Los 90 siguen siendo lo puto más… Y así lo certifican los nuevos trabajos de Slowdive, Ride y The Jesus and Mary Chain.
Lo venimos diciendo desde hace tiempo: la nostalgia nos invade, seguramente porque nos pilla en un momento en el que necesitamos recrearnos en épocas pasadas más felices y, quizá, mejores. En este proceso, cada década rememorada vuelve cíclicamente, de tal forma que ya incluso se han alcanzado los principios de los 2000… Aunque, realmente, estos revivals no se mueven en un círculo cerrado con un inicio y un final que dé paso a la siguiente (vieja) ola, sino que se mezclan en un tótum revolutum bastante confuso.
Así pues, ¿alguien puede decirnos en cuál nos encontramos ahora? Si hubiera que contestar a esta pregunta, los 90 aparecerían en muchas respuestas, ya que su regreso largamente esperado ha cuajado en televisión (la continuación de “Expendiente X” y “Twin Peaks”), en la moda diaria (por ejemplo, en forma de chaquetas de chándal de colores chillones), en cine (sin demasiado sentido, como la secuela de “Independence Day”) e incluso en el deporte (algunos querrían vivir eternamente en los fastos de los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92).
La música, por supuesto, no ha escapado de esta recuperación noventera. Y no nos referimos a esas fiestas temáticas para que la peña reviva juveniles noches de baile escuchando a Gala o Chimo Bayo, sino más bien a la resurrección de ciertos grupos y estilos que parecían abocados a ser carne de homenaje y tributo por parte de las nuevas generaciones. En ese sentido, el shoegaze (incluidos sus precedentes y sus derivados) es uno de los subgéneros que se lleva la palma.
Aunque, esta vez, no se trata del simple regreso de sus bandas más simbólicas a los escenarios (con reediciones de discos emblemáticos bajo el brazo, si es necesario) para dejar contentos a sus seguidores y llevarse la pasta caliente, sino que esos retornos pasan también por el estudio y desembocan en nuevos trabajos. Los primeros en hacerlo fueron My Bloody Valentine con el anhelado sucesor de “Loveless” (Creation, 1991), “m b v” (mbv, 2013), la chispa que encendió el resurgimiento del shoegaze primigenio. Más adelante vendrían Swervedriver con “I Wasn’t Born To Lose You” (Cobraside, 2015) o Lush con el EP “Blind Spot” (Edamame, 2016), formaciones que también cerraron de un plumazo largos paréntesis de silencio.
Pero había tres nombres fundamentales que, pese a que estaban dando los pasos apropiados, aún no habían concretado sus respectivos comebacks discográficos para que todo este tinglado adquiriese verdadero sentido y significado: Slowdive, Ride y The Jesus And Mary Chain, cuyas reuniones más y menos lejanas en el tiempo sugerían que no se iban a limitar a cumplir el expediente sólo en directo. Tal hipótesis se hizo realidad a lo largo de este año, por lo que es posible calificar 2017 como el año en que el shoegaze británico original, a través de dos de sus representantes históricos y de sus padrinos ruidosos, ha vuelto tonificado.
Ahí se halla la clave de este triple regreso: independientemente de las sospechas que suelen levantar los discos grabados tras un extenso parón por el temor a un irregular balance o, directamente, a un decepcionante resultado que difumine el mito, Slowdive, Ride y The Jesus And Mary Chain (curiosamente, unidas en el pasado por el hilo de la discográfica Creation) han logrado huir de la nostalgia gratuita y adaptarse a la actualidad sin renunciar a su esencia primitiva. Por ello, más que comparar sus álbumes entre sí y constatar cuál sale con ventaja del envite, repasaremos cómo las tres resucitadas bandas han realizado su salto en el tiempo desde los triunfales 90 hasta el presente.
[/nextpage][nextpage title=»Slowdive» ]SLOWDIVE / 1995. El tercer trabajo de Slowdive estaba destinado a actuar como el trampolín definitivo de la banda dentro de la esfera alternativa tras “Souvlaki” (Creation, 1993), su álbum más abiertamente pop. Sin embargo, “Pygmalion” (Creation, 1995) siguió la dirección contraria: se eliminaron las capas de sonido y la densidad shoegaze (en su caso, la más ligera y delicada de la corriente) para abogar por el minimalismo ambient.
Creation, descontenta con su resultado final, sólo esperó dos semanas desde su publicación para despedir a Slowdive. Esta circunstancia, sumada a ciertas rencillas internas y al empeño por variar su paleta estilística, propició el nacimiento de Mojave 3, con Neil Halstead y Rachel Goswell al frente. Su acertada incursión en el folk-dream-pop, las aventuras en solitario de ambos y la más reciente de Goswell en Minor Victories no invitaban a creer que Slowdive ofrecerían algún día el sucesor de “Pygmalion”. Pero la intención de la banda desde su reunión sobre los escenarios iniciada en 2014 era clara: entrar cuanto antes al estudio y no vivir del cuento encima de las tablas.
2017. En cuanto “Slowdive” (Dead Oceans, 2017) arranca en medio de la algodonada y melancólica nebulosa en la que flota la excelsa “Slomo”, se aprecia que Slowdive estaban plenamente convencidos de que su anhelado regreso debía servir para romper las barreras que el paso del tiempo les había puesto frente a “Just For A Day” (Creation, 1991) y “Souvlaki”. Y así sucedió, con un sentido y una sensibilidad propias de aquella época. De hecho, da la sensación de que Slowdive han despertado incorruptos de su largo estado de hibernación. Es más, parece que lo hicieron dispuestos a expandir los límites de su magnético universo, en el que los elementos pueden desplazarse también con ímpetu, como el que desprende la dupla “Star Roving” y “Everyone Knows”, súmmum del shoegaze canónico de ritmo dinámico que atraviesa la piel.
Luego aparece el shoegaze que se arrima al dream-pop y va directo al corazón, del que Slowdive son históricos maestros. Sólo de sus mentes podían salir gemas de la talla de las arrebatadoras “Sugar For The Pill” y “No Longer Making Time” (digna heredera de “When The Sun Hits”), con Halstead y Goswell fundiéndose a la perfección entre frágiles acordes de guitarra y estribillos subyugantes. Llega un punto en que “Slowdive” funciona externamente como una travesía hacia los confines del espacio (“Go Get It”) aunque, internamente, se trata de un viaje sentimental que conduce al receptor hacia sus rincones más íntimos, donde vive su éxtasis privado con “Falling Ashes”, cuya sorprendente estructura minimalista basada en piano pone punto final a toda la cascada emocional que es “Slowdive”.
BALANCE. Resultaba difícil imaginar que los Slowdive del siglo 21 tendrían los argumentos necesarios para incluso superar los logros obtenidos en sus primera etapa. Pero, efectivamente, los tenían. Y los han expresado ampliando su radio de acción sin salirse de su definitoria e intransferible galaxia shoegaze. ¿Es “Slowdive” probablemente el mejor disco de su carrera? No hace falta responder a tal cuestión. Dejémoslo en que es una (inesperada) maravilla.
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RIDE / 1996. El final de la relación de Ride con Creation fue más abrupto que el de Slowdive: el sello de Alan McGee decidió retirar “Tarantula” (Creation, 1996) de su catálogo tras siete días en circulación. Así se consumó el canto del cisne de Ride, que sufrieron las consecuencias de la desilusión generada por su anterior LP, “Carnival Of Light” (Creation, 1994), con su separación antes de la publicación de su último disco.
A medida que transcurrían los años, y mientras Mark Gardener volaba en solitario o colaboraba con grupos como Rinôçérôse y Andy Bell se enrolaba primero en Hurricane #1 y posteriormente en Oasis, Ride iban adquiriendo la condición de co-fundadores del shoegaze junto con My Bloody Valentine a la misma velocidad que ascendían en el panteón de los grupos británicos desaparecidos a los que rendir pleitesía. La compilación “OX4_ The Best Of Ride” (Ignition, 2001), elevada a obra de culto entre sus fans, funcionaría como el definitivo resumen de la herencia de Ride … hasta que, en los estertores de 2014, se confirmó que el grupo retomaría su carrera.
2017. El paso lógico que tenían que dar los Ride contemporáneos consistía en borrar de su mente el denostado (con razón) “Tarantula” y recuperar la equilibrada combinación de shoegaze y pop sesentero con destellos psicodélicos que había alimentado sus mejores discos. Parece que la banda era consciente de ello, porque “Weather Diaries” (Wichita, 2017) ejecuta un gran brinco hacia atrás en el tiempo para situarse sonoramente en un punto imaginario entre “Going Blank Again” (Creation, 1992) y “Carnival Of Light”, ofreciendo intensidad eléctrica y melodías infecciosas a partes iguales.
Pero Ride saben que se encuentran en 2017, de ahí que parte de los textos del álbum capture la visión de los de Oxford acerca de cuestiones actuales, como si hubiesen decidido bajar de su nube, pisar la tierra con esos pies que siempre miraban cabizbajos mientras tocaban, levantar la cabeza y volcar en la poderosa “Lannoy Point”, la efervescente “Charm Assault” y la discordante “All I Want” su desencanto con el gobierno de su país y con asuntos tan peliagudos como el Brexit.
Sí, así de mundanos se han vuelto Ride. Aunque eso no significa que en “Weather Diaries” hayan dejado de lado una de sus distinguidas habilidades: construir atmósferas eléctricas tan etéreas y envolventes (“Home Is A Feeling”) como capaces de hacer crujir el suelo (“Weather Diaries”, “Rocket Silver Symphony”) por obra y gracia de la conjunción vocal y guitarrera de Gardener y Bell. De idéntico modo, tampoco se han olvidado de abrillantar su pasión por el (indie)pop de hechuras clásicas y pegada inmediata, que en “Lateral Alice” avanza con energía y en “Cali” alcanza su máximo esplendor gracias a la mezcla tan Ride de efusividad y nostalgia, lo que permite que se pueda incluir sin problema entre los greatest hits del grupo.
BALANCE. Pese a su tramo disperso tramo final, “Weather Diaries” no sólo resitúa a Ride adecuadamente en el presente, sino que además ofrece una versión de la banda que obliga a pensar que el patinazo que desembocó en su disolución fue, pese a los más de veinte años transcurridos, sólo un desacierto remediable.
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THE JESUS AND MARY CHAIN / 1998. Los 90 no fueron precisamente los años dorados de The Jesus And Mary Chain, a pesar de que durante esa década ya estaban absolutamente asentados como emblemas del rock británico. Pero el brit-pop acabó arrasando con todo a su paso, con lo que el fulgor de la banda de los hermanos Jim y William Ride se redujo ante el empuje de la Cool Britannia. A la vez, la irregularidad de su bagaje discográfico durante aquel período no ayudó a revertir el panorama: lejos quedaban (por decisión voluntaria) los tiempos del ruido furibundo y la distorsión a máxima potencia. En cuestión de tres álbumes, The Jesus And Mary Chain saltaron a la orilla más melódica del noise-pop-rock, y “Munki” (Creation, 1998) fue la última prueba de esa fase.
Curiosamente, al contrario que los casos de Slowdive y Ride, echados a patadas, el grupo escocés volvió en aquel momento a Creation, que había editado en 1984 “Upside Down”, su single de debut. Pero “Munki” evidenciaba las crecientes diferencias de criterio entre los Reid, y el camino hacia su alejamiento se estaba despejando. De hecho, cada uno de ellos no tardaría demasiado en comenzar otros proyectos: William a solas como Lazycame y Jim con la banda Freeheat. Después, ni siquiera la revalorización de “Just Like Honey” a través de la BSO de “Lost In Translation” aceleró la reunión de The Jesus And Mary Chain, que no ocurriría hasta 2007. Sólo faltaba que editaran un nuevo álbum, ya que, desde entonces, un tema inédito para el soundtrack de la serie “Heroes” y un par de recopilatorios no eran suficientes para compensar su largo mutismo discográfico.
2017. “Damage And Joy” (EK OK, 2017) es el nuevo disco de The Jesus And Mary Chain, de eso no hay duda, pero tal afirmación tiene truco: varios de sus cortes no son inéditos. Para empezar, la mencionada pieza incluida en la banda sonora de “Heroes”, “All Things Must Pass”, se rebautizó como “All Things Pass” en una versión remozada que cambia su pátina rock por una más pop, diáfana y espumosa.
Luego, Jim Reid rescató de sus anteriores trabajos en solitario “Song For A Secret” (aquí más electrificada) y “Amputation” (otrora titulada “Dead End Kids”). De Sister Vanilla, el grupo de su hermana Linda, Jim y William revisaron “Can’t Stop The Rock”. Y “The Two Of Us”, “Get On Home” y “Facing Up To The Facts” salieron del catálogo de Freeheat, la banda de Jim post-disolución, para reaparecer convenientemente pasadas por el túrmix sónico de The Jesus And Mary Chain, reforzados por las aportaciones vocales de su propia hermana, Isobel Campbell o Sky Ferreira, entre otras voces femeninas.
Así que, ¿cómo podemos definir el hecho de que la mitad de “Damage And Joy” no sea material fresco? ¿Falta de inspiración, escasez de originalidad o, directamente, signo de pereza? Como quieran, la verdad. Al menos, quedan otras siete canciones con las que testar el estado de forma real de los Reid actuales. Y en ellas encontramos que les sigue gustando el sonido velvetiano narcotizado en “War On Peace”, que ratifican su autoridad en las lides del indie-pop guitarrero de melodía resplandeciente y adhesiva en “Always Sad” y “Presidici (Et Chapaquiditch)” y que intentan aumentar el peso eléctrico en “Mood Rider” para empaparse de rock, aunque se quedan en un remedo brit-pop.
Por lo tanto, “Damage And Joy” se puede considerar como una continuación de “Munki” y, por extensión, de la etapa noventera en la que The Jesus And Mary Chain se auto-impusieron borrar de sus cabezas el ruido y la distorsión.
BALANCE. Es inevitable sentir cierto regusto agridulce tras catar “Damage And Joy”, ya que The Jesus And Mary Chain tenían la gran oportunidad de demostrar su poderío a todas las bandas que han absorbido su influencia o han saqueado su legado y no la han aprovechado del todo. En su descargo, hay que reconocer que los hermanos Reid se muestran rejuvenecidos gracias a una colección de composiciones que, en esencia, conservan su característica identidad. Y, eso, casi dos décadas después de su anterior álbum, es un mérito estimable.
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