Animadoras de instituto con los pompones al viento, impolutas camisetas de fútbol americano, zapatillas ensangrentadas, chupas de cuero con tachuelas, shorts vaqueros deshilachados, beisboleras y bates de béisbol, armas de fuego de cañón largo, explosiones callejeras, gigantes y lúbricos globos de chicle, labios pintados para reventar entrepiernas masculinas, flequillos salvajemente rectos, tattoos talegueros… Estos son los elementos que dieron y dan forma al universo exageradamente yanqui en el que se mueven con absoluta soltura Sleigh Bells. Lógico, al tratarse de la explosiva unión entre un antiguo guitarrista de hardcore, Dereck E. Miller, y una cantante de grupo pop adolescente, Alexis Krauss, que comenzaron a disparar a diestro y siniestro contra el imaginario cultural estadounidense en cuanto formalizaron su relación artística. Su aspecto y sus juegos (destructivos) con la iconografía de su país natal encajaban a la perfección con los ingredientes de su batidora sónica, en la que cabían electro-rock, bases hip-hop galvanizadas, pop lascivo y noise desmesurado. Y, en el fondo, rock ochentoso de pelo largo y ondulado, algo heavy y un pelín hortera.
Este es el homenaje estético que les faltaba por hacer a Sleigh Bells de manera más evidente. “Bitter Rivals” (Mom + Pop, 2013), su tercer álbum, resuelve la cuestión presentando en su portada guitarras eléctricas adornadas por un rosa chillón y un estampado de tigre completado por una calavera y la bandera de las barras y estrellas. Todo muy norteamericano y muy kitsch. Un reflejo de las formas de Krauss y Miller, las cuales, aunque no dejen de pertenecer a un ejercicio paródico, se van imponiendo a su música. Este es el principal problema de los actuales Sleigh Bells, que nunca escaparon de la sombra de parecer un dúo relativamente artificial, impostado y más centrado en lanzar fuegos artificiales audiovisuales en sus clips o en colocar inservibles muros de amplificadores en sus hiperbólicos directos. Pese a ello, sus dos primeros discos frenaban esa sospecha: “Treats” (Mom + Pop / NEET, 2010), sorprendió por su electricidad trallera y sus ritmos bombásticos capaces de arrasar con cualquier moda sonora que se le pusiese por delante (por ejemplo, el chill wave); y “Reign Of Terror” (Mom + Pop, 2012) metalizó el estilo de la pareja neoyorquina sin reducir la gradación de sus enérgicos chorrazos.
Pero, claro, Sleigh Bells publicaron el vídeo de “Bitter Rivals” -homónimo single de adelanto de “Bitter Rivals”-, con Alexis Krauss luciendo su lasciva belleza, contoneándose con saltarina sensualidad acompañada por féminas con pelucas de colores y sacando su agresividad de boxeadora glamurosa, y volvió la sensación de que nos la querían meter doblada por los ojos. Sin embargo, a medida que transcurre el tema -un balazo electro-hip-hopero-rockero con interludios de neo-R&B calentorro- el desconcierto se rebaja y crecen las expectativas de que el LP que la contiene confirmará de nuevo que los trampantojos visuales de Sleigh Bells son sólo una puerta de entrada a un poderoso cancionero. “Sugarcane” sigue esa línea calcando los parámetros del sencillo antes mencionado aunque aumentado la pegada melódica y la carga voltaica. Con todo, a partir de este corte, la fórmula planteada empieza a entrar en bucle, a repetirse y girar sobre sí misma permitiendo sólo desviaciones hacia el synth-rock de subidón descontrolado (“Sing Like A Wire”) y, sobre todo, hacia el pop de nuevo cuño que invade las radios fórmulas de hoy en día y que convierte a Alexis Krauss en la Jessie J de cuando esta aún lucía perfecto flequillo morenote (“Young Legends”, “To Hell With You” o “24”).
Esta aliteración estilística, que alcanza su punto culminante en la pseudo-almibarada “Love Sick”, provoca que el tracklist de “Bitter Rivals” se muestre desnutrido, con poca chicha y demasiado algodón de azúcar pop. Un condimento que antes no tenía hueco en la paleta de Sleigh Bells y que ahora campa a sus anchas e incluso deja en un lugar secundario los acordes de Derek E. Miller (a la sazón, productor del álbum; es decir, que él mismo tomo esa decisión ayudado por el mezclador Andrew Dawson –Kanye West-), simples aditivos de unas bases dulcificadas para que Alexis Krauss monte el pastel sonoro. Excepto “Tiger Kit” -a pesar de los sonrojantes samples animalescos que incluye- y “You Don´t Get Me Twice”, sendos recuerdos a los Sleigh Bells cañeros de antaño, el corpus de este álbum funciona como una especie de pareidolia que trata de confundir al receptor para que este crea que escucha un repertorio renovado(r) y aguerrido, integrado por riffs pesados y fraseos gritados a pleno pulmón. Pero, al final, se topa con una planicie musical que no pueden disimular las camisetas de fútbol americano, las tachuelas, los shorts, los tattoos, los meneos de Krauss, los estampados de tigre de la guitarra de Miller ni las pelucas de colores.