La segunda jornada del Sónar 2014 le cedió todo el protagonismo al primer Sonar de Noche… Una oda al hedonismo sin perder de vista el ludismo típico de este festival.
Y se hizo la oscuridad… Si en la crónica de la jornada inaugural del Sónar 2014 (que puede leerse aquí) hablaba de las bondades del recinto del Sónar de Día, es imposible no abordar el viernes haciendo apología del Sónar de Noche. Todo buen festival que se precie ha de tener un lado lúdico y otro hedonista, y en el caso del Sónar esta dualidad se hace más evidente que nunca a través de la fractura que existe entre las actuaciones del día y la de la noche. El cambio de recinto ayuda a realizar esta división que es tanto mental como física, tal y como demuestra el hecho de que entrar en el Sónar de Noche sea toda una experiencia corporea en el que se puede sentir la fisicidad de todo el público en el aire, la fisicidad de un público que está allá para pasarlo bien en lo más parecido a una experiencia comunal de lo que es capaz nuestra sociedad del culto al yo y al ego.
Hay quien dice que no le gusta el Sónar de Noche porque es de Gremlis, porque la gente va del revés y porque el Sónar de Día es una experiencia más adulta, sana y limpia. Sí a todo. No voy a negarlo. Pero esa misma gente es la que te cruzas una y otra vez, cada vez más exhaustos pero también cada vez más profundamente asimilados en los engranajes de esta gran máquina hedonista que es el Sónar de Noche. De día es el momento para abrir los sentidos a la música… por la noche igual, pero también para dejar que esos canales sensitivos se vean invadidos por una concepción mucho más primigenia del placer y de la diversión. Y eso no es malo, señores y señoras. Eso es de puta madre. Estamos hablando de un festival que, a la vez, te proporciona la posiblidad de ser esnob y de ser un Gremlin al mismo tiempo. Impagable.
Amparada en esta dulce dualidad transcurrió la segunda jornada del Sónar 2014, que a su vez era la primera realmente completa. De nuevo, durante el Sónar de Día primó una sensación generalizada de que había que verlo todo, de que este festival no juega a poner un concierto detrás de otro y a quedarse tan pancho: juega a desbordarte en todos los sentidos, el musical, el emocional, el intelectual. Desde las sofisticadas propuestas del Sónar+D hasta conciertos en los que la música y los visuales se confunden… La programación del Sónar siempre es un desafío. Y, luego, llegas a Röyksopp & Robyn y las reglas del juego cambian por completo: el ludismo se transforma en hedonismo, cada vez recuerdas menos lo que quieres ver y la nueva prioridad es lo que quieres disfrutar. En otros festivales siempre se puede criticar el despropósito de los horarios, pero hay que reconocer que el Sónar tiene su propio tempo pillado por los huevos, y que cada nueva jornada es una experiencia evolutiva pluscuamperfecta. Sólo nos queda una jornada para acabar de exprimir todo lo que este Sónar 2014 ha puesto sobre la mesa, pero lo cierto es que ya hay sensación de bendita saciedad. A partir de aquí, sólo nos queda la gula. Pero es que, ¿cómo parar con este festín sobre el mantel? [Raül De Tena]
[dropcap]J[/dropcap]ESSY LANZA. Teniendo en cuenta que la producción del único álbum de Lanza ha pasado por las talentosas manos de Jeremy Greenspan, la pregunta antes de ver su directo era: ¿estará al nivel? La respuesta es un sí rotundo. Detrás de una aparente simplicidad se esconden sutiles juegos de percusión, sintes exquisitamente dispuestos y, cómo no, su voz. Jessy con la única compañía de un sampler. El resultado: una suerte de electro r&b preñado de sensualidad. A veces te pedía bailar a base de graves de tomo y lomo, y otras contonearte siguiendo la cadencia de su voz. Debajo de un ardiente sol, nuestros cuerpos vibraron en un chorreo de sudor y placer. [Jose M. Collado]
[dropcap]F[/dropcap]OREST SWORDS. La inspiración casi lynchiana que destila el escenario SonarHall, con sus imponentes cortinas rojas a los flancos, se vio exacerbada por la actuación de Forest Swords, el proyecto de Matthew Barnes. Acompañado en escena por un bajista para potenciar la gravedad de su propuesta sonora y cubierto por unas poderosas proyecciones visuales, el contraste de las luces azules sobre el escenario y el fondo encarnado del recinto creaban un efecto casi fauvista, ideal para contextualizar el post-dubstep que practica el artista británico. Tres de las piezas fundamentales de su imprescindible “Engravings”, como son “Ljoss”, “The Weight Of Gold” y “Thor’s Stone” conformaron el punto axial del set de Forest Swords. Un set que invitaba a rendirse ante la voluntad del instinto, ya fuera dejándose ensimismar ante el flujo de las imágenes proyectadas, recreándose en los hipertróficos bajos que atronaban el espacio o acurrucándose en los costados del escenario para dormir, morir, tal vez soñar. [David Martínez de la Haza]
[dropcap]S[/dropcap]IMIAN MOBILE DISCO. Whorl, nuevo proyecto del dúo, significó en escena un cambio en detrimento de la artillería analógica y a favor de herramientas digitales (secuenciador y sintetizador). Ritmos 4×4, bases gordas, bombo electro y platillos house finos y bien dispuestos formaban composiciones que tendían a la sutil progresión. Temas concentrados y muy bien direccionados encandilaron a un público que, más que danzar, parecía planear a lomos de sintes espaciales. El bombo y el platillo, dependiendo de cómo se usen, pueden ser zapatilla pura y dura o finura con garra. [JMC]
[dropcap]F[/dropcap]M BELFAST. Era la hora de la siesta, pero FM Belfast se convirtieron en ese niño que, con sus travesuras, no te deja ni un minuto de reposo cuando más lo necesitas. Sólo que en el Sónar nadie parece necesitar un minuto de reposo: más es más, y cuanto más, mucho mejor. Así, el electro-pop festivo y desacomplejado del combo islandés sirvió para poner patas arriba un muy concurrido escenario Village. En realidad, FM Belfast son mucho más que la respuesta nórdica a unos Scissor Sisters cualquiera, y en sus canciones se adivinan entramados melódicos a veces memorables. En su paso por el festival no faltaron su gran hit, el ya lejano “Underwear”, o las recientes “Everything”, “DeLorean” o esa “Brighter Days” que da título al álbum publicado este mismo año. Con un pletórico Egill Eyjólfsson haciendo las veces de un Bez nórdico del siglo XXI, e intercalando estrofas de hits como “Fight For Your Right (To Party)”, “Wonderwall” o el “Pump Up The Jam” de Technotronic, es evidente que quien buscara sobredosis de jolgorio y entretenimiento sólo tenía que pasarse por el SonarVillage cuando esta pandilla daba rienda suelta a su locurasa. [DMDLH]
[dropcap]B[/dropcap]ONOBO. Lo reconozco: my fault. Mi intención al plantarme en la actuación de Bonobo era encontrarme con el dj de los platos de oro, de los mixtapes enloquecedores en forma de batidora multi-genérica. Lo que me encontré fue una actuación de banda con vocación adult oriented en su versión soul. Pero repito: my fault. A poco que me hubiera informado previamente, ya se había anunciado a bombo y platillo que el formato del directo de Bonobo es este. Y, ojo, porque si lo que buscas es una banda clasicota con vocación adult oriented en su versión soul, lo vas a flipar cosa mala: una colección de himnos nocturnos que ayudaron a que el sol se pusiera por detrás del escenario del SonarVillage. Ahora bien, si alguien me pregunta como persona y no como periodista, tendría que responder sin lugar a dudas que a mi la propuesta me pareció poco arriesgada y que, precisamente por eso, cuando más disfruté fue cuando Bonobo se quedaba sólo en el escenario y jugaba a construir canciones a partir de loops y piruetas onanistas, justo a medio camino entre la analogía y lo sintético. Ese era el Bonobo que yo quería ver. [RDT]
[dropcap]O[/dropcap]CTO OCTA. Ya pudimos probar lo bien que nos sentaban los trajes 100% Silk en el show(room)case que el Sónar 2012 nos trajo del sello californiano. Este año hemos vuelto a tocar seda fina de la mano de Octo Octa: disco-house tejido a base de ritmos superpuestos e hipnóticos, sintes coloristas y fluorescencia sonora por doquier. Un escenario que se fue llenando progresivamente, pero que no llegó a robar ese espacio personal que es tan de agradecer cuando bailas como un poseso. Merece especial mención el buen rollo y sensualidad que despertaba Michael Bouldry-Morrison a los platos. Pinchar y bailar en él es una misma cosa. [JMC]
[dropcap]O[/dropcap]NEOHTRIX POINT NEVER. Videoarte no es una opción sexual, decían Astrud en “Chico del Siglo XXI”. Aunque ayer, al menos, algo hubo de orgásmico en la actuación de Oneohtrix Point Never y en su enlace con el público que prácticamente llenaba el recinto del SonarComplex. La simbiosis entre la música de Daniel Lopatin y las imágenes propuestas por el artista visual Nate Boyce supo atrapar a la gran mayoría del público que, minutos antes, conformaba una cola de entrada plegada sobre sí misma; una cola de las que asustan. Y aunque una propuesta así de radical suele traer consigo una cuota de obligadas deserciones, la mayoría de la platea se dejó impregnar en respetuoso silencio por la conjunción de la obra de ambos creadores. Durante el concierto, parecían por momentos insinuarse fragmentos de “Still Life” y “Boring Angel”, piezas de “R Plus Seven”, pero en realidad no importaba tanto el qué sino el cómo, el dónde en incluso el por qué. Lopatin dio salida durante una hora a melodías desestructuradas, con un abstraccionismo musculoso potenciado por las imágenes de fuerte influencia surrealista, distorsionadas mediante técnicas de morphing, que se iban proyectando. Globalmente y en esencia, lo de Oneohtrix Point Never en el Sónar sólo debería calificarse como un éxito de los gordos. [DMDLH]
[dropcap]J[/dropcap]ON HOPKINS. La actuación de Jon Hopkins era una de las más esperadas del viernes y, sin lugar a dudas, se notó en la cantidad de gente que había en el SonarHall. Su propuesta venía acompañada de unos visuales en los que se veía la cara de una mujer y gotas de lluvia cayendo a su alrededor. Una imagen lánguida para dar salida a un concierto ecléctico que recorrió diversos estilos y que apostó por darle nuevos matices a las canciones de Hopkins, que en directo sonaron mucho más aceleradas y en las que pudimos ver incluso atisbos de drum’n’bass pero con la elegancia que caracteriza al inglés. Luego los visuales nos mostraron el lado sideral de la galaxia, un viaje cósmico a través de las estrellas. También hubo momentos en los que la música de Hopkins se volvió un tanto siniestra, recordándonos a esas cajas de música en las que el autómata es un payaso perverso. Su show se llenó de luces láser que atravesaban la sala mientras su música iba atravesando todo los cuerpos de los allí presentes, haciendo del conjunto algo épico. [Miriam Arcera]