Te explicamos todo lo que ocurrió en el Sinsal Primavera, que se confirma como el ciclo de conciertos perfecto para oídos gourmets y amantes de lo singular.
24 horas después de la conmemoración del Día Internacional de los Museos, la agencia SinsalAudio iba a tomar el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Vigo para estrenar el Sinsal Primavera: especie de apéndice de su festival estrella, el Sinsal, que se celebra cada verano en la isla de San Simón (Redondela, Pontevedra), realizado en una estación del año diferente, en un entrono urbano, bajo techo y sin el cartel secreto para llevar un paso más allá su esencia artística.
Durante los días 19 y 20 de mayo, el Sinsal Primavera -como otros eventos marcados por el sello de calidad de su organizadora- redimensionó un espacio en cuya sala de blanco impoluto se degustó una serie de propuestas que añadían la música a los elementos que suelen atrapar los sentidos, conmover, sacudir, provocar la reflexión e incluso desconcertar en el interior de un museo.
Las encargadas de transformar el MARCO en un lugar en el que descubrir sonidos antes poco (o nada) escuchados, ver instrumentos tocados de maneras inverosímiles y adentrarse en los múltiples (y, en ocasiones, intrincados) vericuetos de la vanguardia musical fueron exclusivamente mujeres, procedentes de España y de otros puntos de Europa y con un propósito claro: romper cualquier prejuicio sobre el concepto de música avanzada o intelectual.
De ahí que la programación de la primera edición del Sinsal Primavera se caracterizara por su singularidad y riesgo. Aunque estos rasgos no significan que el festival buscara atraer la atención únicamente de paladares gourmet u oídos exigentes, sino que estaba abierto a que cualquier persona que tuviera un mínimo de interés en probar cosas nuevas y difíciles de hallar en otros certámenes traspasase las puertas del MARCO.
Sin embargo, como si se quisiese descongestionar el cerebro de todos los inputs recibidos, también existió la opción -cada final de jornada- de acudir a la cercana sala Radar para vivir conciertos más al uso pero que no se alejaban del espíritu diferencial que definió la lustrosa puesta de largo del Sinsal Primavera.
Viernes 19 de mayo || Autopista hacia el cielo
MARCO. Bajo una luz tenue, sobresalía imponente al arpa que Angélica Salvi utilizaría para realizar su concierto. Y el uso del verbo ‘utilizar’ aquí, a pesar de que resulte algo rudo, no es gratuito: la salmantina no solo acarició sus cuerdas con sus dedos, sino que también recurrió a otras formas de extraer el sonido de su solemne instrumento y aprovechar todas sus posibilidades.
A la vez, Salvi añadió al ambiente íntimo de la sesión un fondo atmosférico que basculaba entre la hipnosis producida por las propias notas del arpa y la ensoñación creada a partir de bases electrónicas oníricas. Así, se confrontaba la naturaleza orgánica del arpa con la sintética de varios componentes digitales que se conjugaban con delicadeza hasta concebir paisajes sonoros cinemáticos. El resultado de la combinación de estos ingredientes llegaba a tener efectos sinestésicos: se podía vislumbrar los colores que salían de cada pieza, apreciar qué aroma desprendían y palpar su textura con los dedos.
Las sensaciones que atravesaban mente y cuerpo tomaban forma de ondas sonoras que iban y venían como un mar de cadencioso movimiento y que se entrelazaban armoniosamente cual música celestial. Dentro de ese espacio etéreo, Angélica se valía de un mini-ventilador o de un arco de violín para alterar el tono del arpa, convertida en una extraña pero virtuosa caja de resonancia que lanzaba melodías sutiles.
Una condición que estas no perdían cuando los loops electrónicos se estrujaban, estiraban, deformaban o distorsionaban en una sucesión de tramos que, finalmente, destacaban por su belleza. Era difícil no apartar la vista de las ágiles manos de Angélica Salvi y que la cabeza no se trasladase a lugares imaginarios muy, muy lejanos…
El arranque naturalista de Ece Canli en Sinsal Primavera también invitaba a recrear un paraje en el que dejarse llevar por los sonidos de viento y de aves que imitaba con su boca, antesala de un canto dulce y primitivo que se mezclaba con loops cercanos a la música sacra. Fue un espejismo místico. La artista turca -a la que se podría colgar la etiqueta de Björk otomana-, haciendo alarde de su prodigiosa garganta y de un abrumador dominio de la respiración, generó un torrente acústico tan magnético como desbordante reforzado por un fondo sintético amenazante.
Sus imprevisibles virguerías al micrófono funcionaban como cantos de sirena queriendo arrastrar a marineros incautos… De esta manera cautivaba a la audiencia Ece Canli mediante su mutante y maleable voz y con su cuerpo, una herramienta instrumental más que la turca manejaba con firmeza en plena tormenta de disonancias engarzadas en piezas de estructura volátil. A su despliegue vocal (con agudos capaces de quebrar el cristal), Ece Canli sumaba capas y capas de secuencias sintetizadas que se superponían a unos beats poderosos. Fue un milagro que la sala del MARCO se mantuviese en pie ante tales embates.
SALA RADAR. El radical cambio de tercio llegaría ya comenzada la noche con SIPHO., quien se incorporó pocos días antes al Sinsal Primavera como parte de una pequeña gira por Galicia. A la joven revelación de la black music británica le va el soul y el r&b con mucho flow, romanticismo y sabor clásico, algo que demostró con intensidad, pasión y arrebato acompañado adecuadamente por teclado (más el suyo propio) y bajo (muy funky en ciertas fases).
Encima del escenario, su figura aparecía tan frágil y afable (disfrutó con el público a corta distancia) como imponente cuando se ponía al frente y se desnudaba emocionalmente. En esos tramos, SIPHO. se dejaba la piel y cada gota de sudor para sacar de su interior todos sus sentimientos (“Beady Eyes”) con la elegancia que le aportaban el piano o la trompeta (que adornó “Almost Lost”). SIPHO. se lució y relució como una estrella en ciernes que puede explotar de un momento a otro.
Sábado 20 de mayo || El d(r)on(e) de la experimentación
MARCO. Superorganismus es la alianza establecida entre Luz González y el trío Tramontana (Mathilde Bernard, Aurora Pajón y Alejandra Martín) -todas ellas residentes en Suiza- para ejecutar una pieza colaborativa formada por pespuntes electrónicos, viola, flauta y arpa. Y no podían haber elegido mejor nombre para bautizar el proyecto, porque en el Sinsal Primavera funcionaron, justamente, como un superorganismo dinámico y perfectamente coordinado.
En el inicio, rodearon el arpa para, punteando las cuerdas y pasándoles unas cintas, emitir un sonido sostenido que pasó a ser un ruido constante y, poco después, otro atronador similar al un avión en situación de despegue. Superorganismus ponían así la base drone de un aquelarre al que se fueron uniendo la flauta y la viola. Y, tras la tormenta, llegaría la calma a un ordenado caos sónico, en el que los instrumentos parecían ir a su aire pero, en realidad, dialogaban entre sí.
También hubo fases en que cada uno de ellos tomaba el protagonismo. Por un lado, la flauta, tocada de una forma entre cubista e impresionista antes de que los truenos regresaran… De repente, se abrió un paréntesis con la simulación de un reloj marcando el paso de los segundos con el arpa como centro de atención. Y, a renglón seguido, la viola se combinó con voces sampleadas hasta desembocar en una nueva oleada furiosa. La intervención de Superorganismus -sinuosa a la par que desbocada- supuso, probablemente, la máxima expresión vanguardista del Sinsal Primavera.
Con todo, Ivankovà (alias de Irene de la Cueva) no se quedó atrás en cuanto a nivel de experimentación. Sumida en una oscuridad casi total, la atmósfera espectral que la rodeaba ya presagiaba que sus sonidos, artificiales por fuera pero con alma por dentro, se introducirían por sendas tenebrosas guiados por la potencia del drone. Los bajos retumbantes hacían vibrar las paredes de la inmaculada sala del MARCO, otra vez en peligro de colapso por el estridente huracán sónico de Ivankovà.
El posterior intercambio de frecuencias altas y bajas llevaban al límite los tímpanos en una experiencia sensorial que hacía imaginar cómo sería la música de cámara, sin ir más lejos, en el siglo 23: piezas instrumentales compuestas por escalas de teclado fantasmagóricas cuya aura litúrgica y siniestra se multiplicaba cuando se les ponía voz. En cuestión de minutos, Ivankovà construyó ante un impertérrito público una catedral sonora apabullante en cuyo interior los sonidos más extremos medían el umbral de resistencia acústica del ser humano.
SALA RADAR. Al igual que en la jornada anterior, el salto del Sinsal Primavera a la sala Radar sirvió para destensar los oídos con el estilo vitalista (aunque con mensaje realista) y bailable de Ana Lua Caiano, que venía a presentar su segundo EP, “Se Dançar É Só Depois” (autoeditado, 2023). Su fusión de electrónica sampleada -con la que construía cada tema cual mujer orquesta- y sonoridades portuguesas se conecta con esa nueva ola femenina que, durante los últimos años en España, aúna tradición y modernidad desde perspectivas diversas.
Así que seguro que a más de uno y de una les resultarían conocidas la teoría y la práctica de Ana Lua, aunque esta artista multidisciplinar las aplicó según sus propias señas de identidad: una cara vigorosa representada por una percusión firme y robusta; y unos matices interpretativos y gestuales muy personales que iban desde los más enérgicos hasta los más delicados.
Estos eran los mimbres de un estilo sustentado en ritmos mínimos pero briosos y melodías pegadizas (“Adormeço Sem Dizer Para Onde Vou”) con las que Ana Lua Caiano trataba asuntos candentes como las relaciones tóxicas (“Nem Mal Me Queres”), la salud mental (“Vou Abaixo, Volto Acima”) o el problema -tan acuciante en Portugal como en España- del acceso a una vivienda (“Se Dançar É Só Depois”). Es decir, que las palabras de Ana Lua eran igual de importantes que el modo en que las exteriorizaba, a veces disfrazándose de una versión lusa de Tune-Yards que no renunciaba a enseñar la influencia del fado, a recrear el particular sonido de la guitarra portuguesa o a usar el adufe (pandero tradicional de su país natal).
Ana Lua Caiano repartió sonrisas y alegría y el público, felizmente entregado a sus canciones, se las devolvió como señal de agradecimiento. Se había cumplido la ley del karma. [Más información en la web de SinsalAudio]