«Smiley» es uno de los éxitos del momento… Pero a la serie de Guillem Clua también le han llovido palos. Este artículo desmonta algunas de las críticas más comunes.
«Smiley» se convirtió en el fenómeno sorpresa de las Navidades. Bueno, sorpresa para algunos… Menos sorpresa para los que ya habíamos visto las obras de teatro de Guillem Clua en las que está basada la serie y sabíamos que Netflix estaba preparando una ficción a partir de ellas. El material de partida es tan inflamable que era fácil predecir el éxito.
Al fin y al cabo, nos encontramos ante una serie que coge todos los tropos y clichés de la comedia romántica clásica, la que va desde «La Fiera de mi Niña» hasta Meg Ryan e incluso hasta Noah Centineo (por buscar una referencia más cercana a la Gen Z), y los extrapola a la cultura gay. Al fin y al cabo, ¿tú has visto alguna vez una rom-com destinada al público masivo y protagonizada por una pareja gay? Hasta hace un par de años, va a ser que no.
Y eso es precisamente de lo que va «Smiley«: Álex (Carlos Cuevas) es un bimbo de gimnasio que está cansado de vivir a base de dieta de grinderazo y busca una relación seria. Lo que se encuentra, sin embargo, es una concatenación eterna de hombres alérgicos al compromiso… Hasta que envía a Bruno (Miki Esparbé), un arquitecto cinéfilo y admitidamente snob, un mensaje de voz por error y este, intrigado por las declaraciones románticas del primero, decide devolverle la llamada.
Así nace una relación de puro tira y afloja destinada a probar que, incluso en una coyuntura puramente gay (o, precisamente más que en ningún sitio, en una coyuntura gay), los opuestos se atraen. Álex y Bruno no podrían ser más diferentes y, para dejarlo claro, el destino les pondrá en el camino a dos personas que deberían ser sus parejas ideales… ¿O no? ¿O resulta que, en materia parejil, lo que manda la razón no tiene nada que ver con lo que dicta el corazón?
Mientras tanto, los amigos y familiares de Álex y Bruno completan un retablo en el que quedan representadas gran parte de las problemáticas de pareja del siglo 21: la pareja de lesbianas que intentan revivir las llamas de su pasión probando a abrir la relación, el hetero concienciado con la causa (su mejor amigo es gay y se refiere a sus hijos de forma no binaria hasta que decidan revelar su propio género sentido) que sin embargo se pelea continuamente con su mujer, la madre viuda que recupera la ilusión con un amigo del pasado, la drag queen (Pepón Nieto) madura que no ha perdido la esperanza de enamorarse…
Conocedor del material teatral de partida (firmado y dirigido por él mismo), Clua borda una serie de ocho capítulos que se ven en un suspiro porque, además de enganchar por la vía del lubricadísimo argumento rom-com y los personajes ultra-carismáticos, engancha también con una puesta en escena divertida y despreocupada, pero también con algunos toques de genialidad absoluta. Ahí queda, por ejemplo, la renovación del formato «The Office» en el que los personajes hablan a cámara transformándolo en una especie de translación a imagen de los perfiles sociales de estos mismos personajes en las pertinentes redes de folleteo.
Y ahí queda también (¡spoiler alert! ¡Salta este párrafo si no has visto la serie todavía!) un delicado y delicioso uso de la pantalla partida que tan pronto sirve para separar a la pareja (magistral el final de capítulo en el que crees que uno corre a los brazos del otro… pero no) como los une en un grand finale en el que este recurso tiene mucho de metáfora. Al fin y al cabo, que las dos mitades de la cámara que han mostrado las existencias separadas de Bruno y Álex por fin se encuentren y formen una única pantalla va acorde a la decisión final de ambos de darse una oportunidad como pareja.
Repito: «Smiley» ha sido un éxito y, sin embargo, también le han llovido las críticas. Lo que es peor: le han llovido las críticas desde el interior de la propia comunidad gay. Algunos de mis amigos, de hecho, no me perdonan que me haya gustado tanto la serie de Guillem Clua… Así que, basándome precisamente en los comentarios críticos de estos colegas, voy a proceder a desmontar sus teorías para dejar claro que, sí, «Smiley» merece su éxito. Y espero que también una segunda temporada. (¡Incluso más!)
Crítica 1: «Todo son clichés»
Sí. Todo son clichés en «Smiley«. Eso no puedo desmontarlo. Lo que sí que puedo desmontar (y voy a intentar desmontar) es que sea malo per sé el hecho de que todo sean clichés en la serie de Guillem Clua. Al fin y al cabo, esta ficción nunca oculta ni sus referencias ni sus intenciones…
Al principio, Álex y Bruno tienen una conversación sobre cine y acaban charlando sobre «La Fiera de mi Niña» (1938) de Howard Hawks, que sería algo así como la piedra roseta de la rom-com en la que quedaron escritos en piedra los clichés básicos del género. Eso de que los opuestos se atraen, por ejemplo. Eso de que puede el corazón más que la razón, también. Pero es que más adelante, Clua también deja caer una conversación sobre «Love Actually» en la que se puntualiza que están todos los tipos de amor representados… menos el homosexual.
Ya lo he dicho más arriba: «Smiley» tiene mucho de coger el patrón de la rom-com y forzar en su interior la realidad de una pareja gay. Esto significa que, como en los grandes clásicos, hay un ritmo achispado, recursos visuales coloridos y vibrantes, diálogos con mordiente y, sobre todo, un buen conjunto de símbolos que vehiculen la trama. Como, por ejemplo, el smiley del título que es el mismo smiley que envió Álex sin obtener respuesta, que enviará Bruno sin obtener respuesta, que Bruno dibujará en el espejo del baño de Álex y que este encontrará más tarde.
También el hilo rojo (que, a veces, es precisamente el hilo que separa las dos mitades de la pantalla partida) o ese discurso sobre la cerveza que debería convertirse en un clásico entre los clásicos destinado a ser repetido hasta la saciedad por la nación gay. Sí, todo son clichés… Pero son clichés que están abordados de forma magistral por este homenaje de Clua a un género que tiene sus propias reglas y que el showrunner no solo respeta, sino que sublima.
Crítica 2: «Es un ataque contra las relaciones no normativas»
Esta crítica me pareció especialmente interesante porque me llegó desde un amigo heterosexual que vio la serie antes que yo. Un amigo heterosexual que, sin embargo, entiende un buen rato de poliamor y relaciones abiertas… Y que solo puntualizó que las relaciones no normativas parecían ser no solo juzgadas, sino incluso vilipendiadas. Puedo ver el punto de su crítica.
Puedo imaginar, incluso, que esta crítica la acaben haciendo de forma menos comprensiva otras personas que se vean atacadas. (No es su caso, para nada.) Pero, ojo, esto es lo de siempre: si te sientes atacado… por algo será. Porque lo cierto es que los personajes de «Smiley» no juzgan las relaciones no normativas, ni mucho menos. Lo que hacen es, simple y llanamente, expresar el hecho de que las relaciones no normativas no es lo suyo. Que no es lo que buscan. Que no es lo que quieren.
Y, oye, tampoco está mal que expresen tal cosa. Sobre todo teniendo en cuenta que estamos hablando de la comunidad gay, que en cierto momento alguien en la serie define a través de una pregunta: ¿tú conoces a alguna pareja gay que no sea abierta? Pues yo tampoco. Somos una comunidad formada por personas que dicen una cosa («busco una relación seria«) pero hacen otra cosa diferente («busco NSA -No String Attached- y, luego, si te he visto no me acuerdo«).
Ahora bien: ¿hasta qué punto tenemos desmitificado el amor romántico precisamente porque la sociedad nos ha expulsado tradicionalmente de este concepto? ¿Cuántos crecimos con voces sociales que nos decían «que lo llamen como quieran, pero que no lo llamen matrimonio«? ¿Cuántos llegamos a la edad adulta con el peso de una sociedad que pensaba que una pareja de dos hombres era antinatural (¡incluso monstruosa!) y, por lo tanto, no debía existir? Cuando te niegan el amor, por lo menos te queda ese sexo que se puede practicar a oscuras y a espaldas de la sociedad.
Y, vale, las cosas ya son diferentes. Muy diferentes. Pero todavía hay que luchar contra décadas de prejuicios. Por eso mismo lo digo así de claro: necesitamos más series como «Smiley» a las que no se le caigan los anillos a la hora de apostar por el amor gay romántico. Y si alguien se siente atacado, repito: por algo será.
Crítica 3: «Los maricas no necesitamos imitar la mierda heterosexual»
De nuevo, puedo ver la razón detrás de esta crítica. Al fin y al cabo, el propio cine parece haber superado el género de la comedia romántica y lo ha puesto en su lugar con nuevas ficciones más complejas, menos cliché, más representativas del abanico moral y emocional del siglo 21. Pero, aunque entienda esta crítica, lanzo una pregunta al vuelo: ¿estamos diciendo entonces que solo debería existir una cultura gay y que esta debería ser inequívocamente una cultura elevada?
He dejado esta crítica para el final porque la mejor forma de desmontarla es a partir de lo que ya he dicho más arriba. Al hablar de los clichés del género, ya he afirmado que «Smiley» es una trasvase de la rom-com a la cultura gay. Pero es que, a su vez, también es casi un acto de justicia histórica: ofrecer a la comunidad algo sin lo que ha crecido. Porque eso es lo que ha pasado: hasta hoy, muchas son las generaciones que crecieron haciendo el esfuerzo de extrapolar las ficciones heterosexuales para encontrar aunque fuera un espejo microcóspico en el que verse reflejado.
Y es algo que hacíamos, claro que sí. Qué remedio nos quedaba. También es algo que el 99,9% de los heterosexuales no harán nunca: ¿para qué van a ver una ficción gay cuando no les representa? Esto me escuece especialmente porque, como periodista gay, de repente me encuentro abundantes casos de señoros periodistas heterosexuales firmando críticas de películas y series gays diciendo que son una mierda… y no entendiendo de misa a la mitad. Pero ¿para qué van a hacer el esfuerzo de entender el código en el que se han escrito estas ficciones cuando el privilegio les permite vivir en un mundo en el que todo les habla a ellos en primera persona y no les obliga a rebuscar en las segundas lecturas o en los dobles sentidos?
Decir que los maricas no necesitamos imitar las ficciones de mierda que venden ideales románticos heterosexuales es lícito… Pero, sinceramente, yo sí que quiero este tipo de ficciones. Quiero todo tipo de ficciones gays. Quiero buenas y malas películas gays. Quiero series gays que me exploten la cabeza con su propuesta intelectual y quiero series gays que me ataquen el corazón sin necesidad de intelectualidades forzadas. Quiero mierda gay para cuando estoy snob un marte por la noche, pero también para cuando estoy de resaca un domingo por la tarde.
Quiero, simple y llanamente, vivir ese privilegio del que tradicionalmente han disfrutado los heterosexuales de tener a mi disposición tanta cultura que me hable en primera persona que no tenga que hacer ningún esfuerzo mental para comprender un mundo que normalmente no se esfuerza tampoco en entenderme a mí. Y, si una serie a priori «facilona» como «Smiley» puede conducirme a semejantes conclusiones, eso debe significar que no es tan «facilona» y que es más necesaria de lo que creen mis amigos criticones. [Más información en la web de «Smiley»]