Dicen los organizadores del Festival Sinsal que lo suyo es vender epifanías… Y nuestra crónica de la edición de 2023 confirma que así es.
“Vendemos epifanías”. Esta frase tan sencilla pero muy simbólica pronunciada por Julio Gómez, codirector del Sinsal junto con Luis Campos, resume a la perfección el espíritu y el propósito de la promotora homónima que capitanean desde Vigo. Como ellos mismos relataban a unos metros del ajetreo que se vivía en plena tarde sabatina del festival que se celebra cada verano desde 2011 en la isla de San Simón, los conciertos que han organizado en más de dos décadas de trayectoria pudieron haber despertado en alguien la motivación para seguir un camino similar al suyo, a degustar la música con un paladar diferente, a introducirse en sonoridades que ni siquiera sabía que existían o, en último término, a confiar ciegamente en la marca Sinsal.
Su evento estrella, que toma durante tres días el archipiélago enclavado frente a la costa de Redondela (Pontevedra), es el ejemplo paradigmático de esa dinámica: su cartel es secreto y solo se revela una vez que los asistentes descienden de los barcos que los llevan a San Simón, pero estos saben que, en general, no van a quedar defraudados con las sorpresas musicales que se van destapando a lo largo de cada jornada.
Con todo, a pesar del prestigio que ha ido adquiriendo el Sinsal año tras año, Luis y Julio reconocían que siempre ha existido el riesgo de que esa reacción colectiva tan positiva se quebrase… En su edición de 2023, se ha ratificado que dicha situación todavía se encuentra lejos de producirse.
Ese intangible tan difícil de obtener y que define al festival compensa de alguna manera las limitaciones de espacio, de capacidad y logísticas y las cuadraturas circulares económicas (en todo momento con los artistas como prioridad) que obligan a Julio y Luis a hacer número como malabaristas circenses. Sin embargo, desde fuera, los espectadores aparcan las cifras (solo se fijan en la rapidez con que se agotan las entradas y los abonos una y otra vez) para dejarse llevar por el misterio musical y el magnetismo de la travesía que se realiza a través de la ría de Vigo hacia la ensenada redondelana sonde se ubica San Simón.
Otro de los peligros comentados por Luis y Julio consiste en que se llegue a un punto en que la gente se canse de hacer esa singladura en cuanto se supere la novedad… Aunque el tamaño de San Simón -y de su hermana isla menor, San Antón- es reducido (lo que se traslada a la sostenibilidad ambiental del certamen), su patrimonio natural, cultural e histórico es tan amplio que permite investigarlo de múltiple formas. Esta es una de las grandes virtudes del Sinsal: la difusión, mediante diversas actividades, del entorno, el paisaje y la extensa historia de la isla, desde la época medieval hasta el presente, pasando por la etapa franquista. Esta faceta, también explicada por Julio y Luis, es quizá la menos conocida del certamen. Y, algunas veces, la más tergiversada, ya que este no es un festival al uso en muchos aspectos.
Aquí entra en juego el factor político, el cual ha desaparecido a nivel municipal como apoyo de este canal de transmisión de las bondades locales a través de la música y la cultura globales. En este sentido, precisamente el fin de semana en que se desarrolló el Sinsal SON Estrella Galicia 2023 se culminaba el domingo con unos de los comicios más importantes de los últimos tiempos de la democracia española. Esas vibraciones electorales se palpaban en cierto modo dentro de la burbuja creada en el interior de San Simón. Aunque, como siempre, el Sinsal ilusionó, alegró, estimuló…
Sábado 22 de julio || Jornada de ‘diverxión’: bota, vota, bota
… y, sobre todo, sorprendió. El de 2023 fue, probablemente, el capítulo más enigmático del Sinsal. Excepto la portuguesa Ana Lua Caiano -que ya había participado en el Sinsal Primavera un par de meses antes– y Jesca Hoop, componentes del cartel del viernes, el resto de nombres resultaban desconocidos para la mayoría de la audiencia y solo los más avezados sabían de las andanzas de alguno(s) de ellos. Pero en eso se basa justamente la aventura sinsalera: la exploración y el descubrimiento.
Las dos baterías casi pegadas una al lado de la otra y el saxo colocado en medio del escenario Buxos FEST Galicia sugerían que Horse Lords estaban dispuestos a sacudir al público recién desembarcado en San Simón. Y así fue. Con las percusiones perfectamente coordinadas, ágiles y nerviosas y la acción desatada del instrumento de metal, el grupo estadounidense deconstruyó el concepto de post / math rock acercándolo al free jazz por sus moldes imprevisibles y al cubismo sonoro al romper sus estructuras convencionales.
Cuando activaban cada oleada sónica, Horse Lords parecían asilvestrados e imparables en medio de la tormenta de viento y electricidad que formaron en pleno día soleado de verano. Sin embargo, Horse Lords no solo apelaban a la abstracción musical, sino que también se agitaban como caballos en total libertad. Solo en un festival como el Sinsal es posible ver al público moverse sin parar con una banda que, quizá, no lo pretendía.
En el extremo opuesto, Hatis Noit se sirvió del replanteamiento del escenario San Antón para ofrecer su personalísima propuesta: se había limitado el aforo con el fin de que una atmósfera de silencio, quietud e intimidad beneficiara a la artista y a los oyentes más atentos. Esta reformulación se comprendió claramente cuando la cantante japonesa comenzó a elaborar loops autosampleándose y replicando su voz en capas superpuestas de efectos hipnóticos.
Partiendo de la combinación de cantos ancestrales y otros cuasi operísticos, Hatis Noit mostró un impresionante dominio de sus cuerdas vocales, las cuales -según describió ella misma- usa mediante su cuerpo para conectar con el espacio terrenal y el celestial.
De hecho, la nipona residente en Londres se balanceó entre la dispersión mental y la evasión sensorial vestida de criatura procedente de otra dimensión… Pero también exhibió su cara más emotiva, con una pieza muy poética interpretada sobre el sonido del océano de Fukushima y compuesta tras visitar la zona en memoria de los fallecidos allí por el tsunami y el desastre nuclear de 2011 y en honor de las personas que regresaron a su tierra a pesar de todo.
En este tramo, Noit se vinculó simbióticamente con la isla y el mar circundante bajándose de las tablas para caminar lentamente entre el público, al que después invitó a acompañarla sobre el escenario en un acto de sinergia que completó el significado alegórico del concierto. Su desenlace, con un grito atávico que cerraba una pieza que recordaba su lugar de nacimiento, elevó el hechizo de un directo que, para muchos de los asistentes, fue el más impactante del sábado.
En comparación, el estilo de los franceses Brama se percibía más común. O no tanto, porque su indie-pop-rock cambiaba el bajo por la zanfona (manipulada eléctricamente) y se cantaba en occitano. Estas dos características demostraban que otra manera de entender el pop de guitarras y el rock es posible sin que pierda su chispa ni su ritmo burbujeante y no se difuminen sus riffs psicodélicos, a medio camino entre los aires orientales, californianos y australes.
Por momentos, Brama se disfrazaban de los King Gizzard & The Lizard Wizard galos cuando agitaban, con dinamismo y brío, el inicio de la tarde en el escenario San Simón SON Estrella Galicia. Los mismos que aplicaron Puuluup en el paseo de los Buxos… Ramo Teder y Marko Veisson montaron una juerga nu-folklórica estonia regada de buen humor, sonidos tradicionales modernizados, ruidismo y danzas alocadas.
Que el Sinsal es un festival de acentuados contrastes se constató con una imagen curiosa en el escenario San Simón. De repente, pasó por delante la procesión marítima de la Virgen del Carmen de la cofradía de Cesantes, siempre pintoresca para los foráneos, justo antes de que le tocara el turno al grupo coreano Leenalchi. Efectivamente, las costumbres religiosas gallegas se cruzaban con música proveniente de la lejana Asia.
En este caso, este peculiar combo encabezado por dos voces femeninas y una masculina dieron una vuelta de tuerca a la etiqueta k-pop arrimándola al funk y al hip hop guiados por dos bajos elásticos y gomosos. Sus canciones adhesivas con letras de aspecto ligero -por lo que se podía intuir- solo buscaban el goce del respetable, que tenía la sensación de bailar bajo una bola de espejos cuando Leenalchi se ponían discotequeros. Entre su ánimo festivo y su sonido saltarín, parecía que el grupo había salido de un anime lleno de luz y de color. Yes sir, Koreans can boogie.
Y del tono desenfadado de Leenalchi se pasó al más sobrio de Ruth Mahogany & The Arb Music Band en cuanto a fondo, de denuncia y protesta. Sin embargo, no lo eran tanto sus formas, derivadas del soul, el r&b y el reggae tamizados por un filtro nigeriano aunque con alma norteamericana. Por esta razón, el ritmo fue el eje en torno al que giró el combo, que tiró de afrofunk para dejar otra huella de black power bien marcada en la senda arbolada de escenario Buxos. Ya lo dijo Emma Goldman: “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”. Ruth Mahogany & The Arb Music Band se guiaron por esa sentencia contagiando su elegante energía.
La de Pongo -alias de Engracia Domingos da Silva, exvocalista de Buraka Som Sistema– fue desbocada desde el primer segundo en que pisó el escenario San Simón cual huracán de categoría 5. Propulsada por la fogosidad del kuduro y del reggaetón, Pongo roció de gasolina el recinto, sacó unas cerillas de sus caderas y provocó un incendio en medio del que no paró hasta llevar en volandas al público, ya fuese sola o acompañada de dos bailarinas tan explosivas como ella y que añadieron más calentura y sensualidad.
El termómetro reventó cuando Pongo arengó al gentío a que la rodease sobre las tablas durante la inflamable “Kalemba (Wegue Wegue)”. Vamos, que se lió parda. Y el fuego fue a más hasta alcanzar la fase de erupción volcánica en “Amaduro” y, al final, cuando se mezcló con la audiencia entre una gran polvareda. Horas después aún era difícil entender cómo San Simón Había resistido el estallido atómico de Pongo.
Domingo 23 de julio || La fiesta de la ‘musicracia’
Bajo los adoquines, la playa. También entre las urnas, antes de acudir a la última jornada del Sinsal SON Estrella Galicia 2023, no solo frente a San Simón. Una vez puestos los pies en las losas de muelle de la isla, a la izquierda todo recto. Y, aunque había algunas nubes en el cielo, cabía la posibilidad de ponerse rojos por los rayos del sol.
Vivir aquel domingo, teniendo en cuenta el macabro resultado que podían deparar los votos de los españoles, en un sitio como San Simón, antigua cárcel y campo de concentración y símbolo de la represión ejercida por la sanguinaria dictadura franquista, removía el alma… Pero también invitaba a ser optimista, pese a los malos augurios (y a las encuestas adulteradas).
Por eso fue una poética casualidad -o no- que Fillas de Cassandra aparecieran en el escenario Buxos (mientras las coreanas Dal:um tenían que capear con sus geomungo y gayageum el chaparrón sónico en la parte de San Antón…) como ídolas de la nova música galega femenina, feminista, empoderada y antipatriarcal. Justamente, lo que detestan los sujetos instalados en la fachada derecha española. De hecho, en otra deliciosa coincidencia -o no- María y Sara realizaron una versión de la “Negra Sombra” de Rosalía de Castro con las mismas dosis de fuerza que de sensibilidad, dos de los ingredientes primordiales de su estilo.
Dada la ingente cantidad de conciertos que han afrontado desde la salida de su disco de debut, “ACRÓPOLE”, el dúo sabe cómo adaptarse a cada lugar en el que participan. De ahí que en San Simón no necesitaran soltar todo su ímpetu para conquistar a la audiencia o a la propia Hatis Noit, embobada con su actuación y sonriente por lo que estaba viendo y escuchando.
Así es, la música de Fillas de Cassandra atravesó el mundo hasta Japón, ya fuera empujada por el potente chorro de “IV. ECO”, la emotividad que puso los vellos de punta de “A Veciña do Cuarto”, la efusividad de “V. AS MOIRAS” o “Tataravoa”, single recién publicado y convertido ya en un éxito. La tecnofoliada de Sara y María tuvo su punto de máxima ebullición con “II. LISÍSTRATA (Varre Vasoira)”, que debería erigirse en himno alternativo de Galicia. Fillas de Cassandra son el altavoz de las mujeres de ayer, hoy y el futuro. Nadie las calló en el Sinsal y nadie las parará.
Un ejemplo de esas mujeres que no deben ser silenciadas ni ninguneadas y que luchan por que las demás no sufran esa clase de agresiones es Aralola Olamuyiwa, icono cultural de Nigeria al ser la primera mujer en tocar el tambor parlante, instrumento tradicional de su país reservado a los hombres hasta que ella rompió esa norma machista hace más de veinte años. De ahí procede su nombre de guerra -con toda la legitimidad-, Ara Queen Of Drums, quien desprendió buenas vibraciones reforzada por otros tres percusionistas.
Ara lanzaba besos al aire y los recibía de vuelta inmediatamente en señal de un amor recíproco que invadía todos los cuerpos presentes. Adultos, jóvenes, niñas, niños, madres, padres y resto de familia se dejaban mecer por el ritmo agradable y cadencioso del grupo y las gratas palabras de Ara, que también saltaba al afrofunk chispeante cuando su sonido se volvía más tribal. Este concierto fue el fiel reflejo del Sinsal como oasis insular de multiculturalidad, igualdad e inclusividad en el que se repele el machismo, la xenofobia y otras violencias. En consonancia con ello, Ara Queen Of Drums realizó todo un canto a la felicidad y a la libertad.
En el momento en que Faizal Mostrixx asomó por el escenario Buxos y se colocó tras la mesa de mezclas, con su casco con forma de estrella cual Daft Punk galáctico, todo indicaba que, simplemente, iba a ejecutar una sesión de afrofuturismo electrónico. Y eso hizo, al principio, a medias.
Faltaba que se sumaran a su ceremonia dance, poco después, dos bailarines freestyle que redimensionaban cada track unas veces perfectamente sincronizados y, otras, enfrentados en una especie de batalla de gallos en la que se metía en ciertos tramos el propio Faizal, también coreógrafo. Cada beat y cada break alimentaban un techno selvático que actuó como banda sonora de un aquelarre de baile frenético tan llamativo como disfrutable.
Seguramente, por la diferencia surgida entre la bombástica performance de Faizal Mostrixx y la línea seguida por Combo Chimbita, a la gente le costó un poco introducirse en su rock cumbiero, con brillantes destellos tropicales y texturas psicodélicas. Hasta su frontwoman, Carolina Oliveros, tenía que encender unos ánimos relativamente apagados…
Si la banda colombiana (residente en Nueva York) hubiera prolongado las fases en las que apretaban el acelerador, quizá habría excitado más el ambiente, que subía y bajaba como una montaña rusa al compás de Carolina. Cuando Combo Chimbita cerraron su directo desencadenando toda su electricidad, ya era tarde para que el sabor de boca dejado fuese más dulce.
Con Avalanche Kaito no se podía hablar de dulzura, precisamente. Desde antes incluso de que irrumpieran en el escenario Buxos: sin que nadie entendiese el motivo, se escuchó a un hombre vociferar en medio del público, que se quedó entre extrañado y estupefacto. Se trataba de Kaito Winse, griot de Burkina Faso que se abrió paso entre la muchedumbre como Moisés apartando las aguas para unirse a sus dos compañeros, Benjamin Chaval y Arnaud Paquotte, del grupo belga Le Jour du Seigneur.
Esta alianza afroeuropea compuesta por un trovador chamánico y dos devotos del noise-punk dio como producto un rock de alto voltaje y raíz negra envuelto en post-rock, metal y ruido. Pero Kaito no solo se vaciaba mediante su garganta, sino también con la flauta peul -que soplaba a velocidad supersónica- y el arco de voca –con el que emitía un sonido amenazante-. Avalanche Kaito hicieron honor a su nombre de un modo tan implacable que, probablemente, ofrecieron el directo más catártico del Sinsal SON Estrella Galicia 2023. Los cinco sentidos saltaron por los aires.
Parecía que Al-Qasar iban a reproducir una de las estampas más recordadas de la historia del Sinsal: el concierto de Altın Gün en 2018. Al igual que la banda turco-neerlandesa, este colectivo se construye a partir de orígenes multiétnicos (de Estados Unidos a Turquía, pasando por Francia y Marruecos) y su estilo se basa en el Anatolian-psych-rock. De hecho, su guitarrista, Thomas Attar Bellier también manejó con pericia el saz, principal seña de identidad de su sonido. Aunque en esta ocasión contaban con otro elemento distinguido: la cantante sudanesa Alsarah, invitada de excepción.
Con ella al frente, Al-Qasar dieron más empaque a su groove arábigo en sus temas más vigorosos y mayor finura a los más sugestivos. Y aquí habría que anotar el único debe del grupo: no elevaron el vuelo todo lo que se esperaba y se quedaron más de lo deseado a ras de suelo, lo que se traducía en monotonía (al contrario de lo que había ocurrido con Altın Gün cinco años antes). Con todo, Al-Qasar lograron captar la atención suficiente para seguirles la pista e investigar su discografía.
Si el día había arrancado con dos chicas gallegas bravas y valientes, otra pareja de armas tomar se iba a encargar de enfilar la recta final: Grove. Aunque fue le artiste, DJ y vocaliste no binarie que da nombre al proyecto quien comandaría su revuelta hip hop, reggae y dub nutrida de golpes dance y breaks noventeros que obligaban bailar a la vez que se levantaba el puño izquierdo con cada rapeado.
Las rimas de Grove salían lanzadas con un flow que recordaba al de M.I.A., la furia del jungle ragga y la rabia de Asian Dub Foundation y se mezclaban con movimientos fluidos y líquidos (hablando del MILFs, por ejemplo) y arengas contra el sistema. Grove pusieron a parir tanto a los propietarios de viviendas de su país, Reino Unido, como a la realeza británica. Luego sacaron la hoz y el martillo y exhibieron su poderío combativo para disparar a diestro y siniestro. Especialmente, hacia la diestra. Con Grove liderando el batallón, está claro que no pasarán.
Y no pasaron. O eso parecía mientras, en el barco de regreso a tierra desde San Simón, otra conversación -esta espontánea y fruto de la casualidad- hizo verbo la esencia del Sinsal. Eric, un chico canadiense de madre gallega y padre portugués, me contaba cómo, desde el otro lado del charco y salvando la diferencia horaria, los últimos dos años esperaba impaciente de madrugada a que salieran las entradas a la venta para adquirirlas y viajar a San Simón aprovechando las vacaciones en Viana do Castelo, tierra de origen de su familia.
Había ido con unos amigos, pero su intención era llevar más adelante a sus hijos, con los que deseaba compartir la experiencia. Y, en una curiosa combinación de inglés, portugués y gallego, también quiso saber más de la ría de Vigo, de Rande, de Redondela y de Galicia. Acabada la travesía, nos emplazamos a reencontrarnos el año que viene en San Simón.
Así funciona el Sinsal, como un cruce de caminos y destinos, como el punto de unión de un mundo plural y diverso que se conecta mediante la música. [FOTOS CONCIERTOS DEL DOMINGO: Miguel Estima] [Más información en la web de la promotora SinsalAudio]