Estamos, como dicen los anglosajones, sobresexualizados (oversexualized). El sexo se ha vuelto viral, imposible ignorarlo: en la publicidad, en los artículos más leídos de la prensa, en Internet (todo el mundo sabe que en Internet sólo hay gatos y porno). Se ha vuelto casi imposible vivir una sexualidad ajena a las multipantallas, los gifs animados, el porno de oficina, las fotos y videos amateur, el Cumloader, el YouJizz y toda la pesca. El porno como nueva moral dominante. La avalancha de referentes sexuales se troca en obsesión malsana y puede impedir el desarrollo de una sexualidad propia y auténtica, alejada de los referentes vinculados a relaciones de poder. Referentes menos politizados (“El cuerpo es una entidad biopolítica” diríamos, malcitando a Foucault), menos hegemónicos en definitiva… Y salgo de aquí porque me estoy metiendo en un jardín.
De la viralidad del sexo y su capacidad autodestructora nos habla Steve McQueen, artista y cineasta ganador del prestigioso Turner Prize en 1999 y que sorprendió al mundo con su ópera prima “Hunger”, donde también contaba con su amadísimo (¡cómo no amarlo!) Michael Fassbender. “Hunger” es un peliculón y sólo puedo deshacerme en elogios ante tamaña obra de arte… Pero hablemos de esta “Shame” que, desgraciadamente, no es “Hunger”.
Brandon (Michael Fassbender) es un treintañero atractivo (bueno, vale, atractivo se queda corto) que lo tiene todo para ser feliz: está más bueno que el pan, un bonito apartamento en Manhattan, trabajo como ejecutivo y éxito con las mujeres. Pero Brandon está absolutamente podrido por dentro. Un lisiado sentimental obsesionado y adicto al sexo: páginas web, prostitutas, web cams, ligues de “aquí te pillo aquí te mato” y, cuando todo esto no funciona, masturbaciones compulsivas, aunque sean en el baño de la oficina o relaciones en cuartos oscuros sin importar carne o pescado. Todo vale para sentirse menos jodido, menos frío y muerto por dentro. Porque, al fin y al cabo, Brandon es un zombie, más parecido a Patrick Batemant que a Chuck Bass, un tipo que, por más que folle, siempre se sentirá insatisfecho y vacío. Y para más inri llega su hermana Sissy (Carey Mulligan), otra disfuncional y caótica mujer con un pasado que no acabamos de conocer (intento de suicidio, relación ambigua con su hermano), absolutamente desamparada y muy necesitada de cariño que suple con sus impulsos carnales esa falta de amor. Sissy buscará un hueco en la vida de Brandon, incapaz de mantener con ella una auténtica relación fraternal; de hecho, incluso podemos apreciar ciertos destellos incestuosos (la pelea en el sofá y esa manía de encontrarse en las situaciones más íntimas siempre en bolas). Su hermana será la única que, de alguna manera, le hará revolverse por dentro y mostrar cierta humanidad, con la lágrima furtiva tras escuchar su particular versión de “New York, New York”, por ejemplo (subliminalmente un grito de libertad, una vía de escape), o la angustia final al saberla “fuera de cobertura”, así como la brutal escena de absoluta desesperación mientras escucha a Sissy follar con su jefe (un trepa salido felizmente casado y con hijos) y su huída en un travelling lateral por las calles de Manhattan.
Steve McQueen elige para casi toda la película, excepto escenas de alto contenido sexual, un tono plúmbeo y gris. Gris como el personaje, vestido siempre en tonos neutros, sin vida, en una Nueva York lluviosa y fría. Brandon se esfuerza, no obstante, por salir de esa telaraña sexual e intentará, en una de las secuencias más sinceras y emotivas del film, mantener una relación “normal” con su atractiva compañera de trabajo. Su sinceridad es aplastante y, aunque atraído por la chica, Brandon es incapaz de soportar cualquier tipo de vínculo que vaya más allá del puro intercambio de flujos. Para él, el sexo necesita ser plano, como en una pantalla, como en los amantes desenfrenados que ve tras la ventana de un rascacielos. Es más, McQueen nos plantea un juego de palabras casi subliminal cuando, durante el encuentro en el hotel con su compañera, le pregunta si su ropa interior es “vintage”, tal y como describió Sissy su sombrero rojo. McQueen parece decirnos que todo lo que huela a posible íntima familiaridad le da sarna perruna.
Aún así, exceptuando la fantástica presentación del personaje en una secuencia inicial sin diálogos (manteniendo su mirada intensa clavada en la guapa pasajera de enfrente) o el clímax doloroso, casi emotivo, con la música in crescendo tras el trío con las prostitutas, “Shame” es bastante plana, carente de dramatismo incluso, con unos personajes que se desnudan continuamente pero que no son capaces de “desnudarse” mentalmente. “Shame”, como “Hunger”, también nos habla del aislamiento, pero resulta carente de la profundidad, de la perfección de la primera película de McQueen. Tiene un buen ritmo pero quizás debido a la mano de Aby Morgan (también guionista de “The Iron Lady”, alegato carca y conservador) el guión queda más tamizado y sin profundidad. Eso sí, chicos, chicas, Fassbender, además de un fabuloso actor digno de la Copa Volpi que sabe transmitir solo con una mirada un abanico de emociones que van desde la lujuria hasta la desesperación, es EL hombre. Alguien dijo que Michael tenía una belleza equina… y la verdad es que no podría encontrar un mejor cumplida.