Nuestra primera crónica del Sónar 2016 son tres crónicas diferentes que demuestras que esto no es un festival de música, sino una pura experiencia.
La primera jornada de RAÜL DE TENA en SÓNAR 2016… Este año, en FPMag nos hemos planteado hacer algo diferente. La cuestión es que, de entrada, nos aburren esas crónicas colectivas de festivales en las que cada redactor tiene un párrafo para hablar de una actuación y estas micro-crónicas se suceden unas a otras sin orden ni concierto. Vale, esto puede enseñar al mundo que el medio responsable de esta crónica es muy poderoso y tiene un cojón de redactores / minions currando en el festival… Pero ¿dónde queda aquí representado lo que es realmente importante e interesante en un festival como el Sónar?
Me explico. Ya hace varias temporadas que el festival barcelonés se ha convertido en el evento más visionario de nuestro país a la hora de luchar contra el anquilosamiento que está matando a otros festivales por la vía del viejunismo recalcitrante (y que, reconozcámoslo, también nos está matando al público de puro aburrimiento). Desde sus inicios, el Sónar le ha dado mucha importancia a los audiovisuales y a la tecnología, pero ha sido en sus tres últimos años cuando ha formalizado una elocuente propuesta en la que al público no se le permite ir al recinto a concatenar conciertos de gente aburrida sobre escenarios. El fesival quiere que vivas diferentes experiencias y que, sobre todo, encuentres nuevas formas de excitarte con la música en directo.
Así las cosas, resultaría francamente absurdo seguir empeñados desde la trinchera del periodismo en que el Sónar es un festival que puede «cubrirse» en forma de micro-epitafios para cada una de las actuaciones… Desde la organización nos desafían, y nosotros tenemos que recoger el guante y enzarzarnos en este duele de la forma más estimulante posible. Por eso mismo, este año las crónicas del Sónar 2016 de FPMag no van a presentar la estructura habitual. Lo que vamos a hacer es que, cada día, los redactores que tenemos pululando por el festival escribirán sobre su «experiencia» global. No sobre los conciertos en concreto (que también), sino más bien sobre qué supone asistir a un festival preeminentemente experiencial como el Sónar 2016.
Eso sí, tengo que reconocer que este año no he empezado con buen pie. Al fin y al cabo, hay cosas que no puedes controlar, y ayer jueves 16 de junio, primera jornada del festival, sufrí un tsunami de curro que por momentos me sentía un poco Naomi Watts en «Lo Imposible«, luchando contra la corriente acuática, intentando proteger a mis hijos, llorando de impotencia, deseando que se acabara aquel calvario en forma de desastre natural para poder ducharme y ponerme mono y salir corriendo hacia el recinto del Sónar 2016. En conclusión: que no pude montármelo para llegar al festival antes de las 19h. Una mierda, tete.
Permitidme aquí, sin embargo, un pequeño gran inciso. Mucha es la gente que, ante mi palotismo con el cartel del Sónar 2016, me han respondido que la programación no es tan buena como otros años. Puta necesidad que tiene la gente de joderte la vida, en serio. La cuestión es que, en los últimos días, en mi proceso de documentación para escribir / editar los diferentes artículos especiales que hemos publicado en FPMag sobre el Sónar 2016, he descubierto una cosa interesante… Y esa cuestión es que, a medida que el festival iba realizando los anuncios de su cartel para este año, hubo mucha pero que mucha letra pequeña que me pasó desapercibida. Y me pasó desapercibida porque cuando se anunció todavía no era grande ni «relevante» para la prensa.
Ahora bien, al ponerme aquí y ahora delante del cartel del Sónar 2016, me resultó curioso toparme con nombres que no recordaba que actuaran en el festival pero que, sin embargo, es de lo que más escucho estos días. Flume, Skepta, ya tú sabe. Dicho de otra forma: hubo un tiempo, en el que el Primavera me desafiaba en cada edición y tenía que ponerme al día para no perderme cosas como estas. Ahora que ese otro festival se limita a verlas venir, a juntar en su cartel a nombres grandes (que ya he visto mil veces) o a personajes que llevan meses y meses sonando como valores seguros, el Sónar ha cogido el testigo como prescriptor. Al menos, para mí.
Y digo esto porque, al ponerme delante de la programación de ayer jueves, sufrí un pequeño gran vértigo. No sé por qué, tenía en la cabeza la idea de que sería un día «menor», y de repente me encuentro con las actuaciones de Cauto, Strand, Nicola Cruz, King Midas Sound + Fennesz, The Black Madonna, Jamie Woon, James Rhodes, Kelela, Sevdaliza, 65daysofstatic… Una jodida maravilla que, sin embargo, y como ya he dicho más arriba, me perdí casi al completo por culpa de una ola inexplicable de trabajo.
Pude ver, eso sí, las tres últimas canciones de Kelela… Y fueron justamente tal y como yo, que nunca había visto a Kelela en directo, siempre había imaginado. Mucha sensualidad, mucha negritud, muchos ambientes digitales danzando delante de tus ojos como serpientes hipnotizadas por la música, a punto de lanzarse siempre hacia tu garganta en un ataque letal. Nótese aquí el uso de metáforas pajilleras para cubrir la realidad de que estuve allá tres temas de mierda, por mucho que uno de ellos fuera el cierre apoteósico con «Rewind«. Más tarde, algunos de mis amigos (que sí que pudieron ver el concierto) me dijeron cosas como «las luces fueron alucinantes, muy simples y minimalistas«, «ella es una puta diosa» o «ha sido el mejor concierto del festival«. Y, como yo no estuve allá demasiado tiempo, me los creo. Tú también deberías.
Del SonarHall, sin embargo, salté a The Black Madonna en el SonarVillage. Siempre es un gustazo llegar por vez primera a este escenario y su césped y su gente pasadísima disfrazada y postureando. Una olla a presión que ostentó una presión más elevada de lo habitual gracias a la sesión de esta mujerona que, hablando en plata, fue totalmente colosal. Vale: es probable que la hubiéramos disfrutado más a las 5 de la madrugada en el Sónar de Noche. Vale: a esta Bulldozer del technazo más cálido lo único que le faltó fue enseñarnos el chocho peludo, porque la verdad es que plantar una sesión como esta, tan dura, tan nocturna, tan hedonista, a las 7 de la tarde manda cojones. Pero resulta que la mistress tiene una presencia magnética sobre el escenario, una mezcla de fardonismo absoluto y de capacidad innata para comunicarse con el público a través de gestos más propios de un hooligan que de una dj… Pero, oye, amor rendido puro y duro. No sé. The Black Madonna debería tocar cada media hora en un escenario del Sónar 2016. Por si acaso.
Y a partir de aquí no me pidáis más. Os juro que lo intenté, pero Sónar es un lugar al que vas a escuchar música… y en el que vas a encontrarte con todo el puto mundo. A cancanear. Es inevitable ir topándote con gente de la industria que hace siglos que no ves y, por lo tanto, el jueves suele ser el día de ponerse al día (por cierto, ¿no os flipa el concepto de «el día de ponerse al día«?). Y yo me puse al día mientras Bob Moses lo petaba en el SonarVillage y, sobre todo, mientras Kenny Dope levantaba comentarios a mi alrededor del tipo «este tío molaba antes, con Masters at Work, pero ahora es lo peor«. Pues ¿sabéis que os digo? Que este tipo de comentarios viejunos me tocan el coño, porque lo que yo vi fue un tío que empezó bien arriba, bien en las alturas, y se marcó una sesionaquer de esas que son una línea recta de musicón non-stop, con mucho deep house y con mucha sensualidad. Como recorrer una autopista en la noche sin levantar el pie del acelerador, pero sin pisarlo tampoco demasiado. Bueno, pisándolo más que levantándolo. ¿Que sonaba viejo? Pues no sé. Llamadme viejo. Me la pela.
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La primera jornada de MIRIAM ARCERA en SÓNAR 2016… Llega una edición más de Sónar y, con la cámara colgada a la búsqueda de los looks más Fantastic del festival, me dirigí hacia el recinto de Fira Barcelona bien pronto para ojear un poco qué se cuece en el Sónar +D, ver los primeros estilismos del festival y llegar a tiempo para disfrutar de Nicola Cruz, uno de los must see (and dance) del festival.
El concierto se celebraba en el SonarHall, un lugar donde la luminosidad de la música de Cruz contrastaba con la oscuridad de la sala, más propia para otro tipo de propuestas. Seguramente hubiera encajado mejor en el Village, al aire libre, pero agradecemos enormemente no haber pasado calor mientras vimos en acción al francés con orígenes ecuatorianos. La propuesta de Cruz iba acompañada de unos visuales que al principio no nos sorprendieron mucho, colores cálidos, manchas como si fueran de Rorschach o como si imitaran lámparas de lava…
Pero luego las imágenes fueron cambiando hasta convertirse en un viaje al centro de la tierra, pasando por volcanes y raíces, conectando con la naturaleza y la parte más primitiva de todos nosotros. Los colores cálidos pasaron a ser fríos con alguna imagen de lo que parecían ser glaciares. Todo muy adecuado y al hilo del que parece ser el tema estrella de esta edición: el cambio climático. Ya lo dice ANOHNI en su canción «4 DEGREES«, y Nicola Cruz nos recuerda que tenemos que proteger la tierra por todo lo bueno que nos da. Sus ritmos con orígenes latinos y tradicionales de la cultura andina eran la banda sonora perfecta para todo lo que estábamos viendo y disfrutando.
Quizás el momento más álgido (aunque la verdad es que todo el concierto fue bastante álgido) fue cuando hizo un remix de la canción «Agua de la Tierra» de Rodrigo Gallardo, toda una declaración de intenciones. Una mezcla perfecta de tradición, folklore y electrónica.
Volví al Village en busca de looks originales y fantásticos y, después de encontrar algunos y dar una buena vuelta, volví otra vez al SonarHall, esta vez para ver a King Midas Sound + Fennesz, una propuesta diametralmente opuesta al anterior concierto, pero igual de interesante y adecuadísima para el escenario más darks del festival. El comienzo del concierto fue una pieza instrumental que parecía emular a Freddy y meterse en nuestros sueños, hasta que la dulce voz de Kiki Hitomi se adueñó del micro y entre nieblas empezó una pesadilla de la que nadie seguramente querría despertar.
Y decimos pesadilla porque la atmósfera intensa y oscura de las canciones se adueñaron totalmente de nosotros, sintiendo una mezcla de suspense y excitación, adentrándonos en los mundos que King Midas Sound al completo habían preparado para nosotros junto a Christian Fennesz. Presentaban «Edition 1«, el primer disco de una serie de cuatro que Kevin Martin, cerebro del grupo, tiene pensado crear junto a músicos afines, para crear algo único como lo que pudimos ver en esta edición de Sónar. La sensual y femenina voz de Hitomi contrastaba con la grave y profunda voz de Roger Robinson creando un contraste de luces, sombras y nieblas que sin más artificio que música y voz, nos dejaba la sensación de haber sentido la belleza del caos.
Después de toda esta intensidad nos fuimos a ver a James Rhodes, quizás el concierto más emotivo de la jornada del jueves (soy una intensa de la vida, ya veis). He de confesar que todavía no he leído su libro, «Instrumental«, aunque tengo muchas ganas de hacerlo y, después de verle en directo ayer, todavía más. James Rhodes es tan mono que dan ganas de abrazarle hasta que te duelan los brazos. Como si fuera un monologuista. Y, después de tocar la primera pieza, se presentó, con mucho sentido del humor, diciendo que se había comprado unos zapatos especiales para la ocasión, que casi nos dejan ciegos porque eran de colorines y brillaban cuál bola de discoteca. Luego también bromeó con el hecho de no saber muy bien por qué le habían elegido para tocar en el Sónar, y dijo que probablemente le habían llamado a él porque Michael Nyman estaba ocupado.
Entre risas, habló del truco mágico de la música clásica, de cómo puede ser feliz y triste a la vez y como ésta había sido para él como una medicina a lo largo de su vida. Presentó la siguiente pieza que iba a tocar, la fantasía polonesa de Chopin. No tengo ni idea de música clásica, pero os diría lo mismo que dice Julia Roberts en «Pretty Woman» después de ir a la ópera. Un gustazo. Después presentó otra pieza de Chopin, esta vez «Scherzo no. 2«, dedicado a su alumna Adéle von Fürnstenstein y creado en medio de una relación tormentosa con Maria Wodzinska. La pieza nos transporta a una urgencia que después se convierte en calma, para volver otra vez a la urgencia. De nuevo algo precioso entre las manos de Rhodes, que se movían ágiles al piano.
Por último, presentó la pieza «La Chacona» de Bach, dedicada a su mujer después de que ésta muriera y que, como bien dijo Rhodes, era una pieza en la que hay momentos que parece que vaya a acabar pero de pronto revive, como cuando alguien a quien quieres está a punto de morir y no quieres que eso pase. Precioso y lleno de emoción. Rhodes se despidió, no sin antes dedicar unos minutos extras a una pieza corta que nos dejó con ganas de verle tocando hasta que el festival acabara.
Después de encuentros varios, más looks y cervezas, volvimos otra vez al mismo escenario dónde había tocado Rhodes, el SonarComplex, para ver esta vez a 65daysofstatic que habíamos bautizado como 65days of nosequé. Otro de los highlights del festival, por ser responsables de poner banda sonora al videojuego «No Man’s Sky«, uno de los juegos más esperados para PlayStation 4. De nuevo imagen y sonido se unieron, como al inicio de la jornada, para hacernos disfrutar de una experiencia única.
Empezaron con la imagen de la luna, que sería también la imagen final, en un viaje por el espacio a bordo de una nave especial que tripulábamos nosotros. Viajando por planetas y mundos desconocidos e inventados mientras sonaba una mezcla de post-rock y kraut con dos baterías que hacían que la potencia de su directo subiera exponencialmente. Un sonido absorbente que nos dejó con ganas de saber más sobre toda esa galaxia que acabábamos de visitar.
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La primera jornada de DAVID MARTÍNEZ DE LA HAZA en el SÓNAR 2016… Otra vez el champán y las uvas y el alquitrán. Un año más, el Sónar, ese gran guiñol del hedonismo y la poca vergüenza, se ha instalado en el centro de Barcelona a mayor gloria de la música electrónica, con sus afrentas estéticas, con su calorcito y sus cervezas, con sus encuentros imposibles y sus reencuentros impasibles. Y con, esencialmente, su imbatible concatenación de actuaciones que van propagando musicón desde los cuatro extremos del recinto de la Fira de Montjuïc.
La jornada inaugural de cada Sónar siempre es una toma de contacto. Sin Sónar de Noche al que desplazarse, el primer día de festival es como un pase de Sergio Busquets: certero, cortito y al pie. Lo primero es lo primero, y un rápido vistazo a mi llegada confirma que todo sigue donde lo dejamos el año pasado: el futbolín en la zona VIP, el foodtruck de Ceviche 103, los ventiladores que lanzan chorrillos de agua y la gente, básicamente la gente, que está muy loca.
Una vez comprobado que todo en orden (por así decirlo), toca empezar a ver actuaciones. Y si hay alguna forma mejor de empezar que con lo de Sevdaliza en el SonarDome, ya me explicaréis… La artista holandesa (aunque nacida en Irán) está llamada a ser una de las más grandes de… No sé. De las más grandes, así, punto. Vestida con traje de chaqueta (de la cual se ha despojado más tarde) abotonado a la mitad, Sevdaliza se contonea de manera casi grosera en su elegancia, y va desgranando sus canciones (incluida “Haunted”, colaboración con el productor Stwo) de forma relajada, sin apresurarse, pero con una intensidad realmente llamativa. En directo, hay algo de diva soul en ella, por más que adorne sus temas con un unas bases y unos bajos potentísimos, todo ello bastante deudor de la época gloriosa del dubstep. De ahí, de esa hibridación, nace seguramente lo más magnético de Sevdaliza, y es que ¿cuántas maravillosas contradicciones caben en esa mujer? No podemos esperar a conocer más material de esta primera gran revelación del Sónar.
Tras este impacto inicial, toca recogimiento; toca SonarComplex. Y puesto que la cola para ver a James Rhodes se antoja importante, pienso que ya habrá tiempo mañana para el ejercer el sagrado ritual de la merienda en Sónar (ceviche classic y vodka con naranja) y me dirijo tan rápido como puedo a ese refugio para gente cansada que son las gradas de SonarComplex. Debo confesar que aquí he dudado: por una parte, la reciente visita de James Rhodes a Barcelona propiciaba que dejara de lado esta vez al pianista británico y me decantase por la actuación de Kelela en el SonarHall; por otra parte, justamente gracias al buen sabor de boca que nos dejó el precioso recital de Rhodes en el festival Primera Persona, había ganas de ver qué más podía ofrecernos, cómo podía seguir emocionándonos.
Creo que esta vez he fallado en mi decisión. El concierto de Rhodes me ha parecido demasiado corto, demasiado liviano y, aunque la ejecución de las piezas ha sido igualmente apasionada y él ha estado tan simpático como entonces presentando las composiciones, no ha logrado emocionarme como lo hizo hace algo más de un mes. Con respecto a aquel concierto, ha repetido la melodía para piano de la “Danza de los Espíritus Bendecidos” en el 2º acto de “Orfeo y Eurídice” de Gluck, a la que han seguido dos piezas de Chopin (una “Polonesa” y un excepcional “Scherzo nº2”) para terminar con la “Chacona” de Bach adaptada por Busoni y un pequeño divertimento en forma de variaciones sobre la “Marcha del Coronel Bogey” a la Beethoven.
Sin entrar a valorar la calidad de Rhodes como intérprete (lo confieso: probablemente no podría distinguir a un alumno de piano moderadamente aceptable del mejor pianista vivo), quizás su valía primordial en directo es encarnar el papel del difunto Fernando Argenta, pero sustituyendo a los niños de “El Conciertazo” por jóvenes moderadamente modernos y moderadamente cultos. Es decir, su innata y entusiasta capacidad pedagógica a la hora de mostrar el valor imperecedero de una música tan aparentemente alejada del gusto actual.
Un breve paseo fuera del SonarComplex nos sirve para ver que The Black Madonna es capaz de poner patas arriba a las 7 de la tarde el SonarVillage con un set de lo más lustroso, más acorde con franjas horarias en las que el sol ya se haya puesto. Sea como fuere, volvemos al Complex para cerrar la jornada con uno de mis momentos más esperados de todo el festival, el espectáculo “Kingdom Come” de Gazelle Twin. Para quien no conozca la trayectoria de Elizabeth Bernholz (nombre real de la artista), se puede hacer una idea orientativa de lo que hemos presenciado hoy escuchando su álbum “Unflesh”, uno de los mejores discos de los últimos cinco años para quien esto firma.
Música incómoda, abrasiva, invadiendo una platea que se va poco a poco vaciando mientras se proyectan composiciones formadas por montajes reales de videocámaras de seguridad alternando con grabaciones en determinados edificios vacíos, capturando así la esencia fantasmagórica, casi terrorífica, de la civilización occidental. El espectáculo audiovisual de Gazelle Twin, acompañada en el escenario por su pareja y dos cintas de correr, parece dar continuidad al planteado aquí mismo el pasado año por Holly Herndon, menos político, más filosófico y, definitivamente, también más perturbador. Igual de interesante. Candidato desde ya a (des)concierto del año.
Se cierra poco a poco así la primera jornada del Sónar. Toca retirarse, que mañana se prevé jornada intensísima. A Fatboy Slim va a ir a verlo su tía la del pueblo. Bueno, ella y decenas de miles de invitados con ganas de trote y fiestuqui, de calimocho servido en forma de big beat. Que les vaya bien hoy, puesto que mañana no recordarán nada.
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