Ahora que “Lost” ha conseguido que la ciencia ficción con trasfondo cultureta sea algo no sólo común y corriente, sino incluso “cool”, no está de más recordar que hay quien lleva tiempo explorando páramos similares. Más allá de autores (o artesanos, depende del caso) que después se han beneficiado de una resonancia gigantesca, como Guillermo del Toro o Christopher Nolan, hay otros casos que se quedaron allá, en el limbo de ningún lugar y ninguna parte. Vincenzo Natali marcó una temporada cinematográfica con su delirante “Cube” (1997), un excelente film-matrioshka que disertaba sobre el absurdo existencial contemporáneo a partir de un body-count en el que el asesino era un cubo inminso ideado como trampa mortal de la que era imposible escapar (la vida misma, vamos). Tras aquel film, y pese a intentos tan recuperables como “Cypher” (2002), pudiera parecer que Natali calló en el olvido y en esa suerte de estracismo que suele practicarse contra los hypes de temporada.
“Splice” debía ser el film con el que celebráramos el regreso de Natali por todo lo alto… Y así es, aunque el Natali que festejamos no es el mismo Natali que pretendíamos que regresara. Aquel era un director que concebía la ciencia ficción como un patio trasero de la industria del cine, como un campo de pruebas en el que intentar hacer colisionar dos átomos de materia contra antimateria, ciencia ficción contra trasfondo metafísico. Como una revisión de Ray Bradbury, George Orwell y esos clásicos que, a base de años encima, convirtieron la ciencia ficción en realidad pura y dura. El Natali que regresa, sin embargo, está más bien en la línea de otros practicantes de la vertiente más comercial del género, como una versión de Jeunet o Scott con un enfoque hacia la taquilla sólo tamizada por ciertos toques de aquel malrollismo orgánico del primer Cronenberg. ¿Se nos ha pasado Natali al lado oscuro-comercial? Puede que sí. ¿Significa eso que estamos ante una versión defectuosa del Natali que nos enamoró? Ni mucho menos.
Puede que las ínfulas de blockbuster que recorren «Splice» acaben mermando lo disfrutable de esta (al fin y al cabo) Serie B. De hecho, esta voluntad de llegar al máximo público posible desluce finalmente lo que podría ser un inquietante retrato de las monstruosidades de la genética, una materialización de uno de los miedos primigenios del ser humano: que el sentimiento de cariño familiar pueda conducir a la (auto)devastación por la vía de amamantar (figuradamente) a una criatura sin las pautas morales de los humanos pero con capacidades destructivas que superan lo soñado por cualquier padre y cualquier madre. Un Frankenstein de la era de la biotecnológica. Rozando lo incestuoso y picoteando en lo ambiguo, Natali tiene un punto de partida con suficientes niveles de lectura como para satisfacer a toda clase de públicos… Finalmente, sin embargo, esas posibilidades quedan soterradas bajo el peso aplastante de una comercialidad que prefiere alimentar personajes tópicos y detestables escritos a la medida de ciertos actores (Adrien Brody y Sarah Polley), además de cargar las tintas en los tramos de acción del film. Queda para recuerdo la creación de uno de los «monstruos» más magnéticamente fascinantes del último cine de terror y ciencia ficción… Y, pese a todo lo dicho, ¿estamos afirmando que Natali sigue de capa caída y que «Splice» es un subrproducto desemerecedor de su apellido? Ni mucho menos. Incluso los snobs necesitan (necesitamos) cine palomitero de vez en cuando… Mejor, qué digo, infinitamente mejor «Splice» que «Scar 3D«.