El Sinsal SON Estrella Galicia 2016 colgó el «sold out» por primera vez en su historia, pero eso no impidió que el festival brillara como nunca.
Pocos días antes del inicio de la edición 2016 del Sinsal SON Estrella Galicia en la redondelana isla de San Simón (situada al fondo de la ría de Vigo) se confirmaba que el festival había agotado por primera vez en su historia todos los abonos y entradas diarias, noticia que ofrecía una idea de la expectación surgida alrededor de su capítulo de este año y que ratificaba, de paso, la creciente popularidad (dentro y fuera de nuestras fronteras) de un evento que guarda en secreto su contenido artístico.
Ahí reside una parte del éxito cosechado durante los últimos veranos desde su prueba piloto realizada en 2010: en el enigma que lo rodea hasta el mismo instante de su comienzo. La otra parte recae en la singularidad del entorno insular (cuya capacidad máxima estaba limitada a 800 personas por jornada) donde se desarrolla: un espacio con una larga lista de hechos reales y leyendas sobre sus rocas y losas que el Sinsal dignifica no sólo atrayendo sonidos (clásicos, modernos y globales) que definen el actual universo musical alternativo, sino también proponiendo un recorrido por todo el paraje de San Simón para observar determinados vestigios de su historia y reflexionar e indagar sobre la misma.
Sin embargo, la interpretación de una cita tan particular como el Sinsal es tan abierta como la propia concepción del festival. Y ahí se encuadra uno de los riesgos ya insinuados en años precedentes: que tanto el certamen (de horario diurno) como su especial ubicación (incluida la forma de llegar a ella, exclusivamente en barco) se convirtiesen en un mero escaparate en el que lucirse superficialmente o, dados los tiempos de dominio de las redes sociales, se transformasen en un enorme hashtag tuitero con el que presumir de la efímera exclusividad del ‘aquí y ahora’, dejando en un segundo plano las motivaciones culturales y musicales.
Pero, al fin y al cabo, ese peligro depende de la actitud del público, no de la configuración del acontecimiento, por muy distintivo que sea. En ese sentido, el Sinsal SON Estrella Galicia 2016 lo esquivó con holgura gracias a que la audiencia, más que nunca, se lanzó al goce musical empujado por el calor estival y el idílico entorno.
La isla de San Simón se movió a lo largo del fin de semana según las palpitaciones de unos conciertos que, una vez desvelados los actores implicados, sugerían que el cartel conformado era, quizá, el más sólido de todos los que componen el bagaje del festival por la relevancia de sus integrantes y la variedad de sus propuestas, desde las más tradicionales hasta las más vanguardistas que sobresalen en otros importantes eventos y que se reunieron en un solo lugar rodeado de agua.
Al menos, así lo observó el equipo de esta casa durante los dos días (viernes 22 y sábado 23 de julio) en los que allí estuvo presente y en los que constató el refuerzo de dos de los elementos más significativos del Sinsal… Por un lado, la atmósfera de armonía creada ante y entre sus tres escenarios (SON Estrella Galicia, New Balance y Paseo dos Buxos) y bajo la cual los mismos artistas se mezclaban con los asistentes para vivir en primera persona la evolución y las bondades paisajísticas del certamen. Y, por otro, su capacidad de sorpresa mediante iniciativas como las conocidas Músicas Escondidas (desempeñadas por Nicolás Pastoriza, Skylar o Best Boy, entre otros), que en esta ocasión no se ocultaron (estaban situadas en uno de los miradores del archipiélago) y se simultanearon con las actuaciones principales ampliando el abanico de opciones a elegir.
VIERNES, 22 DE JULIO. La jornada inaugural del Sinsal SON Estrella Galicia 2016, embargada por la alta temperatura veraniega, tenía visos de seguir el esquema establecido desde el aumento de la duración del festival de dos a tres días y la reformulación de su programa en 2014: comienzo parsimonioso para después tomar velocidad y seguir una progresión constante.
Nada más lejos de la realidad, ya que las encargadas de levantar el telón en San Simón, Pega Monstro, arrancaron a degüello apoyadas en su minimalista estructura (guitarra más batería) para erigir un sonido potente y sin más aditivos que la electricidad salida de las seis cuerdas y la voz de María Reis y los golpes de baquetas y los coros de su hermana Julia. Gracias a su milimetrada coordinación manejaban el tempo a su antojo, sacudiendo el ambiente o relajando en nervio a conveniencia. Su rock mutante de ritmos dislocados, marciales y secos, riffs agudos y sostenidos, rasgueos infinitos y voces moduladas entre la abstracción y el grito arrebatado desatascó los tímpanos de los presentes y obligó al cerebro a intentar resolver las fórmulas que acercaban al dúo portugués al math rock.
Mientras Pega Monstro hacían honor a su nombre, algunos asistentes aprovecharon el momento para distanciarse del Paseo dos Buxos y caminar bajo la arboleda de la isla. Aunque ellos tampoco se libraron de la implacable pegada de María y Julia, al igual que los que ya pululaban por la isla de San Antón y se posicionaban frente al escenario New Balance a la espera de la salida de Marc Jonson.
Su peculiar relato -equiparable al del rescate del olvido de Rodriguez, aunque sin su halo divino y extraordinario- por sí solo invitaba a volcar toda la atención en su figura de maestro orfebre del pop barroco y dulcemente psicodélico de 24 quilates. Su álbum de debut, “Years” (Vanguard, 1972), se convirtió con el paso del tiempo en un objeto de culto que uno de sus mayores admiradores, Víctor Ramírez (Ramírez Exposure, Coleccionistas), se empeñó en recuperar en directo junto a su ídolo como aperitivo de su próxima reedición auspiciada por el sello Light In The Attic. Así se fraguó la gira que trajo a Jonson por primera vez a Europa y al Sinsal SON Estrella Galicia 2016, parada en la que nuestro hombre sacó a relucir su arsenal de brillantes melodías pop y centelleantes guitarras pese a que el viento costero parecía desear que el sonido se balancease de una manera molesta.
Ello no fue óbice para que Jonson y amigos sumergiesen a la audiencia en medios tiempos luminosos de acordes cristalinos, aroma clásico y acabado artesanal o en un pop brioso que recordaba al practicado por grupos coetáneos como Big Star. Fuese cual fuese la dirección seguida, se notaba que el norteamericano se lo estaba pasando pipa sobre las tablas cual chaval que aún no tiene su piel curtida en mil batallas. Jonson está viviendo una segunda juventud y así lo demostró en un concierto goloso que funcionó como perfecta vía para revisar “Years” en concreto y su carrera musical en general.
El que también se encuentra en una fase de plenitud es El Guincho. Aunque, en realidad, lleva casi una década instalado en ella, y su reciente “HiperAsia” (CANADA, 2016) es, en esencia, una nueva vuelta de tuerca de un discurso sonoro bifurcado entre el presente y el futuro con origen en “Alegranza” (XL / Young Turks, 2008) y que el canario trasladó al escenario SON Estrella Galicia como una refrescante brisa veraniega. Lógicamente, la base de su directo fue el mencionado “HiperAsia”, cuyo espíritu urbano se adaptó sin problema al espacio natural de San Simón a través de un planteamiento dinámico materializado con un flow ágil, malabarismos vocales continuamente filtrados, calientes notas sintéticas y depurados y poliédricos beats hip hop, ingredientes que sustentaron temas como “Cómix” o “Parte Virtual”.
Pero Pablo Díaz-Reixa se había propuesto que su música en vivo tuviese los mismos agradables efectos de un granizado tomado a pie de playa y que los presentes bailasen como náufragos que alcanzan su refugio paradisíaco, con lo que no dudó en recurrir también al dance-pop ochentero (“Novias”, “Soca del Eclipse”) de “Pop Negro” (XL / Young Turks, 2010) para que aumentase el sofocón. De hecho, los movimientos insinuantes y las danzas sugerentes estallaron como una piñata con “Antillas”, punto álgido de una fiesta electropical en la que la vegetación autóctona se transformó en palmeras cimbreantes y todos aquellos que se dejaron guiar por El Guincho hallaron el placer inmediato.
De vuelta al Paseo dos Buxos, Rangda, trío liderado por el emblemático guitarrista Sir Richard Bishop, perfilaron paisajes instrumentales de aspecto variable (ora más áridos, ora más sombríos) mediante pinceladas de rock desarmante, imprevisible y rotundo. Su esqueleto rítmico y melódico se componía a partir de la deconstrucción de sonidos eléctricos estándar que, ya pasasen por tramos de distorsión extrema o se balanceasen entre riffs pesados y punteos ligeros, desembocaban en un post-rock de granito y plomo susceptible de ser modelado sobre la marcha según influencias hendrixianas, zeppelianas, fronterizas e incluso diríase que flamencas. Esta combinación estilística, dirigida en todo momento con firmeza por Bishop, resultó tan sorprendente como arrolladora.
Idénticos adjetivos se podrían aplicar a la actuación de WE ARE MATCH, que cerrarían el primer día del festival en el escenario SON Estrella Galicia. Por el tratamiento de sus acordes guitarreros, la aplicación de acentuadas líneas de bajo y el uso de armonías vocales, daba la sensación de que los franceses estaban atrapados por el influjo de alt-J, protagonistas de uno de los mejores conciertos de la historia del Sinsal cuatro años antes en la misma zona. A la vez, también se observaba en sus intrincados patrones formales cierta influencia de Wild Beasts (en versión menos épica y trascendental y más jovial) y un afán por seguir los pasos de bandas similares genéricamente como Glass Animals (aunque con mayor empaque).
Con todo, independientemente de comparaciones, los franceses lograron transmitir con personalidad, fidelidad y pulcritud (se estrenaban en suelo español) su pop sofisticado, nítido y lleno de arreglos detallistas y requiebros melódicos que transcurrían por tramos parsimoniosos de desarrollo ascendente y se fijaban en el funk-pop y el tecnopop (o rock) cuando subían el pulso. La grata sorpresa que supuso su intervención se culminó con un mini-bis en versión acústica que satisfizo la demanda de un público que había descubierto al nuevo grupo del otro lado de los Pirineos a tener en cuenta.
[/nextpage][nextpage title=»SÁBADO» ]SÁBADO, 23 DE JULIO. Antes de poner otra vez pie en San Simón, vista desde el muelle de Redondela cual verde joya iluminada por el intenso sol matinal, hicimos añicos conscientemente el ritual de esperar a destapar el cartel de la teórica jornada más potente del festival ya desembarcados en la isla para llevar bien memorizada y aprendida la lista de protagonistas del día. Tan ecléctica como de costumbre, llamaba la atención la calidad y consistencia de una combinación de nombres nacionales e internacionales destinada a quedar marcada a fuego en los anales del Sinsal.
Un recurrente cliché tomó forma con el primer grupo en aparecer, Extraperlo: no había mejor banda con la que empezar la mañana. Por un lado, gracias a que su sonido cálido, acuoso, colorista y encantadoramente ochentero resultaba perfecto para desentumecer las extremidades y abrir los legañosos ojos, pese a que buena parte del público prefería cobijarse en el área sombreada del escenario SON Estrella Galicia sentado sobre su dura superficie. Y, por otro, porque las canciones de su último disco, “Chill Aquí” (CANADA, 2016), adquirieron todo su sentido escapista para huir de los rigores de la gran ciudad en el sitio ideal.
El grupo barcelonés aprovechó la oportunidad para convertir el recinto insular en un oasis musical diáfano, melancólico (“Chill Aquí”) y refrigerante (“Mecánica Moderna”) que invitaba al meneo suave y seductor (“La Celosa”, “Algo Distinto”). Poco faltó para que apareciera un joven Tom Cruise y se pusiese a servir cócteles ataviado con camisa hawaiana, una estampa imaginaria que podría haberse hecho realidad durante la inmejorable “Bañadores”, cuyo fresquísimo carácter resumió las sensaciones que Extraperlo transmitieron durante su placentero concierto.
La caja de sorpresas que es el festival Sinsal incluye regalos como la presencia de toda una candidata al Mercury Prize en 2015, Eska. Descalza sobre las tablas del espacio New Balance, como si quisiese conectar directamente con los ancestros de su soul polimórfico, sólo precisó de sus tres temas iniciales para plasmar su amplia visión del género: ardiente, cadenciosa según cánones dub e introspectiva aunque, en todo momento, emocionante. Su impresionante chorro de voz añadió múltiples matices a su registro, delicado cuando cogía el ukelele o se ponía frente al piano eléctrico y vehemente cuando se desmelenaba (de manera literal) impulsada por los incendiarios riffs de su guitarrista. Es decir, que la británica pasaba con pasmosa facilidad de la calma soul-pop a la tormenta rock y viceversa en un radical proceso de actualización del soul tradicional, al que dio lustre rompiendo esquemas y apelando a su cariz más apasionado.
Otra clase de ardor salió del Paseo dos Buxos, con Malandrómeda confirmando su condición de dúo de moda en el panorama alternativo gallego y haciendo que hirviera la isla mediante las bases lanzadas por Master do Son como munición de ametralladora retumbante y los kilos de rimas imaginativas, a veces auto-tuneadas y fardonas escupidas por Hevi. El baile espolvoreado con picante hip hop galaico y mucho sentido del humor provocó que la hora de comer se animase sin medida en medio de una fiesta malandrómica que impidió cualquier posibilidad de caer en brazos de la siesta.
Ryley Walker rebajó la euforia en San Antón desplegando su folk-rock con toques jazzísticos, interpretado con habilidad y cantado con un leve tono slacker. De hecho, el músico recordaba por su actitud desprendida y su cuestionable indumentaria veraniega a un Mac DeMarco en clave chicagüense y decidido a convertir la sobremesa en una sesión contemplativa plagada de extensos desarrollos instrumentales (con los que Walker se recreaba en ciertos tramos) incrustados en los moldes del folk psicodélico. Era curioso observar cómo los niños permanecían atentos bajo un ambiente relajado, hipnotizados por un Ryley Walker que meció los oídos de los espectadores.
El cambio de tercio en el escenario SON Estrella Galicia perpetrado por Sons Of Kemet fue una invitación sin complejos a la danza tribal, consecuencia directa de su explosiva mezcla de (free) jazz, africanismo y tropicalismo. Comandadas por el saxo del líder del proyecto, Shabaka Hutchings, la fuerza de la percusión (compuesta por una doble batería) y el grave viento de la tuba (que no se limitaba a ser un elemento secundario) actuaban como trampolines de un sonido ágil y vibrante que llamaba al regocijo físico y visceral. Voluntariamente o no, el cuerpo se dejaba llevar poseído por las veloces síncopas polirrítmicas que aceleraban el corazón hasta producir espasmos de gozo. El torbellino sónico generado por Sons Of Kemet acabó siendo una verdadera ceremonia de la alegría.
En la otra punta del archipiélago, Juana Molina luchó contra los zarandeos de la brisa atlántica armada con su folktrónica personalísima y difícil de encasillar, aderezada con gotas de rock, aires andinos y destellos psicodélicos producto de los sintetizadores y de sus propios cantos libres. Al contrario de lo que se pudiera pensar, su propuesta no estaba diseñada para que el gentío se distrajese repantigado en medio de tranquilas conversaciones, sino que buscaba pellizcarlo a base de magnetismo y espontaneidad. Con lo que no contaba Molina era con que esa buscada imprevisibilidad alcanzase un grado surrealista a la par que hermoso cuando, de repente, aparecieron en procesión los barcos redondelanos que homenajeaban a la Virgen del Carmen mezclándose el ruido de sus sirenas con los sonidos que emitían la cantautora argentina y sus compañeros de banda. Tal postal marinera embelleció un concierto cautivador.
El modo en que Dan Deacon conquistó a su audiencia poco tuvo que ver con la complacencia: su propósito consistía en poner patas arriba el escenario SON Estrella Galicia sirviéndose de su electrónica llevada al límite (voz vocoderizada y manipulada, beats poderosos y vertiginosos, disonancias y golpes techno), el derroche de su batería de refuerzo (que le daba un punch tremendo) y, sobre todo, su interacción con el público, una de las claves fundamentales de sus directos.
Como si se tratase de un animador de crucero, el norteamericano revolucionó el patio arengando a todo el mundo con su español macarrónico a que formase círculos de baile, un túnel de manos entrelazadas y coreografías colectivas que derivaban en estallidos dance. La fusión entre artista y audiencia fue total, hasta el punto de que los sonidos marcianos salían disparados de los cachivaches de Deacon como un torrente hedonista que desató la locura dentro de un caos ordenado. Algunos lo llamarán simple tecno-verbena; otros, especialmente los que la vivieron en sus carnes, un desparrame memorable.
La positiva energía condensada por Deacon se trasladó al Paseo dos Buxos para que Matías Aguayo la cazara al vuelo y alimentara con ella un set cuyo principio resultó engañoso, con el dj y productor chileno (pero de alma germana) tirando de micrófono y sugerentes loops vocales con los que poner en situación a una audiencia que deseaba cerrar por todo lo alto la jornada sabatina. Pero, a renglón seguido, en cuanto activó sus pads y su techno-house tribalista y exuberante de potentes graves, su show empezó a entrar en ebullición.
Aunque la propuesta de Aguayo no era una sesión al uso, ya que a los tracks mezclados añadía sus cantos hechizantes y unos movimientos corporales lo suficientemente sexys como para que se friera un huevo en las palmas de sus manos. Así fue subiendo el mercurio de su termómetro bailable hasta bien entrada la noche, cuando se acercaba la hora de enfilar el muelle y abandonar San Simón. En ese momento, el chileno finiquitó su set fuera del escenario arañando las orejas de los que lo rodeaban con un ronroneo lascivo que empapó cada hoja de los árboles y arbustos isleños. No, la humedad no venía precisamente del mar…
En el viaje de regreso a nuestros hogares a través de la oscuridad nocturna que cubría la ensenada de San Simón, todavía no sabíamos que el último día del Sinsal SON Estrella Galicia 2016 iba a estar protagonizado por, además de los repetidores Ryley Walker y Juana Molina, Joan Miquel Oliver, los brasileños Bixiga 70, el francés Domenique Dumont, la británica ALA.NI y el egipcio Islam Chipsy (junto con su banda EEK), que se resarció de su forzosa ausencia en la pasada edición. Un desenlace, también marcado por su enfoque hacia el público infantil, que puso la guinda a uno de los capítulos más completos y celebrados de la trayectoria del festival. [Fotos: Iria Muiños] [Más imágenes en Flickr]
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