1) Señales que pueden dar a entender que un grupo está a punto de separarse: que su líder reconozca que sufrió un grave problema con las drogas duras; que él mismo diga que esa circunstancia influyó decisivamente en su música, pero que ya no lo hará jamás porque ya está rehabilitado; que su último disco, vencidas las complicaciones, se escude en la coartada de un nuevo futuro; y que, ante los malos resultados de dicho álbum, aparezca posteriormente un recopilatorio de sencillos para salvar la papeleta. Así se resume la azarosa vida de Suede durante la temporada 2002-2003, cuando Brett Anderson confesó cuáles habían sido y cómo había superado sus adicciones más íntimas y el grupo publicó “A New Morning” (Columbia, 2002) y, meses después, “Singles” (Columbia, 2003). Aquella etapa, efectivamente, no fue la mejor para los londinenses: su quinto LP enseñaba su versión más simplona y esquelética, casi tanto como la figura de Brett sobre el escenario en aquella época, muy desmejorada y delgada. Al mismo tiempo, su voz, tanto en directo como en estudio, sonaba agrietada. El epitafio en forma de colección de grandes éxitos certificaba el cese de la actividad de Suede tras casi quince años de carrera.
2) Señales que pueden justificar la disolución de un grupo: que su cabeza pensante decida reconciliarse con su antiguo compañero y alma gemela para enterrar el hacha de guerra; y que luego persiga nuevas metas trabajando por su cuenta. Poco después de que Suede se despedazaran, Brett Anderson fue raudo y veloz en busca de Bernard Butler para cerrar heridas y recuperar su glorioso y lejano pasado en común bajo el nombre de The Tears. De su reencuentro nació “Here Come The Tears” (Independiente, 2005), único legado de su fugaz colaboración. De ese modo, Suede no retomarían sus orígenes, ya que Butler prefirió seguir engordando su currículum como productor y Anderson inició una aventura en solitario jalonada por tres discos reposados e introspectivos y un cuarto que recuperaba ciertas sensaciones eléctricas que parecían olvidadas.
3) Señales que pueden sugerir el retorno esperanzador de un grupo: que edite el enésimo resumen de lo más destacado de su trayectoria y que el artefacto reciba una gran acogida; que repase íntegramente sobre las tablas sus mejores álbumes a modo de resurrección divina; y que el último LP a solas de su líder supere las expectativas. Así como “Singles” había certificado la defunción de Suede, otra compilación (“The Best Of Suede” -Universal, 2010-) y su correspondiente gira los ponían otra vez en el mercado para que las nuevas generaciones los conociesen adecuadamente y no los viesen como unos dinosaurios empeñados en huir de la leyenda del brit-pop, al que, realmente, nunca habían pertenecido. Que la propia banda disfrutase interpretando en directo, ya en 2011, “Suede” (Nude, 1993), “Dog Man Star” (Nude, 1994) y “Coming Up” (Nude, 1996) indicaba que su espíritu se había rejuvenecido, al igual que el de un Brett Anderson enérgico en su cuarto paso sin su histórica familia, “Black Rainbows” (Ba Songs / Brett Anderson, 2011). En medio de tanta buena noticia, se confirmaba que Suede empezarían a grabar su sexto álbum, una década después del anterior.
4) Señales que hacen volar por los aires todas las connotaciones negativas y ratifican las positivas de lo relatado: sólo una, llamada “Bloodsports” (Warner / Suede Ltd., 2013). O lo que es lo mismo: la obra que debería haber aparecido tras “Head Music” (Nude, 1999) para confiar plenamente en una honrosa continuidad de Suede en el cambio de siglo; o para que su nombre pasara a la posteridad en todo lo alto, si el final de su camino era inevitable. Pero las circunstancias y el destino quisieron que tuviesen que transcurrir once largos años para comprobar la recuperación, muchos dirán que milagrosa, de un grupo dado por perdido.
Gran parte de la culpa de ello la tuvo Ed Buller (productor de sus tres primeros LPs y co-responsable de su seductor y magnético sonido; su Tony Visconti particular…), reclutado especialmente para la ocasión. No mentía Brett Anderson cuando declaró que “Bloodsports” saldría del cruce entre “Coming Up” y “Dog Man Star”: por un lado reaparece la lustrosa guitarra de Richard Oakes provocando incendios sin compasión azuzada por la voz sin fisuras, entre altiva y afectada, de Brett; y, por otro, los versos vuelven a desentrañar la mística y los enigmas del amor, de los sentimientos volátiles y del deseo físico: adiós a los mensajes de falso optimismo de autoayuda y hola (de nuevo) a la diáfana poesía pop sobre las complejas emociones humanas. El primer adelanto del LP, “Barriers”, condensaba todos esos elementos recordando lo tiempos de vino y rosas de Suede; y el posterior single oficial, “It Ends And Starts With You”, aumentaba sus efectos entre un ritmo y un estribillo eufóricos. Ya destapado el álbum, “Snowblind” se cuela entre ambas convirtiéndose en la “Electricity” del siglo XXI y recolocando a Anderson y Oakes como glam-urosos descendientes de Morrissey y Marr.
Tras ese trío ganador, el tracklist se relaja con un par de medios tiempos marca de la casa, de melodía infalible (“Sabotage”, aupada por los arreglos de teclado; y “For The Strangers”, más melodramática, ideal para el lucimiento de Brett), para justo después remontar el vuelo gracias a “Hit Me”, tan infecciosa como líricamente sencilla e implacable (“Come on and hit me with your majesty, come on and hit me with all your mystery”). Si “Bloodsports” se acabara aquí, tendríamos entre manos el mejor disco de regreso posible de Suede: apasionado, profundo, ágil, sensible y vigoroso, capaz de ir directo tanto a la mandíbula como al corazón. Pero el álbum continúa y en su tramo final se concentran las baladas de tono melancólico tan del gusto del Brett Anderson crooner, como en sus inicios y en sus trabajos en solitario, provocando que el nervio decaiga; ni siquiera los punteos eléctricos de Oakes en dos de ellas, “Sometimes I Feel I’ll Float Away” y “Always”, revierten la situación, a pesar de que ambas mantienen la altura melódica de la parte anterior del repertorio.
Con sus virtudes y sus defectos, “Bloodsports” se sitúa en un honorable lugar dentro de la discografía de Suede: en él no se aprecian las consecuencias del periodo de inactividad del grupo ni el agotamiento que un día amenazó con diluirlo como un azucarillo en el olvido. Incluso su simbólica portada rememora sus años dorados, cuando sus evocadoras carátulas se equiparaban a las de otros emblemáticos ejemplos británicos de cuidado gráfico: los de The Smiths y Belle And Sebastian. He aquí otro notable comeback que añadir a la brillante lista de lo que llevamos de 2013, en la que se encuentra el de su gurú David Bowie, “The Next Day” (Columbia, 2013), con el que guarda más de un inesperado paralelismo…