Solange acaba de publicar su nuevo disco «When I Get Home»… Y nuestra crítica pone el dedo en la llaga: lo sentimos, pero esto es demasiado aburrido.
A lo mejor es culpa mía, por tener tan magnificado «A Seat at the Table» (Columbia, 2016), pero es que escucho el nuevo disco de Solange y, en vez de pensar en él, pienso en aquel otro. En lo magnífico que fue y sigue siendo. En lo solvente de su propuesta, lo redondo de sus intenciones y lo sólido de sus logros. En aquel álbum, la pequeña de las hermanas Knowles dejaba de ser precisamente la pequeña de las hermanas Knowles al demostrar que la enjundia de su proyecto musical podía hacerle sombra a Beyoncé.
Mientras la del «Single Ladies» estaba emperrada en poner el acento en un feminismo ampliamente criticado por sus lagunas morales y sus inconsistencias de sentido, Solange apostaba todas sus fichas a la casilla de la negritud… Y acertaba de lleno. Se llevaba el premio gordo. «A Seat at the Table» llegó en el momento más oportuno, el de #BlackLivesMatter, para reclamar un asiento en la mesa y no solo para sacar pecho de black power, sino para explicar y clarificar diversos conceptos que resultaban pertinentes para poner en su lugar a un discurso histórico y social construido casi íntegramente por voces blancas.
Pero es que, incluso aparcando momentáneamente aquel discurso de negritud orgullosa, resulta que «A Seat at the Table» era (y sigue siendo) un disco sugerente, sensual cuando tiene que serlo, smart cuando toca y repleto de melodías que se apartaban del exotismo polirrítmico de Dev Hynes, que le había producido el celebradísimo EP «True» (Terrible, 2012), y empezaba a dar forma al que todos quisimos identificar como el imaginario musical de Solange: canciones brumosas que partían del r&b de la era digital y que actuaban más como caricias que como los puñetazos que la industria suele imponer a sus divas pop en ciernes.
«A Seat at the Table» tenía canciones memorables… Y eso es precisamente lo que le falta al nuevo «When I Get Home» (Columbia, 2019). También le falta un concepto tan sólido como el de la negritud, aunque cierto es que no deberíamos exigir conceptos elevados a todos y cada uno de los discos que lleguen hasta nuestros oídos. Al parecer, el tema central de «When I Get Home» es precisamente el que anuncia su propio título: el hogar. Houston, para más señas. Si «A Seat at the Table» ponía la chincheta geográfica sobre el mapa de Nueva Orleans, ahora es el momento de abordar los recuerdos de infancia de la Knowles en Houston, algo que se aprecia más todavía en ese cortometraje de media que es en sí mismo un visual album y que Solange ha estrenado directa y exclusivamente en Apple Music.
Este corto concatena mini-piezas audiovisuales en las que, de forma similar a las instalaciones artísticas en medio del desierto que Solange comandó a través de su sello / colectivo artístico Saint Heron, diversos lugares de Houston se ven invadidos por performances que van desde las coreografías grupales hasta los rodeos a caballo o el aterrizaje de una nave espacial. Todo muy avant garde con un toque de llevar la negritud hacia géneros cinematográficos donde la negritud brilla por su ausencia. Todo muy en la línea de los videoclips de «A Seat at the Table«, como los ya icónicos «Don’t Touch My Hair» y «Cranes in the Sky«. Todo precioso y fascinante, pero todo visto ya, de hecho.
Y, sobre todo, todo muy estético pero vacío de conceptos sólidos que, de hecho, como máximo aparecen a ráfagas: aquí un gesto de empoderamiento femenino, aquí una mueca de orgullo negro… Lo mismo ocurre con las canciones de «When I Get Home«. Al fin y al cabo, hablar de «canciones» es algo optimista. El disco cuenta con un total de 19 cortes pero, si prestas atención, no hay más de ocho canciones «de verdad».
Un par de días después de que se publicara el disco (medio por sorpresa), un colega me preguntaba qué me parecía. Le contesté que lo había escuchado dos veces y no me había quedado con absolutamente nada, ni una canción, ni una base, ni una letra, ni un concepto, ni una melodía. Nada de nada. Él me respondía que, en sus escasas escuchas, los interludes le parecían más interesantes que las canciones. Y, aunque era una broma que no hay que tomar en serio del todo (porque, tristemente, es que ni los interludios son realmente «interesantes»), algo de verdad contiene esta conversación: «When I Get Home«, de entrada, no causa la fascinación inmediata y el flechazo que «A Seat at the Table» sí que consiguió de forma unánime.
Quién sabe, puede que este sea un disco de largo recorrido. Y puede que, de aquí a un tiempo y a base de escuchas repetidas, las canciones empiecen a aflorar hacia la superficie e incluso a calar hondo. Puede que, ya puestos a fabular, «When I Get Home» actúe como una gota malaya, poco a poco, pero dejando una marca definitiva. Porque, al fin y al cabo, la intención de Solange (y su interminable y fascinante lista de colaboradores) está bien clarita: derribar los muros del formato «canción» y explorar texturas, atmósferas, palabras. Algo que muchos otros han hecho antes (y mejor) que ella. Si «A Seat at the Table» era un novela río fascinante, «When I Get Home» es una poesía a cámara lenta que aspira a perderse en el horizonte, donde el sol se funde con el skyline de Houston.
El problema es que, por lo menos en lo que a mí concierne, es un disco aburrido. No hay ganchos que atraigan hacia los conceptos y que inviten a investigar, a inmiscuirse, a aprehender. «A Seat at the Table» era un disco para escuchar (y bailar y reposar y seducir y muchas más cosas), mientras que «When I Get Home» es un disco para acompañar. Y, lo siento, Solange, pero yo creía que tu música no iba a ir de esto. [Más información en la web de Solange // Escucha «When I Get Home» en Apple Music y en Spotify]