El cómic autobiográfico está llegando a un punto muerto de su existencia. El boom de los últimos años ha acabado por arrojar un saldo en el que son pocas las obras que se salvan del arquetipo «dibujo pésimo + vivencias cotidianas», sin una intencionalidad clara de trascender el medio. Escasos son los exponentes que han llegado a la altura de casos sublimes como «Blankets» de Craig Thompson (una novela tocada por la gracia de una sensibilidad artística excepcional que abraza y repele a la vez la religión del autor), «Píldoras Azules» de Frederik Peeters (arrebatador al contraponer una situación durísima contra una mirada optimista) «Fun Home» de Alison Bechdel (que se eleva por encima de la media gracias a sus malabarismos entre lo culterano y lo emocional), cualquier libro de Jeffrey Brown (que simplemente desarma por la sinceridad y el humor de su punto de vista totamente desprovisto de ego), «Epiléptico» de David B. o «Persépolis» de Marjane Satrapi (en ambos el imaginario ficticio se entrelaza con las vivencias personales arrojando un resultado de poderosa poesía visual). Puede que «Stitches» (editado en nuestro país por Random House / Mondadori) sea la nueva referencia a sumar a todo lo dicho…
Y es que la novela gráfica de David Small se aleja del rebaño de la mediocridad a través de algo muy sencillo: la mirada descarnada y la planificación sublime con la que se desflora la historia de un niño, el propio autor, al que le extirpan las cuerdas vocales debido a un tumor en la garganta. A partir de algo que podría ser mayúsculo pero que se trata como algo minúsculo, Small despliega un panorama familiar desolador: un campo de cultivo en el que se siembran silencios para ocultar los terremotos que se gestan a varios metros bajo tierra. Una madre perpetuamente malhumorada y obsesionada con los problemas económicos, un padre con un galopante sentimiento de culpabilidad… Ambos con un absoluto desapego del resto de miembros de la familia, en la que inoculan un virus de inconexión imbatible. En semejante caldo de cultivo, los resentimientos típicos en todo núcleo familiar acaban hirviendo y escociendo hasta un límite insoportable en el que un tumor en la garganta es tan solo una manifestación física de las innumerables heridas psicológicas inflingidas en David Small.
Al fin y al cabo, de eso va «Stitches«: de cómo el artista pone la última piedra sobre la tumba de su infancia utilizando la exposición al público, el exhibicionismo emocional como infalible método de exorcismo interior. Pero hay un segundo factor más allá del argumental-vivencial que es el que acaba plantando la estrella en la frente de la novela gráfica de Small: su forma. Más allá de las tendencias deslavazadas del cómic-diario menos interesante, el artista planifica hasta la extenuación tanto la composición interna de la página (muchas veces cercana a la estampa perversa) como el conjunto de páginas concebido como un todo. El trepidante ritmo de lectura hace imposible no quedarse prendado con los grises acuosos con los que el autor pinta una infancia triste y, sí, claro, gris. Pero ahí está la genialidad del ejercicio: a través de una ilimitada paleta de grises, Small consigue abandonar el negro y trascender hacia el blanco. Genial.
[Raül De Tena]