El viernes del Sónar siempre tiene algo de bautizo y algo de limbo…. Bautizo porque es la primera jornada que vives al completo (es decir: con Sónar de Día y Sónar de Noche). Pero limbo porque, aunque estés en el recinto de noche dándolo todo y desearías que esto dure hasta el día siguiente y vivir así en un loop erótico-festivo, la dignidad humana manda y sabes que tienes que recogerte pronto, porque al día siguiente hay más. Mucho más.
Pero no adelantemos acontecimientos… La segunda jornada del Sónar de Día vino a confirmar todo lo que ya habíamos pensado durante la primera: que el cambio de recinto ha sido una de las mejores decisiones que ha podido tomar la organización. Si bien es cierto que hablando con la parroquia muchos aludían a la nostalgia cuando se referían a las instalaciones del CCCB y del MACBA (parte de nuestra educación musical aún retumba en su frío cemento), esta se disipaba pronto al sacar a la luz todas la virtudes del nuevo sitio: más espacio, más nuevo, más cuidado, mejor sonido, más sombras, más comodidad… En fin. Cualquiera que a estas alturas reniegue del nuevo Sónar de Día es simplemente porque es un hater y no tiene ni idea. Para el resto, la alegría es máxima.
Y si en Sónar Día se agradecía el aumento de espacio, que acogía ordenadamente a todos los asistentes, en el Sónar de Noche se vivió más de algún momento innecesario de agobio. Kraftwerk se encargaron de congregar a una buena tromba de gente a primerísima hora de la noche que después se acumuló desordenadamente en los otros escenarios: las colas (para pedir tickets, para ir al baño, para coger bebidas) fueron lo de menos, y lo que más preocupaba era no poder estar tranquilo viendo un concierto, ya que los movimientos migratorios de las bandadas de gente indecisa que corrían de un lado para otro lo hacían casi imposible… Hasta que la noche empezó a avanzar y el recinto se fue vaciando poco a poco, uno no podía evitar acordarse del césped mullidito de la Fira de Montjuïc y de los huecos en el SonarVillage y suspirar.
Aún así, y si quitamos este pequeño contratiempo, el Sónar de Noche sigue siendo un espacio idoneo, casi paradisíaco, para todo aquel que viva la electrónica como hedonismo puro y duro. Pero, ojo, porque con el transcurrir de sus ediciones, este festival empieza a mostrarse cada vez más flexible en lo que muchos consideraban un paradigma inamovible: la programación del Sónar de Día, tradicionalmente concebida como un espacio para la electrónica como espacio de pensamiento, se está impregnando cada vez más del rollo fiestero absoluto (como ese broche de cierre tremendo con Modeselektor); mientras que la experiencia del Sónar de Noche, habitualmente enfocada al hedonismo puro y duro, está dejando paso a propuestas más cerebrales como la de Nicolas Jaar o Kraftwerk (¿o puede existir algo más cerebral que Kraftwerk?) Una muestra de que esto no es un punto de encuentro para gremlins: Sónar 2013 es un festival en perpetuo proceso de reinvención y exploración de vías que les hagan mejores. Y, lo mejor de todo: siempre humildes. Dejando que sea el público (el que quiera) el que decida si este es el mejor festival de la historia o no.
SÓNAR DE DÍA
SISY EY. A ver si soy capaz de describir esto con palabras… Sobre el escenario, tres tiparracas. Una era una mezcla entre Peaches y una entrenadora de baloncesto, e iba vestida de chandalera fashion combinando el táctel con cadenas y con una gorra negra con lentejuelas rosas. Vamos bien. La segunda era una versión post-moderna de Daenerys de «Juego de Tronos» pero con tupé, unos pantalones con millones de capas de blonda blanca y un top de manga larga de terciopelo marrón con brillos blancos (y, ojo, porque está santa mujer estaba de esta guisa a la solana, eran las 16:30 y estábamos todos sudando la gota gorda en el SonarVillage). Y, por último, otra chavala con unos jeans cortos y un top de manga larga color carne del que pendían gigantescos flecos lilas y rojos. Supuestamente, Sísý Ey son cuatro chicas, pero suponemos que la cuarta se derritió de camino desde su Islandia natal. El colofón lo ponía el maromo que lanzaba la música, vestido impecablemente con una casaca militar imperial (repito: 16:30h, caloraca de mil demonios). ¿Cómo no ser fan de semejante cuadro? Porque, además, las tres niñas sólo cantaban (a veces incluso mal) y bailaban (como de gustera de eme) mientras el hombre iba soltando ritmacos de un house tremendo en el que las canciones se iban mezclando las unas con las otras en una sesión non-stop que debería ser programado a partir de ahora en los clubs más hedonistas de la historia. No voy a decir que fue lo mejor del festival porque no quiero morir linchado… Pero sí, se acercó a «lo mejor del festival». [Raül de Tena]
ATOM TM. Uwe Schmidt, el señor de las mil caras, en esta ocasión visitaba el Sónar con su disfraz de Atom TM: se presentó en el SonarHall parapetado detrás de dos máquinas (ayer fue, sin duda, su día… el de las «máquinas», quiero decir), vestido con una rigurosa casaca negra y apenas iluminado a contraluz, provocando que, por momentos, desde la lejanía solo se le viera la calva. Este predicador electro desplegó un arsenal de sonidos robóticos que golpearon el cerebro de los allí congregados, ayudados por unos visuales espectaculares (de los mejores vistos durante el festival); si conseguías meterte en la música, podías alcanzar un curioso estado de trance que te acompañaba durante un buen rato. Schmidt repasó los temas de su último álbum, «HD«, que en momentos como «Stop (Imperial Pop)» y «Empty» alcanzaron un tono de proclama política que provocó en la parroquia gustera y empatía a partes iguales. Funcionó como perfecta bisagra para recibir a los robots alemanes unas horas después y, como bien dijo un redactor de la redacción, demostró que la electrónica también puede tener un lado combativo y comprometido. [Estela Cebrián]
bRUNA. Ayer se cometió una injusticia. Nadie merece que le pase lo que tuvo que sufrir Carles Guajardo ayer en su esperadísima actuación como bRUNA a media tarde. Con un «Thence» reluciente bajo el brazo, el catalán tuvo que lidiar con un montón de problemas técnicos que se revelaron en su contra y que sabotearon su show desde la segunda canción. Aún así, Guajardo cogió el toro por los cuernos todas las veces que hizo falta y peleó porque la gente tuviera su ración de nostalgia electro. Repasó los grandes temas de su último disco (obviando por completo el primero) y los construyó a base de sugerentes loops y ritmos que olían a house noventero, dándoles una contundente pátina que en directo multiplica por mil las hazañas de «Thence«. El público se entregó por completo a temazos como «Smell Memory» y a «To Be A Cool Cat«, bailó y agradeció a un artista que solventó los problemas técnicos con humildad y simpatía y que enfiló un último tramo de traca para locura del personal. No diremos que, si no hubiera sido por estos problemas, bRUNA habría hecho una de las mejores actuaciones del festival, porque pese a ellos, efectivamente, la hizo. Imaginaos si le llegan a salir las cosas bien desde el principio. [EC]
DIAMOND VERSION. El combo de Byetone y Alva Noto presentó su propuesta de techno contundente a primera hora de la tarde. Ayer fue la jornada de los shows secos y fríos, y el de Diamond Version despuntó como el más radical de todos: frialdad de quirófano, sonidos cortantes y loops hipnóticos que rajaban la piel interna de los allí congregados. La suya es una propuesta cerebral y cero empática que no necesita tirar cables a la audiencia porque se defiende bien sola, construida a base de descargas de glitch oscuro combinadas con techno minimalista y que se apoyaban en unos visuales hipnóticos y tan escuetos como su puesta en escena. El directo de Diamond Version sirvió para recordarnos por qué el Sónar sigue siendo el festival «de música avanzada». [EC]
MODESELEKTOR DJ SET. Modeselektor volvieron, como de costumbre, con la juerga y las ganas de fiesta en la maleta. Esta vez les tocó cerrar el Sónar de Día y, aunque de entrada fue un poco extraño verles a esa hora en que las criaturas de la fiesta nocturna todavía no han salido, se las valieron para enlazar dignamente con el Sónar de Moche. La pega fue el sonido del escenario Village, puesto que parece tener un limitador de sonido y en esos momentos en que la música y el ambiente pedía más tralla, sonaba como un querer y no poder. También hubo apariciones como la de Moritz Friedrich (aka Siriusmo) en dos de los temas o ese gran broche final en el que Sebastian Szary bajó hasta el foso con lo que parecía una botella de cava en la mano para encontrarse con Alva Noto y, juntos, desparramar junto al público de las primeras filas. Definitivamente, Modeselektor son los tipos con los que querrías irte de fiesta. [Jose M. Collado]
SÓNAR DE NOCHE
KRAFTWERK. Mientras todos los asistentes del Sónar de Noche siempre salimos a las tantas del recinto preguntándonos «Are we humans, or are we dancers?«, Kraftwerk lo dejaron clarito desde el principio: «We are the robots«. Y es que anoche todos fuimos un poquito más máquina de lo habitual. Los abueletes de la electrónica, esos señores a los que les debemos prácticamente todo lo que hemos bailado a lo largo de nuestra vida (y lo que bailaremos de aquí en adelante), demostraron que grupos que sacan lo mejor de las maquinitas hay muchos, pero que los que mejor saben exprimirlas son ellos. El SónarClub estaba lleno hasta la bandera, todos los humanos allí congregados (alguno, ya a las 22:45, más medio humano que humano entero) con sus cutre-gafas de cartón 3D customizadas (y que ya pasan a formar parte de nuestro Diógenes vital), todos preparados para la Misa de (casi) las doce. Los alemanes, a lo lejos, detrás de sus cacharritos, en las pantallas un 3D de chichinabo que a poco que te movieras un centímetro no podías ver porque aquello estaba petado, y en el ambiente canciones míticas de hoy y de siempre («Das Model«, «Tour de France«, «Computer Love«, «Computer World«… Incluso los 22 minutos de «Autobahn«, ahí sus huevos electrónicos). Fue un set para la historia, minimalista y escueto que, quizá con la panza un poco llena (¿alguien cenó algo ayer?), se habría digerido pelín mejor. Porque, al final, nosotros somos dancers y dos horas y cuarto de enfilada kraftwerkera solo la resisten los que tienen el estómago de adamantio. [EC]
NICOLAS JAAR. Jaar nos tiene muy bien acostumbrados. Sus sets levantan a un muerto con el buen talante que le caracteriza. Su actuación del año pasado en el Sónar de Noche o su primera vez en el Sónar de Día -hace dos años-, son muy buenos ejemplos. Pero no sabemos qué pasó ayer para que nos sorprendiera, desgraciadamente, con un set plano, sin nada que lo hiciera especial ni destacable. El denominador común fue la ausencia de esas progresiones con las que te coge suavemente de la mano para llevarte sutilmente hasta reventar de placer en un clímax. Si a esto le sumamos que no cabía ni un alfiler entre el público, lo que resta es decepción y una pregunta: ¿dónde está nuestro Nico? [JMC]
MAJOR LAZER. Major Lazer vinieron hace tres años al Primavera Sound, pero no los vio nadie porque todo el mundo estaba viendo a Pixies a esa misma hora. Bueno, nosotros sí los vimos. Y alucinamos pepinillos. Aquel show fue la cosa más ida de madre que hemos podido ver (y disfrutar) en un festival. Entonces, Major Lazer venían como la revelación de la música cerda y de batalla, y disfrutamos como marranos revolcándose en el barro mientras Switch ametrallaba al personal con los hitazos del primer álbum escoltado por dos guarras que lo daban todo y que, incluso, se subieron a las columnas del escenario para locura de los pocos que allí estábamos. El show de ayer fue más o menos lo mismo pero multiplicado por siete: alternaron alguna que otra canción del primer disco con temas del segundo, echando al público más sal gorda de lo necesario. La cosa alcanzó el clímax cuando subieron a un tio (que resultó ser de Colorado) al escenario para que las guarras se lo follaran vestido y luego lo despacharon hacia el fondo haciendo crowdsurfing. Y, entre tanto, sonaba reggaetón embutido en pantalones techno de licra. Garrulo to the max. Divertido como siempre. [EC]
C2C. Que conste en acta que tanto Daft Punk como Justice tienen un directo que es tan espectacular que resulta imposible ponerle «peros»… Aun así, el «pero» que suele endilgárseles es esa insidiosa sospecha de que, tras sus máquinas, no están haciendo prácticamente nada más que darle al play. Algo que no se puede decir, sin embargo, de C2C: lo suyo es un locurote máximo que queda expuesto ante el público desde un buen principio. Sin trampa ni cartón. Pura transparencia. Son cuatro tipos con sus respectivos platos y su extensísima colección de vinilos. A partir de ahí, todo puede pasar. Aunque lo que habitualmente pasa es que construyan unos temones de electrónica basada en samples analógicos y a veces incluso viejunos, de esa que parece dura pero que en verdad es blanda y está pensada para el gusto comunitario (algo que tiene que estar haciendo que los mencionados Justice se coman las uñas hasta los nudillos). Sea como sea, espectáculo y musicón. Win win.
MAYA JANE COLES. Maya Jane Coles puede venir al Sónar las veces que quiera. Y eso que la londinense apunta a tener plaza fija en el cartel del festival (ya la pudimos bailar en la edición pasada). Pero de momento no nos hemos cansado ni de ella ni de sus sesiones de tech-house elegantón ensamblado con perfección casi quirúrgica. La Coles se cascó un set absorbente y evasivo que ayudó descomprimir la tensión de los agobios de primera hora y el efecto chocante de las burradas de Major Lazer. Un digestivo efectivo y de efecto calmante. Maya, somos tuyos. [EC]
SKRILLEX. Lo intentamos. En serio. Aguantamos hasta última hora de la noche para ver el show del tio del pelo raro. Dejamos todo lo que estábamos haciendo (bailar, pasarlo bien, esas cosas que se hacen en un festival) sólo para asomar la cabeza e intentar entender. Los dos grandes reclamos de la edición de este año coincidieron en el mismo día: por un lado la veteranía y la elegancia de Kraftwerk, los padres de la electrónica y, por otro, la juventud y el garruleo de Skrillex, el que la sodomiza con su EDM para las masas adormecidas. El principio y el final. Todo acaba aquí. Fuimos con el mejor de los ánimos y salimos casi echando humo: la actuación fue una continua apología de lo feo que, por momentos, si no estabas tan rendido a los estupefacientes como la masa que allí se agolpaba, podía provocar una desagradable sensación de agobio: Skrillex es feo (de cagar), la puesta en escena es fea (una mesa horrible con un set luminoso que parecía enviar mensajes subliminales luminosos que querían comerse el cerebro de la gente), los visuales son feos y la música, por supuesto, es fea también. Pero esto no pareció importarle a los allí congregados (y el Sónar estaba lleno hasta la bandera de peña muy, pero que muy entregada), que bailaron casi hasta el paroxismo su dubstep feo y gordo remozado con glitch oscuro y techno patillero. La peña lo gozó a lo bestia, pero a nosotros nos salían los drops por las orejas. Empezar la noche con Kraftwerk y acabar con esto fue, cuando menos, un buen viaje. [EC]
KARENN. A estas horas de la madrugada, Skrillex iba de macha con esos temas que son todos iguales, con las mismas progresiones, los mismos efectos, los mismos gritos… Todo para dar una sensación de hombría que, sinceramente, acaba teniendo más de apología del teenage angst (pataleta, que suele decirse), de intento de coolificar la rabia existencial post-adolescente que de verdadera violencia o agresión. Vamos: agresividad de tres al cuarto. Y es que, justo en el escenario de al lado, los británicos Karenn daban una clase magistral de la gestión de la violencia como motor de música: no es necesario ser exhibicionista con ella ni pasarla por la cara de los asistentes para que estos piensen que eres un tipo duro. En sets como los de Karenn aprendes que la violencia es algo serio, sobre todo cuando se aplica de forma certera, casi quirúrgica, con una frialdad robótica que desmonte los paradigmas humanos sobre los que ha de crecer cualquier canción. Una opinión humilde: Skrillex debería haberse dejado de tanta mandanga, bajar del escenario, venirse con nosotros a Karenn… y aprender un poquito. [RDT]