Nunca te fies de las conclusiones extraídas del Festival de Cannes… Porque, por culpa de ellas, podrías perderte peliculones como este «The Square».
La cosa fue tal que así: el sueco Ruben Östlund se hizo con la más reciente Palma de Oro del Festival de Cannes 2017 gracias a su film «The Square«… La perplejidad no fue absoluta, pero sí sensible: como es habitual, no era la favorita de la crítica. Pero, de hecho, es que casi no estaba en ninguna quiniela porque, sin levantar odios entre los periodistas asistentes, tampoco es que suscitara demasiadas pasiones. En los días siguientes al gran premio, sin embargo, esa neutralidad se transformó, de nuevo como suele ser habitual, en una saña feroz que se puede traducir en «premíais la peli que no queremos, pues ahora lo pagamos con ella«.
Pero, vamos, que nadie crea que este es el único patrón de comportamiento (nocivo) que existe en la periferia crítica del Festival de Cannes 2017. También ocurre lo contrario: globazos de no creérselo que se inflan de forma comunitaria entre los periodistas y que se pinchan al llegar a la taquilla, cintas que son totalmente ignoradas tanto por la crítica como pero el festival pero que acaban convirtiéndose en clásicos contemporáneos… De todo hay en la viña del Señor Cannes. Pero el caso del que os he venido a hablar es el de «The Square«, que es bien fuertecito.
Porque, mirad, la cuestión es que a mi «Fuerza Mayor«, el anterior film de Ruben Östlund, me pareció una jodida maravilla. Un film necesario en su afiladísima capacidad para desafiar al status quo de la masculinidad en un momento en el que los roles de género se están cuestionando, resquebrajando, reconstruyendo. Así las cosas, cuando me enteré de que «The Square» concursaría en Cannes, me alegré. Y tenía ganas de ver la peli, claro. Pero, viendo la reacción de la crítica ante la Palma de Oro, no pude evitar un poco de bajuna en mis expectativas.
Bueno, «un poco» no. Más bien «un mucho». Así las cosas, cuando finalmente me acerqué a una sala de cine para ver «The Square«, lo hice con el ánimo tocado y sin grandes esperanzas. Pero, sin embargo, desde la primera secuencia, me volvió el subidón. No es para menos… En el primer plano se nos presenta «The Square«, no la película, sino la obra de arte de Lola Arias -que, por cierto, existe en realidad e inspiró directamente el guión del film- consistente en un cuadrado delimitado en el suelo dentro del cual todo el mundo tiene los mismos derechos y deberes y, por lo tanto, puede pedir ser ayudado sabiendo que el resto de comunidad deberá ayudarle.
Pero, a continuación, un inteligente plano secuencia marca a fuego los primeros adoquines del camino que recorrerá el resto de película. El plano secuencia se abre con una mujer gritando repetidamente «¿quiere ayudar a salvar una vida humana?» a los transeúntes que la ignoran categóricamente. De repente, se escuchan gritos en la calle, un hombre se detiene, otro hombre se detiene… Y se desata el caos fugaz con una mujer que grita, otro hombre que la persigue, los dos hombres que se han detenido y la defienden. La mujer se va, el presunto agresor también, los dos hombres que se han detenido comparten un momento de «esto ha sido la hostia» y, cuando se queda solo, el protagonista se da cuenta de que le han robado la cartera y el teléfono móvil.
Dicho de otra forma: Christian, el protagonista interpretado por el sorprendente Claes Bang (en serio, ¿de dónde carajo sale este portento de actor ?), se deja llevar por el impulso inicial de ayudar al prójimo, pero el prójimo le devuelve ese impulso en forma de fechoría. «The Square«, al fin y al cabo, puede parecer que es una disertación en torno al mundo del arte… Pero más bien es una película sobre la difícil tensión en el seno de valores como el altruismo, la ayuda al prójimo o la desconfianza en un mundo actual puesto del revés debido a los movimientos migratorios y al uso de conceptos como «inmigración» o «pobreza» como carta blanca para políticas regresivas.
En la superficie, está claro que Ruben Östlund usa el mundo del arte para conseguir esa pátina de surrealismo cotidiano que tanto le gusta y que ya brilló bien pulidita en «Fuerza Mayor«. Ese mundo del arte se retrata aquí en todo su absurdo, con obras estupidizantes (los montones de arena, los neones, las sillas apiladas) que han perdido su capacidad de ser elocuentes, de desafiar, de generar debate. También se hace leña del árbol caído de los comisarios de arte y de la imposibilidad de los museos (incluso de los museos de arte contemporáneo) a la hora de abrir la mínima brecha de interés en el paradigma de la cultura express basada en las redes sociales y en la dictadura de lo espectacular, clichetero y efímero.
De repente, el lenguaje del arte, que siempre había resultado ombliguista y ampuloso, tan pagado de sí mismo, se encuentra con otro lenguaje más ombliguista y ampuloso y pagado de sí mismo: el del new media lubricado por jóvenes obsesionados con lo viral. El resultado de este choque de trenes no podía ser más tronchantemente acertado, y acaba formalizándose en ese anuncio de la niña indigente rubia que explota dentro de «The Square» (la obra de Lola Arias) mientras sostiene un gatito. Sí, te mueres de la risa. Pero la cosa tiene guasa.
Y habrá quien opine que el abordaje del mundo del arte que realiza Östlund en la película es superficial y que, al reírse de los clichés sin permitirse profundizar en las complejidades del mundo del arte moderno, lo que hace es convertir su película en otro cliché sin profundidad. Pero repito: la profundidad es inoculada en «The Square» por el sub-tema del contrato social. Ayudar o no ayudar. Desconfiar o no desconfiar. Poner en marcha un «plan» para recuperar tu móvil y tu cartera aunque pueda joder a los más desfavorecidos (en los que ni has pensado) o no hacerlo.
La respuesta propuesta por el realizador es interesante. Y es que «The Square» no es un canto al altruismo ni quiere hacer creer al espectador que otros mundos mejores son posibles y que esos mundos mejores nacen cuando tiendes la mano al prójimo sin miedo ni desconfianza. Ni hablar. Como toda buena ficción, la película de Östlund no ofrece ninguna respuesta, pero juega de forma mucho más que hipnótica con las preguntas. Cuando apuesta por la confianza al prójimo, lo hace de forma sutil y sin levantar la voz, sin subrayados buenistas (para saber que el indigente al que el protagonista le ha dejado unas bolsas de la compra mientras buscaba a sus hijas no las ha robado te has de fijar, por ejemplo, en que en la siguiente escena Christian sigue llevando esas mismas bolsas).
De hecho, y curiosamente, siempre que este debate aparece en la esfera pública, se decanta por la naturalidad. «Tampoco somos tan chungos«, parece decirnos el director en escenas en las que siempre prima la humanidad, como cuando Christian busca al niño al que han castigado por su culpa o como cuando ofrece dinero a la misma indigente que le trató de forma borde en un restaurante unos días atrás. Pero, entonces, entramos en la esfera de lo privado, aquí metaforizada en el mundo del arte, y la cosa se complica.
Puede que hagamos primar la humanidad en lo público, pero en la privado prima el instinto, lo primitivo. Las fiestas de la crew del museo parecen raves tribales. Y, en la (muy alucinante) escena del hombre mono aterrorizando una cena de etiqueta, todo el mundo se mantiene en su sitio al principio porque entiende que es parte de la performance. Luego puede el miedo, el «que no me pase nada«. Y, cuando el artista / hombre mono se pasa tres pueblos y agrede a una chica, los hombres del lugar se congregan como manada y aplican el azote de la violencia sobre aquel que ha vulnerado el contrato social. La violencia de la reacción de los hombres es excesiva. Pero es que ya somos demasiado humanos en la esfera pública como para perder la oportunidad de dar rienda suelta a lo primigenia cuando nos dan una excusa en la esfera de lo privado.
Que nadie me malinterprete: por mucho que os haya metido una chapa considerable al respecto de todos estos temas, «The Square» es un film que se disfruta de forma bien profunda en sí misma, sin complicaciones. Es una comedia pluscuamperfecta pero ciertamente oscura a la manera de, por ejemplo, Maren Ade o Ulrich Seidl (no, no voy a empezar a hablar aquí de la nueva comedia que nos viene del norte de Europa, aunque bien podría hacerlo y tendría para otra buena chapa). Está magistralmente dirigida, con unos planos secuencias sublimes que sirven a diferentes propósitos (a veces se busca la tensión dramática, otras la distensión narrativa) y con algunas composiciones de cuadro que, curiosamente, homenajean a lo pictórico (como ese momento en el que el protagonista se ve en medio de un centro comercial que más bien parece un carrusel humano).
Así que la conclusión es sencilla: mira, en serio, nunca más te fíes de ninguna conclusión que parezca surgir del Festival de Cannes. Porque no. Porque, por culpa de estas gilipolleces, «The Square» casi podría haber pasado desapercibida. Y eso sí que sería un crimen imperdonable. [Más información en el Facebook de «The Square»]