Cuando algo que te ha estado acompañado a lo largo de los años se acaba, te deja un vacío existencial muy difícil de rellenar. En una sociedad como la nuestra, esto pasa a menudo y con cosas que a priori podrían parecer tan triviales como una serie de televisión, un grupo de música, una saga de películas o un cómic. Hace unos años, se acabó una de esas series que marcan la diferencia -no, no hablo de «Lost«, ¡aunque podría!-. Brian Azzarello y Eduardo Risso, de la mano de «100 Balas«, se marchaban por la puerta grande de esa casa tan bonita (y que ahora está algo en ruinas) que es Vertigo. Después de esto, ambos siguieron sus respectivos caminos, pero el tiempo los ha vuelto a reunir donde tenía que hacerlo. Dos de los hijos más queridos han vuelto a casa… Y de que manera.
Todo lo que toca este tándem lleva la etiqueta de calidad máxima asegurada. «Spaceman«, la obra que nos tiene aquí hoy, no iba a ser menos. Azzarello deja de lado el género negro puro y duro para adentrarnos en una época futura no muy lejana donde el mar ha acabado por imponerse a la tierra, dejando a gran parte del planeta sumergido en agua. Por lo tanto, nos encontramos ante una sociedad fragmentada, dividida entre ricos muy ricos y pobres muy pobres: los que viven en tierra firme y los que viven rodeados de agua, en la intemperie. En esta situación conocemos a nuestro protagonista, Orson, un humano de aspecto simiesco nacido como resultado de un proyecto espacial de la NASA que tenía como objetivo crear seres humanos biogenéticamente para que pudiesen soportar los viajes en el tiempo. Este tierno personaje entre Hulk y un mono se verá envuelto sin quererlo ni beberlo en un curioso caso de desaparición: el secuestro de la última ganadora de “El Arca”, un reality show mundialmente conocido en el que los concursantes se disputan una plaza en el regimiento de hijos adoptivos que la familia de dos súper estrellas de la tele ofrece cada edición -hola, Brangelina-. Destino, dinero, fama, audiencias: todo se mezcla para dar forma a este noir futurístico espacial.
Como viene siendo habitual, el arte de Eduardo Risso cobra un papel protagonista en la historia. Página a página, el autor sigue acrecentando su fama de dibujante estrella. Ya lo pudimos ver en «100 Balas» o, más recientemente, en «El Caballero de la Venganza» -el especial de Flashpoint dedicado a Batman-; pero aquí Risso no tiene límites y se supera constantemente. Cada portada, cada página es una obra de arte. No es de extrañar que durante el transcurso de la historia, Azzarello, deje hablar a su historia única y exclusivamente a través del dibujo de Risso. Es más: algo tan trascendental como son las últimas páginas de la obra no llevan texto alguno, permitiendo a las viñetas hablar por sí mismas, con voz propia.
Tengo que admitir que este es el cómic que más me ha costado leer en muchísimo tiempo. No es que la lengua de Shakespeare se me resista demasiado, no. En «Spaceman«, Azzarello utiliza un un proto-lenguaje inventado por él mismo que tiene como base todo tipo de slangs. Casi como si utilizase la jerga de una jerga. Por suerte, no tendremos que soportar una larga espera tediosa, ya que la editorial ECC publicará esta obra, en su indispensable edición de lujo en tapa dura, este mes diciembre como novedad estrella para las navidades.
Crítica a la televisión basura, secuestros, personajes muy bien caracterizados, una segunda línea argumental que no te deja claro si estás presenciando flashbacks, flashforwards, alucinaciones de Orson o qué y un sin fin de otras cosas hacen de «Spaceman» una de las sorpresas del año. Al final, nos encontramos ante la historia un tipo creado para llevar a cabo cosas extraordinarias que, sin embargo, acaba viviendo una vida ordinaria hasta que, sin darse cuenta, acaba metido en una insólita situación para, al final, volver a una vida corriente. «Spaceman» es una bola de nieve de emoción y tragedia toda envuelta en un gran cómic, final de lagrimilla incluido. Azzarello y Risso lo han vuelto a hacer: se van por la puerta grande dejándonos con un sentimiento de desazón enorme y lo único qué podemos hacer es preguntarnos entre sollozos «¿cuándo volveréis a casa?»