El Sónar 2019 anuncia que ha tenido 20.000 asistentes menos… Y esto nos lleva a una reflexión en torno al estado de la burbuja festivalera actual.
Esta mañana hablaba con mi madre por teléfono y una de sus primeras preguntas ha sido: «¿es verdad eso de que el Sónar ha tenido 20.000 asistentes menos que el año pasado?«. Me dice que lo ha visto en el telediario. Y resulta que no es la única persona que me lo comenta desde que el Festival de Música Avanzada de Barcelona realizara su rueda de prensa de balance oficial el pasado sábado. Allá pusieron las cifras sobre la mesa y, sí, resulta que la bajada de público que muchos ya habíamos advertido en el recinto los dos días anteriores no había sido un espejismo y estaba avalada por las cifras oficiales.
Lo que, sin lugar a dudas, me lleva (y debería llevarnos a todos en general) a un conjunto de consideraciones de carácter no urgente, pero a lo mejor sí que relevantes y pertinentes. Primero, las consideraciones relativas al propio Sónar 2019 que acaba de cerrarse después de tres días intensos en lo musical por mucho que no haya conseguido amasar el éxito de público de otras ediciones. Dicen desde la organización que hay dos factores que han influido poderosamente en este descenso de afluencia: por un lado, el cambio de fechas desde su habitual mitad de junio hacia la mitad de julio; por el otro, la tan publicitada crisis con los riggers.
La primera es un putadón grande por dos motivos principales. Por un lado, porque el hecho de pensar en un Sónar a mediados de julio es muy probable que desanimara a muchos a la hora de comprar su entrada. Si a mediados de junio ya vivimos ediciones en las que literalmente era difícil moverse a través del recinto por la sensación de sofoco físico (bueno, en verdad sobre todo una edición en particular, hace dos años, en la que oficialmente estábamos atravesando una ola de calor), está claro que habrá muchas almas que hayan decidido no exponerse a lo mismo un mes después, con las temperaturas varios grados por encima en el termómetro.
Pero también es un putadón porque no se explica que a un festival como el Sónar pueda ocurrirle una cosa como esta. Tengo amigos de comercios de Barcelona que siempre repiten que, a diferencia de otros eventos, el Sónar se nota en toda la ciudad: en la gente, en el ambiente y, claro, también en las ventas. Y, precisamente por eso, porque el festival suma a la riqueza de la ciudad, resulta inconcebible que el Ayuntamiento o la Fira de Barcelona (o quien sea que tome estas decisiones, que no he iniciado ningún proceso de investigación al respecto y lo cierto es que debería hacerlo) permitan este baile de fechas que tanto afecta a un festival de estas características.
Porque yo siempre digo lo mismo: construir el cartel de un festival es un encaje de bolillos que la gente parece no acabar de comprender del todo. A la peña le encanta despotricar cuando se hacen públicos los carteles de los festivales sin pensar que el resultado final depende de mil y un factores que el propio festival no controla: tiene que haber artistas interesantes girando (porque, si no están girando, no vendrán solo para ti), tienen que cuadrarle las fichas en sus tournées, no tiene que haber ningún otro festival cercano -y no solo nacional- que le ofrezca más pasta… Y, claro, no sé yo si esto habrá influido o no, pero imagino que un cambio de fechas como este habrá implicado dificultades inéditas a la hora de abordar el cartel del Sónar 2019. Pero esto lo dejo para luego, que ya volveré a este tema a tenor de otro que saldrá más adelante.
Ahora mejor abordo el segundo motivo oficial que la organización ha ofrecido para justificar el descenso de afluencia: la huelga de riggers, de la que tanto se ha hablado pero de la que al final me encuentro que casi nadie sabe exactamente qué ha ocurrido. El pasado martes 16 de julio asistí a la rueda de prensa convocada con carácter de urgencia para explicar esta crisis, y lo cierto es que la idea que me quedó fue realmente preocupante. De forma resumida: el Sónar organiza el festival en la Fira, y la Fira impone que se trabaje con ciertas empresas concretas (entre ellas, la empresa de riggers) en unas condiciones concretas. Aquí llegamos al momento en el que los riggers se ponen en huelga no contra el Sónar, sino contra la Fira y sus condiciones contractuales, y el Sónar tiene que plantearse que, por mucho que respete y apoye las peticiones de los riggers (que, al fin y al cabo, no van con ellos), lo mejor será contratar a otra empresa externa para poder llevar el festival adelante.
Los riggers alegan que eso sería vulnerar su derecho de huelga (es decir: si tú haces huelga y tu jefe contrata a otra persona, está invalidando tu protesta porque tu trabajo sigue saliendo adelante -hecho por otra persona- y el impacto de lo reclamado es mucho menor). Finalmente, in extremis, un juez avala al festival para contratar otra empresa de riggers… Pero esto ha sucedido en las dos semanas antes de la celebración del evento, que es cuando más entradas locales y nacionales suelen venderse. Y si tú te estás planteando comprarte la entrada pero hay una ominosa sombra que parece amenazar su celebración, ¿le darías al click de «comprar»?
Lo más interesante (para mí) de aquella rueda de prensa en la que se explicó toda esta crisis de los riggers, sin embargo, fue la sorpresa de que la organización del Sónar expresara su desespero ante la sensación de que, por mucha ayuda que recibieran de ciertas personas en concreto dentro del Ayuntamiento (no de la Alcaldesa ni de forma oficial), nunca llegaran a saber quién podía desactivar aquella crisis. Quién la había creado, de hecho, en un buen principio. Y aquí que cada uno deje volar su imaginación conspiranoica de la misma forma en la que yo la he dejado volar desde entonces…
Sea como sea, me parece interesante haber llegado hasta aquí, hasta el lunes después del Sónar 2019, y encontrarme con un vigoroso debate interno entre los colaboradores de fantasticmag que alude precisamente al cartel de esta edición, ese tema que he dejado colgado un poco más arriba. Dice David Martínez de la Haza en una de las múltiples crónicas que hemos colgado hoy que «tampoco es cuestión de hacerse trampas al solitario y un poco de autocrítica en el balance se intuye necesaria. Porque, Sónar, ¿qué tal volver a meter melodías en el festival? […] No parecen tan lejanos los años en los que también tenían relevancia en el cartel desde viejas pero maravillosas glorias como Pet Shop Boys, The Human League o New Order hasta combos hedonistas como FM Belfast pasando por propuestas como Röyksopp con Robyn, Lykke Li o parte de PC Music. ¿Qué tal volver a darle un espacio al pop electrónico desde sus múltiples y aún apasionantes formas?«.
Y sus palabras, además de levantar un encendido debate en el chat que hemos mantenido de forma interna en fantasticmag durante los días del festival, me recuerda algo que he pensado de forma bastante recurrente en los tres días del Sónar 2019. El viernes, de hecho, me dio por pensar que llevaba dos días de festival y que no había estado en ningún concierto de electrónica pura y dura. Que todo lo que había visto podía tener injertos de electrónica pero, en serio, ¿qué género a salvo de lo digital en el siglo 21? Y esto ya fue hasta su extremo en un día del sábado en el que el festival se sublimó con esa tríada urbana que es Bad Bunny, Bad Gyal y Cecilio G.
Porque yo siempre digo lo mismo: el Sónar nunca fue un Festival de Música Electrónica, sino un Festival de Música Avanzada. Y lo que es avanzado ahora no es lo mismo que era hace quince años. Entonces era electrónica. Ahora es… otra cosa. Muchas otras cosas. Y lo cierto es que no puedo aplaudir más el hecho de que el Sónar en concreto hace ya algunas ediciones que abrió la mente (y, gozosamente, también abrió las piernas como todos las estamos abriendo ante algunas de las sonoridades más calentorras de la actualidad) en lo que a géneros musicales, sexualidades y queerness se refiere. Y cada edición va a más.
Permitidme otra cita. En la editorial de apertura de la Rockdelux del mes de junio, Álvaro García Montoliu reflexionaba sobre el Primavera Sound 2019 y afirmaba lo siguiente: «Al hilo de este claim del The New Normal que tanto ha calado, se preguntaba el Primavera Sound en la nota de prensa de presentación de su 19ª edición si su cartel era normal. Su conclusión es que no, pero quieren (y queremos) que así lo sea. Al menos en España, porque en otros países como Estados Unidos, Suecia o Noruega este cambio de paradigma que predican funciona desde hace tiempo. La cuestión no es criticar que Future haya encabezado una de las jornadas; en todo caso, sería cuestionarse por qué no lo ha hecho antes y por qué se ha articulado como parte de la imagen del festival, en lugar de introducirlo de una manera más natural y orgánica.»
El Sónar lo ha introducido y lleva tiempo introduciéndolo de forma natural y orgánica. Sin necesidad de articularlo como parte de la imagen del festival. Pero aquí llega el twist final de este artículo de opinión, que bien podría titularse: «Nuestros festivales, ¿qué las pasa a ellas?, pregunto«. Porque algo está pasando. A mí que no me digan. Esto es una apreciación totalmente personal, pero yo diría que este año también había menos gente en el Primavera Sound 2019. Y el resto de festivales no están a salvo. ¿No tenéis la sensación de que este año los grandes festivales clásicos han flaqueado ligeramente? ¿Que hay algunos que despuntaron hace algunos años como grandes esperanzas y que se han quedado un poco en agua de borrajas? ¿Que solo se salvan aquellos que no apuestan por la masividad, sino por el nicho y la experiencia minimalista?
En el chat que mencionaba más arriba, el mismo David me decía que ya no son solo las melodías por lo que sacaba a colación a Pet Shop Boys, sino que los mencionaba porque los británicos sí que venden entradas en un festival y no toda una ristra de raperos británicos… Y, mira, resulta que no. Me consta que no. Aquí no hay nadie más fan de Pet Shop Boys que yo, pero resulta que no venden tickets al aparecer como cabezas del cartel de ningún festival (según me han dicho varias veces desde diferentes festivales). Y quien dice Pet Shop Boys dice cualquier otro de las viejas glorias que ya se han desgastado en el circuito festivalero.
Juntemos lo dicho con otra cosa que hace tiempo que vengo diciendo: lo hemos visto todo, chavales. No queda nada con lo que los festivales nos puedan sorprender y agasajar y epatar. Y esto, el desencanto, puede que al final sea lo que haga pinchar la segunda burbuja festivalera que hace unos años que vivimos. Creíamos que sería la ambición desmedida de algunos nuevos jugadores sobre el tablero festivalero patrio. Creíamos que sería la competitividad desmedida de la escena. Creíamos que sería el superhábit de festivales por metro cuadrado… Pero será que, mira, es que el concepto de festival puede que nos empiece a cansar ligeramente.
Yo mismo, que cada año me hacía treinta festivales, este año decidí centrarme en un par de los grandes. Y ya. ¿Para qué más? De hecho, cada vez que sale este tema de conversación, muchos son los colegas que me dicen lo mismo. (E incluso suman otros agravantes como la pasta que te dejas, el cansancio físico, etc., etc.) Así que, de verdad, ante el desencanto, no puedo dejar de aplaudiar volantazos espectaculares y maravillosos como el del Sónar 2019 o el Primavera Sound 2019.
¿Que estos volantazos no se han correspondido con un subidón de público (y más en un caso como el del Sónar por el resto de circunstancias ya analizadas)? Puede ser. Pero es que tendremos que verlo en una panorámica que nos lleve más allá en el futuro. Esto ha sido una semillita: el público viejuno está muriendo (figuradamente) y hay que atraer a nuevos públicos. Públicos que son difíciles porque son jóvenes y no tienen un duro y se espantan al tener que pagar 5 euros una birra en un festival o 200 euros por un abono. Pero esos públicos están ahí, y son los que tarde o temprano, después de múltiples ajustes (por ambas partes: algunos festivales desaparecerán, el Sónar y el Primavera y los que siguen haciéndolo bien sobrevivirán, los supervivientes encontrarán las formas de atraer a estos nuevos públicos, los chavales irán teniendo más poder adquisitivo), acabarán llenando estos eventos… ¿Y conduciéndonos a la tercera burbuja festivalera?
Mira. Por ahora ni quiero pensarlo. Dejadme descansar después de este maravilloso Sónar 2019 que acabamos de vivir y que, a mí por lo menos, tan buen sabor de boca me ha dejado. Porque puede que el festival haya tenido 20.000 asistentes menos… Pero los que hemos estado ahí sabemos que, incluso con todas las dificultades, la organización ha conseguido ofrecernos otra edición histórica.
¿O no vamos a recordar maravillas como K Á R Y Y N, Arca (con su peluquero), Bad Bunny, Bad Gyal, Dellafuente O Cecilio G (y su caballo) por los siglos de los siglos? Esto, por cierto, debería llevarme a otra línea de pensamiento: el hecho de que lo mejor del festival (y de los festivales de este año) venga del mundo latino. El escalofrío de estar en la Fira con la muchedumbre coreando las canciones de Bad Bunny en castellano como NUNCA lo había visto en ninguna otra edición del festival. Pero lo dicho: aquí me planto. Otro día hablamos de los festivales y el latineo. [Más información en la web del Sónar 2019]