que este es un festival imprescindible que va mucho más allá del rock.
Lisboa es una ciudad imponente. Impactante. De día y, especialmente, de noche, cuando se distingue bajo la oscuridad su monumentalidad iluminada. En cuanto el viandante entra en sus calles, lo atrapa por su curiosa mezcla de tradición y modernidad, elementos que en algunos de sus lugares conviven en armonía y, en otros, luchan por la primacía. Por desgracia, muchas veces el supuesto progreso se impone a la autenticidad con negativas consecuencias.
Esa dualidad se extiende a su alma artística y, en concreto, a la sonora. Quien se siente en el corazón de Lisboa mientras toma una bica como Fernando Pessoa en busca de inspiración en alguno de los históricos cafés lisboetas, tendrá la impresión de apreciar la musicalidad de la ciudad, tanto la pasada como la presente. No es casualidad: en su seno nació la gran dama del fado, Amália Rodrigues; y, más recientemente, se trasladaron a vivir allí personajes tan dispares como Panda Bear (miembro de Animal Collective) y Madonna (hasta que se marchó de mala gana).
Sí, la música de ayer y de hoy corre por las arterias de Lisboa. Pero del 18 al 20 de julio dejó el centro de la capital lusa y, cruzando los puentes Vasco da Gama y 25 de abril -dos de los símbolos arquitectónicos de la clásica y la nueva Lisboa que salvan con elegancia la majestuosa anchura del estuario del río Tajo-, se movió poco más de cuarenta kilómetros al sur, a la idílica localidad de Sesimbra. En su bello entorno se celebró durante tres espléndidos días de verano el Super Bock Super Rock 2019, que festejaba además su 25 aniversario. Tan señalada efeméride empujó al festival a abandonar su emplazamiento habitual los últimos años del Parque das Nações, situado en el núcleo urbano lisboeta, por la ubicación donde nació, en la playa de Meco.
La dilatada historia del Super Bock Super Rock demuestra por qué, con el paso del tiempo, se situó no solo como el pionero, sino también como el certamen musical al aire libre de referencia en Lisboa. Resulta fácil constatarlo recordando algunos protagonistas de sus carteles: Metallica, Depeche Mode, Prince, Arcade Fire, Massive Attack, Sting, Kendrick Lamar, Red Hot Chili Peppers o The xx. Esta lista sirve igualmente para darse cuenta de que el festival, a pesar de que siempre ha mantenido la palabra rock bien destacada en su denominación, ha sabido adaptarse a otras corrientes estilísticas, estableciendo lazos con el pop, la electrónica o el hip hop.
Un buen resumen de esta flexibilidad ha sido, justamente, su 25ª edición, de la que se podría afirmar que cada una de sus jornadas fue un escaparate musical diferente definido según géneros, tipos de audiencia, países protagónicos e incluso colores. En su vasto recinto, que disponía de cuatro escenarios –Super Bock, EDP, LG By Rádio SBSR y Somersby– perfectamente distribuidos, sólo había que dar unos pasos hacia un lado u otro para empaparse de la diversidad sonora del programa del Super Bock Super Rock 2019, entregada por talentos autóctonos y nombres internacionales que iban de grupos de primera división a estrellas de relumbrón y de lo alternativo a lo masivo.
Esta propuesta artística tenía el éxito de público asegurado de antemano, lo que desembocó en problemas de acceso y salida del festival en forma de enormes atascos que alteraron el normal desarrollo de la travesía de ida por la tarde y de vuelta de madrugada (que dio lugar a anécdotas tan divertidas como siniestras…). Con todo, dadas las especiales características de la zona, el efecto embudo era, en cierto modo, inevitable. Esta clase de dificultades son inherentes a cualquier macrofestival, por lo que, aunque el abajo firmante llegó con un retraso que le impidió ver en la inauguración los conciertos de Cat Power o los portugueses Glockenwise, no quedaba más remedio que pasar página rápidamente porque el Super Bock Super Rock 2019 aún tenía mucho más que ofrecer.
JUEVES 18 DE JULIO: Lánguida palidez
PALCO LG BY RÁDIO SBSR. Los acontecimientos empezaron a enderezarse con Madrepaz, grupo capitalino que enseñó sus costuras pop psicodélicas sin tapujos, a través de su indumentaria entre tribal y plumífera (cola de pavo real de adorno incluida) y de una lograda versión en portugués de “Time To Pretend” de MGMT. Más claro, água.
PALCO EDP. Posiblemente, Metronomy merecían estar subidos al escenario principal, y no al segundo en importancia, por los méritos contraídos a lo largo de su trayectoria. Pero, al comprobar el sonido nítido y sin mácula (que se mantuvo durante todo el festival) del espacio que les correspondió y la atmósfera que se creó ante ellos, se concluyó que había sido una decisión acertada.
Teniendo en cuenta que está al caer su nuevo álbum, “Metronomy Forever” (Because Music, 2019), no había duda de que Joseph Mount y compañía presentarían alguno de sus nuevos temas, además de los ya conocidos “Lately” y “Salted Caramel Ice Cream”. Y así fue, aunque la banda inglesa esquivó, gracias a sus buenas prestaciones, ritmos dinámicos y melodías infecciosas, el peligro que supone interpretar unas canciones que el público todavía desconoce, como “Wedding Bells” e “Insecurity”. A ello ayudó que intercalaran varios de sus clásicos (“The Bay”, “The Look”). La única pega del concierto de Metronomy fue que su tramo final coincidiera con la salida de Lana del Rey, la gran atracción de la primera noche…
PALCO SUPER BOCK. Jungle allanaron el camino hacia ese momento cumbre con sus mejores armas: el funk y el modern soul elevados a la enésima potencia y modernizados con una pátina electrónica. Con todo, su aspecto contemporáneo no ocultaba su esencia old school, plasmada en un groove ultrabailable, en estribillos efusivos y en punteos de guitarra que homenajeaban continuamente a Chic / Nile Rodgers. “Cherry” funcionó como el resumen ideal de su set, preñado de distinción y sofisticación, también en sus fases más exultantes. Con el horizonte rojizo de fondo, Jungle dejaron claro que la alta temperatura de la tarde iba a prolongarse durante la noche.
Ese color que presidía el paisaje podía proceder de la California que recreaba el decorado en el que se introduciría Lana del Rey, compuesto de palmeras, tumbonas y un par de largos columpios. Sin embargo, la onírica languidez de la nacida como Elizabeth Grant llevaba esa glamurosa estampa playera al tupido bosque de “Twin Peaks” imbuida por el mágico influjo de Julee Cruise, un viaje mental que se traducía visualmente en las tornasoladas imágenes de fondo que reforzaban las canciones. Es decir, que Lana del Rey estaba dispuesta a trasladar su imaginario lírico y estético con máxima fidelidad.
Tanta, con su voz cargada de efectos, que daba la sensación de que se estaba marcando un verdadero playback por momentos, mientras corría el riesgo de caer en la planicie sonora. Pese a ello, el apoteósico griterío de sus fans hizo que cuajara en todo su esplendor la épica emocional de su característico romanticismo como suspendido en una época remota. Cada pieza interpretada provocaba un temblor y rompía corazones en la explanada, caso de “Blue Jeans”.
De repente, cuando Lana del Rey había conseguido alcanzar una gran altura de vuelo, descendió al foso para pasarse varios minutos sacándose selfies, firmando autógrafos y dando besos. Vale, Lana es para muchas y muchos una divinidad terrenal, condición que demostró dentro y fuera de escenario, pero ese impás se dilató más de la cuenta… Como si quisiera volver a tomar impulso, ella misma se subió a uno de los columpios para regalar “Video Games”. Y, a renglón seguido, cerró su alegoría melancólica, triste, cuasi dramática del verano con su relectura de “Doin’ Time” de Sublime y “Summertime Sadness”.
Igual de íntimo que excesivo, el directo de Lana del Rey fue un reguero de hits que enardeció a unos seguidores a los que parecía importar poco “Mariners Apartment Complex” o “Venice Bitch”, aperitivos de su inminente nuevo disco, “Fucking Norman Rockwell”. En realidad, lo que querían era ver y escuchar a la Lana del Rey que se erigió en figura del pop estadounidense del siglo 21. Deseo concedido.
PALCO SOMERSBY. Los solapamientos horarios obligaron a elegir entre The 1975 o Conan Osiris. Frente a la desmesurada luz y las pocas nueces de los británicos, mejor quedarse con el representante de Portugal en la pasada edición del Festival de Eurovisión. (Dadas las raíces portuguesas de un servidor, la cabra tiraba al monte de Herdade Cabeço da Flauta, lleno de pinos, con vacas pastando y aves sobrevolando su laguna).
Conan Osiris corroboró su estatus de ídolo local y de artista singular capaz de combinar con facilidad fado, música electrónica, hip hop, sonidos orientales y technopop. Su propuesta calcó la vista en aquella semifinal eurovisiva en la que quedó injustamente eliminado, con él vestido cual samurái egipcio y acompañado por el bailarín João Reis Moreira. Pero, al contrario de lo ocurrido en mayo en Tel Aviv, Conan Osiris salió del Super Bock Super Rock por la puerta grande, después de que el gentío coreara sus versos a pleno pulmón y se moviese al dictado de sus peculiares coreografías.
Conan es un artista de audiencia transversal y, como buen lisboeta, un ejemplo diáfano de mezcla de tradición y modernidad. La guinda de su show la colocó, como era previsible, con “Telemóveis”, explosiva prueba de hasta dónde llega la música portuguesa más innovadora.
Marius Lauber y su proyecto Roosevelt no lograron quitarse de encima el sambenito de copia alemana de Cut Copy, aunque más escorados hacia el funk que los australianos. Mediante los sintetizadores exprimidos a tope, sus festivos temas -entre los que no faltó su cover de “Everywhere” de Fleetwood Mac– sirvieron para estimular adecuadamente la veraniega madrugada de Sesimbra.
SebastiAn la finiquitó aplicando toda la potencia del electrohouse marca de la casa Ed Banger. Con el título de su próximo disco (“Thirst”) bien iluminado en la pantalla trasera, el productor y dj galo activó su sierra radial y golpeó sin piedad con sus beats convertidos en martillos pilones. A lo largo de su sesión mantuvo el conocido toque francés, vitaminado de tal manera que sus vibraciones podían atravesar rocas y derribar muros de cemento armado.
VIERNES 19 DE JULIO: Azul, blanco y rojo
PALCO EDP. El concepto de la trilogía fílmica de los colores de la bandera francesa firmada por Krzysztof Kieślowski se reproduciría de un modo particular en la segunda jornada del Super Bock Super Rock 2019. Aunque, antes, en mitad de la soleada tarde, Conjunto Corona irrumpieron como un soplo de aire fresco.
Si hubiera que comparar a este colectivo más rapero que hip hopero de Oporto con una referencia española para comprender su estilo y discurso, habría que hacerlo con los gallegos Malandrómeda por su espíritu juerguista, su descaro y su mensaje identitario a la par que combativo. La gran diferencia entre unos y otros: la inclusión de Homem do Robe, un personaje ataviado con bata y media en la cabeza, un decadente luchador de wrestling que deambulaba por el escenario cigarro en boca y que actuaba como un Bez (Happy Mondays) que no danzaba ni agitaba las maracas.
En el extremo opuesto aparecieron Calexico And Iron & Wine, en el que fue el primer concierto de su gira conjunta a propósito de su reciente LP compartido “Years To Burn” (Sub pop, 2019). Dada la temprana hora, tenían ante sí poco público (de edad por encima de la media del festival) pero rendido a sus viejas y nuevas composiciones. Bajo un agradable ambiente, Sam Beam y Joey Burns empastaron perfectamente sus voces y entrelazaron simbióticamente sus guitarras acústica y eléctrica para tejer un folk(pop) reposado unas veces, brioso cuando era menester, salpimentado por los típicos aires fronterizos calexicanos y, en todo momento, de efectos balsámicos.
El orgullo galo comenzaría a asomar con Charlotte Gainsbourg, cuya fina silueta se distinguía entre un llamativo juego de luces que redimensionaba su electropop (¿o electrochanson?) en un principio noctívago y después más ágil. La hijísima de Serge llevó con habilidad a su sugestivo terreno los esquemas del French Touch. De hecho, parecía que estaban sonando en un segundo plano sostenido los Daft Punk y los Justice más funkies, a los que Charlotte se arrimaba para incitar al baile bajo las estrellas.
Ahí era donde mejor se manejaba la francesa, ya que en los tramos más delicados no lograba alcanzar el sensual agudo de su madre, Jane Birkin. Con lo que había que quedarse, por tanto, era con su forma de sacar su lado discotequero y de hacer girar su particular bola de espejos con elegancia hasta firmar una de las actuaciones destacadas del Super Bock Super Rock 2019.
PALCO SUPER BOCK. Aunque la palma se la habían llevado en el tramo vespertino Shame. Los aficionados al neo-punk-rock británico esperaban que los del sur de Londres descargasen toda su rabia en otro de sus incendiarios directos Y no defraudaron. Sobre todo Josh Finerty, su bajista acróbata; y, por supuesto, su frontman, Charlie Steen, trasunto de Ian Curtis por vestimenta y espasmos corporales, Johnny Rotten por actitud y Mark E. Smith por su arrojo ante el micrófono. Con las yugulares a punto de reventar, Steen derrochó energía y sudor (el sol, además, le pegaba de lleno) a pecho descubierto mientras desafiaba con gracia a la audiencia.
Como mandan las normas punk, Steen se lanzó entre la muchedumbre propulsado por una, más que banda, apisonadora que se vació sobre las tablas. ¿Y las canciones? Auténticos balazos disparados a quemarropa. El contenido de su único trabajo, “Songs Of Praise” (Dead Oceans, 2018), cayó como una bomba, ya fuera dejando rastros pop (“One Rizla”, “Friction”), post-punk (“Concrete”) o puramente punk (“Lampoon”). El furibundo despliegue de Shame no dejó títere con cabeza. A grito pelado, pogo asegurado.
Con el torbellino eléctrico de los ingleses aún rebotando dentro de la cabeza, la segunda artista francesa de la jornada, Christine (de nombre real Héloïse Letissier) and The Queens, transformó el escenario en una especie de musical a lo “West Side Story”, cuyas coreografías (comandadas por ella misma) intensificaban su synthpop ochentero revestido de pop (a secas) del nuevo milenio. Christine era la otra representante del poderío femenino del Super Bock Super Bock 2019 junto a Lana del Rey y Janelle Monáe, de ahí que sus soflamas reivindicativas (como la que soltó antes de su versión a capela de “Heroes” de David Bowie, seguida en modo karaoke colectivo) no fueran simples adornos en una función caliente, en la que saltaron chispas (literalmente).
Además de chispas, Phoenix completaron la estelar participación francesa en Sesimbra emitiendo rayos multicolor en el que fue el colofón del tour de “Ti Amo” (Glassnote, 2017). Su último álbum hasta la fecha, con el que variaron su acostumbrado sonido hacia el pop sintético, no es precisamente de los mejores de su discografía. Pero las porciones que Thomas Mars y amigos rescataron de él emergieron en vivo más compactas y vigorosas. Esos sí, colocadas al lado de sus grandes éxitos se diluían como los azucarillos del propio festival. “Lisztomania” desató la locura, “Too Young” evocó nostálgicos recuerdos de “Lost In Translation”, “If I Ever Feel Better” sonó tan lozana como el primer día y “1901” volvió a ser infalible.
Tanta felicidad obligó a Mars a abonarse también al crowdsurfing para terminar por todo lo alto, señal de que no había bicho viviente que no se hubiera regocijado con la música de Phoenix.
Otro tipo de goce transmitió Kaytranada repartiendo beats neo-soul-R&B con gotas hip hop a no más de 120 bpms la noche más calurosa del Super Bock Super Rock 2019. Su sesión resultó sinuosa, ideal para contonearse con suavidad y rozar los cuerpos casi sin querer. Cuando atravesaba pasajes chill-house, la playa de Meco olía a Ibiza… Más adelante, el haitiano-canadiense aceleró el pulso y saltó al house sin prefijos ni sufijos, convirtiendo el recinto en una pista de baile gigante invadida por el placer dance.
PALCO SOMERSBY. Hablando de baile, hay múltiples maneras de practicarlo. La que propusieron Ezra Collective consistía en seguir su frenética polirritmia regada de veloces vientos de trompeta y saxo en una jam session dirigida con increíble pericia por su batería Femi Koleoso. Era complicado etiquetar los burbujeantes instrumentales del grupo: free-jazz, afrobeat desenfrenado, reggae-dub tribal… Todo ello se escuchó en una atmósfera de unión entre los londinenses y su audiencia, precisamente el objetivo que perseguían Ezra Collective.
Más convencional sonó Dâm-Funk en su set de electrofunk con ingredientes house mezclado con escuadra y cartabón. Lo que no significa que no fuese disfrutable, todo lo contrario, especialmente cuando el californiano intercalaba rimas rapeadas micro en mano en su trabajo a los platos, desprendiéndose de la tiranía del 4×4.
SÁBADO 20 DE JULIO: Black power
PALCO EDP. Una lástima que el tiempo invertido en el largo trayecto entre Lisboa y Sesimbra impidiera catar el rock garagero de los británicos The Blinders, programados extrañamente en el primer turno de la tarde (casi sobremesa).
Esta pequeña decepción se compensaría con la grata sorpresa de Rubel, joven cantautor brasileño que ha adquirido cierta notoriedad en Portugal. Rodeado de una numerosa banda de nueve miembros, los gorros rojos que lucían él y sus colegas hacían que parecieran salidos de una película de Wes Anderson. De “Life Aquatic”, en concreto, aunque cambiando el soundtrack de su compatriota Seu Jorge por una escorada hacia el pop sedoso y enriquecido con sección de metales, contrabajo y acordeón.
En medio, se apreciaba la frescura de la brisa de la bossa nova cuando mecía un directo que fue de menos a más en cuanto a ritmo y sabor, gracias a unas canciones deliciosamente arregladas que presentaban letras tanto críticas como edulcoradas (“Partilhar”). Si para algo sirve también un festival como el Super Bock Super Rock, es para descubrir compositores desconocidos en España como Rubel.
En nuestro país son de sobra conocidos dentro del circuito alternativo Superorganism, una de las revelaciones del año pasado. Como indica su denominación, el grupo funcionó como un organismo formado por un conjunto de individuos (por algo viven en una casa comuna en Londres…) que tenían muy bien delimitados sus papeles: la menuda y graciosísima Orono Noguchi cantó con salero y conectó al instante con el público mediante sus comentarios jocosos; el trío de coristas Ruby, B y Soul añadió color estético y vocal; y el resto de esta familia musical bien avenida preparó la piñata que es su ópera prima, “Superorganism” (Domino, 2018), para que se rompiera poco a poco y saliera de su interior su happy pop psicodélico y buenrrollista desbordante de melodías pegadizas (“Night Time”, “Nobody Cares”, “Everybody Wants To Be Famous”, “Something For Your M.I.N.D.”). En la fiesta montada por Superorganism la euforia se expresaba en slow motion, cual subidón ralentizado de un tripi de regaliz.
Quizá debido a las buenas sensaciones dejadas por Superorganism, la entrada en escena de Masego devino en una performance correcta, aunque carente de momentos memorables. Su visión del soul, el R&B y el funk tamizada por un filtro actualizador se tradujo en un impecable e impoluto set con un intenso aroma clásico que ocultaba sus orígenes jamaicanos y resaltaba sus teóricas influencias (desde Stevie Wonder a Jamiroquai), pero Masego no llegó a despegar ni rompió los moldes en los que se inspira.
PALCO SUPER BOCK. La presencia de ProfJam, único artista luso que pasó por el escenario principal, confirmó la inclinación del Super Bock Super Rock 2019 hacia el rap, el hip hop y otros géneros de raíces negras en su jornada de clausura.
Janelle Monáe se encargó de ratificarlo con la fuerza de un huracán, anticipado por la épica intro con “Así Habló Zaratustra”. En cuanto se subió a su blanca escalinata-pedestal, Monáe activó su espectáculo total, aupada por su banda de mujeres (excepto el guitarrista) y sus bailarinas, a su vez reflejo absoluto del black power. Cada coreografía ejecutada era jaleada con pasión. Cada cambio de vestuario se recibía con algarabía. Y cada palabra pronunciada provocaba un clamor, sobre todo cuando Monáe se refería al empoderamiento femenino (como a través de “PYNK”, con pantalones vaginales incluidos) o mandaba pullas a Donald Trump.
Su explosivo show estaba modélicamente calculado, aunque se desarrolló con una naturalidad apabullante, pasando por fases lúbricas, sexys y ardientes. A su portentosa voz, Monáe sumaba los movimientos que hacen que se concentren en su deslumbrante figura el espíritu seductor de Prince, el volcánico de James Brown y el magnético de Michael Jackson, como demostró antes de entregar una enorme “Make Me Feel”. En sus directos es imposible quedarse con una sola Monáe -la cantante, bailarina, diva o símbolo feminista y pansexual- por sus asombrosas maniobras.
Sobrada de clase y carisma, daba la sensación de que preguntaba -aunque fuera involuntariamente- a los extasiados espectadores sentada en su trono -igual que en la icónica imagen de Michael Jackson– quién había sido la auténtica reina del Super Bock Super Rock 2019: ¿ella o la chica que había acaparado toda la atención en la jornada inaugural? Otros interrogantes que podrían haberse formulado: espejito, espejito, ¿quién es la gran dama de la actual música negra norteamericana? ¿Su nombre empieza por ‘B’ y acaba en ‘é’? Respuesta: NO.
Más preguntas: ¿a qué se debe la fama global de Migos? ¿A cuestiones extramusicales como que Offset es el exmarido de Cardi B y padre de su hija? ¿A la colaboración de Quavo con Madonna? ¿O a aspectos estrictamente creativos? Si por estos últimos fuera, la razón habría que encontrarla en el hecho de que el hip hop más comercial de nueva hornada está arrasando en todo el mundo, incluida Portugal, donde ese género blando triunfa entre la muchachada. Por eso la explanada del Super Bock Super Rock se abarrotó para ver al trío de Atlanta, expertos en gestos populistas de cara a la galería. Seguramente, haya que meterse en la piel de un tierno millennial para comprender en toda su extensión el fenómeno Migos…
Menos mal que Disclosure eran los elegidos para bajar el telón del palco grande y rebautizar la playa de Meco como Meconstry Of Sound, sucursal improvisada del funky-house de 24 quilates extraído de sus temas propios. Que su rotunda sesión arrancara con “When A Fire Starts To Burn” fue la señal de que los hermanos Guy y Howard Lawrence habían decidido inflamar las horas finales del festival, comenzando bien arriba y siguiendo todavía más alto, hasta rozar la estratosfera.
Allí, en el cielo, fantasticmag abandonó el Super Bock Super Rock 2019 con tela aún por cortar… Pero había que iniciar el camino de regreso a casa después de tres inolvidables días de música que ya tienen fecha para que se repitan el año que viene: 16, 17 y 18 de julio, cuando el festival vuelva a Sesimbra con la intención de refrendar su condición de pionero y referente de los eventos musicales lisboetas. Até breve, Super Bock Super Rock. [Fotos acreditadas: organización Super Bock Super Rock]