¿Es hora de que dejemos de hablar de Solange como «la hermanísima» de Beyoncé? A tenor del maravilloso «A Seat at the Table», va a ser que sí.
Las Knowles saben de timings. De hecho, si me apuras, tendré que hablar en plata y admitir que las Knowles saben un cojón en lo que a timings se refiere. Consideremos el archiconocido ejemplo de Beyoncé manteniendo un secreto de sumario absoluto durante varios años al respecto de la infidelidad de Jay-Z para, una vez la gente se olvidó de los rumores (e incluso del episodio del ascensor), ¡zas!, en toda la boca. O lo que es lo mismo: va y lanza un disco, «Lemonade« (Columbia, 2016), en el que vierte todo ese mal rollo contenido y lo pone a la vista de todo el mundo. Perfect timing.
De la misma forma, cualquiera podría pensar que Solange, hasta ahora «la hermanísima», también ha tenido muy en cuenta los timings más adecuados a la hora de lanzar su esperadísmo nuevo trabajo, el excelso «A Seat at the Table» (Columbia, 2016). De hecho, y por mucho que cualquiera pueda alegar que la mujer se toma las cosas a su ritmo (su primer disco «Solo Star» data de 2003, y el segundo «Sol-Angel and The Headly St. Dreams» es de 2008), es inevitable recurrir aquí al dicho «piensa mal y acertarás» que nos inculcaban nuestras abuelas. Porque nuestras abuelas sabían de dichos. De hecho, sabían de dichos tanto o más como las Knowles saben de timings.
Al fin y al cabo, lo más normal del mundo hubiera sido que Solange lanzara este disco (bueno, supongo que no este, pero sí un disco tipo «dealbreaker«) poco después de que el EP «True» (Terrible, 2012) la sacara de la sombra de su hermana y la hiciera despuntar con una voz propia. Por mucho que, a fin de cuentas, aquella voz propia tuviera mucho de la voz de su productor, ese Dev Hynes que se ha especializado en producir canciones ajenas que siempre suenan a Dev Hynes. Pero, ojito, porque ni un año después de «True«, Queen B lanzaba su «Beyoncé» (Columbia, 2013)… y hacía su sombra más alargada todavía.
Por aquel entonces parecía imposible que esta pobre mujer luchara contra la impronta de su hermana: Beyoncé empezó en aquel año su transformación en la verdadera Primera Dama de EEUU. Así que no es difícil imaginar a Solange pensado que, oye, para volver a quedar como una segundona, ¿pa qué? ¡Pa ná! La chica se sentó en una esquinita a esperar y esperar y esperar. A encontrar el timing plucuamperfecto… Y en esas que Beyoncé pegó su primer traspiés con «Lemonade«, un disco que estaba llamado a evolucionarla de Primera Dama de EEUU a Presidenta del Universo pero que al final se quedó un poco en agua de borrajas. Es uno de esos discos que no resta a la carrera de Beyoncé, pero que tampoco suma.
Y Solange, quién sabe si consciente o inconscientemente, vio el cielo abierto. Si había un momento perfecto para publicar un disco como «A Seat at the Table«, es ahora mismo, en el año 2016, unos meses después de que su hermana lanzara «Lemonade«. Al fin y al cabo, este álbum de Queen S (ya es hora de que empecemos a llamarla así) le pasa la mano por la cara al de su hermana en varias áreas… La primera de ellas, la temática. En los últimos años, Beyoncé se ha lanzado a una carrera para hacerse dueña y señora del discurso feminista populista y del empoderamiento femenino, siendo «Lemonade» la puntilla final al enfocar una infidelidad en sus propios términos de ángel exterminador que al final decide perdonar porque a ella le da la gana, no porque haya sido criada en la cultura de la abnegación cristiana como aportación femenina a la estabilidad del matrimonio. ¿Qué ha pasado? Que nadie se lo ha creído del todo porque, al fin y al cabo, no puedes ir de feminista por el mundo objetivando tu propio cuerpo.
Pero eso es otro artículo que merece ser escrito en otro momento. Lo que nos ocupa es que esa temática que debería ser la espina dorsal de la nueva Beyoncé no ha acabado de cuajar… Pero que, por el contrario, «A Seat at the Table» se postula desde un buen principio como un disco consagrado a la feminidad negra y, al final, consigue ser eso sin ser ni aburrido, ni clicheteró ni ambiguo, que son las tres cualidades que pierden a la última Beyoncé. Dice Solange que este es un álbum que celebra sus raíces, y por eso fue grabado en su hogar natal: New Iberia, en Louisiana. Y no sólo celebra sus raíces, sino que habla de qué significa ser una mujer negra en el día a día de hoy a la vez que habla de qué significa ser una mujer negra en un contexto histórico reivindicable y reivindicado con orgullo. Aquí es donde «A Seat at the Table» trasciende lo notable para entrar en el terreno de lo excelente al reflexionar sobre un tema como este sin recurrir al «on your face«.
Más bien al revés. Ni la temática es «on your face«… ni la música es «on your face«. Lejos de la influencia de Dev Hynes y, sobre todo, lejos del maximalismo de Beyoncé (que ya sólo sabe hacer las cosas a lo grande: si hace una canción rocker, tiene que ser la más rocker del mundo; si celebra la raigambre negra de New Orleans, tiene que ser la canción más New Orleans que escuches en tu puta vida… y así hasta el infinito y más allá), «A Seat at the Table» opta por la voz baja. En una primera escucha, incluso es normal tener dificultades para recordar una canción por encima del resto. Y es que ninguna de las composiciones de Solange levanta lo voz. Porque no lo necesitan. Todas optan por un preciosismo dulce en la base que a veces se permite toques funk, otras toques más soul, a veces se van de fiesta y en ocasiones se muestran remolonas, pero que siempre (¡siempre!) suenan a lo que podemos empezar a definir como el sonido Solange.
Si hay que poner a la artista en relación con alguien no ha de ser con su hermana, sino en todo caso con el último Frank Ocean, quien también ha recurrido a la misma estrategia de la voz baja, de la letra pequeña que con sangre entra. De hecho, la coincidencia va más allá y en este «A Seat at the Table» también hay diferentes interludios protagonizados por el padre y la madre de Solange… Eso sí, aquí he de introducir una apreciación personal: los interludios del «Blond» de Frank Ocean (Boys Don’t Cry, 2016) me parecen un coñazo máximo, y si escucho una vez más a la madre de este hombre diciéndole que no tome drogas os prometo que me puto suicido (porque, además, señora, ¿usted ha visto a su hijo? ¿Ha escuchado su música? Si el malo de «Blade Runner» decía que había visto cosas que no creeríamos, el bueno de Frank ha visto drogas que no creeríamos. Y lo sabes).
Otra prueba más (prometo que la última) de que Queen S ha sabido hacer las cosas bien allá donde Queen B ha flaqueado: en «Lemonade» hay algunas de las colaboraciones que se comen con patatas a la propia Beyoncé (pienso en ese horror de canción que suena al papanatas de Jack White precisamente porque está producida por Jack White)… Y, sin embargo, en «A Seat at the Table» no percibes las colaboraciones porque Solange se las lleva a su terreno. Es ella la que se las come con patatas. Ahí están Lil Wayne, Sean Nicholas Savage, Dev Hynes, Q-Tip, Kelela y Kelly Rowland. Ahí están, pero nadie levanta la voz más que Solange porque, al fin y al cabo, nadie levanta la voz.
Este disco no va de eso. Este disco va de canciones que no son como fuegos de artificio ni como fuego sobre el escenario ni como una jauría de buenorras casi en pelotas haciéndote coros ni como un cubo gigante con visuales que el realizador más puntero del momento se ha marcado para ti. No. Este disco va de recogimiento y, por lo tanto, es un disco que hay que escuchar en recogimiento. Que hay que abrazar y conocer antes de que empiece a abrirse y ofrecerte su plenitud. Eso sí, una vez te abre su plenitud, poca broma: va a calarte más hondo de lo que nunca lo hizo Beyoncé. [Más información en la web de Solange. Escucha «A Seat at the Table» en Apple Music y en Spotify]