Aquí tienes cuatro crónicas diferentes de la primera jornada del Sónar 2017 que, al final, coinciden en una cosa: ¡lo de Arca fue histórico!
¿Puedo hablar ya de Arca?
No, venga, tío, Raül, córtate un poco. Que te pones súper pesado con Arca y luego la gente te pega broncas cuando te los cruzas por el festival porque parece que Alejandro Ghersi subvencione tus crónicas. O algo. Stop chapas, por favor. Más todavía: una crónica de un festival no puede basarse en un único artista, así que mejor cúrratelo un poco y habla de algo más, ¿No? Bueno, habla de lo que puedas, porque aquí la gente cree que la vida de un periodista es rascarse los huevecillos hasta que aterriza en el festival a primera hora para atiborrarse de birra y dejarse llevar de un concierto a otro. Y no. Así no es la realidad. Para nada.
La realidad es que yo ayer querría haber estado en el recinto del Sónar 2017 a las 14:30h para ver a Bflecha, porque se ha marcado un discarral que es cosa sería, la tía… Pero no. A las 14:30h todavía estaba sentado delante del ordenador ultimando previas del Sónar y otras mandangas. De hecho, así estuve hasta las 15:30h, hora a la que por fin pude cerrar el portátil, ducharme y pasarme media hora decidiendo qué ponerme para la primera jornada del festival.
Porque una cosa os digo: tenía mis modelos del Sónar 2017 pensados desde hace un par de semanas, pero la puñetera bolsa de calor que estamos viviendo (porque, chiquis, os informo de que esto es una bolsa y no una ola, que no es lo mismo, y que esto es mucho peor) hizo impracticables algunos de esos outfits… Así que tuve que improvisar a última hora. E improvisar cuando eres un gordo con barba es algo muy jodido. Todo tiene que estar súper pensado. Aún así, al final me enfundé en una camiseta de Krizia Robustella que te soluciona cualquier outfit y me fui corriendo hacia el recinto. Con una paradita en un paki para pillar una botella de Vitamin Water que me está solucionando la puta bida en festivales, tetes.
Entonces, ¿puedo hablar ya de Arca?
No, joder, tío. Que no. Que hables de otras cosas, en serio. Esfuérzate un poco.
El problema es que tengo que reconocer que tampoco vi tantas cosas. Ya sabéis cómo es la primera jornada de todos los festivales: reencuentros, cancaneo, ir por el recinto como pollo sin cabeza. Tal cual. Aun así, conseguí entrar en el Sónar 2017 a una hora decente para ver a Princess Nokia. De hecho, en la pantalla del SonarVillage ponía «Princess Nokia«, y lo más normal si en la pantalla pone «Princess Nokia» es que va a actuar Princess Nokia. Pero no. Al escenario salió Bawrut y se marcó un Black Madonna de hace dos años. Es decir: una aposionadora absoluta de housaco ultra bailable que molaba, sí, pero que no era el momento. Y menos con la jodida bolsa de calor.
Di por supuesto que, como festival avanzado que es, el Sónar iba con los horarios adelantados y Princess Nokia ya había actuado. Pero no, después de Bawrut salió al escenario… #ella. Pero ya nos pilló más bien ganas de ir a tomar el aire fresco, así que nos dirigimos hacia el SonarPLANTA. Porque, mirad, una cosa os digo: todavía no había ido nunca al SonarPLANTA y me daba vergüenza cada vez que alguien me comentaba que es lo mejor del festival.
Una explicación pequeñita: ¿en qué consiste este año el SonarPLANTA? Pues es un locurón muy grande de Daito Manabe que, bajo el nombre de «phosphere«, plantea un espacio oscuro en el que hay diferentes orbes de luz y color (tamaño pelota de balonmano) con diferentes focos que se dirigen hacia esos orbes, de tal forma que si te mueves, las luces te siguen. Y si bailas, las luces bailan. Y si bailas bien, pues ya es mindblowing. De hecho, entré en el SonarPLANTA ansiando que me concedieran el honor de marcarme unos pasos de baile con uno de los orbes… Pero tuvimos la dudosa suerte de aterrizar en el SonarPLANTA justo en el momento en el que había un espectáculo de danza. Muy chulo. Muy inmersivo. Muy fascinante. Pero en el que yo no era el protagonista, así que me costaba mantener la atención.
¿Y ahora? ¿Ya puedo hablar de Arca?
Joder, que no. Mira que eres pesao. Habla de otras cosas que vieras, ¿no?
Pues, a ver, es que de verdad que repito que tampoco vi tantas cosas. D∆WN fue una verdadera maravilla que consiguió epatar allá donde Princess Nokia fue un poco chichinabo. Salió al escenario con dos millenials que parecían salidos de una campaña de American Apparel pero que bailaban como si vinieran directos de un after del orgullo gay. Ella estaba espléndida, con unas trenzas larguísimas que la engrandecían como diosa de ébano. Y, de vez en cuando, así como quien no quiere la cosa, se marcaban los tres unos pasitos juntos. Pero ya. Sin pasarse. Todo muy elegante y con unos temazos de muy quedarse loco y de olvidarse de la bolsa de calor.
Me escapé a ver el final de Forest Words, pero no me dijo absolutamente nada. Y estuvimos un ratito en Andy Stott, pero nos llamaron la atención por estar cotorreando con unos amigos que acababan de llegar de Madrid y nos dimos cuenta de que somos lo peor del puto mundo y que mejor irnos al Village a hablar y cacarear libremente. Por lo menos hasta que llegara el concierto de Arca.
Pero, venga, ¿ya? ¿Por fin puedo hablar de Arca?
Pues mira, sí. Ha llegado tu momento. Lúcete, nena.
Ufff… Pues ahora no sé por dónde empezar, la verdad. Arranquemos puntualizando una cosa: desde ayer, ya me han hecho varios chistes diciéndome que hay quien está esperando mi crónica hablando de cómo Arca es el futuro. En 36 párrafos, a ser posible. Y sí, así es. Esta crónica va a ser jodidamente larga. Y Arca es el jodido futuro… Pero también diré que ese futuro ya no pasa por el impacto, que es lo que vivimos en su actuación en el Sónar 2015, sino por una matización de su(s) discurso(s) a partir de detalles a veces sutiles, a veces revolucionarios.
Mucho de lo que se pudo ver ayer en el SonarHall ya lo habíamos visto en la anterior actuación de Arca en el festival. De hecho, hubieron pasajes totalmente calcados, como el baile sensual de Alejandro Ghersi de espaldas al público y dando prioridad a un pantallón en el que Xen, que es el avatar del artista que protagonizó su primer disco, bailaba con la misma sensualidad pero con una espalda en la que pústulas rojas iban estallando y preñando el aire de chispas danzarinas e hipnóticas.
Repito: eso ya lo habíamos visto… Así que era el momento para ampliar y matizar los discursos conocidos. Volvimos al post-género, evidentemente. Los dos primeros álbums del artista y sus actuaciones previas jugaron a la aniquilación del género en la era de los avatares digitales. Pero, evidentemente, el post-género y el post-humanismo ya no volverán a ser lo mismo después del lanzamiento de un disco tan visionario a este respecto como «Arca» (XL, 2017). La emoción a flor de piel de las tonadillas chilenas transmutan en este disco en una especie de piel vuelta del revés y de entrañas a la vista en un cabaret cósmico de travestis que no usan la ropa y los códigos para cambiar de género, sino para crear un género propio y único.
Ahora bien: el hecho de que Alejandro Ghersi haya empezado a usar su voz como herramienta primordial en sus canciones implica que ahora tenemos un nuevo hilo de Ariadna que, curiosamente, no nos ayuda a salir del laberinto, sino que nos lleva directo al corazón del mismo, de cabeza hacia el Minotauro para que seamos violados (gozosamente) por este macho cabrío de rabo colosal. Eso es así. La de Arca es una voz que, en su actuación, y acompañada de los visuales de Jesse Kanda y de el inteligente uso de la iluminación (había momentos en los que la única iluminación era un poderoso foco que atravesaba al artista de lado a lado, como una especie de haz espectral que revelara una aparición fantasmática), conseguía forzar los límites de la realidad continuamente hasta fragmentar la percepción del público.
Dicho de otra forma: era demasiado fácil olvidar que estabas en el Sónar porque, durante una hora, habitamos el mundo de Arca. Un mundo fascinante en el que todo funcionaba a base de contrastes. Alejandro Ghersi podía ser una cabaretera cantando en la inmensidad y el vacío del espacio, todo sensualidad y emoción rendida… Para, a continuación, flagelarnos con su látigo acompañado del siempre elocuente Jesse Kanda (¿tengo que hablar de los visuales de fisting a ritmo de «Whip» o ya lo ha mencionado todo el mundo en sus crónicas?).
Una de cal y una de arena. Un beso en los labios (como ese momento extático en el que el mundo a nuestro alrededor se detuvo mientras Arca se tumbó en el escenario hasta quedar cara con cara con un afortunado miembro del público, cantándole a él y solo a él) seguido de un puño en el fondo de tu esfínter. Amor y placer. Dolor y caricias. Así todo el rato.
Y, aun así, a Alejandro Ghersi le dio tiempo a revelarme (y hablo en primera persona porque ya he perdido la esperanza de que mi visión sea la de todo el mundo, admitiendo que lo de Arca es algo que cada uno vamos a experimentar de formas muy pero que muy diferentes) nuevas partes de su discurso. Mientras gozaba estéticamente de la sesión de fisting en la pantalla central del escenario, me di cuenta de que todo este tinglado que monta Arca me fascina de forma especialmente profunda porque no tiene absolutamente nada de voluntad de escándalo. No estamos ante La Fura dels Baus. Ghersi no quiere escandalizar al público, sino que básicamente juega con el hecho de que Internet y la cultura audiovisual de las últimas décadas nos han insensibilizado completamente. Vivimos una banalización de la violencia, pero también del cuerpo llevado hasta el extremo no como práctica sexual, sino post-humana. Ya no nos escandalizamos cuando, saltando de un video a otro en Xtube, de repente nos encontramos con una sesión de prolapse extremo.
Estamos de vuelta de todo, pero hasta Arca y Jesse Kanda nadie había jugado con tanta elocuencia con la banalización de las imágenes para crear pura belleza a partir de ellas. ¿Una sesión de fisting en medio del Sónar? Pues, si es en los términos de Arca y Kanda, a mi me pueden plantar una sesión de fisting incluso mientras estoy desayunando. Fisting #tolrato, please. Al fin y al cabo, esta eterna lucha de contrarios quedó perfectamente escenificada en una conversación que tuve ayer a la salida del SonarHall, cuando mi amiga y compañera y hermana-separadas-al-nacer Estela Cebrián me decía que no entendía cómo podía ser que, tras una hora de fisting y guarrerías diversas, con lo que te quedas es precisamente con unas ganas tremendas de abrazar a Alejandro Ghersi.
¿Cómo puede ser que, en medio de esta maraña de imágenes extremas, lo que nos quede sea solo un poderoso y entrañable amor por Arca? ¿Cómo puede ser que no lo percibamos como un ser sucio, denigrante y denigrado, sino como un ser de luz pura? No tengo ni idea. Pero también os digo que paso de buscarle explicación. Pienso seguir disfrutando de esta magia mientras dure… Aunque algo me dice que Arca va a hacer que la magia dure mucho siguiendo la misma táctica que mostró ayer sobre el escenario del SonarHall: a base de amplir y matizar su discurso. A base de burradas de fisting y cerdadas varias. Pero, sobre todo, a base de mucho amor. Ese es el último logro de Arca: el uso de la voz como canto de sirena que nos ayude a orientarnos y guiarnos en el vacío del espacio (emocional) al que nos está abocando el siglo 21.
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Hoy encaraba mi primera jornada de festival con dos sentimientos encontrados: por un lado, la alegría lógica de empezar el Sónar 2017, que para mi cada año coge mas relevancia como MI FIN DE SEMANA (este año me he cogido dos días de fiesta en el curro para acudir sin problemas… ¡yuhu!); pero, por otro lado, llegaba al recinto con la losa de no haber estado el miércoles en lo que ya han bautizado como «el show de este Sónar 2017«. Os comento: padezco un nivel grave de FOMO (cada vez menos, por suerte, porque esto es de las pocas cosas que ganas con la edad: el ser CONSECUENTE con tus decisiones cuando no quieres ir o estar en algún sitio). Total, que me daba mucha pereza llegar al festival y que la banda sonora fuera «buaa lo que te perdiste ayer«.
Por suerte no fue así. He hablado de #lodeBjörk de forma natural y tranquila. Sé que fue un pedazo de show por la reseña que hizo mi querido amigo y director de esta web y por la cantidad de stories que vi ayer en Instagram. Es cierto que en el ambiente flotaba una sensacion generalizada de «lo que vimos ayer fue especial«… Pero, bueno, yo ayer no estaba y hoy sí.
SO.
Jueves Sónar, solazo, impactante la imagen de cuarenta valientes en el SonarVillage y el resto de gente resguardándose del sol. Sónar es eso: verano, calor, solecito… Y por eso le queremos.
Siempre mantendré que lo que hace grande un festival no es el festival en sí, sino la gente con quien lo disfrutas. El Sónar tiene cartel de sobra para que puedas gozarlo solo, pero como mejor se disfruta el Sónar es en compañia. La mía ha sido variada hoy, pero siempre inmejorable. Volver a la zona VIP y encontrarte con todo el mundo de un animo estupendo (in the mood for Sónar) es lo mejor del mundo. Hemos visto D∆WN en el Village -uno de mis musts este año-, una diva que debería ser más conocida, con hits para calentar el Village (más todavía). Me ha faltado un poco de espectacularidad en la puesta en escena: un escenario tan grande como el Village pide plumas y lentejuelas, algo que es marca de la casa D∆WN. La diva, sin embargo, ha optado por un show minimalista, desnudo, desgranando sobre todo temas de su ultimo álbum y poniendo todo el peso en su voz y su presencia, lo que me ha hecho pensar que quizá con esa propuesta le hubiera venido mejor un escenario mas recogido.
Esto es lo que ha pasado precisamemte con Arca (¿puedo decir yo también que este ha sido el show de este festival?). Por la relevancia del artista, podría haber estado en el Village; pero, siendo consecuente con su propuesta, lo hemos visto en el SonarHall, cerrado, claustrofobico, oscuro… Recordaba al show que vimos hace dos años y ha tenido la misma fuerza, pero con una diferencia: esta vez ha podido sacar la diva folclórica, sentida e intensa que lleva dentro. Si hace dos años el show se articulaba sobre una base industrial y renovadora pero encorsetada en un personaje (Xen), esta vez su revisitación de clasicos le permitía lucirse de forma natural, hablando con el publico, jugando con las expresiones… Mostrándose increiblemente cercano. Mi reflexión al salir ha sido: ¿como alguien que hace una música tan dura puede ser tan achuchable?
En fin, que ayer no estuve en Björk pero hoy he visto a Arca y Jessie Kanda, ese tipo de shows que te dejan impactado, reflexivo, sabiendo que has presenciado algo único. Ese tipo de shows que valen un festival entero.
¡Eh! Pero mañana más.
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No sé si le pasa a todo el mundo y todos los veranos. Pero a mí me pasa. Siempre, sí, todos los veranos. Esa mezcla de sensaciones al entrar por la puerta del Sónar la primera tarde, la del jueves. Esa excitación asexuada y ese discreto tembleque. Ese miedo a morir por golpe de calor y ese pequeño gozo de volver a ver a algunos amigos en su entorno favorito. Ese lamento I don’t belong here pero también ese grito let’s get this party started. El Sónar tiene un color especial, el Sónar sigue teniendo su duende. Me atrevería a decir que no hay otro festival como este en España. De entrada, fijaos bien, porque debe ser el único festival musical nacional donde curiosamente apenas se tuitea. Pienso a veces que lo mismo esto se debe a que sus asistentes siempre tienen otros menesteres más placenteros de los que ocuparse. Pero vete tú a saber.
Pues sí. La entrada a la jornada inaugural del Sónar (lo de ayer de Björk no cuenta, ¿no?) ha traído esas familiares sensaciones antes mencionadas: la excitación, el tembleque, el gozo, el miedo. Pero en esta ocasión también la perplejidad. Llegaba justito para la hora precoz de la tarde en que Princess Nokia debía estar soltando su mandanga en el escenario SonarVillage. Pero ahí no estaba Princess Nokia, sino que en su lugar había un señor poniendo canciones. Que lo mismo era Prince Alcatel, pero Princess Nokia no era seguro. Luego nos hemos enterado que habían invertido la actuación de Bawrut (era él este señor que os contaba que estaba poniendo canciones… un house bastante suculento, por cierto) y la de la rapera americana. Pero como sea que de eso he sido consciente después, me he plantado en el SonarDôme para disfrutar de la propuesta de Daniel Brandt dando cuerpo a su reciente disco en solitario.
Y la propuesta de Brandt, acompañado de dos músicos más sobre el escenario, ha sonado a un post-rock anómalo para un escenario como el SonarDôme, acostumbrado a fines más zapatilleros. En fin, que he durado no más de quince minutos allí. No me malinterpretéis. La translación al directo de “Eternal Something” estaba sonando rica y bien. Pero quizás yo no estaba in the mood for Mogwai y, al enterarme que justo empezaba, ahora sí por fin, la actuación de Princess Nokia, bien valía deshacer el camino y volver al SonarVillage. Y sí, yo diría que el cambio de planes ha merecido la pena. Destiny Frasqueri ha puesto a la gente muy arriba con su actuación, feroz pero festiva, bajando ocasionalmente del escenario para acercarse a un público que la esperaba con ganas a juzgar por la entrega durante todo el concierto y que la ha agasajado merecidamente. La artista de origen puertorriqueño ha intercalado proclamas a favor de las “mujeres de color oscuro” (creo que esta fue la cita literal, pero no me hagáis muchísimo caso) entre fogonazos imparables como las celebradas “Tomboy” o “Kitana”.
Tras Princess Nokia, tocaba desplazarse al SonarHall para ver lo que nos proponía Matthew Barnes aka Forest Swords. Y lo que nos ha propuesto se ha parecido bastante a una sacudida extracorpórea del tracto digestivo. Acompañado por un bajista, sus máquinas, una guitarra que utilizaba el propio Barnes ocasionalmente y unas proyecciones en torno a la relación indivisible entre lo telúrico y lo etéreo a propósito de la danza, se han ido desgranando temas del reciente y fantástico “Compassion” junto a alguna pieza de su anterior incontestable obra maestra “Engravings”. Con unos graves asesinos que han convertido su actuación en un ejercicio de pura resistencia física, el concierto de Forest Swords ha vuelto a entronar el ambient-dub que propone su autor como uno de los highlights del festival, algo que ya ocurrió en este mismo espacio hace tres años.
Quizás de hecho la actuación de Forest Swords hubiera quedado como el evento más destacado de la jornada del jueves de no ser por lo que han hecho Alejandro Ghersi y Jesse Kanda un rato después allí mismo. ¿Cómo definir la actuación de Arca? Veamos. Ayer mismo en un ejercicio de síntesis un poco arriesgado definí en Twitter a Arca como la Rocío Jurado del siglo veintitrés. Bueno, algo de eso hay. Así que imaginaos a una Rocío Jurado –o a un Raphael si queréis, me vale madre– pansexual dentro de ciento cincuenta años dando un recital con Autechre y Pita como banda de acompañamiento y proyecciones de un Chris Cunningham metido a pornhuber.
No podía realmente imaginar cómo iba a ser lo de llevar al directo un disco tan extraordinario como “Arca”. Pero ocurrió. “Arca” es un álbum que suena como la evolución anómala de unas raíces que crecen e infiltran un tejido sintético superpuesto para crear algo atemporal, sucio y exquisito, y le otorga a Alejandro un aura definitiva de elegantísima diva de lo grotesco. Esto se ha potenciado en el show de Arca en el Sónar 2017: una pasarela central como apéndice del escenario por donde Alejandro se contonea y se agita durante gran parte de la actuación, hasta dos cambios de vestuario en los sesenta minutos justos de concierto, detalles como el lanzamiento de un ramo de flores al público. Gestos de gran recital de copla encerrados en un ruido convulso maravilloso. Ahí sonaron “Piel”, claro, para empezar, pero también “Reverie” con los retales de “Caballo Viejo” o la impresionante “Desafío”. Y ahí se vieron los pedazos de nueva carne mutada proyectados de Kanda, ya sea en forma de bebés sintéticos, órganos apócrifos, bancos de serpientes o primeros planos de un fist-fucking anal.
No obstante, la suma de los detalles no se acerca realmente a la magnitud de la cuestión. Hablaba en su día Raül de Tena, director de esta publicación, a propósito de su actuación en el festival hace dos años, que Arca era el futuro post-todo. Entonces el futuro ya está aquí y es capaz de tomar cualquier forma imaginable en el espectro de la pansexualidad (o la metasexualidad) y en pos de la fecunda unión musical entre la tradición y la utopía. Desde luego, hay que ser torero.
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Como cada año, acudimos como fieles seguidores a una nueva edición del Sónar, encontrándonos con viejos amigos y conocidos. Lo mismo de siempre, pero con distinta banda sonora… Para no perder las buenas costumbres.
Con un calor abrasador y con la cara como si nos hubiésemos maquillado usando una base de bacon (por lo de los brillos y esas cosas), nos dirigmos hacia Tommy Cash, una promesa del Este que nos dejó a todos con la boca abierta y el culo torcido. Ese pedazo de artista del trap y el feísmo nos encandiló con imágenes de sus propios videoclips, un chándal amarillo y él solo contra el mundo. Con las bases pregrabradas y solo cantando encima, a Tommy le basta y le sobra para encandilar a un público que probablemente a esas horas estaría echando la siesta o tomando tranquilamente un café si no hubiera sido imprescindible no perderse la actuación del estonio. Al chaval se le notaba feliz (no paró de sonreír) y a nosotros nos hizo felices hacer un poco el «fua neng» bakala recordando los tiempos chungos de Pont Aeri (he de decir que yo jamás pisé esa discoteca, y eso que en mis tiempos se llevaba mucho, pero nunca me gustó y ahora me hace mucha gracia este revival maquinero / trap / chungo). A destacar la imagen de la colegiala que se seca las humedades de los bajos con un secador. Arte.
Después de la actuación del bueno de Tommy, nos dejamos atrapar por el Village. Allí actuaba Dawn, que la verdad es que nos dejó un poco fríos. Después decidimos pasar por el nuevo escenario SónarXS y ver un poco a Yung Beef. Confieso que odio el trap, que I don’t get it, pero probablemente sea porque soy vieja. O no sé. Hay canciones que me hacen gracia («Salami» de Ms Nina me fascina), pero así en general me produce todo bastante rechazo, aunque para echarte unas risas todo bien. Pues bien, llegamos para el hit «Cayendo pa’rriba tol rato» y nos quedamos con una frase muy profunda que dijo Beef: «Yo creo que cuando te mueres ya está, hermano«. Ya está, el vacío, la oscuridad. Joder, que poeta.
El resto de la noche fue un difuso camino de bailarlo todo en el Village, dejándonos llevar pero sin prestar demasiada atención, porque al final muchas veces se trata de eso, ¿no? Vivir más que analizar la música y disfrutar.
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