Aprovechamos el lanzamiento de «Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995» para realizar un informe sobre el género aficionado a mirarse los zapatos.
“Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995” (Cherry Red, 2016), recopilación publicada recientemente por el emblemático sello Cherry Red Records, ha visto la luz con la pretensión de ser el resumen definitivo sobre una de las declinaciones del pop-rock que ha sido permanentemente objeto de estudio, revisionismo y compilación: el shoegaze. El título del recopilatorio no es baladí: por un lado, remarca el componente onírico -tanto en fondo como en forma- de la corriente; y, por otro, establece su arco temporal de acción en su época dorada, justo un año después de su considerada fundación oficial en 1987 y otro antes de su defunción clásica en 1996.
Casi una década de fértil producción germinada en Gran Bretaña, exportada simultáneamente a Estados Unidos (y otros lugares del planeta), iniciada cuando nacieron al calor del noise-rock del momento (de The Jesus And Mary Chain a Dinosaur Jr.) muchas de las bandas que después le darían lustre y se colocó su primera piedra sonora (“Sunny Sundae Smile”, single de debut todavía enraizado en el indie-pop C86 pero ya con guitarras crujientes de unos bisoños My Bloody Valentine) y clausurada tras la publicación de “Tarantula” (Creation, 1996), último álbum de otra de sus bandas totémicas, Ride.
En ese amplio margen, el shoegaze evolucionó como un ente autónomo que empezó amalgamando el influjo del pop y la psicodelia de los 60, el muro de sonido spectoriano, el ambient ruidoso de Brian Eno, el dream-pop y el noise originales de los 80 y acabó configurando una identidad propia, aunque transferible: sus vibraciones se expandieron no sólo hacia parte de sus raíces (sobre todo los mentados dream-pop y noise), sino también hacia la electrónica, el post y el psych-rock e incluso estilos aparentemente alejados como el metal. Este largo proceso de impregnación sonora se traduce en “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995” en un crisol sónico compuesto por, además de los pilares tradicionales del género -excepto My Bloody Valentine por cuestión de licencias, se supone-, varios componentes que, en apariencia, no tienen una relación directa con el shoegaze aunque se sugiera su influencia en su gestación y, a la vez, cierta asimilación de sus formas en determinados tramos de sus trayectorias empujados por la explosión del mismo.Este hecho demuestra la fortaleza de un género que se reprodujo y progresó a velocidad constante gracias a sus definidos rasgos estilísticos (sonido tanto engrandecido y distorsionado como elemental y melancólico, contraste entre sensibilidad melódica y volumen saturado, electricidad flotante, lírica vaporosa y emocional) y un funcionamiento interno que facilitaba la fuerte conexión entre muchos de sus protagonistas. De ahí que el shoegaze fraguara una capacidad de supervivencia que le permitió afrontar la pujanza del grunge y de los autóctonos madchester y britpop -hasta que este empezó a devorarlo a partir de la segunda mitad de 1994- a pesar de que era criticado por su auto-complacencia, su continua auto-referencia y su limitada aptitud inventiva.
Sobre este último punto tendrían algo que objetar My Bloody Valentine, situados a la vanguardia de la construcción y reformulación del shoegaze gracias a “Loveless” (Creation, 1991). Pero, si nos ceñimos con rigidez a las fechas, un año antes del sacrificado alumbramiento de la obra maestra del obsesivo Kevin Shields y compañía, había visto la luz un álbum arrinconado, precisamente, por la catarsis mybloodyvalentiniana generada dentro del universo shoegazer: “Nowhere” (Creation, 1990), ópera prima de Ride que establecía los cánones del shoegaze por antonomasia al incluir melodías abiertamente pop incrustadas en espirales eléctricas y un feedback guitarrero que actuaba como un constante y dulce zumbido de fondo, transmitir sensaciones de aflicción infinita y tristeza inabordable, musicar un sueño recurrente del que es imposible salir y balancearse entre el hipnotismo, la delicadeza, la volatilidad y la evanescencia formal y lírica.Entonces, ¿se podría llegar a afirmar que, si My Bloody Valentine se hubiesen decantado por explorar la vía ruidista abierta en su debut “Isn’t Anything” (Creation, 1988) según modos estandarizados sin proponerse alcanzar el clímax experimental de “Loveless”, habrían sido Ride los máximos exponentes del shoegaze? Definitivamente, quizá, impulsados -aunque su relación acabara como el rosario de la aurora, al igual que sucedió con My Bloody Valentine– al mismo tiempo por el esfuerzo de su hogar discográfico, Creation, por situarse como centro neurálgico del género.
Repasando el tracklist de “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995”, aparecen como insignes representantes de la discográfica de Alan McGee -además de My Bloody Valentine y Ride– Slowdive (orfebres de la cara sensible del shoegaze), Swervedriver (tendentes al rock alternativo ejecutado con el vúmetro a tope y los amplificadores al límite) y The Telescopes (inclinados hacia el pop caleidoscópico). Todas ellas, curiosamente, son bandas que han salido -con más y menos sorpresa- durante las últimas temporadas de sus respectivos parones de actividad -más y menos prolongados- mediante retornos a los escenarios y a los estudios para dar forma a nuevos discos que ya se han editado o están pendientes de ser editados a corto / medio plazo.Esta situación ayuda a corroborar la pertinencia de una recopilación como la que nos ocupa, aunque no tanto algunos de los elementos elegidos para confeccionar la vasta selección final, que obliga a preguntarse si parte de ellos pertenecieron realmente al shoegaze, pese a sus afinidades sonoras y coincidencias temporales y geográficas. Sin abandonar la casa Creation, con Adorable como puente intermedio, aparecen nombres olvidados como Moonshake o Medicine y otros de sobra conocidos pero que transitaron por el shoegaze sólo en sus primeros trabajos, caso de The Boo Radleys; o, directamente, se movían en un nivel diferente: The House Of Love y, claro, The Jesus And Mary Chain, padrinos de la corriente pero sin llegar a introducirse en su seno.
[/nextpage][nextpage title=»PARTE 2″ ]Al fin y al cabo, no debería considerarse shoegaze cualquier tipo de juego con el feedback eléctrico, la distorsión guitarrera o los efectos con el delay y el reverb si no se añaden sus ingredientes melancólicos, translúcidos, taciturnos y cuasi épicos. Si falla alguno de esos factores, la ecuación da como resultado subgéneros encontrados (aunque con sus límites difuminados y, en ocasiones, mezclados) como el noise-rock por un lado y al dream-pop por otro. En la segunda de esas etiquetas entrarían bandas fundamentales que también aparecen en “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995”, como Cocteau Twins, que posiblemente nunca se auto-incluyeron en el saco del shoegaze.Eso no ha impedido que se hayan observado exteriormente como otros de sus máximos inspiradores desde la atalaya de otro histórico sello que colaboró en el desarrollo de la ola: 4AD, que acogió igualmente a Spirea X, A.R. Kane, los velvetianos Ultra Vivid Scene, Pale Saints y los alumnos aventajados de la clase, Lush, que recibieron la ayuda de Robin Guthrie en la producción de sus primeras canciones para luego añadir unas buenas dosis de digerible edulcorante al universo shoegaze y anticipar la irrupción del futuro britpop por su estilo melódico y sonido burbujeante derivado del twee-jangle-pop.
En menor medida, la propia impulsora de “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995”, Cherry Red, también aportó en su momento su grano de arena a la causa con ciertos fichajes que, probablemente, han entrado con calzador en el recopilatorio: Blind Mr. Jones (remedo de Swervedriver), Drugstore (sucedáneos de Cocteau Twins) y Chapterhouse (aficionados a coquetear con el baggy-rock extendido por The Stone Roses y The Charlatans).
Esa impresión de que todo tipo de referencias navegaban artificial o forzosamente en el océano shoegaze por el empeño de sus discográficas y de los medios especializados aumenta cuando se salta al otro lado del Atlántico y se comprueba qué nombres se vinculaban a la etiqueta y se anotan en el listado de “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995” por su asimilación (más bien eventual y por efecto contagio) del shoegaze a través de múltiples formas de fidelidad variable. Algunos de ellos mezclaban hasta tal punto su ADN con el británico que se podía dudar de su origen norteamericano: Drop Nineteens, Majesty Crush, The Belltower, Alison’s Halo o Bethany Curve. Otros, en cambio, más afamados por su brillante labor en otros territorios sonoros, fueron subidos a la ola involuntariamente: Mercury Rev, The Flaming Lips, Galaxie 500, Luna, Lilys o Black Tambourine, todos ellos ejemplos de que, a estas alturas, no resulta sencillo adherir al shoegaze a pesar de sus devaneos con la etiqueta.
Esta variada red nominal plasma la complejidad del proceso de descripción y clasificación del shoegaze primigenio, que corría el riesgo de funcionar como un caótico cajón de sastre en el que tenía hueco toda aquella banda que recurriera a las aplicaciones moduladas del ruido para revestir sus composiciones. De ahí que, volviendo a Gran Bretaña, el concepto valiera para acercar posturas entre el pop guitarrero (The Dylans), el space-rock (Loop y el árbol genealógico compuesto por Spacemen 3–The Darkside–Sonic Boom–Spectrum–Spiritualized), el post-punk (Kitchens Of Distinction), el rock experimental (Seefeel y Flying Saucer Attack) y el britpop (Sweet Jesus), estilos dispares que diversos versos sueltos se encargaron de resituar a un lado apelando a las características más sólidas del shoegaze: con Catherine Wheel a la cabeza, se granjearon su momento de gloria Curve, Bleach, Th’ Faith Healers, Moose, The Swirlies o Secret Shine.Pero, más allá de su aspecto de recopilatorio de aluvión, “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995” emerge como una cápsula del tiempo con la que recuperar referencias olvidadas y otras desconocidas prestas a ser (re)descubiertas y que merecen una segunda (o tercera) oportunidad aunque simplemente sea por la inercia revivalista. En este apartado se incluirían aquellas formaciones que se activaron fuera de los polos conectados entre Reino Unido y Estados Unidos y que también avanzaron, teóricamente, a través del shoegaze saliéndose de sus renglones más estrictos hacia el rock alternativo (los japoneses Coaltar Of The Deepers, los holandeses The Nightblooms), el ambient eléctrico (los checos The Ecstasy Of Saint Theresa), el noise-rock (los neozelandeses Bailterspace) y el dream-pop-rock (los canadienses An April March).
En cuestión de un lustro, entre finales de los 80 y principios de los 90, las vibraciones shoegazer alcanzaron los rincones más insospechados del planeta (España también, pero esa es otra historia…). Eso sí, en este pack de cinco discos existen algunas ausencias -además de la mencionada de My Bloody Valentine– que suelen aparecer en los esporádicos catálogos del ramo como The Shop Assitants, All About Eve, Levitation y Five Thirty y que invitan a prolongar la tarea de investigación y revisión en paralelo a este “Still In A Dream: A Story Of Shoegaze 1988-1995”.
En una época en la que el rock grandilocuente y de estadio (dominado por U2, Simple Minds, Tears For Fears o INXS) generaba un imparable movimiento opositor en el panorama alternativo con el indie-rock y el indie-pop como arietes que fueron ramificándose en heterogéneas subcategorías, el shoegaze pasó de ser rápidamente un término utilizado para mofarse de sus practicantes a alzarse en toda una corriente que no dejaría de crecer y actuar como influencia con más consecuencias de los esperadas entre 1987 y 1996.
Con la mirada fijada en los zapatos y en las pedaleras de efectos, los militantes shoegazer alcanzaron un estatus incomprendido en aquella etapa pero que se fue ponderando con el paso de los años. No en vano, su obsesión por extraer del feedback guitarrero todo su jugo melódico hasta construir un multiverso sónico les permitió elaborar la imaginaria banda sonora de las vibraciones del espacio-tiempo, la ilusoria música de las ondas gravitacionales cuya fuerza inmarcesible aún se escucha cuando, haciendo el gesto contrario de sus creadores, se yergue la cabeza y se dirigen los oídos hacia el cielo. [/nextpage]