Digámoslo rápido y con los ojos bien apretados, para que duela lo menos posbile: SOS 4.8 ha demostrado en esta edición de 2011 que acabamos de cerrar (celebrada los días 6 y 7 de mayo en Murcia) que, si existe un pariente lejano que ha heredado el espíritu de nuestro añoradísimo Summercase es, precisamente, este festival que durante dos días consigue hacer de Murcia algo así como el Paraíso Indie que siempre se cita en crítica musical. De forma similar a aquel festival que nos introdujo el concepto «twin» (Barcelona / Madrid) en el vocabulario eventista, el SOS 4.8 opta por una concepción mucho más festiva que otros festivales (al fin y al cabo, ¿»festival» no viene de «fiesta»?): una celebración por todo lo alto que huye de lo esnobista -por mucho que se permita ciertas concesiones- sin necesidad de caer en lo populista. Hablando en plata: una versión del FIB sin guiris, una especie de Sónar noche sin electrónica ni desfase lisérgico, algo parecido a un Summercase a fuego lento…
Este año, además, a los dos días del propio festival (el 6 y el 7 de mayo) se les han sumado otras jornadas como la que abría las puertas a la facción «PRO» de la industria musical: el día 5 de mayo, el SOS 4.8 daba el pistoletazo de salida con tres mesas redondas que dio la bienvenida al sector obligándonos a utilizar la cabeza un poco antes de pasar a mayores y que nuestra fuerza vital se concentrara en los pies bailongos. Allá se habló de políticas públicas y eventos musicales (en una mesa redonda que empezó demasiado ceñuda pero acabó distendiéndose), de marcas y música (donde no dejó de darse una visión a veces excesivamente idílica de una relación normalmente tirante sólo matizada por la acertadísima intervención de Robert Grima, director de LiveNation España) y de nueva comunicación musical (con Borja Prieto (Herzio), Joan S. Luna (MondoSonoro) y Pepo Ibáñez (waaau.tv) como vozarrones de sentido en un discurso algo trillado). Y aunque se echaba en falta una menor profusión de monólogos en los que cada poniente exponía sus propios rollos (a veces excesivamente corporativos, especialmente en lo referente a las marcas) y más diálogo propiamente dicho, lo cierto es que este primer contacto del SOS 4.8 con el formato PRO se saldó con un aprobado alto a ir puliendo en siguientes ediciones.
Pero aquello no dejó de ser un aperitivo a lo que estaba por llegar: dos días non-stop de conciertos de los que nos limitamos a una selección personal e intransferible. Para los rezagados como nosotros, el viernes 6 de mayo empezaba con Manel demostrando que el catalán ya no es barrera a la hora de cruzar la frontera catalana: el escenario Jagermeister estaba repleto de fans que se no dudaron en poner en voz alta (y cantada) el hecho de que, por mucho que la prensa se haya empeñado en afirmar que «10 Milles Per Veure Una Bona Armadura» es menos accesible que el debut de la banda, las nuevas canciones funcionan en directo igual que las de su anterior «Els Millors Professors Europeus«. Un rato después llegaban los triunfadores de la noche (y, si me apuran, incluso del festival): pese a cierta facción del público rozando lo obtuso (habrá que achacarlo a que el Audiotorio MondoSonoro estaba demasiado cerca del zapatilleo del SOS Club), These New Puritans importaron a Murcia su show «Hidden Live» aprovechando el producto nacional bruto. Y es que tanto la orquesta como el coro del show estaban formados por profesionales murcianos que captaron a la perfección el espíritu esencial de un disco oscuro y megalómano que casa a la perfección con la puesta en escena maximalista que se pudo catar en su máximo esplendor, con una profusión instrumental pocas veces vista (el tambor gigante que coronaba la pirámide instrumental era sólo la punta de un iceberg con sutilezas como cadenas fantasmagóricas, espadas afiladas o sandías reventadas con un martillo) que sirvió de ropaje excepcional para unos temas que brillaron como nunca… ¿Existe alguien que no tuviera los pelos de punta durante «Drum Courts – Where Coral Lies«? ¿Que no estuviera al borde de la lágrima de emoción al llegar al ecuador de «Orion«? Gigante.
Tras semejante cima de emoción, estaba cantado que la noche sólo podía caer en picado… Y la actuación de MGMT no fue capaz ni de implosionar sobre sí misma ni de explotar el ánimo de los asistentes. Lo cortés no quita la valiente: impresionaba ver el delirio masificado de los 45.000 asistentes al festival dándolo todo al llegar a ese fin de fiesta chusquero y karaokero que la banda siempre se marca en «Kids«. Pero que el gentío reaccione ante una tonadilla no significa que lo que hubo antes de eso estuviera a la altura. En esta ocasión, hay que reconocer que a la banda le faltó vibrar sobre el escenario. Deberían considerar la opción de aparcar su empeño de trascendencia (tras el batacazo hippie parece que vayan de intelectuales trasnochados… ¿no le pasó algo así a la generación del 60?) y retomar su capacidad para la melodía pop más chispeante. Aunque tampoco es necesario llegar a los extremos (por otra parte, sanamente tronchantes) de The Bloody Beetroots: pura zapatilla en forma de apisonadora que pasaba por encima de referencias una tras otra. A veces sonaban a Daft Punk, otras a Soulwax. Pero siempre tiraban del mismo rollo recalcitrantemente cholo ante el que era imposible no rendirse. Total, eran las 3 de la madrugada y lo que queríamos era eso: menos cabeza y más quemar la suela de las bambas.
El sábado 7 volvía a abrirse cuando el sol apretaba menos… Llegábamos al recinto justo para caer en la actuación de Hola A Todo El Mundo: una verdadera sorpresa que hizo llenazo absoluto en el escenario Jagermeister a base de una puesta en escena teatral (con los miembros de la banda disfrazados a medias entre lo carnavalesco y lo hippie) y, sobre todo, de un conjunto de himnos que el público traía bien aprendidos. Para desgracia de cualquier artistas que coincidiera en horarios, justo en aquel momento Caribou llegaba al SOS Club con una de esas sesiones que pasan a la historia festivalera y que siguen recordándose años después como referente del baile bien entendido. Difícil lo tenía Dan Snaith: justo antes de su sesión, EllayEl estuvieron dando palos de ciego al concepto dj con una sesión que de fácil rozaba lo absurdo, lo aburrido y, sobre todo, lo desagradable (al escuchar seguiditos a Pixies, The Chemical Brothers y Underworld se imponía mirar el calendario del móvil para certificar que estamos en 2011 por mucho efecto choni-tron con el que revistan sus mixes… Será que EllayEl no tienen calendario en el móvil y no se han dado cuenta). Sea como sea, Caribou no tardó en meterse al público en el bolsillo gracias a una concatenación de hits profundamente arraigados en el zeitgeist de su tiempo: sin olvidar que la audiencia quería machacarse las rodillas, Snaith fue capaz de ir colando joyas de salsa-disco con solos de trompeta, africanismo clubero e incluso retro-house trotón con unos subidones que se llevaron algunos de los aplausos más sentidos del festival. Una pena que esto ocurriera de 8:30 a 10:30 de la noche y no como fin de fiesta en el escenario grande…
Y es que, de nuevo, el resto de la noche lo tenía difícil para competir con semejante cúspide de emoción. Si alguien no quedó tocado por Caribou, lo más normal sería que acabara con el ánimo afectado por otro de los triunfadores de la noche: todo aquel que salía del Auditorio MondoSonoro después del «Room» de Standstill coincidía en que la noche se había acabado para ellos. Algunos incluso creían que era el mundo lo que se había acabado… Por su parte, Everything Everything demostraran en el escenario Jagermeister que merecían el público que más bien se congregaba en el escenario Estrella Levante para rendir pleitesía a Editors, una banda que últimamente no falla nunca pero que raramente sorprende. Acto seguido, lo de Suede puede entrar directamente en la categoría de despropósito: si su reunión se hubiera quedado en los selectos conciertos que ofrecieron en diciembre del año pasado, podríamos haberlos recordado para siempre con (mucho) cariño. Pero es que en el festival murciano, la camisa negra abierta hasta el ombligo de Brett Anderson recordaba a un camarero viejuno de la Costa Brava, mientras que algo similar ocurría con unas canciones que cada vez suenan más añejas (en el mal sentido de la palabra). De vuelta al escenario «pequeño» (pero no tan pequeño), a !!! les costaba arrancar pero conseguían situarse a su propia altura en las canciones finales. Para muchos, la noche acabó con Tiga en el escenario Estrella Levante: poco antes de arrancar su sesión, la PA petaba estrepitosamente y el sonido caía en picado… Eso no impidió que la gran mayoría de los allá congregados arrastraran sus pies danzantes hacia primeras horas de la mañana.
Al día siguiente, el SOS 4.8 nos decía «hasta la próxima temporada» de la mejor forma posible: con un doble concierto en la Plaza de las Flores de Murcia, lugar de peregrinaje vermouthero al que fuimos a parar con chanclas y con resaca acumulada. Sr. Chinarro se hizo con el público gracias a su innata capacidad para el verso mientras que Standstill estampaban un sonoro punto y final al festival con una actuación capaz de elevar almas de una forma tan religiosa como el fondo catedralicio contra el que se recortaba la banda… Ahí, justo ahí, con Montefusco y compañía soltando truenos desde sus instrumentos, era el momento de hacer recuento y admitir que si hay algo sorprendente en el SOS 4.8 es el hecho de que es un festival capaz de congregar a 45.000 asistentes por día y que, de ese escalofriante montante, casi la totalidad sean españoles que, al fin y al cabo, dan sopas con hondas a los agoreros que pregonan la muerte de la industria musical. ¿Que un artista patrio es incapaz de vender discos? ¿Que no vende entradas para conciertos? Entonces, ¿cómo se come que propuestas como la de Hola A Todo El Mundo superaran en aforo y en implicación a otras como Everything Everything? ¿Cómo se explica que la gente acabara hablando más del doblete de Standstill que de la mismísima Patti Smith? ¿Estamos en época de cambio?
Si nos ponemos puntillosos, podríamos pedir al festival una doble mejora: una variedad más amplia (no en los estilos, pero sí a la hora de escoger: tres escenarios se quedan cortos ante una audiencia tan grande) y un mayor mimo al tramo final de la noche, a ese grand finale fiestero que en Summercase nos llevaba hasta altas horas de la madrugada por mucho que lleváramos en el recinto desde bien temprano. Sí, volvemos a las comparaciones. Porque si aquel festival murió debido a su intención de ir demasiado deprisa, no queremos que el SOS 4.8 vaya demasiado despacio. El público ya lo tiene fichando cada año… Ahora, sólo le falta seguir creciendo en la dirección adecuada.