Si la segunda jornada de Sónar 2017 tuviera un trono, a todos nos quedó claro que solo podía ser ocupado por una banda: Moderat.
Todo mal, tetes. Todo muy mal. Si es que no aprendemos. Cuando creemos que hemos aprendido (y aplicado) la lección, entonces vamos, nos tranquilizamos, nos relajamos… y la volvemos a cagar. En el último Primavera Sound, creía haber aprendido mi lección: ir con un programa de hierro en el que hubieran un mínimo de cinco actuaciones ineludibles cada día que no me iba a perder, dejara los cadáveres que dejara por el camino. Ah, y mantenerse hidratado. Siempre mantenerse hidratado.
Pues en la segunda jornada del Sónar 2017, la primera en la que ya nos introducíamos en la dinámica Sónar de Día / Sónar de Noche, todas aquellas lecciones aprendidas se fueron de baretas, baretas, baretas… Y la cagué estrepitosamente. Básicamente, podría decir que tengo la sensación de que no vi casi nada de lo que quería ver porque fue el día elegido para venir al Sónar 2017 por parte de todos esos colegas que solo vienen un día (o la mitad de él), lo que implica que, a la que te descuidas, te ves corriendo de un lado para el otro del recinto como pollo sin cabeza buscando a gente o intentando hacer de perro pastor que va juntando al rebaño para que no se pierda ninguna oveja descarriada (un rebaño hasta el culo de alcohol, ya tú sabes).
También tengo la sensación de que nunca en mi vida lo había pasado tan mal por culpa del calor… Y esto no es nada que ataña a la organización del Sónar, pobres, que suficiente tienen con el mal rollo de que esta bolsa de calor que estamos viviendo coincida con su festival. Pero la cuestión es que yo he venido aquí a hablaros de mi experiencia en el Sónar 2017 y, ayer, esa experiencia se vio marcada por unas temperaturas que no eran ni medio normales y que, al llegar la noche, incluso hacía que las aglomeraciones normales de todo festival parecieran mayores por culpa de la sensación de agobio causado por la temperatura. Entendedme: soy un gordo peludo, y si de repente viviéramos lo contrario a una era glacial (yoquesé, ¿era infernal?), los animales de nuestra especie seríamos los primeros en extinguirnos. Que a todos vosotros los ositos os parecemos monísimos y súper achuchables, pero no sabéis la putada que es cuando hace este calor de la ostia.
Pero bueno, venga, no nos entretengamos más en cuestiones periféricas y vayamos al corazón de este meollo, que es la música. Curiosamente, y pese a la percepción de que mi papel de perro pastor no me dejó gozar prácticamente de ningún concierto, ahora me pongo manos a la obra y resulta que, oye, ni tan mal. Me perdí a Jacques y a Roosevelt, al primero porque no tenía ni repajolera idea de quién era y a los segundos porque el año pasado en el Primavera me dejaron bastante frío. Pero resulta que todo el mundo decía que habían sido de lo mejor de la jornada y yo no os puedo contar nada de ellos porque, mira, qué sé yo, estaba a otras cosas.
Lo que sí que pude ver fue a Suzanne Ciani en el SonarDôme. Curiosamente, tampoco sabía quién era Suzanne Ciani, pero de repente estábamos haciendo unas cervecitas en el SonarVillage y alguien dijo «¡tenemos que ir a ver a esta porque es una transexual y hay que apoyar a la comunidad!». Cuando llegamos al Dôme, resulta que de transexual nada. Y lo mejor de todo es que la misma persona que nos arrastró hasta ese escenario acabo diciendo que Suzanne Ciani era lo más porque lleva desde los 80 dándole cañita brava a los sintes modulares y que fue con él al Instituto. Aquí fue donde dejé de creer a mi amigo, pero por suerte lo de Ciani fue una pequeña maravilla capaz de sumergirte en un líquido fluido eterno a base de cables y sonidos hipnóticos. Así que nada, amigo perdonado pese a sus mentiras.
En cuanto a Bad Gyal, tampoco tengo las armas suficientes para hacer una crítica en profundidad. Diré solo dos cosas: si dentro del festival hubiera una máquina destinada a separar el grano millenial de la paja viejuna, esa máquina sería el concierto de Bad Gyal. Muy bien, mucho flow, mucho lo que tú quieras, pero a mi es que cuatro canciones seguidas de este trap particularmente repetitivo y machacón me ahuyentan. ¿Y la segunda cosa que tengo que decir? Básicamente, que durante el concierto de Bad Gyal solo podía pensar que, cuando acabe el Sónar 2017, por favor, organización, regaladme la cabeza de caballo negro con un collar bling bling que corona el escenario SónarXS, porque en mi salón va a quedar fetén.
En el SónarXS, precisamente, tuvo lugar la que para mí sí que fue la actuación de la jornada de día: el dj set con el que Kiddy Smile que realmente encarnó el espíritu de este escenario que supone la mirada hacia el futuro más edgy de la música actual. La sesión de Kiddy fue una explosión de colorido absoluto que supuraba cultura ball vogue y que se permitía extravaganzas maravillosas como la aparición estelar de Locomia al inicio de su set. Y, sobre todo, el artista consiguió convertir el escenario en una especie de duelo de bailes que nos dejaron atontados a todos los que tenemos a «Paris is Burning» como película de cabecera. Como anécdota, os explicaré que uno de nuestros pasatiempos favoritos durante la sesión de Kiddy Smile fue decidir cuál de los bailarines seríamos cada uno de nosotros…
Por si no queda claro con este vídeo, todo el mundo quería ser la chica. Y ya.
Y venga que llegamos tarde al Sónar Night: un ratito de Damian Lazarus, que siempre es infalible a la hora de plantar sobre la mesa de mezclas un musicón tremendo, y taxi hacia el recinto de noche. Entramos por la puerta grande, mientras unos amigos que nunca habían estado en el Sónar disfrutaban como niños en los autos de choque al ritmo de Jon Hopkins en el escenario principal. Timing pluscuamperfecto: que tus amigos salgan de los autos de choque y os introduzcáis en el gentío de Hopkins justo cuando empieza a sonar «Open Eye Signal«. A partir de ahí, ¿cómo podía mejor la noche?
Bueno, pues sí que podía mejorar la noche: pillamos el final de un Nicolas Jaar que consiguió transicionar del ritmo latino de «No» (uno de los hits indudables de su reciente álbum «Sirens«) hacia un technazo granítico que sorprendió a los que no conocían la vertiente más extrovertida del chileno. Pero esto solo era la antesala de la que sería el verdadero plato fuerte de la jornada: Moderat. Tuvieron problemas de sonido, hubieron varias pausas demasiado largas… Y, aun así, el trío formado por Modeselektor y Apparat se impuso a las dificultades, al calor y a su puta madre con un concierto que calló sobre nosotros como un bloque de cemento que te aplastaba, que te pegaba en el pecho con sus ráfagas de sonido sólido y que te obligaba a bailar aunque estuvieras empapado de sudor desde la cabeza a los pies. ¿Alguien puede explicarme cuándo han llegado estos tipos a ser los clásicos absolutos e infalibles que son? Porque mira que los sigo desde el principio y me gustan y los he ido viendo en directo, pero es que su actuación de ayer mostró unas hechuras y una solvencia propias de algunos de los grandes monstruos de la electrónica nacidos en los 90.
Todo lo contrario de unos Soulwax que tuvieron los horarios del festival en su contra. Soulwax no es lo mismo que 2manydjs, eso es de perogrullo. Y resulta que un set de 2manydjs es de puta madre a las 4 de la madrugada, pero que un concierto de Soulwax contiene tantas sutilezas que, oye, mira, estoy al borde de la lipotimia, he perdido a tres amigos que cómo voy a saber yo dónde están si no lo saben ni ellos mismos, el Whatsapp me echa humo con los mensajes de otros colegas con los que no estaría mal acabar la jornada… y todas esas cosas que, ahí, cuando estamos a punto de que salga el sol, pues como que te quitan las ganas de sutilezas y que te cogen de la entrepierna y te arrastran hacia donde haya un bombo al que ir a morir.
Y ese bombo al que ir a morir lo aportó Nina Kraviz, que pisó el pedal del acelerador como una puta loca e hizo lo que tenía que hacer: dejarse de sutilezas y mandangas y gilipolleces y llevarnos hasta el amanecer a base de bombo y technazo rico, que es lo que queríamos todos. Una apisonadora que no me dejara pensar que lo había hecho todo mal. Todo mal de cojones, tete. Pero que, bueno, oye, mira, me queda toda una jornada para hacer que el bien triunfe. Confiad en mí, que yo puedo.
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¿Os acordáis de mi texto de la primera jornada del Sónar 2017? Seguramente no, porque no lo leísteis. Pero a los que lo leyeran, os digo que VOY A CAMBIAR EL TONO UN POCO para la crónica de lo de ayer viernes y vamos a hacer las
CRÓNICAS DESDE LA ENTRAÑA: SÓNAR DÍA 2.
Tengo unas cuantas preguntas y unas pocas respuestas.
¿Qué hacía la pobre Juana Molina achicharrándose y achicharrándonos con su krautpop a las tres, a las quince horas, hora de la sobremesa, del Telediario, de las siestas eternas, del recogimiento, del querer evitar la muerte por golpe de calor? Como le comentaba a una amiga que defendía la lógica de colocar su acto a esas horas, yo estoy SÚPER EN CONTRA de que se margine lo tranqui. Lo tranqui es el hermano pobre de la zapatilla. ¿Por qué? ¿No quedamos que quiet is the new loud? Pero qué va, eso fue en 2001 y ya no os acordáis porque estabais a lo que estabais; naciendo, muchos de vosotros. Y ahí estaba, la divina dando cuenta de su folktrónica sin convencer realmente a los cuatro valientes que hoy pasan el día en la Unidad de Quemados de la Vall d’Hebron. Un saludo para ellos, una pronta recuperación. Qué buen disco era “Wed 21”, de esto sí os acordáis al menos.
Recordaba los asientos del SonarComplex más cómodos. Sin embargo, el ángulo lumbar que proporcionan me ha sentado regular este año. Seré yo; será la artrosis. En fin, bendita incomodidad. LCC sacaron su artillería audiovisual en ese SonarComplex bastante más ocupado de lo que hubiera imaginado. ¿Se le puede llamar ambient intelectualizado a lo que hacen LCC? Pues yo creo que sí. La presentación de su reciente “Bastet” mostró un cuando menos interesante diálogo música-imágenes a propósito de una cierta cosmogonía enraizada en lo ancestral. Yo estoy A FAVOR de todo esto.
Oye, ¿y lo bien que pinchó Lena Willikens el ratito que pude verla? ¿Y lo gustoso que cayó ese –diríase– techno ectópico, así como una tortilla de patatas con cebolla huevosita acompañada con un tinto servido a 13 grados? Hey, además, ¿y lo precioso preciosísimo que es el pop electrónico de Roosevelt y lo bonito que lo hicieron? ¿Y lo bien que le sentaba a esa banda el look mitad Ibiza me llama, mitad «Funny Games«? Súper cuqui todo y perfectamente alineables entre otros salvadores del pop contemporáneo como TOPS y Yumi Zouma. “Wait Up” ya es mi canción favorita de todas las que ha sonado en el Sónar 2017 hasta este momento. Bueno, eso creo.
¿Fue un error dejar el SonarVillage y pasarse a ver la actuación de Sturla Atlas en el SonarXS? Pues seguramente. Lo de los Sturla Atlas en directo parece una boy band de instituto (no wonder que sus inicios fueran en forma de video paródico). Las canciones están ahí en forma de relativamente inspiradas emulaciones de Drake o de The Weeknd, pero en directo no hay cristiano que se “crea” a mis homies de Reikiavik.
Cuidado que el final de la actuación de Sturla Atlas vio cómo aquello se iba llenando y LLENANDO de gente. Todo se entendía mirando el planning. Llegaba una Bad Gyal a la que en unos meses se le ha quedado pequeño un escenario así. Y llegaba y aquello parecía una Festa dels Súpers con autotune. Prepúberes a hombros, señores cocidos con sobrepeso, chicas feroces, chicos cicladitos. La crema de Barcelona, la crema del mundo. Todo aquello olía a desastre, más aún cuando sale Alba Farelo y se mete en faena con “Mercadona” pero ni se le escucha ni se le espera escuchar. No obstante al rato, de repente, something changed. Resueltos los problemas ¿técnicos?, empiezan a caer las canciones como miel: “Dinero”, la ternica “Despacio”, “Pai”, “Jacaranda” y una imparable “Fiebre” casi para cerrar un show atómico, hiperproteico, donde Bad Gyal y sus dos bailarinas movían el escenario a golpe de culo y de actitud. Pocamadre lo suyo, de verdad.
¿Y después? Después algo parecido al caos.
Me asomo a las luces rojas que brotan por la puerta de entrada al SonarHall pero ME PARECE HUMANAMENTE IMPOSIBLE intentar entrar a ver lo de Evian Christ a fe de la cantidad de gente que supura por esa puerta.
Me presento en una cola que avanza a ritmo de medio paso por hora para HIDRATARME. Los dos puestos que avanzo en el rato que estoy allí quedan (des)compensados por las cuatro personas que se cuelan en la fila por los costados. Como me conozco y deshidratado llevo regular el tema CONTROL DE LA IRA, prefiero marcharme de allí en pos de la paz interior. Antes con desequilibro electrolítico que en comisaría, amigos, aplicaos esta máxima.
A lo de Marie Davidson y su show “Bullshit Threshold” no llego, una pena, así que a ver qué tal lo de Clark. Y lo de Clark muy bien y mucho bien. El chico serio del techno lustroso en Warp se pone manos a la obra desmembrando un “Death Peak” que, como un equipo de mitad de la tabla que empata por sorpresa en el Bernabéu, sale reforzado de su envite en Casa Sónar: emocionante, lúcido, discretamente asombroso. Aplaudo pero nadie me oye.
Ok. Ahora tengo una buena noticia, una mala y otra peor.
La buena, creo, es que después del rato ayer en el Sónar de Noche es que sigo vivo. La mala es que uno pudiera pensar que el anterior enunciado es una metáfora asociada con LA FIESTA y nada más lejos de la realidad. La peor es que anoche me pareció ver a Jorge Javier Vázquez entre el público del SonarClub, pero realmente se trataba de un hombre con cierto parecido a Jorge Javier Vázquez.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Sónar de Noche? Desde luego, si nos ceñimos a la jornada de ayer, hablamos de sufrimiento. El bochorno era REAL, la acumulación de gente era REAL, el miedo de morir deshidratado era REAL. Llegué al SonarClub con el suficiente tiempo para ver a los Moderat (el grupo ya ha adquirido ese status de celebridad que permite poner el artículo delante de su nombre, como los Prodigy o los Chemical, así como de colegueo, sabes). Una espera de cuarenta y cinco minutos, voy a repetirlo, CUARENTA Y CINCO MINUTOS de reloj en la cola de una barra que no era cola sino conglomerado de cuerpos me hizo perderme bastantes temas de la actuación del trío. De verdad, no es de recibo que el ratio de camareros/asistentes del Sónar de Noche sea… ¿cuánto? ¿1 por 1.000? ¿1 por 2.000? Ojalá el presupuesto para traer a DJ Shadow, que al final fue DJ Shadow haciendo cosas de DJ Shadow, se hubiera invertido en camareros y camareras, que, pobres, se les veía poner la mejor voluntad ante el caos barroco de ruido, sudor y espuma de cerveza circundante.
En fin, que sí, sigo vivo pero por poco. Y testimonios de amigos y conocidos manifestados de viva voz y en redes sociales dan fe esencialmente de lo mismo. Ayer noche el Sónar se convirtió en un castigo físico donde era muy complicado saber extraer el meollo lúdico del asunto. Se consiguió en parte en el concierto majestuoso de Anderson.Paak & The Free Nationals, algo parecido a como si el Kendrick Lamar más inspirado se aunara con el Miles Davis Quintet. Una acelerada revisión de la imparable “Come Down” daba la salida a un set lustroso a cargo de unos músicos incansables que sacaron el brillo necesario a un disco tan rico como “Malibu”. Sexy motherfucker todo esto, la verdad.
Mañana más. O sea, hoy más. Pero aquí será mañana. Qué correosa la esencia caprichosa del tiempo y el espacio. ¿Dónde estamos ahora? ¿Dónde estoy yo? ¿Y vosotros? ¿Estamos aquí? ¿Somos únicos, somos algo totalmente especial en el universo o somos ejemplo de muchas civilizaciones diferentes, muchas formas de vida diferentes? Y ¿qué dice Dios?
No dice nada. Aprieta. Pero no ahora. Veremos.
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El jueves del Sónar siempre es fácil de superar. El problema viene cuando llega el viernes y entras de lleno en la vorágine del festival… Hay que estar atento y moderarse si no quieres perderte nada el sábado, sobre todo cuando quieres ver un concierto a la tan mágica hora de las cuatro de la tarde. Yes we can!
El viernes también empecé pronto, para ver a las asturianas LCC en el SónarComplex. Su música ambient de tempos relajados pero sonidos atronadores y visuales sugerentes hicieron que mi mente se abstrayera tanto que casi me duermo, y no precisamente porque su show fuera aburrido. Imágenes en blanco y negro, un recorrido visual que recordaba a las pinturas de Pollock y la diosa egipcia de la música Bastet, que da nombre a su último disco, llenaban la pantalla del Complex con una música que más que hacerte soñar, te deja la mente en blanco.
Después del relax vino la fiesta con Roosevelt. De nuevo calor infernal en Barcelona. Ojalá una piscina en el Village (ahí dejo el comentario para los organizadores del Sónar). Toda la banda vestida de blanco, tan impecables como su sonido. Imposible no mover cualquier parte del cuerpo mientras suenan esos hits. De allá nos fuimos a ver a la reina del trap catalán, Bad Gyal. Como ya dije ayer, no soporto el trap como género musical pero hay canciones que me hacen gracia, como «Indapanden«. Me habían dicho que la chica no tenía muchas tablas y que su directo era bastante flojo, pero supongo que ha cogido rodaje, porque Bad Gyal se paseaba por el escenario del SónarXS como Pedro por su casa. Con todo el fly, la party y la sabrosura, que diría Maluca.
Ahora, también he de decir que mucho no aguanté, así que me pasé por Evian Christ. Casi muero de un ataque epiléptico y a punto estuve de quedarme sorda. Así que nada, volvimos al Village a dejarnos atrapar por el escenario más fácil del Sónar de Día. Después, cogimos el autobús que nos llevaría al Sónar de Noche para ver a DJ Shadow, que nos puso bien de hip hop para empezar la noche con flow, aunque me sobró un poco que hablara entre canción y canción como si fuera el dj de una discoteca de pueblo, pero se lo perdonamos con unos bailes.
De allá pasamos a ver a Little Dragon, presentando su último álbum «Season High» y, bueno, todo fue como su propio nombre indica: muy high. Me encantó el traje de apicultora futurista que llevaba Yukimi Nagano, tan sencilla ella. Luego otra vez al SónarClub para ver una de las actuaciones más esperadas del festival: Moderat. A pesar del fallo de sonido que tuvieron, a mí me parecieron hipnóticos, aunque hubo gente que comentó que alargaban demasiado las canciones.
Así, hipnotizada, me dirigí a Nicolas Jaar, otro que sabe bien como hacer volar tu mente… Y a partir de ahí todo fue difuso hasta que llegó el día con su techno. Yo ahí ya solo tenía ganas de volver a casa y dormir… Y vaya si me costó. Como siempre pasa en los festivales, volver siempre es una odisea, pero eso es ya otra historia.
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