Nuestras diferentes crónicas de Sónar 2018 dicen que la última jornada del festival estuvo marcada por LCD Soundsystem… ¿Pero fue para bien o para mal?
PARA ALGUIEN DE 20 AÑOS
Decenas de cuerpos a mi alrededor se balanceaban adelante y atrás mientras animaciones psicodélicas en 3D recorrían las pantallas del escenario SonarPub la noche del sábado 16 de junio. A los platos, TOKiMONSTA lo orquestaba todo pasando sin problema desde el house al acid, pasando hasta por el “Walk It Talk It” de Migos y Drake. De vez en cuando conseguía vislumbrar la cabecita de la dj y productora estadounidense moviéndose con la música, y daba gusto verla disfrutar tanto como a nosotros. Recuerdo pensar en lo emocionante de ver a tanta gente desconocida unida por el mismo ritmo. Recuerdo pensar “tengo que encontrar una manera de contar esto en la crónica”, y que solo se me ocurriera que la música nos unía como cuando Yondu (sí, el de “Guardianes de la Galaxia”) atraviesa con su flecha un copón de personas y las mata de golpe. Es una metáfora terrible. Lo único que no me gusta de cubrir festivales es que me dejan tan tonta que nunca consigo hacerles justicia al contarlos. Pero creedme cuando os digo que el último día del Sónar 2018 fue precioso, y yo prometo no usar más referencias de pelis de superhéroes.
Nada apuntaba a que fuera a ser un día guay. Al revés: las premisas pronosticaban un futuro terrible. Y es que, llegando ultra tarde al Sónar de Día, con apenas tres horas dormidas, dolor de garganta y de piernas y amigos que solo tenían abono de noche, quién me iba a decir a mí que me lo iba a pasar tan bien en Nathy Peluso en el SonarXS. Acogida por unos amigos de unos amigos conocidos la noche anterior -y si algo me ha dejado claro mi primer Sónar es que la gente es más maja que en el Primavera Sound y hacer amigos es muy fácil-, ni el cansancio ni el (terrible) calor fueron impedimento para bailar los cuarenta y pico minutos que duró el concierto, que se pasaron volando a ritmo de cumbia y jazz suavecito. Creo que esto siempre lo digo: el truco para hacer que tu púbico disfrute es que tú seas el primero en pasártelo bien sobre el escenario. Y, si de algo va sobrada Nathy Peluso además de control de su vozarrón, es de presencia escénica. Acompañada tan solo de su productor, Peter Party, a los platos, la argentina llenaba toda la sala con sus bailes y sus exhortaciones el público a quererse y celebrar el amor. Y con sus temas, claro. Cuando le vino al turno a “Corashe”, creía que el SonarXS se vendría abajo de lo mucho que estábamos bailando todos.
De la última vez que vi a LCD Soundsystem, en el Primavera Sound de 2016, solo recuerdo agacharme a coger un mechero en el suelo y desequilibrarme hasta comerme el asfalto con la frente (serían tres centímetros de caída, nada grave, solo me quedó cicatriz en mi orgullo). Así que, aunque a su concierto en el SonarClub llegásemos casi una hora tarde, ya fue mejor que el anterior. Y más lo fue todavía cuando descubrí que no había llegado demasiado tarde como para perderme “Home”, una canción que me estuvo acompañando en bucle en un período un poco pocho de mi vida. Así que ahí estuve, dejándome la voz en todos los “ooooooooooooohhhhs” habidos y por haber en el repertorio del grupo, que no son pocos. Al borde de la lagrimita en “Someone Great” (creo que perderme “I Can Change” le vino bien a mi corazón), y explotando de felicidad en ese apoteósico cierre de “All My Friends”, en la que todos los amigos que faltaban (en comparación con el día del Primavera) parecían estar ahí otra vez.
Después de TOKiMONSTA nos asomamos a Fatima Al Qadiri solo para descubrir que su rollo no iba con nuestro mood en ese momento y recular nuevamente hasta el SonarPub. Ahora sí. Creo que, cuando como yo no conoces demasiada electrónica, te tienes que guiar por ese click que sientes cuando tu gusta lo que está sonando. Por aquello que te pone a bailar al instante. Y, a la una de la madrugada, ese click vino mano del set de Joe Kay, cuyo set de sonidos sexys y hiphoperos era justo lo que quería escuchar en ese momento. A las seis de la tarde, cuando me parecía imposible sobrevivir alegremente a esa noche, recuerdo pensar “luego de repente no sabrás ni cómo y serán las cinco de la mañana y seguirás bailando”. Dicho y hecho. De mi paso por Objekt en el SonarClub solo recuerdo bailar rodeada de oscuridad y amigos, y aparecer de repente en lo de Motor City Drum Ensemble y Jeremy Underground. Creo que yo quería cerrar con Laurent Garnier, pero me acordé horas y horas pasadas del cierre.
Con el cielo aclarándose poco a poco, esta vez la madrugada no tenía nada de triste y bajonero como la noche del viernes en Miss Kittin. Toda la gente de mi alrededor parecía igual de feliz que aquellos de la noche anterior, pero manteniendo un poco más la compostura. Miro el reloj. Las 06:56. Cuatro minutos para el final. Parece aquella canción de Justin Timberlake y Madonna. Tengo que ir al baño. Pero no quiero perderme el cierre de mi primer Sónar. No sé cómo, voy y vuelvo en menos de dos minutos (corriendo por todo el recinto, creo) y, ahora sí, entre besos y abrazos dan las siete, la música se para y yo pienso. “¿ya?”.
Volviendo un segundo atrás a TOKiMONSTA, no podía dejar de mirar a una pareja que tenía delante, fascinada por cómo bailaban mirándose como si no existiera mundo más allá de ellos y su música. Esto me lleva a esa frase de la película “Langosta” en la que la cabecilla de Los Solitarios dice eso de “Bailamos solos. Por eso solo ponemos música electrónica”, y pienso en que, quizás, los guionistas se hubieran tenido que dar un paseo por algún Sónar antes de escribir esa línea. Porque en el Sónar suena mucha, mucha, electrónica, y nadie se siente solo. Y esa es, al final, la razón por la que vamos y seguiremos yendo a festivales, buscando ese momento único de comunidad en el que música, tú, y centenares de desconocidos os convertís en uno sin necesidad ni de mediar palabra. [TEXTO: Patri di Filippo]
[/nextpage][nextpage title=»Alguien de 30 años» ]PARA ALGUIEN DE 30 AÑOS
Escribo esta crónica después de tres días de Sónar 2018, hecha polvo y jurándome a mí misma que no voy a volver a pisar un festival. Promesas que no valen nada porque sé que volveré a tropezar en la misma piedra, y porque los buenos momentos superan a la bajona (no perdona) que me entra cuando intento recuperarme después de semejante huracán.
El sábado, después de un viernes intenso, pisé el festival con calma, haciendo una primera parada en la instalación del Sónar+D llamada «Gravity«. Me tumbé en el suelo y me dejé llevar por un juego de luces y música que me gustó pero tampoco me impactó. A eso de las 18h tocaba Lory Money en el SonarXS, una de las actuaciones más esperadas del festival. Antes de su entrada triunfal, el senegalés fue presentado por un chaval y un dj que iban caldeando el ambiente. Cuando salió, Lory Money lo hizo cantando dos veces «Santa Claus«. El pobre no tiene muchos temas, así que había que rellenar… Pero no importó, porque estábamos todos entregados a la gracia de este hombre y coreábamos su nombre mientras él repetía que en la sala había mucho flow. Luego cantó otros himnos como «Pequeño Nicolás«, afirmando que el susodicho se encontraba en la sala con un traje rojo. Además del flow, hablaba del swag. Este señor sí que sabe lo que dice. Cómo no, no faltó «Independent«, con la que la sala se volvió loca. Lory Money tiene flow, party y sabrosura, y espero que siga así de feliz por muchos años más. También aprovecho la ocasión para decirles a los directores del Sónar que, si se han atrevido con Lory, no tengan miedo de hacerlo con Camela.
Cambiamos totalmente de registro para ver a Cornelius. El japonés vino acompañado de una banda y un espectáculo visual mágico. Presentaba su último disco Mellow Waves, y eso es lo que fue todo su concierto. Un conjunto de melodías dulces, suaves y envolventes con las que soñar despierto. La palabra para definir su show sería bonito. Sí, no es una palabra muy brillante, pero realmente así fue, algo precioso para disfrutar con los cinco sentidos.
Tenía muchas ganas de ver la instalación del Sónar 360º, ya que lo que vi el año pasado en la cúpula me encantó. Tenía las expectativas altas y me decepcionó un poco, aunque me relajé tanto con las luces estroboscópicas que me dormí. Después de eso fui a buscar estilismos por el festival hasta que llegó la hora de 2manydjs. Esperaba su show como agua de mayo, porque han formado parte de la banda sonora de muchas de las fiestas que he vivido. Y no defraudaron. Remezclaron canciones como «Boys and Girls» de Blur o temas de Chimo Bayo o Vitalic, metiendo bien de zapatilla y felicidad. Cuando acabó su show, decidí ir a casa y no pisar el Sónar de Noche, ya que al día siguiente tenía que jugar mucho con mi sobrino y celebrar que su cumpleaños es mi after Sónar favorito. Cuando cumpla 18 años, ya sabemos cuál será el regalo perfecto. [TEXTO: Miriam Arcera]
[/nextpage][nextpage title=»Alguien de 40 años» ]PARA ALGUIEN DE 40 AÑOS
Las crónicas que hemos estado publicando en Fantastic Mag durante este Sónar 2018 que se ha celebrado del 14 al 16 de junio en Barcelona han tenido un leitmotiv muy concreto: ofrecer un espectro amplio de las diferentes generaciones que pueden disfrutar (y que disfrutan) del festival. Espero que en lo que ya hemos publicado se haya percibido cómo alguien de 20 años, alguien de 30 y alguien de 40 (ese soy yo) viven no solo la música del Sónar de forma diferente (algunos de forma más fresca, otros de forma más experimentada), sino también la propia experiencia del festival.
Y si de experiencia del festival por parte de alguien de 40 años hablamos, está claro que uno ya no llega al sábado con las energías intactas. Ni mucho menos. Esto significan dos cosas… Para empezar, que el sábado fue un día desastroso de viejunidad en el que me desperté, estuve jugando dos horas a la consola en pura muerte cerebral, me comí una bolsa de Lay’s a la vinagreta, me volví a la cama con mi pareja rollo «venga, dormimos media hora y nos activamos«… Y me desperté a las siete y media de la tarde. Y tenía que escribir todavía la crónica del día anterior. Y no tenía fuerza mental para tomar decisiones en mi vida, así que dejé que tomaran la decisión por mi y me convencieran de que ya no merecía la pena ir al Sónar de Día porque, al fin y al cabo, también es cierto que queríamos estar religiosamente en el Sónar de Noche para ver enterito el concierto de LCD Soundsystem, que empezaba a las 10 de la noche.
Permitidme aquí un inserto antes de seguir con la crónica… Y es que resulta que, este año, el Sónar de Noche ha movido su concierto principal de horario. Hasta el año pasado, podías permitirte apurar en el Sónar de Día y aterrizar un poquito más tarde en el recinto nocturno y, aún así, asegurarte que verías el main act de la jornada. En esta ocasión, tanto Gorillaz el viernes como LCD Soundsystem el sábado arrancaron religiosamente a las 10 de la noche, lo que significa que o te ibas antes del recinto diurno a una hora prudente o te los perdías. Para la gente que solo hace día o noche por separado, esto es una bendición, claro. Pero los que somos unos jodidos ansias y queremos hacerlo todo (si no nos pilla la viejunidad por el camino) nos vemos en la tesitura de tener que elegir y, sobre todo, de vivir un shock tremendo. Imagina: salir de Rosa Pistola y caer en Gorillaz o abandonar a 2manydjs bien arriba para meterse en LCD Soundsystem es como las piscinas esas que supuestamente te hacen alternar de agua caliente a helada porque es bueno para la circulación, pero el susto y el mal rollo no te lo quita nadie, guapa. Pues eso.
Que habrá que acostumbrarse a este nuevo horario, no pasa nada. Sea como sea, esto me conduce a la segunda cosa que implicó esto de tener 40 años en la última jornada del Sónar 2018: que la experiencia es un grado y aprendes a dosificar y, sobre todo, a tomar decisiones. A ver, ya ha quedado claro que en LCD Soundsystem no había decisión que tomar… Por mucho que yo fuera con una opinión demasiado formada para que lo de James Murphy y compañía me tocara emocionalmente en lo más mínimo. Vaya por delante que fui muy fan de la banda. Tanto, que en mi Top 3 de conciertos de toda la historia del Sónar estaría sin lugar a dudas el de LCD Soundsystem en el año 2010. Tanto, que todo el paripé de «lo dejamos pero en verdad volvemos en menos de tres año» me dolió en el alma por lo que tuvo de incongruencia ante el discurso tan elevado (y tan pagado de sí mismo) que siempre nos había vendido Murphy. Decía que no estaban en esto por la pasta, pero bien que se embolsaron las variadas noches de (presunta) despedida en Madison Square Garden y toda la gira que les precedió.
Decía que se iban porque no tenían nada más que decir y siempre se habían debido a la calidad musical por encima de todas las cosas… Y, realmente, su regreso no pudo ser más anticlimático. Por si no había suficiente sensación de tongo, volvieron con una gira en la que no tenían nada de material nuevo, sino que se dedicaron a tocar los hits de siempre pero con la mitad de emoción (tanto por parte de la banda como por parte de los que los recibíamos). Más tarde ya publicaron el disco pero, en serio, de verdad, ¿cuántas veces has escuchado tú «American Dream«? Porque yo creo que no lo he escuchado más de cinco veces en mi vida. Y eso no puede ser buena señal.
Eso significa que, en mi caso, era inevitable llegar al concierto y que me pareciera una sucesión de canciones sin alma con tendencia a durar diez minutos pero a caer sobre mi ánimo como si fueran peñazos de más de veinte minutos. Eso significa que los únicos escalofríos que sentí se debieron a meros trucos técnicos, ya que estaba cerca del escenario y las ondas sonoras de graves hacían retumbar el cuerpo de los allá presentes (algo que James Blake ya ha hecho antes y mejor, por poner un ejemplo cercano). Eso significa que me pasé todo el concierto preguntándome ¿ahora qué?, ¿qué harán?, ¿publicarán más discos?, ¿le queda algo por decir a James Murphy?, ¿van a alargar más este chicle al que no le queda nada de sabor y que ya resulta incluso un poco duro de morder?
Pero, oye, también resulta que eso puede significar que yo soy un tarado mental, porque a mi alrededor hubo mucha gente que disfrutó el concierto y, mira, seguro que no se equivocan. A mi alrededor vi una pasión que yo viví en cierto momento… Y lo jodido es que, aunque la respeto y la reconozco, no siento ni un gramo de envidia al no conectar ya con LCD Soundsystem como no siento ningún tipo de remordimiento por no conectar con aquel ex que me defraudó y que resultó no ser lo que yo creía que era. Lo que me había vendido que era.
Así que, oye, yo a lo mío, que es tener 40 años y verme obligado a tomar decisiones en la última noche del Sónar 2018. Para empezar: ¿por qué quedarme atrapado en el lento arrancar de la sesión de 6 horas de John Talabot (que fijo que luego despegó como solo él sabe hacer despegar a sus sesiones) cuando en el SonarPub estaba Joe Kay? El año pasado, el angelino se marcó una de esas sesionacas de las que habló todo el mundo… Y yo me la perdí. Así que, ya que el cofundador del sello Soulection volvía al Sónar por petición popular, esta vez no había que dejarlo pasar. Eso sí, os soy sincero: al principio no entendí mucho de qué iba la cosa porque, al fin y al cabo, en el momento en el que yo llegué el hombre estaba encadenando un tema de drum’n’bass del 97 con un reggae de toda la vida. Y, mira, no sé yo. Pero luego fue afinando los tiros y, para cuando abandonaba su escenario de camino a Thom Yorke y sonaba el «Sexy Back» de Justin Timberlake, ya no tenía ninguna gana de salir de allá.
Segunda decisión: ¿por qué quedarme en Thom Yorke cuando eran las 2 de la madrugada y el cuerpo en verdad me pedía mucho más la jarana generalizada que Octo Octa estaba montando en el SonarLab, justo al ladito? No estaba yo para muchas sutilidades, la verdad. Y, para que os hagáis una idea del nivel de sutilidad de Octo Octa, a una colega que me preguntaba por Whatsapp que qué tal la sesión de de esta mujer, simple y llanamente le envié una foto de un barco rompehielos abriéndose paso a través de un mar congelado. Pura fisicidad techno ante la que daba igual que tuvieras 20, 30 o 40 años: la única salida era bailar como si no hubiera un mañana. Y ya.
Y, para acabar, la última decisión: ¿para qué confiar en que Ben Clock será más amable con su habitualmente áspera música por el mero hecho de hacer un b2b con DJ Nobu cuando, mira, es que Laurent Garnier ya ha empezado su set de cuatro horas y sabes que no hay nadie más infalible en este mundo que este hombre? Algunos decían que vaya rollo Laurent Garnier, otros decían que ya lo hemos visto mil veces, otros que se ha quedado atrás… Pero, mira, si en mis 40 años de edad este tipo no me ha fallado ni una vez, ¿por qué iba a hacerlo ahora? No lo hizo y, de hecho, no me preguntes cómo, pero al principio de su sesión cerré los ojos, me puse a bailar y, cuando los volví a abrir, ya era de día.
Al fin y al cabo, y según dicen por ahí, tener 40 años también implica eso: que el tiempo pasa cada vez más rápido. Lo único bueno entonces será que los 13 meses que faltan hasta la próxima edición (que, tristemente y por culpa de compromisos de la Fira de Barcelona, se celebrará entre los días 18 y 20 de julio) se me van a pasar en un suspiro. Yo voy cerrando los ojos con fuerza a ver si así acelero el paso del tiempo. [TEXTO: Raül De Tena]
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