¿Cómo han vivido una persona de 20 años, otra de 30 y otra de 40 la primera jornada del Sónar 2018? Aquí tienes tres crónicas para todas las edades.
PARA ALGUIEN DE 20 AÑOS
Llevo queriendo ir al Sónar desde que tengo dieciséis años. Aún recuerdo cuando anunciaron a New Order como cabezas de cartel en 2012 y en clase lo flipamos todos. Unos cuantos de mis compañeros se pillaron entradas; yo, la gripe. Recuerdo que uno de ellos me llamó en “Blue Monday” mientras estaba convaleciente en la cama y le colgué. Llevo queriendo ir al Sónar desde que tengo dieciséis años. Pero ayer, con veintidós, fue mi primerito Sónar. Hasta ahora siempre, siempre, siempre me había coincidido con exámenes de la Universidad. Pero quizás hacerse mayor era esto: poder ir al Sónar. Lo que sí es seguro es que hacerse mayor es trabajar, y trabajar también es que tu primer Sónar empiece pasadas las seis de la tarde, cambio de ropa en un baño a lo Superman incluido.
Fue una tarde un poco de toma de contacto. Como cuando compras un pez y lo metes en el acuario todavía dentro de su bolsita. Eso sí, abierta para que, poco a poco, las temperaturas de las dos aguas se vayan equilibrando y tu pececito ambientando. Yo me fui ambientando bailoteo a bailoteo y cerveza a cerveza. Me dirigí hacia el SonarComplex toda contenta a ver a mi querida Jenny Hval con mi amiga y mi cerveza grande de cinco euros cincuenta en la mano. “No se puede entrar con bebida”. Jo. Me moría de ganas de ver a la amiga Jenny, pero aún más de beberme una cerveza con toda la calma del mundo tras un día de correr arriba y abajo. Así que nos fuimos al Village.
Cuántos años viendo ese césped en fotos de amigos y conocidos, con ese verde tan verde que deberían patentarlo como verde-Sónar. Y qué guay descubrir, cuando nos sentamos a beber una cerveza mientras King Doudou soltaba a toda hostia algo que decía muchas veces “pussy pussy pussy”, que ese césped tan bucólico es in-co-mo-dí-si-mo. Que te pincha por todos lados, que te deja las piernas como el lienzo de un pintor puntillista. No sé si estoy siendo irónica o no.
Como los Mueveloreina en el escenario SonarXS, a quienes fuimos a echar un ojo después. No sabes dónde empieza la broma y dónde lo serio, dónde la parodia y dónde el homenaje. Es lo que tiene “lo irónico”. Y justo hace unos días pensaba en que “lo irónico” me parece un acercamiento muy tibio hacia el mundo. Una manera de no mojarse, de poner una distancia de seguridad entre tú y lo que sea que abordes desde la ironía. Una distancia gracias a la que, si les da por cuestionarte, por preguntarte que por qué te pones a hacer trap así de la nada, puedas decir que lo haces en coña, y ahí termine toda pregunta. Y creo que nada tiene que ver con algo que siempre he defendido y defenderé, que es el no tomarse nada, y menos a uno mismo, demasiado en serio.
Seguimos con el proceso de ambientación, pajareando por ahí y por allá. “¡Mira, el mítico futbolín donde Ada Colau siempre se saca una foto!”, bailoteando a tope con Yaeji o haciendo cola para el baño. Hay mucho estupendo y estupenda, y algún que otro disfraz. De estos outfits que gritan a mil voces que lo has intentado demasiado, como una pava que iba con un bikini y una manta de lucecitas en la mejor personificación de un árbol de Navidad veraniego que he visto jamás. De los outfits del Sónar es algo de lo que también me habían hablado mucho, y la verdad es que me los esperaba mucho más fuertos. Porque, sobre todo, vi mucho “viejo” (rondando los 40) elegante pero acabado. Con ropa discreta, pero con cara de haberse comido todos y cada uno de los veinticinco Sónar de la historia. Y quién soy yo para juzgarlos, si llevo media tarde de mi primer Sónar y ya estoy enamorada de él.
Para cuando nos sumergimos en el humo y el horno de James Murhpy y 2manydjs aka DESPACIO, ya estoy como pez en el agua. Fue divertidísimo, aunque pilláramos solo los últimos treinta minutos y horas después se produjera esta escena:
[reproduce una story de IG que ella misma ha grabado, pero esta vez con sonido] – “¿Y eso cuando ha sido?”– “Tía, lo de DESPACIO.”
– “ ¡¿Sonaba así?¡”
Nunca me entero de nada, pero siempre lo paso bien. Después de eso estuvimos dando un par de vueltas más por el recinto, pero a mí se me metió en la cabeza que quería una salchicha y a mi amiga que durmiera en su casa. Así que, dejando atrás a Don Garnier haciendo su magia, dimos por terminada esta primera jornada. Lo de que el primer día te puedas ir a dormir a la una de la madrugada me encanta. Quizás hacerse mayor también era esto.
Todo muy guay. Viva el Sónar. Viva la música avanzada, el futuro, niños, ninos, futuro, futuro. Un poco menos guay que a la entrada te toque un segurata que te diga: “¿Y contigo qué hacemos? No se puede entrar comida” y tú, toda inocente digas que lo que llevas en el bolso “no es comida, es ropa”, y al minuto caigas en que “la comida” eras tú y te mueras del asco. Eso de avanzado no tiene mucho, de retrógrado un poco, y de fuera de lugar ni te cuento. Ojalá un día la sociedad avance tan rápido como la música. [TEXTO: Patri di Filippo]
[/nextpage][nextpage title=»Alguien de 30 años» ]PARA ALGUIEN DE 30 AÑOS
Este año no es un año más de Sónar. Porque este año el festival de música electrónica (y avanzada) de Barcelona cumple 25 años. Algunos de vosotros seguramente hayáis pasado media vida en este festival y seguramente tengáis anécdotas para rellenar varios cuadernos. Cuando era pequeña recuerdo ver flyers del festival que tenía mi hermano por casa con señoras con la cabeza estampada en el suelo o familias que se habían meado encima pero no parecía importarles. Años más tarde, cuando ya estaba en la universidad, fui con una amiga y lo que más recuerdo es un aplauso colectivo al sol al salir del recinto, imagen que se ha repetido en el festival durante unos cuantos años. No volví de nuevo hasta el 2009 y desde entonces no dejé de visitar la Fira de Barcelona durante los años venideros. Cómo habéis podido intuir me encuentro en la treintena. Ya no me quedo a saludar al sol porque los años me pesan, pero otra manera de vivir los festivales sin acabar tres días de resaca es posible. Yes, we can!
Ayer empezó una nueva edición del festival, como comentaba, la del 25 aniversario. A las 16h ya pisaba el recinto para ver el final de Kode9 x Koji Morimoto, y lo que vi en el SonarDôme me dejó trastocada. Demasiado para esas horas de la tarde y una buena manera de empezar con energía la jornada. Supongo que ya sabéis todos cómo se las gasta Kode9, lo suyo es una apisonadora techno que no deja títere con cabeza. Si unes eso a unos visuales de estilo anime japonés con mucha sangre, violencia y oscuridad, el resultado es algo que te deja sin respiración. Una montaña rusa de sonidos y emociones.
Después de que casi se nos saltara el corazón, vinieron más emociones fuertes con Yuzo Koshiro x Motohiro Kawashima. Los japoneses son los compositores de la música de videojuegos como «The Revenge of Shinobi» y «Streets of Rage«. Con los visuales de este último, y como si todos fuéramos a jugar una partida en los 90, empezó su show, con vítores y gritos emocionados de los allí presentes. Se notaba que el público había pasado su tierna infancia jugando al «Streets of Rage«, muy parecido visualmente al «Street Fighter«, y ya sabéis, no hay nada más efectivo para desatar la euforia colectiva que jugar con la nostalgia. Yuzo Koshiro es, además de compositor de bandas sonoras de videojuegos, presidente de la compañía de desarrollo de videojuegos Ancient; y Motohiro Kawashima, además de haber trabajado con él en su faceta como compositor también lo ha hecho como trabajador en la misma compañía. Vamos, que llevan los videojuegos casi impregnados en su ADN. Por cosas como estas merece la pena visitar el Sónar de Día. Siempre hay algo que te va a sorprender y que te va a llevar de viaje, ya sea al pasado, al futuro o a otras realidades.
No me quería perder a Putochinomaricón por nada del mundo, así que tocaba visitar el Sónar XS, escenario en el que tienen cabida propuestas de artistas emergentes. Putochinomaricón ha sido la sensación del año, el tío ha sabido reírse de su situación como «rarito» en el colegio y convertirlo en ARTE. Sus letras son dardos llenos de autenticidad, canciones costumbristas que muestran la vida millenial. En su concierto no faltaron hits como «Gente de Mierda» o «Tú No Eres Activista«. Maquillado como una especie de geisha y con un chaleco reflectante en el que se leía «Compro oro», Chenta Tsai, el hombre que se esconde tras Putochinomaricón, no dejó de lanzar consignas a favor de los derechos LGBT y de decir que hacían falta más artistas irreverentes. Y razón no le falta. También imitó un poco a Bad Gyal con el vocoder y nos puso a todos la carcajada en la boca y el ritmo en los pies. Con esta actuación ya podría haberme ido a casa feliz, pero todavía quedaba mucho Sónar y mucho Laurent Garnier en el horizonte.
Pasé un momento por el Village mientras King Doudou ponía reguetón o algo parecido. Después pasé por el Sónar Hall para ver a Daedelus, pero su show de samplers y luces que se movían como si fuera un blandublú no me conquistó. Así que fui a moverlo todo con Mueveloreina. No sabía de su existencia hasta prácticamente ayer. Algo había oído por ahí, pero no les había prestado atención, porque como ya he dicho en otras ocasiones las nuevas corrientes reguetoneras y trap no van conmigo, pero oye, que si hay que bailar se baila. Y la verdad es que con estos dos no lo puedes evitar aunque quieras. Me recordaron un poco a Bomba Estéreo pasados de revoluciones con un toque de verbena del barrio y mucho chonismo. Soy de Badalona, así que no nos vamos a engañar, sacar la vena choni de vez en cuando es algo que me divierte. Eso sí, tiene que haber alcohol corriendo por mis venas, cosa que no pasó mientras veía a Mueveloreina. Durante su actuación solo me reí irónicamente mientras observaba como esos dos parecían tener un subidón de azúcar.
Esta vez no pisé el Sónar Complex, con lo que me gusta a mí ver conciertos sentada en lugares fresquitos, así que las siguientes horas las pasé básicamente deambulando por el Sónar Village, recargando la pulsera, pidiendo cerveza y encontrándome a amigos. Cómo me dijo una amiga, el Sónar de Día es como un gran bar. De fondo, Yaeji llenó el Village de techno y house un poco más duro de lo que cabría esperar con esa candidez que desprende. Las chicas son guerreras y ella además es una artista 360: canta, produce, es diseñadora de moda y además ejerce como dj, faceta que pudimos apreciar en esta edición del Sónar.
Después de su actuación, tampoco hice demasiado caso a lo que sonaba en el Sónar Village hasta que llegó Mr. Laurent Garnier, que no falló a la hora de ofrecer lo que mejor sabe hacer, una sesión de música en la que perderse y dejarse llevar hasta altas horas de la noche, aunque en esta ocasión sería solo hasta la medianoche. Y aunque su sesión no acabará muy tarde, para mí que soy una señora y he vivido unos cuantos Sónar, el jueves siempre acaba a las 22h. Así que conseguí quedarme hasta un poco más de las 23h y mientras me dirigía a plaza España escuché de fondo «Man with the Red Face«, uno de sus grandes hits. Una manera perfecta de acabar la noche y prepararse para el día siguiente. Hoy más. [TEXTO: Miriam Arcera]
[/nextpage][nextpage title=»Alguien de 40 años» ]PARA ALGUIEN DE 40 AÑOS
El Sónar no es un festival… El Sónar es un estado mental. Y esta perugrollada (que le suelto a todo el mundo año sí y año también) fue más verdad que nunca en la primera jornada de la edición de este año del festival. Y es que es este un festival que funciona con su propia coyuntura y bajo sus propias reglas, lo que viene a significar que la jornada del jueves echa el cierre a medianoche (este año hemos tenido una horita más de festival) y a la gente como yo, que ya rozamos los 40 años, lo agradece para así llevar un poquito más regulados los niveles de cansancio vital.
Si existe El Libro Gordo de los Festivales, seguro que en sus páginas está escrito que un festival ha de apurar todas las horas del día hasta bien entrada la madrugada y que ha de estructurar sus jornadas como una interminable sucesión de actuaciones en diferentes escenarios… Pero el Sónar es otra cosa y, por lo tanto, ir al Sónar es otra cosa. Mi caso, por ejemplo, resulta ejemplar de lo que nos ocurre a muchos: el jueves siempre peleamos contra viento y marea para acabar de trabajar cuanto antes mejor y así poder llegar temprano al recinto. A saber: yo querría haber ido a Merca Bae a las 16h y a Putochinomaricón a las 17h (sobre todo a Putochinomaricón, porque mira que he dado la chapa con este hombre en el último año), pero la vida es como es y al final acabé aterrizando en el recinto de Sónar 2018 a las 18h.
Llegué justo a tiempo para desparramar con Mueveloreina, para volver a rendirme ante el musicón que lanza Joaco y para volver a enamorarme de una Karma más grande que la vida misma que incluso se marcó la broma de coronar alguna canción con un «Bad Gyaaaaaaal» vocoderizado. También para certificar que el SonarXS es la avanzadilla del festival no solo en una programación que siempre huele a futuro, sino también a la hora de congregar un público de mentalidad abierta con una sublime capacidad para conectarse en una especie de «mente colmena» a través de sonidos en los que no valen los prejuicios. Mueveloreina decían al final de su actuación que su última canción era una concesión a los que estaban allá para bailar trap… ¡y vamos que si bailamos trap!
Pero no os dejéis engañar por el párrafo anterior: el Sónar es un estado mental y, por lo tanto, no voy a seguir haciendo una crónica al uso en la que cada párrafo está dedicado a una actuación. Porque las jornadas en este festival no funcionan así, sino que funcionan de tal forma que sales de Mueveloreina, te encuentras con la plantilla de Fantastic, os váis a hacer unas birras mientras empieza Yaeji en el Village, te refrescas en los ventiladores de la zona VIP al lado del escenario principal, te encuentras con más gente, vas a pie de pista y bailas a Yaeji deseando que no sea jueves por la tarde sino sábado de madrugada, te sorprendes de que tu estado mental sea de sábado de madrugada y no de jueves por la tarde, te vas a la zona Pro y te pasas una hora hablando con gente y cancaneando y haciéndote fotos de bloguera hasta que te acuerdas que querías ver a George FitzGerald, así que hacia el Village de nuevo… Y, mira, es que ahí te pierdes.
Ahí es donde me perdí yo. No pillé mucho de FitzGerald, lo prometo. Lo que sí que pillé, y de lleno, fue a Laurent plays Garnier. Y mira que ese mismo día repetí mil veces lo de «a Laurent ya lo veré el sábado por la noche o cuando sea que toque, que yo hoy quiero irme pronto a casa para así atacar el viernes menos cansado«. Pero resulta que no tengo ni palabra ni fuerza de voluntad ni nada que se le parezca, así que allí estaba yo, a las 11:55h apurando la primera jornada del festival después de dos horas bailando lo más grande a este señor que forma parte de mi educación musical, haciendo un concurso con los colegas a ver quién recordaba los videoclips de los temones que iban sonando, certificando que Laurent es mucho Garnier y tocando las estrellas sobre el Village con la punta de los dedos cuando yo pretendía estar en la cama bien prontito.
El Sónar no es un festival… El Sónar es un estado mental. Y mira si es un estado mental que yo lo arrastré hasta el Razz y me pasé varias horas más desparramando con Vitalic. Pero, oye, esa es otra historia que merece ser contada en otro momento, porque aquí he venido a hablaros de mi estado mental en el Sónar 2018 y una cosa os puedo decir: como siempre, el jueves fue la toma de contacto. El reencuentro con un amante antiguo que te conoce a la perfección y sabe qué botones tocarte para provocarte un gatillazo en menos de tres minutos. Este es mi estado mental ahora mismo. Y eso solo puede significar que el Sónar 2018 va a ser históricp. [TEXTO: Raül De Tena]
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