Consenso general a la hora de considerar a ANOHNI como la actuación que marcó a fuego la segunda jornada del Sónar 2016… ¿Y una de las mejores del año?
La segunda jornada de RAÜL DE TENA en SÓNAR 2016… Ayer abría mi crónica de la primera jornada del Sónar 2016 explicando cómo este es un festival que no puede abarcarse de modo fragmentario, como una concatenación de conciertos inconexos el uno del otro. De hecho, tiene cierto sentido: otros festivales funcionan como un concierto de rock, con las pausas necesarias (y a veces demasiado largas) entre canción y canción… Pero este es un festival de música electrónica, y su propia experiencia transcurre como una sesión remezclada en el que vas fluyendo de un tema a otro, de un concierto a otro. Ese ansiado stream of consciousness que es el verdadero «chase the dragon» de todos los aficionados a la música electrónica en directo.
Sea como sea, y precisamente porque mis compañeros de fatigas en el Sónar 2016 ya van a dejar suficientemente cubierto el Sónar de Día, creo que lo mejor que puedo hacer es centrarme en el Sónar de Noche. Aun así, cuatro apuntes sobre lo que pude vivir en el recinto diurno… El Niño de Elche y Los Voluble: lo entiendo, lo comprendo, me parece necesario y, superadas las dos primeras canciones, incluso me metí hasta las trancas en su propuesta de música experimental con discurso social. Aun así, no pude evitar la insidiosa sensación de que el mensaje era muy obvio, que los visuales eran muy obvios y que la música, por lo menos cuando apostaba por el noise ruidista, era muy obvia. Cierto es que el concierto fue ganando en matices (sobre todo en lo musical y en lo vocal, con los impresionantes quejíos de El Niño) a medida que se acercaba hasta el final, pero eso no consiguió quitarme de encima la sensación de que el conjunto ganaría con una sofisticación de un mensaje más complejo y menos «on your face«.
Más todavía: lo de Danny L Harle fue colosal como reflejo directo de la fragmentaria mente de la generación que ha crecido con YouTube, saltando de un vídeo a otro a los 20 segundos por puro aburrimiento. Déficit de atención. Hiperactividad millenial. Histerismo esquizofrénico. Y todo ello recubierto de pelotazos de optimismo pop y una atmósfera general que recordaba al happy hardcore de hace siglos pero reconvertido para el siglo 21. En comparación a esta mareante pero estimulante mirada hacia el futuro, lo de John Grant servía de linimento para el alma al ser el concierto más «concierto» de todo este Sónar 2016: setlist impecable, jits tremendos, hipnótica presencia del osazo Grant sobre el escenario, estribillos coreados por el público al completo y esa sensación de que formas parte de algo más grande, que no se puede explicar. Sólo lo entenderás si lo has vivido alguna vez en este festival.
Y vamos ya a por el Sónar de Noche y, sobre todo, vamos ya a por ANOHNI, que aquí y ahora tendré que nominar como el equivalente a la vez que negativo de la actuación de Arca en la edición pasada del festival. Equivalente por ser uno de esos directos en los que sientes que la música avanza hacia adelante, hacia fronteras no exploradas todavía bien lejos de las zonas de confort de la música en directo. Y negativo porque lo que en Alejandro Ghersi fue oscuridad y diálogo con un futuro en el que no hay espacio para las ideas, sino sólo para las sensaciones especulares y fracturadas como un espejo que acaba de estallar contra el suelo, en el caso de ANOHNI fue luz y emociones puras, por mucho que partieran de un discurso a priori bastante tétrico y pesimista.
La actuación se abrió con Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never) y Ross Birchard (Hudson Mohowake) cada uno en una punta del escenario, mirándose el uno al otro y separados por una especie de pasillo en el centro del escenario por el que todos esperábamos que saliera ANOHNI. Curiosamente, y marcando a fuego la dinámica del concierto, la artista no apareció en el escenario hasta el final de la primera canción, «HOPLESSNESS«, dejando que los protagonistas fueran la música por un lado y unos visuales en los que aparecía un primer plano frontal de una mujer cantando la canción.
Cuando por fin salió al escenario, ANOHNI lo hizo cubierta en una especie de ropaje negro de los pies a la cabeza, sin mostrar su cara en ningún momento del concierto. Sólo podían verse sus manos danzando al son que marcaban sus dos compañeros… Y esto, considerando cómo ha transcurrido la carrera de la artista, no se puede tomar de otra forma que como una elocuente declaración de intenciones. Al fin y al cabo, el primer disco de ANOHNI podría haber tratado perfectamente de su transición de hombre a mujer, y seguro que eso hubiera vendido sobre el papel cuché mucho más que la infidelidad de Jay-Z en el último trabajo de Beyoncé. Sin embargo, si en el disco resulta interesante cómo ANOHNI se elimina a sí misma del centro de las canciones para dar paso a un mensaje puramente sociopolítico, no es de extrañar que en directo apareciera amortajada en aquellas extrañas ropas que, de nuevo, la eliminaban del concierto para dejar en primer plano lo que verdaderamente interesa. El mensaje.
De forma sublime, sin embargo, ese mismo mensaje se desplegó sobre el público de forma compleja y con múltiples capas de sentido. Puede que gran parte de los asistentes (casi la totalidad, diría yo) pillara el discurso en torno a temas candentes como la guerra destructiva utilizando drones, la violencia de género o la ecología más beligerante, pero estoy prácticamente convencido de que, ante un concierto como el de ANOHNI, no hace falta saber inglés para entender y sentir el calado emocional que se desprende de todos estos temas. Siendo la artista como es, alguien que crea abriendo el pecho en canal para extraer el corazón si hace falta, está claro que su militancia política y ecológica no podía quedarse en la proclama inane, sino que a través de sus canciones podías sentir bajo tu propia piel el dolor que todas estas problemáticas infligen en el mundo entero. Empatía, que se le llama. Empatía, que muchos artistas olvidan que es la base de todo arte.
Resultaba curioso, sin embargo, contemplar a ANOHNI bailando de forma totalmente animada las canciones de su concierto mientras, entre el público, todos nos mirábamos unos a otros y hacíamos gestos del tipo «no puedo dejar de llorar». Esto me hizo recordar que, desde un buen principio, ANOHNI afirmó que el cambio de nombre de su proyecto musical respondía a un cambio de rumbo en lo musical, ya que pretendía explorar la música de baile con lo que finalmente fue «HOPLESSNESS«. En directo, y viéndola danzar como una posesa sobre el escenario, tuve que obligarme a hacer el ejercicio de intentar escuchar la música sin su voz, sin las emociones intrínsecas a su garganta. Y sí, hay que reconocer que la mayor parte de las canciones funcionarían como temas de baile…
¿Existe algo más bello que alguien que es inconsciente de su capacidad de crear belleza? Eso mismo fue ANOHNI sobre el escenario: puede que ella sienta las canciones como puro motor de baile (que, por otro lado, lo son), pero impacta sentir cómo esa potencia de danza electrónica se ve dulcemente aplastada por su presencia, su voz, su capacidad para transmitir emociones y también los visuales de mujeres cantando las canciones en primerísimos primeros planos repletos de intensidad dramática.
¿Concierto del año? No. Señores. No. Concierto de la vida, más bien.
Pero sigamos hacia adelante en la noche, porque por mucho que después de ANOHNI muchos sintiéramos el impulso de decir «chao» e irnos a casita a reflexionar sobre lo vivido, el Sónar 2016 no detenía su maquinaria… Sino que seguía a plena potencia adentrándose hacia lo profundo de la noche. Permitidme aquí otro pequeño inciso: ¿tú también eres de los que dices que estás hasta el toto de otros festivales en los que te pasas todo el rato caminando de un lado a otro para, al final, no ver nada? Pues una cosa te digo: mi Sónar de Noche transcurrió todo en un mismo escenario, permitiéndome el lujo de gozar de las actuaciones al completo gracias a la capacidad del festival para, como decía más arriba, no permitir parones entre shows, sino hilvanarlos para no apartarte del anhelado stream of consciousness.
Tras la actuación de ANOHNI, ese mismo escenario recibiría las visitas primero de Red Axes (que optaron por la cultura del shock para hacernos salir del ensimismamiento post «HOPLESSNESS» por la vía de un technazo impagable pero para nada facilón) y más tarde de Flume, que vino con un discarral bajo el brazo, «Skin«, que le sirvió como trampolín desde el que lanzarse a los future beats más estimulantes que suenan precisamente a eso: a future.
Y, a continuación, el que se convirtió en la gran sorpresa de la noche para muchos: Kölsch. Puede que se uno de los pilares fundamentales de la factoría Kompact, pero ni eso hacía preveer la sesionaquer de techno megalómano que el hombre eternamente pegado a un sombrero se marcó en el SonarPub. Vale: el tipo tiró del cuatro por cuatro a base de bombo puro y duro como si no hubiera un mañana. Pero, chiquis, eran las horas que eran, y el que sea capaz de decirme que en ese momento no quería que le encularan con este torpedazo de sesión y que hubiera preferido algo más sutil, es que miente como un bellaco. Prueba de ello es que yo llegar a casa totalmente empapado al no haber sido capaz de abandonar la primera fila del escenario mientras llovía con cierta intensidad. Pero es que, cuando alguien te está regalando algo tan tremendo, ¿qué son cuatro gotas de lluvia?
Para sutilidades, sin embargo, tuvimos a John Talabot justo después de Kölsch. En el intercambio entre ambas sesiones, algunos intentaron hacer chascarrillo exclamando que «Talabot le ha dicho al Kölsch: oye, cabrón, sigue tú, que yo me voy, chao«. Ciertamente, después de una sesión tan impactante y física como la del de Kompact, se hacía difícil que nuestro Talabot pudiera estar a la altura… De entrada, pareció que iba a jugar en la misma liga que su antecesor y apostó por un techno con concesiones al bombo. Pero, una vez ganado al publicó, Oriol Riverola demostró que se puede conseguir el mismo nivel de intensidad que Kölsch sin quedarse encajado en un único (aunque jodidamente efectivo y estimulante) patrón rítmico. Como siempre, Talabot demostró versatilidad, capacidad para adaptarse a todos los terrenos y una inigualable voluntad de plantear las sesiones como viajes en Interrail que van pasando por múltiples países y enseñándote millones de paisajes. En conclusión: Kölsch ganó por encularnos directa y salvajemente, pero Talabot ganó por su elegante uso de la vaselina. Dos formas de dar placer, pero placer al fin y al cabo.
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La segunda jornada de ESTELA CEBRIÁN en SÓNAR 2016… ¿Saben ustedes cuando salen una tarde de casa en plan “me tomo una cerveza y dejaré que la vida me sorprenda” sin planes ni hoja de ruta muy marcada? Ese fue mi no-plan durante la jornada del viernes de este Sónar 2016. Durante años me he preparado el festival como si fuera un examen, pero este, por cosas de la vida (el trabajo, las cositas) no he podido hacer la previa tanto como me hubiera gustado. Aún así, salí de casa sabiendo que nada malo podía pasar. Y así fue.
Seis de la tarde, el mítico césped artificial del Sonar Día está un pelín mojado por la lluvia que no cesa, que amenaza con hacer un poco incómodo el goce del fin de semana. En el Village la gente ya está dándolo todo con Congo Natty. Suena reggae, «Could You Be Love» y otros hits de Marley que siempre que hay sol, césped y ganas de buen rollito funcionan. Bailamos, bebemos, nos reímos. El Sónar se viste un rato con las ropas del Cruïlla pero no le sientan mal. Al Sónar todo lo que se ponga le queda bien.
Enfilamos hacia el SonarComplex. Una fila larga espera nerviosa tener butaca para ver una de las sensaciones nacionales del festival, el mix de El Niño de Elche con Los Voluble. El Complex es un escenario raro dentro del Sonar de Día. Vienes del sol, del subidón (no forzosamente químico) y te sientas en la oscuridad en un espacio donde las charlas de otros escenarios no son posibles. Aquí se viene a escuchar. Nos sentamos. En mi grupo somos diez. Seis desertarían a lo largo del show. Mientras empieza, lo más comentado en nuestra fila de butacas y la de delante es que El Niño está en Grindr y en Growlr. Algún grupi se está pensando mandarle un mensaje mientras está en el escenario. Empieza el show atronador. Los Voluble tras la mesa de mezclas escupen beats ruidosos, ásperos, Francisco, El Niño, a un lado nos grita una y otra vez “El miedo protegido como zona protegida por el miedo”. En las pantallas imágenes de archivo, de los telediarios de Antena 3, fronteras alambradas, pateras llenas de gente en el mar… que nos quieren aleccionar, recordar, concienciar. Quizá de una forma demasiado obvia pero no por ello menos impactante. La mezcla de ruidismo, flamenco y proclama social se apodera de la sala con la intención de provocar en el oyente un dolor de cabeza nacido de la reflexión.
Siguiente parada. Cervecita. Importante. Y ese momento de “me quedo aquí que lo que suena no está mal” se acaba convirtiendo en uno de los highlights del día. Un jovencísimo Danny L Harle está derrochando amor, glitches y encanto irresistible desde el SonarVillage mientras en la zona VIP se despliega el debate del día entre algunos periodistas que se dividen entre el “esto es una mierda” y el “básicamente no estamos preparados para entender esto porque somos viejos”. En Fantastic Plastic Mag sentimos mucha gozadera con su sesión de pop naïf pasadísimo de vueltas y happy-hardcore millenial.
A continuación encaramos hacia John Grant en el SonarHall, o “el escenario Twin Peaks”, por sus cortinas rojas. Y ahí estaba él, ídolo de osos, con su gorra, sus pantalones de chándal, sus brazos en jarra y tó su arte. Estallido pop con pinceladas new wave que pasan del piano al sinte mientras desgrana temas que mis amigos se saben de memoria. Bailar con ellos mientras cantaban a «Disappointing» a gritos. Ese recuerdo. Poco más se le puede pedir a un festival.
Matías Aguayo está ya en el Village haciendo lo suyo. Nos vamos sin escuchar «El Sucu Tucu«. No se puede tener todo en la vida. Pero en el Sónar de Noche nos esperan Jean Michelle Jarre y ANOHNI. Y a ver quién les dice que no.
Mi grupo se divide. La sensación del día es el nuevo proyecto de Antony. Pero yo quiero ver con mis ojos el show del francés, una leyenda viva de la electrónica. La puesta en escena es sorprendente: nos da la bienvenida Edward Snowden desde la pantalla, que colabora en su último disco. Jarre domina el escenario grande de la noche parapetado detrás de su mesa, con una banda en muy segundo plano. Vestido de negro con gafas de sol oscuras y cabellera gris plata. Analogía y ordenadores. Lo viejo y lo nuevo. Esa sería la clave de este espectáculo en el que el juego de luces es espectacular. El francés despliega encanto electrónico con aires renovados, como diciendo “yo inventé la música que bailais ahora, pero puedo sonar igual de moderno que cualquiera”. Temas como «Oxygene.II» y «Equinoxe V» se disfrazan con electrónica de batalla, la base machacona se come a los sintes elegantes de la canción original. Es un show muy Sónar, pero decepcionante para los que esperaban escuchar los clásicos ochenteros en su nostálgica esencia. Aún así el público se rinde y disfruta. La gozadera Jarre termina para mi cuando suena la colaboración con Pet Shop Boys, «Brick London» y tras verlo tocar el ‘keyguitar’. Lo dejo ahí, en lo alto. Me perdí el arpa láser, eso sí.
Plantamos la bandera en el SonarPub donde se sucederá la electrónica festiva tras la apisonadora ANOHNI de la que ya darán buena cuenta mis compañeros. Red Axes se marcan un show divertido, burbujeante, de bailar en grupo y hacer el indio. Flume se pone más elegante e intenso, la noche se cierra sobre nuestras cabezas y toca recogerse para recuperar fuerzas. Nos espera el SonarCama. Mañana más. Mejor difícil, pero con el Sónar nada es imposible.
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La segunda jornada de MIRIAM ARCERA en SÓNAR 2016… La segunda jornada de Sónar empezaba mojada y no precisamente en lo que al placer se refiere, sino más bien por la lluvia que nos recibía las primeras horas del festival. Con el chubasquero puesto llegamos al Sónar poco después de que la actuación de El Guincho acabara. Y, como suele pasar en estos casos, y sobre todo cuando te quedas atrapado en el Village, o bien empiezas a quedar con todo el mundo para desplazarte a otro escenario, o te encuentras a miles de personas y empiezan los «¿Qué tal va la vida?», «Pues bien, aquí disfrutando» y frases del estilo que derivan en largas conversaciones o acaban en bailes y miradas cómplices mientras escuchas de fondo lo que haya en ese momento en el escenario.
Esto fue lo que nos pasó mientras sonaba Congo Natty con Congo Dubz, Tenor Fly, Nãnci & Phoebe, que empezaron haciendo versiones de Bob Marley en plan verbena de pueblo y dejando que el público cantara los hits del jamaicano. Pero decimos verbena de pueblo en plan mal, porque no entendimos muy bien a qué venía hacer versiones sin más del artista rastafari. Luego empezaron con una mezcla de drum’n’bass y reggae que no pudimos soportar y nos fuimos a ver a El Niño de Elche y Los Voluble al SonarComplex, el que se está convirtiendo en mi escenario favorito del festival. Será que me estoy haciendo vieja o será que cada vez me gustan más los conciertos íntimos de este tipo.
El Niño de Elche ya se había presentado como una revolución el año pasado y en esta edición no ha hecho más que confirmarse su poderío y su savoir faire. La verdad es que no le había visto todavía en directo y me llamó mucho la atención la propuesta llamada «En nombre de» con Los Voluble, dúo de VJs y DJs formado por Pedro y Benito Jiménez, al que también le acompañaban Pablo Peña de Pony Bravo y el guitarrista Raúl Cantizano.
La cosa empezó con potencia. Las sillas del Complex vibraban a ritmo de la frase «El miedo como zona protegida por el miedo» repetida hasta la saciedad por Francisco Contreras Molina, más conocido como El Niño de Elche. Los responsables de la vibración y de las imágenes de fábricas y guardias civiles vigilando la frontera entre España y África eran sus cuatro acompañantes, que completaban una experiencia más allá de lo musical, fundiendo límites con la performance y la denuncia social. De esta manera, dejaron claro que en el arte no hay fronteras, algo que por desgracia sí existe en el mundo real. Más denuncia social, con El Niño gritando «Ponle nombre» y imágenes de campos de refugiados para despertar conciencias, playas tranquilas con un leve ronroneo de fondo en las que luego aparecerían pateras navegando en el mar. El Niño diría después «Las fronteras se abren» mientras de fondo se podía ver el rótulo de una estación de metro que rezaba: «Próxima estación: Europa«.
Luego el SonarComplex se convertiría en una fiesta cuando El Niño gritase «El amoooor» y su voz se confundiera con un sampler de «Lo Tengo Todo Papi» de Maluca, mientras de fondo se veían travestis, vibradores y imaginería relacionada con la estética queer. Con todo ese ritmo y esa potencia que retumbaba en las paredes del Complex, la gente, incluida yo, nos levantamos de nuestras sillas y bailamos sin tapujos hasta que todo ese tornado terminó.
Una pausa hasta que empezase John Grant para refrescar el gaznate y dar una vuelta por el recinto en busca de look, de los que ya os hablaré en otro reportaje (próximamente en sus pantallas). Así, puntuales, nos presentamos a las 20:30h en el SonarHall para ver al estadounidense de voz grave y aspecto de osito. Con pantalones de chándal y gorra, como si estuviera en su casa (o paseando por el SonarVillage), Grant nos recibía hablando en perfecto castellano, diciéndonos a todos que íbamos a mover el culo, pero primero le tendríamos que perdonar porque empezaría con una canción de amor al piano. Con esa elegancia que le caracteriza y esa voz que derrite a ambos sexos por igual, nos ofreció un concierto en el que no faltaron canciones como «Pale Green Ghosts«, «Grey Tickles, Black Pressure«, «Black Belt» o «GMF» y, por supuesto, sus bailes sexys a los que el público respondía con gritos de «Guapo!» y «I love you«. Un concierto en el que movimos el culo tal y como nos prometía Grant, y en el que él estuvo impecable, como siempre.
Al acabar Míster Grant, fuimos directos al Sónar de Noche para no perdernos la actuación de ANOHNI, de lo más esperado del festival. Veinte minutos aproximadamente viendo un vídeo de Naomi Campbell contoneándose es lo que tuvimos que esperar hasta que Antony, Oneohtrix Point Never y Hudson Mohawke hicieran su aparición y nos llevaran de viaje por su apocalíptico y desesperanzado disco, «HOPLESSNESS«. Pero de esto os hablará en más profundidad Míster Raül, mucho más fan y conocedor del trío que una servidora.
Después nos quedamos en Red Axes que fue una auténtica fiesta, mezcla de psicodelia, house y pop, perfecto para bailar como si nadie te estuviera mirando. Y poco más podemos decir de la propuesta, ya que cuando se trata de disfrutar y darse al hedonismo, lo único que se puede observar es si uno se lo ha pasado bien o muy bien.
También nos dio tiempo a ver un poco a James Blake antes de irnos al SonarCama, uno de los escenarios que no sale en los mapas del Sónar de Noche pero que a veces puede ser el mejor si se quiere disfrutar a pleno rendimiento del Sónar de Día y de Noche del sábado. Que una ya tiene una edad.
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La segunda jornada de DAVID MARTÍNEZ DE LA HAZA en SÓNAR 2016… El tropicalismo futurista de El Guincho, cada vez más complejo en su evolución sonora, ha sido el encargado de abrir la jornada de viernes para un servidor. Tras el rato de lluvia que nos ha puesto un poquito nerviosos, se ha quedado un bochornazo a estas horas en Barcelona que te hace dudar seriamente si es médicamente posible tener fiebre así de golpe. Con esto quiero dar a entender que son dos las opciones conductuales que uno se puede plantear a las 3 de la tarde en el Sónar, ambas válidas: a) siesta entre cojines o echado en el césped artificial, buscando un hueco a la sombra, refresquito en mano; b) unirse a la lucha contra el calor atmosférico mediante el calor orgánico que nace de los cuerpos que bailan la propuesta de Pablo Díaz-Reixa cuando interpreta junto con Aleix, Pau y Borja de Extraperlo sus imparables himnos “FM Tan Sexy”, “Novias” y “Bombay” o la brillante “Comix”. Por cierto, y hablando de temperaturas, ahí va un misterio irresoluble: ¿cómo puede Aleix Clavera aguantar en el escenario CON UNA SUDADERA PUESTA? Mira, yo no sé. Es verlo y entrar en modo Lydia Lozano; se me vienen todos los males. Lo fundamental, y a pesar de que las canciones de “Hiperasia” de momento aún palidecen si se enfrentan a las de “Pop Negro”, gran actuación de El Guincho a pesar de lo ingrato de su horario.
Un inoportuno chaparrón al final de la actuación de El Guincho ha vaciado de público el SonarVillage cuando justo Las Hermanas hacía acto de aparición. El colombiano Diego Cuéllar ha puesto en liza un cuidado torrente de hip hop instrumental abstracto adornado con piezas de tracks vocales a modo de cut&paste. Creando un sonido cercano a las propuestas mostradas en dos auténticos santo y seña de la música electrónica de los últimos veinte años, como son el “Endtroducing…” de DJ Shadow o el “Since I Left You” de The Avalanches, la actuación de Las Hermanas se ha desarrollado sin sobresaltos, intentando con éxito desigual captar la atención de un peñita más atenta a saludarse con el resto de parroquianos que a los precisos beats emitidos por el artista bogotano. Particularmente, a mí me ha dejado la cabecita como parmentier de patata. Y eso sólo puede ser positivo. Como anunciaba uno de sus samples en la recta final de su actuación, ‘fresco y caliente’.
Lo bueno del Sónar de Día es que, si te apetece, te lo puedes tomar como un Rancho Relaxo entre toda la algarabía circundante. Paseíto por aquí, cabezadita por allá, granizadito de vodka con limón por acullá… No obstante, no todo es un camino de rosas: buscáis la euforia, pero la euforia cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar. No con sudor (bueno, también), ni siquiera con dinero (aunque ¿es mi impresión o todo el tema refrigerios está un poco más caro que en años anteriores?), sino aguantando los reductos de mamarrachez que aún hoy son al menos parte de la cara visible del festival para el ciudadano medio. Y es que, si bien parece que en esta edición es menor el porcentaje de atuendos que te hacen querer arrancarte los ojos y pisotearlos en el césped artificial del SonarVillage, el refrán todavía es válido: aunque la fuerta se vista de seda, fuerta se queda. Y en lo estético el Sónar aún tiene ese puntito de Ramblas en verano con sus hordas de turistas con sombrero mejicano y sin camiseta, ese puntito de despedida de soltera bañado en pátina dizque cool… Podréis argumentar que, oye, es que la gente ha venido a pasárselo bien. Y me parece bien, pero –citando la ley de Godwin– ¿sabéis quién también había venido a pasárselo bien? Exacto. 😉
El que también se lo ha pasado bien, a tenor de la sonrisa que mantuvo durante todo su set, fue el dios Danny L Harle. Durante una hora, además, aquello tan naif que cantó Louis Armstrong en su día, lo de que “when you’re smiling, the whole world smiles with you”, se ha cumplido y Harle nos ha tenido a todos los que nos hemos apretujado frente a su cabina en el Village en un estado pre-extático, algo así como medio milímetro por encima del suelo. Pienso que lo más cercano al eurodance que hemos tenido en este siglo es la música nacida al auspicio de PC Music (que no en vano podría leerse como Popular Culture Music) y sus distintas ramificaciones, y el set de Harle ha dado buena muestra de ello. Danny L Harle ha pinchado gozoso algunos de sus incontestables éxitos (“Broken Flowers” y “Without You” mismamente), intercalados con brotes de piyulismo la mar de majo y refrescante y fragmentos de remezclas del “Wrecking Ball” de Miley Cyrus y del “Call Me Maybe” de Carly Rae Jepsen, en un set que ha abrazado a partes iguales lo masivo y lo underground, pero siempre de forma excitante y absolutamente gozosa. Cómo rezaba su camiseta, Huge Danny. Y, además, de verdad.
Santigold ha tomado la alternativa de Danny L Harle no solo cronológicamente sino también filosóficamente, en su retrato de la nueva sociedad del espectáculo y el microconsumo. Coristas sentadas en sendos sofás comiendo Cheetos, proyecciones de estanterías de supermercado, uniformes llenos de tags de marcas a modo de patrocinio, coreografías donde el elemento de atrezzo es un selfie stick… Buen número que añade cierto empaque a un set armado con canciones difícilmente cuestionables, en el que cae de buen principio la prodigiosa “L.E.S. Artistes”, tiene un hueco destacado para una celebradísima “Disparate Youth” e invita a la invasión del escenario por parte del público para bailar la feroz “Creator”. Hoy tenéis la oportunidad de disfrutar de Santigold en el Sónar de Noche, así que, salvo que seáis fans irredentos de New Order, yo no me lo pensaba.
Ah, el Sónar de Noche y su ocasional conflicto de intereses. El segmento nocturno del festival ofrece muchas veces un choque entre oferta y expectativas con ciertos daños colaterales, como el que se ha vivido el viernes. Y es que, amics, el grueso de la audiencia busca piyulada y zapatilla y no siempre lo encuentra. Tal cosa ha ocurrido en los dos espectáculos que más me interesaban a priori en esta jornada, resueltos de distinta manera.
Por ejemplo, lo de ANOHNI ha sido en resumidas cuentas bastante espectacular y, si me percepción no me engaña, creo que ha logrado convencer a prácticamente todo el mundo. Presentada cubierta completamente por una especie de túnica negra, con tres grandes pantallas tras ella mostrando diferentes mujeres narrando las letras de las canciones de “HOPLESSNESS”, uno de los discos del año que, una vez visto en directo, se empodera y agiganta su importancia y dimensión. En una honesta teatralidad, temas como “Execution”, “Why Did You Separate Me From The Earth?” y el final con la emocionante “Drone Bomb Me” acababan por construir el paradigma de set perfecto en cuanto a intenciones y expectativas cumplidas, con momentos de dejarte literalmente sin palabras.
Sin palabras no es precisamente como se ha quedado el público que ha asistido al show de James Blake, a tenor de los murmullos que ruidosamente acompañaban los segmentos más tenues del setlist del artista británico. Ligeramente decepcionante para quien esto firma, el grueso del concierto de Blake se ha centrado en el reciente “The Colour In Anything”, un álbum que en mi opinión pierde a los puntos si lo comparamos con sus obras previas. Quizás otro contexto hubiera ayudado, pero el escenario grande del Sónar de Noche a la 1 de la madrugada, con un público aparentemente ávido de bombito wapo, no ha ayudado a que las sensaciones reposadas del set de James Blake sean especialmente benévolas. El tramo final del concierto, ciertamente más intenso gracias quizás a la inclusión de material antiguo, como una extendida “Voyeur”, la épica celebrada de “Retrograde” y el final intimista con “The Wilhelm Scream”, han rescatado algunas sensaciones que ya habíamos vivido en visitas previas de James Blake. Nos quedamos con eso, qué remedio.
Tras James Blake, era mucha la tentación de ver qué se traía entre manos el heroico Mano Le Tough o darse una vuelta por el renovado SonarCar, con Four Tet a los mandos. Pero mayor aún era la tentación de desplazarse hasta el escenario estrella del festival cuando el cuerpo dice basta y la cabeza dice que hasta aquí: el SonarCama.
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