La cosa está clara: «Los Últimos Jedi» es una muy buena película y una «Star Wars» por fin diferente… Entonces, ¿por qué los fans la odian?
Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el fan de cualquier saga en estos días es el hype. Ese concepto que antaño podría haber sido definido como «expectativas», «ganas locas» o «deseo irrefrenable» ante el estreno de una (su) película favorita. Pero, hoy en día, en el mundo del fandom, del youtuber, del influencer y demás conceptos presuntamente molones es todo hype y, sobre todo, es un constante generarlo (el hype, claro) hasta niveles tan exagerados como insostenibles y distorsionadores. Uno de los casos más flagrantes está en la saga (negocio) que ya es definitivamente «Star Wars«.
No, no estamos pecando de viajapollismo, de síndrome de Boyero despechado ni nada que se parezca, pero seamos sinceros: no hace tanto, tanto tiempo, en una galaxia no muy lejana, los estrenos de «Star Wars» generaban pasión y éxito, cierto, pero no la locura producida por calendarios, convenciones, tráileres a un año vista, rumores, teorías y pseudo-spoilers disparados por doquier y en formato multicanal.
Y, quizás, dentro de este fenómeno global aplicable a un montón de sagas, el estreno del «Episodio VIII» de «Star Wars«, «Los Últimos Jedi«, se lleva la palma. Ya no solo es la potencia de sus tráileres (bien dosificados a pequeñas dosis para subir la expectación), sino también una cierta sensación visceral de que estábamos ante algo grande, algo que, confirmado por las primeras críticas, iba a romper moldes, a ser punto de inflexión, a perfilarse como eso que llaman un game changer destinado a cambiar la saga para siempre.
Es en este punto en el que una vez vista la película se constatan dos cosas importantes: una a nivel cinematográfico, y otra a nivel de recepción. Ambas igual de relevantes y complementarias. Dos aspectos que nos hablan del estado de la cinematografía actual y en el punto en que podemos responsabilizar a la audiencia de la proliferación de vehículos cinematográficos más o menos rutinarios destinados a la satisfacción inmediata del espectador y no al cuidado del producto per se.
El resultado final del producto firmado por Rian Johnson puede que no sea enteramente redondo, que la mezcla de diversos elementos y tonos no acabe de funcionar en un continuo y que, por lo tanto, existan ciertos altibajos narrativos. Sin embargo, no hay duda de que, efectivamente, estamos ante el film más importante de la saga «Star Wars» después de «El Imperio Contraataca«… Y la clave está precisamente en que, sin renunciar ni traicionar a lo que significa «Star Wars«, en «Los Últimos Jedi» se busca y se consigue romper con lo antiguo, desacralizando la mitología y trasladando toda la épica y la trascendencia casi mística en algo más humano, cercano.
Todo ello conseguido a través de un cambio de tono que acerca el film a algo metarreferencial (los guiños a capítulos de la saga están ahí, y son evidentes), pero desde un prisma que bordea lo irónico. No es que se no se tome la herencia recibida, sino que la pone en la picota, cuestiona fundamentos y verdades hasta el momento intocables. La verdad y la mentira, lo bueno y lo malo dejan paso a una escala de grises más acorde con la realidad. Un descenso a los infiernos de la realpolitik que sacude los cimientos de lo establecido pero que, al mismo tiempo, abre todo un campo de nuevas posibilidades a explorar en la saga.
Todo ello cimentado en un despliegue formal que, sin renunciar al espectáculo galáctico habitual, ofrece momentos de introspección, otros de concepto visual rozando lo abstracto e incluso se permite licencias autorales situándonos en espacios más propios de lo lynchiano que del universo «Star Wars«. Sí, estamos ante un film que transita por todos estos espacios sin solución de continuidad, abordándolos con un humor que remite tanto a la socarronería como al brochazo gordo sin apenas inmutarse. Y sí, «Los Últimos Jedi» puede generar con todo ello un cierto estado de confusión, como si Rian Johnson cogiera al fan por los hombros y lo sacudiera diciéndole que sus héroes de toda la vida son humanos, que tienen debilidades y que, consecuentemente, se pueden quebrar sus ideales. Por ende, lo que Johnson le dice al fan es que debe aceptarlo, crecer y madurar.
Este, no nos engañemos, es un mensaje duro, difícil de procesar en tanto que, al fin y al cabo, «Star Wars» no dejaba de ser un cuento de hadas muy bien disfrazado con elementos espirituales, antiguas leyendas, toques bíblicos y, no menos importante, un mensaje de maniqueísmo extremo de lo que significa la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, que no dejaba término medio. En definitiva, por muchos trucos de prestidigitador y pirotecnia visual, «Star Wars» enganchaba por la facilidad con el espectador podía asumir y empatizar con personajes y discurso de fondo. Algo que, a la larga, ha repercutido en forma de boomerang negativo en el impacto de las nuevas entregas.
Al final, el público se ha encontrado en una encrucijada, en tener que decidir cuál era su posición respecto a la saga. ¿Criticar la ausencia de originalidad? ¿Quedarse en una zona de confort? ¿Repudiar la trilogía de George Lucas mientras se le venera por ser artífice y padre creador del invento? Una serie de dudas casi esquizofrénicas que, de alguna manera, no se habían resuelto debido a la propia inercia de la saga. El ejemplo claro lo encontramos en el «Episodio VII«, «El Despertar de la Fuerza«. Un entretenimiento sólido, conservador, que jugaba adrede con la nostalgia repitiendo sin rubor, tanto en forma como en fondo, el formato de la trilogía original. Una apuesta que fue fundamentalmente lo más criticado del film. Sin embargo, su vocación de fan service, a pesar de lo obvio, no pareció molestar más de la cuenta (sin tener en cuenta algún que otro comentario procaz al respecto de la iteración in crescendo de la destrucción de Estrellas de la Muerte).
Lo que parece que sí ha molestado en grado sumo es el atrevimiento de Rian Johnson en este «Episodio VIII«. Básicamente, el director ha roto esquemas y ha obligado a plantearse cuestiones más importantes que reflexionar sobre la sexualidad de Poe Dameron. Eso es lo que parece haber sacado de quicio a muchos fans anclados en la cómoda comparación con la trilogía original ya que, si lo cambiamos todo, ¿con qué vamos a comparar? Ese es el gran mérito de «Los Últimos Jedi«: desafiar a la audiencia a un proceso de maduración y reflexión, de decirles a la cara que «Star Wars» es muy importarte pero que no se puede vivir de rentas. Que ya es hora de crear algo valorable en sí mismo y no como espejo de algo fundacional. De decir, en definitiva, que hay que elegir y elegir, por doloroso que sea, es renunciar. [Más información en la web de «Star Wars: Los Últimos Jedi»]