En todo buen equipo siempre hay un componente cuya intervención en el juego se torna fundamental pero queda relegada a un plano secundario frente a las filigranas de la estrella del vestuario; una figura que realiza una ardua labor en la oscuridad sin obtener el merecido reconocimiento. Este incómodo papel recayó en el escocés Stevie Jackson cuando este decidió ingresar, ante la insistencia de Stuart Murdoch, en la plantilla de unos Belle & Sebastian que todavía estaban construyendo castillos en el aire en torno a su disco de estreno, el mítico “Tigermilk” (Matador, 1996). Sus tareas en el grupo se reducirían a tocar la guitarra y la harmónica y a aportar una apropiada segunda voz y los coros justos a las canciones compuestas exclusivamente por su líder. Esa tiranía (hay que llamarla así, a pesar de los excelsos resultados que obtuvo la banda a partir de ella) acabaría por romperse durante la grabación del tercer trabajo de los de Glasgow, “The Boy With The Arab Strap” (Matador, 1998), en la que otros miembros pudieron ofrecer sus propios textos. Entre ellos se encontraba nuestro Stevie, que se había sacado de la chistera uno de los mejores cortes de aquel álbum: “Seymour Stein”. Palabras mayores.
Tanto le había cogido el gustillo a unir versos, estrofas y música que en los posteriores LPs de Belle & Sebastian siempre sobresalía alguna de sus creaciones, como “The Wrong Girl” (de “Fold Your Hands Child, You Walk Like A Peasant” -Matador, 2000-), “Step Into My Office, Baby» (de “Dear Catastrophe Waitress” -Rough Trade, 2003-, al alimón con Murdoch), “To Be Myself Completely” (de “The Life Pursuit” -Matador, 2006-, una velada declaración de intenciones) o “I’m Not Living In The Real World” (de “Write About Love” -Rough Trade, 2010-). A la vez, su voz también iba adquiriendo mayor protagonismo, lo que provocaba que la audiencia se preguntara con verdadero interés quién era el hombre de pelo rizado que aparecía entre agazapado y tímido en las fotos promocionales del combo junto a la magnética silueta de Stuart Murdoch.
Pues bien, ese hombre es un apasionado del pop clásico, género que invade por completo su primera intentona en solitario al margen de su banda madre (y de sus colaboraciones para otros artistas, como The Vaselines o Russian Red), a pesar de su stoniano título: “(I Can’t Get No) Stevie Jackson” (Banchory, 2012). En él, rodeado de varios amigos y colegas de gremio, el escocés sigue la hoja de ruta establecida por sus intervenciones en los álbumes de Belle & Sebastian: tradición pop (inmaculado, regado con gotas de electricidad y adornado con ribetes folk), interpretaciones vocales claras y transparentes, encantadores pasajes corales y cuidados arreglos. Eso sí, todo ello ejecutado bajo su marca personal, hecho que se refleja en la juguetona “Just, Just So To The Point” (por cómo se deslizan las palabras y se añaden unas pizpiretas cuerdas setenteras), la enérgica “Try Me” (cercana al power pop de, por ejemplo, The Posies), la edulcorada “Pure Of Heart” y la soulera “Man Of God” (ambas muy The Boomtown Rats).
Al mismo tiempo, aparecen tramos en los que Jackson, inevitablemente, se aproxima (¿de manera inconsciente?) al sonido de Belle & Sebastian, aquel basado en el traqueteo sonoro (como en la trotona “Kurosawa”, elevada por unos animosos aires de trompeta) o en el glam con síndrome de Peter Pan de la época de “Dear Catastrophe Waitress” (“Where Do The All Good Girls Go?” -buena pregunta- y “Press Send”). Para compensar, el escocés se despoja de esa evidente influencia para transmutarse en un peculiar bardo americanizado que no se fija sólo en la historia musical de su tierra de origen y salta al otro lado del charco para construir piezas amables (“Richie Now”), prácticos ejercicios de estilo (“Dead Man’s Fall”, “Feel The Morning”) o añejas y acústicas nanas introspectivas (“Bird’s Eye View”).
“(I Can’t Get No) Stevie Jackson” refleja la gran habilidad de Jackson no sólo a la hora de abrillantar sus instrumentos y su lírica, sino también en el momento de coordinar a todo un colectivo para pergeñar un larga duración correcto e impecable. Pero resulta complicado, al menos por ahora, disociar su nombre y su método de Belle And Sebastian. Con o sin su grupo de siempre, continua embutido en el disfraz de ese difícil personaje del jugador de club que destaca por su eficacia pero no tanto por su carisma e individualidad. Quizá en una segunda tentativa pueda desprenderse de ese comprometido rol.