¿Qué fue del post-punk bailongo que marcó los primeros pasos del siglo XXI? ¿Dónde está el p-funk que derramó sangre, sudor y lágrimas de alegría en las pistas de baile más cool a lo largo de esta década que está a punto de finalizar? Nadie sabe la respuesta… Y después de escuchar “Strange Weather, Isn’t It?” (Warp / PIAS Spain, 2010), parece que !!! tampoco. La música popular contemporánea se mueve por ciclos en los que un determinado modelo se establece en la cresta de la ola como paradigma para, pocos años después, descender de forma dramática (y con calma, sin que nadie sea consciente de ello) hasta quedar en el olvido. Un vaivén idéntico al que ocurre en la gran montaña rusa capitalista (con la gran diferencia de que en ese caso todo el mundo se pone de los nervios cuando llega la depresión), en el que las carreras de sus protagonistas alcanzan tal velocidad que cuando se quieren dar cuenta ya están anquilosados (y algunos de ellos, metidos en la cárcel). Esta comparación se basa en el hecho de que la corriente neo punk-funk se desarrolló principalmente en Nueva York, en un momento en el que sus más enérgicos combatientes intentaban hacer frente a los efectos negativos de la super-sociedad político-económica norteamericana (y mundial) que corrompía la Gran Manzana. Sin embargo, esa lucha subrepticia, cuyos mensajes incendiarios envueltos en proclamas hedonistas recordaban tiempos pasados más o menos gloriosos, fue decayendo al ritmo que lo hacía ese imperio imaginario bajo el síndrome post 11-S. Sí, después la fiesta continuó, pero ya no era tan divertida ni tenía tanto sentido. De ahí que los posteriores intentos de reverdecer dicho espíritu por parte de dos de sus principales instigadores, The Rapture y Radio 4, pasasen de puntillas al carecer de la pegada y el significado de antaño. Actualmente, esos nombres sólo sirven para traer a la memoria épocas remotas y mejores: antes se gritaba alocadamente contra el sistema establecido o lo que hiciera falta, ahora sólo se escuchan algunos ecos lejanos; antes se celebraban bacanales sónicas desenfrenadas, ahora se agitan cencerros oxidados. Signos de que al fuego del dance-punk neoyorquino se le agotó pronto el oxígeno y, por tanto, la llama. Su única salvación residía en la infalibilidad de LCD Soundsystem, pero James Murphy y su banda hacía tiempo que vivían en otra galaxia (y ahí continúan), a años luz de sus compañeros de escena.
Desgraciadamente, a esa fulgurante generación se le puso en bandeja una dorada jubilación anticipada. Opción que podría haber elegido Nic Offer si fuese un tipo cómodo y conformista o si no hubiese sabido superar los duros obstáculos que se le presentaron a la hora de mantener a flote a !!!: la traición de John Pugh (voz y batería), la huida de Tyler Pope (bajo y programaciones) y la lamentable muerte de Jerry Fuchs (batería). A la vez, se le planteaba el reto de, como poco, igualar el listón alcanzado con “Myth Takes” (Warp, 2007), un muy buen disco (con perlas como “Must Be The Moon” o “Heart Of Hearts”) al que le había caído la cruz de padecer cierta falta de nervio. Claro que esa conclusión se sacaba con la onda expansiva de su anterior referencia, “Louden Up Now” (Warp, 2004), todavía presente, con lo que se daba por sentado que todo lo que hubiese venido después de esa bomba sería, irremediablemente, inferior. Offer tenía ante sí un panorama desalentador, pero había tomado la decisión de seguir adelante e impulsar, sin miedo alguno, a sus !!! versión 2010. Sin embargo, una vez destapado “Strange Weather, Isn’t It?” uno se queda como si le hicieran esa misma pregunta: con la sensación de no haber dicho nada en una insulsa y obligada conversación sobre, exactamente, el tiempo, en la que uno se involucra por educación, encerrado con unos cuantos desconocidos en un ascensor, o por cortesía, al haberse topado en la calle con una ex pareja.
Este disco no desprende el aire atrevido de los dardos-canción dirigidos a Rudolf Giuliani, la frescura de los homenajes a Glenn Branca ni el descaro de las desafiantes apologías del éxtasis y derivados. Todo lo contrario: muestra monotonía, desidia y cierto hastío. Quizá el bueno de Offer no encontró en Berlín la inspiración que buscaba para no perder sus señas de identidad o, al menos, para renovar su fórmula. Uno de los elementos que siempre destacó en !!! fue la habilidad para manejar la sección percutiva, con ritmos de batería alambicados, cambiantes y a veces radicales. Offer se empeña en conservarlos en sus nuevas composiciones, pero no evita quedarse en un mero sucedáneo: lo que consigue realmente es que suenen planos y reiterativos; ni siquiera logran levantar el vuelo con la entrada de las conocidas guitarras endemoniadas de Mario Andreoni. “AM/FM”, “The Most Certain Sure” y “Even Judas Gave Jesus A Kiss” (que imita las hechuras del himno «Me and Giuliani Down By The School Yard. A True Story«) se escapan relativamente de esos postulados, con la voz de Offer dibujando los estribillos como perfectas guías hacia el baile cerebral. Por el contrario, “Wannagain Wannagain”, “Steady As The Sidewalk Cracks” (con una trompeta que trata de rescatar lo mejor del post-punk primigenio) y “The Hammer” se apoyan, sin más, en el bombo grave y profundo. Otra característica que se añora en “Strange Weather, Isn’t It?” es la sensualidad sudorosa (o el sudor sensual) que se respiraba en buena parte de la discografía del combo y que tan bien transmitía en sus directos. Si acaso, “Jamie, My Intentions Are Bass” y “Hollow” (la única que muestra una estructura diferente, reforzada por una voz femenina) cubren simbólicamente la cuota de feromonas del álbum.
Se echan de menos demasiadas cosas en este LP y en los actuales !!!, que se vieron obligados a remozar su cara tras el abandono de sus miembros más insignes. Un lastre que Offer tuvo que sobrellevar con entereza para no dar carpetazo a su principal marca artística (la otra, Out Hud), y que invita a reflexionar sobre el futuro de la propia banda y su entorno. Lo más seguro es que, por un lado, acaben siendo el espejo de lo que le sucedió al underground nocturno neoyorquino, que sucumbió ante el empuje político local hasta reducirse a la mínima expresión; y que, por otro, sean devorados por el cambiante mundo que un día los encumbró y al siguiente los desdeñó sin piedad. Poco queda para anunciar que el punk-funk del siglo XXI ha muerto.