«En El Sótano» de Ulrich Seidl es una de esas películas que atentan contra tu credibilidad y en las que la realidad supera (con creces) a la ficción.
Hace pocos años, el caso Fritzl resonó en todos los medios europeos: El austríaco Josef Fritzl mantuvo a su hija, Elizabeth, en cautiverio en un sótano durante más de una década con la cual tuvo hasta siete hijos, todos ellos concebidos bajo relaciones incestuosas. Creo que a todos nos suena la historia. En su momento, muchos nos preguntamos cómo era posible que se mantuviera esta doble vida y que nadie se enterase de lo sucedido… Pero, oh, como Ulrich Seidl se ha empeñado en señalar , los sótanos austríacos esconden mucho más de lo que jamás podamos imaginar.
Si en otras ocasiones Seidl se presentó con ficciones que podrían ser perfectamente retratos de hechos reales, con «En El Sótano» le da la vuelta a la tortilla y nos encontramos con un documental cuyo surrealismo sobrepasa nuestra percepción de la realidad. Los encuadres perfectos y el uso de la saturación para contrastar los azules y los amarillos, a veces ligeramente, otras veces con total protagonismo, ensanchan esa aura de magia que te obliga a cuestionarte unas diez veces durante la película “esto no puede ser un documental”. Pero sí que lo es. Aparentemente, el director convenció a gente con filias ciertamente extrañas (¿o quizás no tan poco comunes después de todo?) para que se dejasen filmar en sus sótanos, el único lugar donde es posible llevarlas sin estar expuestos a ojos de curiosos y de gente que juzga.
Justo para evitar opiniones propias, Seidl parece replicar el estilo contemplativo de su compatriota Nikolaus Geyrhalter, o quizás no haya aquí replica alguna y nos encontremos ante cierta corriente documental austríaca que irá cobrando fuerza en los años por venir. El director, en el caso de «En El Sótano«, no opina ni dice una sola palabra durante todo el metraje, pero sí que encuadra la incomodidad e impone un pensamiento a través de la imagen. No hay ningún tipo de piedad hacia los personajes y espacios retratados, y se quedan ahí sostenidos, quietos, esperando el veredicto final del espectador.
A pesar de esa intención de contemplar la vida pasar, el ritmo de «En El Sótano» se vuelve meticuloso. Al no presentar una continuación de eventos, la trama se desarrolla en torno a la gravedad del sótano que toca en cada momento, empezando con gente friki y acabando con perversiones que son mejor no mentar en público, alternando historias, volviendo adelante, atrás y manteniendo algún que otro sótano como hilo conductor.
Y no hay otra opción posible ante el documental de Seidl: tienes que tomártelo con humor. Porque la incredulidad pasa a un segundo plano después de un rato, y uno no puede evitar soltar una carcajada sincera cuando un hombre dice que su mejor regalo de bodas fue el cuadro de Hitler que tiene colgado detrás de él. Gente rara a raudales. Y una se pregunta, “si es esto lo que la gente está dispuesta a enseñar, ¿qué será aquello que guardan los que ni se atreven a exhibirlo delante de una cámara?”
Ulrich Seidl coloca con las paredes de estos sótanos un marco a la realidad y, con ello, lo separa y lo disecciona. Esta verdad está aumentada y vista por la lente cóncava de la cámara. El esperpento está servido… ¿Cómo, si no, sería el primer nombre en los títulos de crédito el de un hombre que se llama Fritz Lang?
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