«Stuck Rubber Baby» liga un despertar homosexual con la feroz lucha por los derechos civiles de la nación negra… Y, por el camino, te rompe el corazón.
El don de la oportunidad. Es injusto, pero el don de la oportunidad puede ser (y, de hecho, en muchas ocasiones es) el factor más determinante a la hora de asegurar el éxito de un libro, una película, una novela gráfica… Digo esto porque «Stuck Rubber Baby«, la novela gráfica de Howard Cruse que Astiberri acaba de (re)editar en nuestro país, ya fue publicada en España de la mano de la editorial Dolmen en el no tan lejano año 2006, pero por aquel entonces no armó el revuelo que debería haber armado debido en gran parte a la coyuntura del momento.
Cualquiera podría pensar que tenía algo muy importante a su favor: 2006 fue el gran momento de la novela gráfica como formato. De repente, todo un nuevo segmento de lectores se incorporaron al mercado del cómic gracias a la novela gráfica, que siempre había existido pero que vivía una interesante e incontestable edad de oro… Pero también hay que tener en cuenta que, precisamente en épocas de bonanza, incluso los mejores corren riesgo de pasar sin pena ni gloria sepultados bajo las luces de la competencia.
No tengo ni idea de si es eso lo que ocurrió con «Stuck Rubber Baby» en 2006, pero me resulta totalmente imposible no pensar que el año 2016 es un momento mucho más idóneo para editar una obra como la de Howard Cruse. Así, a bote pronto, resulta totalmente ineludible la certeza de que este ha sido el año en el que la comunidad LGBTI ha abierto las puertas hacia su segunda revolución, ya sea a través de la reivindicación clásica (más necesaria que nunca después de actos tan terroríficos como el atentado terrorista en Orlando) o de todo un grupúsculo de nuevas reivindicaciones a modo de corolarios que atienden de forma multifacética y aperturista todo lo que tenga que ver con la cuestión de género.
De repente, la sociedad vuelve a estar abierta a estas problemáticas, vuelven a presentarse ante nosotros como algo urgente y necesario… Y es precisamente por eso por lo que ahora «Stuck Rubber Baby» puede y debe ser asimilado como una forma de conocer el pasado para no repetir sus errores, para comprender el presente, para preparar el futuro. Al fin y al cabo, la historia en la que Cruse se embarcó tras cerrar su icónica serie «Wendel» está enmarcada en un periodo tan determinante como los años 80 en un lugar tan controvertido como el sur de Estados Unidos.
En el marco espacio-temporal está precisamente uno de los principales aciertos de «Stuck Rubber Baby«: por mucho que esta pueda ser entendida como una novela gráfica sobre el despertar homosexual de su protagonista, Toland Polk, resulta realmente impactante contemplar cómo Cruse trenza este mismo despertar con otro mucho más grande. Me estoy refiriendo al de la nación negra que, por aquel entonces, reclamaba con ferocidad unos derechos que seguían siéndoles negados en zonas tan recalcitrantemente racistas como el sur yanki. El movimiento gay y el movimiento por los derechos civiles negros siempre han ido curiosamente ligados el uno al otro, como hermanos de leche destinados a entenderse en sus penurias y en su pacífica lucha por reclamar lo que es de cada uno.
Por eso mismo resulta tan pertinente que Toland observe cómo las dudas ante su propia identidad sexual se ven repelidas constantemente por un clima de violencia contra el diferente. Casi sin saberlo, el protagonista de «Stuck Rubber Baby» se ve impelido hacia la lucha de los negros de su ciudad movido por la fuerza centrífuga de su propia entrepierna: indignarse por las injusticias ajenas, luchar por la comprensión que le es negada a una persona por una condición de nacimiento que no tiene más importancia, sentir pánico ante los ogros de una sociedad xenófoba que en el sur de Estados Unidos tenía barra libre para sus propios delirios de grandeza… Todo ello es, a la vez, indignarse, luchar y sentir por sí mismo.
Puede que Toland, totalmente anclado en una actitud naive hacia sí mismo y hacia el mundo exterior, tarde en comprender qué está ocurriendo exactamente. Pero el lector no tarda demasiado en verlo todo claro, en parte gracias a la maestría de Cruse a la hora de, pese a su apuesta por la densidad de lectura alta en cada página, conseguir que la historia se vea propulsada por hechos impactantes uno detrás de otro (pero para nada inverosímiles, más bien lo contrario).
Los personajes que rodean a Toland ayudan a redondear la obra: hay retratos homosexuales tan logrados como la estridencia de Sammy (niño rico expulsado de su familia) o la beligerancia de Les (hijo de un predicador y una antigua cantante de blues); pero lo que verdaderamente cala hondo son los retratos femeninos de «Stuck Rubber Baby«. ¿Cómo? ¿Retratos femeninos en una obra -presuntamente- gay? Pues sí. Ginger, la novia de Toland con aspiraciones de cantautora de protesta, se abre ante el lector como una fascinante flor repleta de pliegues misteriosos. Y Melanie, la hermana del protagonista casada con un hombre retrógrado, enamora en su despertar ante la imposibilidad de transigir ante la cerrazón mental del sur de EEUU.
Que nadie piense, sin embargo, que «Stuck Rubber Baby» es una novela gráfica historicista. Ni mucho menos: esta es una novela gráfica puramente humanista, que invita al lector a acariciar las complejísimas emociones que Cruse dibuja en la epidermis de cada una de las páginas. Da igual si eres homosexual o no, si eres negro o no, si eres diferente o no… Todos somos capaces de empatizar y emocionarnos con una historia como esta que acaba poniendo sobre la mesa la necesidad imperiosa de ser quien eres totalmente aparejada a otra necesidad básica: la de ser querido y entendido en tus propios términos, no en los que te imponen. «Stuck Rubber Baby» se te queda inicialmente en el cerebro, en la memoria, claro, pero que donde realmente acaba por habitar, después de haber dejado tu estómago encogido por la emoción (el final es matador), es en el espacio del corazón. [Más información en la web de Astiberri]