Todos sospechábamos que la primera jornada del Sónar 2022 iba a ser mágica… Y nuestra crónica del jueves 16 de junio confirma la sospecha.
Podría intentar hacer pasar esta crónica por un ejercicio de objetividad pura y dura… Pero, mirad, no me pidáis objetividad porque no está el mundo para objetividades. Tres años han transcurrido desde la última vez que pisé el recinto del Sónar y, después de todo lo que hemos pasado, una cosa os voy a decir: al bajar por el amplio pasillo que desemboca en el escenario SonarVillage, el corazón enmoquetado de césped del recinto de día, lo que sentí fue algo difícil de describir con palabras.
Y, ojo, que vengo de dos fines de semana de Primavera Sound y así lo digo, sin objetividad que valga: lo que he sentido al entrar en la Fira de Montjuïch no tiene nada que ver con lo que sentí al entrar en el Fórum. Lo del Sónar fue magia en forma de electricidad estática erizando los pelos de mis antebrazos, recorriendo mi espinilla como un dulce zumbido que tenía mucho de familiaridad y mucho más de calma que precede a la euforia. Y euforia fue lo que vivimos ayer precisamente en la primera jornada del Sónar 2022.
El jueves siempre es un día especial. Para empezar, porque es el único día que no tiene noche (qué bien suena esto, ¿no?) y, al no dividirse el público en dos frentes, uno que se queda en la Fira de Montjuïch y otro que corre hacia L’Hospitalet, en el SonarVillage se acaba armando una piña maravillosa que exprime la experiencia hasta que tocan las campanas de medianoche… y toca irse a casa (o con la fiesta a otra parte). Pero, sobre todo, es un día especial porque es el reencuentro, la vuelta a casa, ese momento en el que te reúnes con la familia y todo lo que vives se empaña de esa ilusión cálida y reconfortante que sientes al volver a un espacio que has echado de menos. Luego ya vendrá el cansancio y la resaca y el calor y la extenuación. Pero el jueves es especial.
Ya lo he dicho: no me pidáis objetividad. Porque es imposible ser objetivo cuando lo primero que haces al aterrizar en el Sónar 2022 (bueno, lo primero es pillar una birra, pero ya me entendéis) es meterte de cabeza en el SonarHall para ver a Paranoid London. Para quien no sepa de lo que estoy hablando: SonarHall es uno de los escenarios más icónicos del festival y, probablemente, de todos los festivales en los que he estado en toda mi vida. Una gigantesca sala envuelta de inmensos cortinajes de terciopelo rojo que tiñen de onirismo lynchiano todas las actuaciones de este escenario.
Y lo de Paranoid London solo puede ser definido tal que así: onírico. Porque, en cualquier otro momento, en cualquier otro festival, me dicen que voy a estar a las 6 de la tarde envuelto de oscuridad y bailando este technazo, y no me lo creo. Gerardo Delgado y Quinn Whalley se hicieron acompañar en directo por Mutado Pintado (de Warmduscher) y Josh Caffe, y los visuales de Bob Jaroc acabaron de definir un universo de extravaganza nocturna en el que resultaba demasiado fácil perder la cabeza y olvidar por completo que estábamos a la hora de la merienda… y que todavía quedaba mucho festival por delante.
Lo de Chico Blanco estuvo más acorde a su lugar y horario. En un SonarPark by Dice que desorientaba precisamente por haber cambiado su configuración con respecto a años anteriores, lo de Chico Blanco fue una triunfada en toda regla que confirmó lo que ya sabíamos todo: que la fórmula de este chaval (rave-pop pletórico a rebosar de buena energía y euforia optimista) lo tiene todo para triunfar fuera de nuestras fronteras. Su actuación fue un verdadero sandwhich de gozonería emparedado por dos hits incontestables: su nueva «tyy» abriendo el set y la imparable «Positif Siempre» como cierre. Y una cosa está clara: la mayor parte de mis amigos extranjeros acudieron al concierto sin necesidad de que yo se lo vendiera, convencidos de que Chico Blanco es de lo más vibrante que está ocurriendo en nuestro panorama. Pero, sobre todo, abandonaron el escenario enamorados y fascinados a partes iguales. Esto solo puede ser el principio de algo muy grande.
A continuación, ese tipo de cosas que suelen ocurrir en festivales… Yo iba a ver a Amnesia Scanner en el SonarHall, pero acabé atrapado en Pongo en el SonarVillage. Y es que, al fin y al cabo, la master class de neo-kuduro que ofreció la artista casaba a las mil maravillas con el césped de este escenario y con la brisa de media tarde que por fin empezaba a correr entre nosotros. Todo acabó de cobrar sentido cuando un colega me explicó que Pongo es precisamente la autora del «Wegue Wegue» que acabó popularizándose por la vía de Buraka Som Sistema… Pero aquello fue aquello, y la Pongo de ahora ha evolucionado ese sonido hacia una estratosfera de cromatismo saturado que se te queda en la retina y explota en el cóccix. Que es donde nace precisamente el twerking que la nación blanca del Sónar practicó muy por encima de sus posibilidades a los pies de Pongo. Reina.
Y, entonces, lo que os explicaba al principio. La piña que se forma en el SónarVillage en la sesión de cierre como una comunidad mística compartiendo una experiencia chamánica. Además, la organización del festival es plenamente consciente de ello y programa en consecuencia… Nadie mejor para canalizar este reencuentro después de tres años que Jayda G. Yo siempre digo lo mismo: a mí, esta dj me da vibra de verano del año 1999 con house de pajareo lubricando el buen rollo al amanecer después de una noche de fiesta en la playa. Y así, tal cual, fue como lo vivimos ayer en una sesión que partió desde el disco de aroma vintage para ir navegando poco a poco hacia el house en technicolor que tan bien sabe mezcla Jayda G.
Pero entonces sonaron las doce campanadas… Y tocó recogerse porque, hoy, más. Y puede que incluso mejor. Por mucho que lo de ayer en Sónar 2022 ya fuera bastante insuperable. [Más información en la web del Sónar 2022]