Es oficial: con «Scream VI» la saga se ha convertido en franquicia… Pero esto no son mala noticias, porque esta película es todo lo que «Scream 5» debería haber sido pero no fue.
La primera «Scream» se estrenó en 1996, mientras «Scream 3» cerraba la trilogía original en el año 2000. Este último estreno me pilló en la Universidad estudiando Comunicación Audiovisual, y durante mucho tiempo sostuve que, en el caso de hacer una Tesis Doctoral -que nunca hice-, se centraría en cómo las tres películas iniciales renovaban el género del terror desde la meta-reflexión (algo que pronto se convertiría en moneda de cambio común, pero que por aquel entonces era fresco y rompedor) y desde el homenaje.
Porque mi teoría era (y sigue siendo) que, además de exponer y romper las normas que rigen la primera, segunda y tercera entrega de la gran mayoría de las sagas de terror, resulta que «Scream» es un homenaje al cine de terror variante «pueblecito asolado por una ola de asesinatos», «Scream 2» es una celebración de la variante «universitarios calientes, cuchillos volantes» y «Scream 3» parte de una estructura a lo Agatha Christie para acabar explotando en una mansión terrorífica con pasadizos secretos y demás parafernalia.
Había mucha más miga, obviamente. Y esa miga la recordé precisamente en la primera secuencia de «Scream VI«, donde una profesora de cine mantiene una interesante conversación con el asesino telefónico en la que apunta el interés del cine de terror como receptáculo de tropos (la final girl, el asesino enmasacarado…) que son termómetro de la sociedad de cada época. Eso siempre ha estado presente en esta saga, pero… Bueno, un momento, que antes de meterme en materia necesito completar la reflexión sobre la franquicia.
En su momento, «Scream 4» me pareció una maravilla que, sin embargo, se ha ido desinflando con el paso del tiempo. Su transposición del terror clásico a la era de las redes sociales era muy efectiva en el año 2011 pero, una década después, dejaba al descubierto el cartón piedra de una reflexión más divertida que profunda. Y entonces llegamos a «Scream 5«, que es lo que iba a tratar al final del párrafo anterior pero que se merece una visión más extensa porque es sobre ella sobre la que hay que cotejar la recién estrenada «Scream VI«.
¿Dónde flaquea «Scream 5»?
Vaya por delante que «Scream 5» no fue un fracaso, ni mucho menos. Más bien todo lo contrario. Lo que pasa es que, como ocurre con cualquier otra película que cojas al azar, a esta en concreta se la puede observar (y analizar) desde ojos muy diferentes. Y los ojos desde los que yo la miro (y analizo) son los que ya han quedado definidos más arriba: desde el análisis que intenta ir más allá de la forma para aventurarse en el fondo, en las profundidades donde suelen encontrarse las perlas más extrañas.
Y resulta que «Scream 5» no se atreve a bucear mucho más allá de la superficie. La forma es impecable, eso sí. Y, de hecho, brilla especialmente a la hora de actualizar las bases de la saga y situarlas en el marco de la tercera década del siglo 21. Sus nuevos personajes son carismáticos y tienen madera de icono, su ritmo es trepidante, sus secuencias de terror y acción están planificadas con solvencia y su guion sigue cayendo en (deliciosa) espiral autorreferencial a la hora de retorcer los parentescos y relaciones con los fantasmas del pasado para dar forma al Ghostface del presente.
Pero comete un error (a mi entender) imperdonable: en su fondo existe una perla / idea realmente original e interesante… que, al final, no se atreve a recolectar. Esa idea es, básicamente, la subversión del tropo de la final girl para alejarlo de la víctima que se convierte en verdugo llevada por las circunstancias y acercarla al tropo del héroe que descubre su placer por el asesinato y debe aceptar que lo único que lo separa del asesino es que están en lados contrarios de una finísima línea marcada por la voluble justicia.
En «Scream 5«, la protagonista es Sam Carpenter (interpretada por Melissa Barrera), una chica que tiene que luchar contra un nuevo Ghostface pero también contra las voces en su cabeza y ciertas apariciones alucinatorias en las que ve a su padre real: Billy Loomis, asesino de la primera película de la saga. En un patrón de conducta ostensiblemente psicótico, Billy anima a Sam a explorar la sangre asesina que corre por sus venas tomando como excusa que alguien tiene que pararle los pies al nuevo asesino…
Pero, sin embargo, ya no es que Sam se resista, es que la película tampoco le ofrece grandes oportunidades para escarbar en ese instinto asesino. Tras el grand finale, de hecho, no queda claro si los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett han decidido olvidarse un poco del tema y dejarlo como un guiño entrañable al pasado o, más bien, han abierto una puerta hacia el futuro de la saga con la esperanza de que «Scream 5» fuera el principio de una franquicia.
¿Por qué triunfa «Scream VI»?
La existencia de «Scream VI» demuestra que, sí, al final aquello fue una puerta de entrada y aquí tenemos ya la nueva franquicia. De hecho, la nueva entrega de Bettinelli-Olpin y Gillett sustenta todo su meta-juego en eso: en la identificación de la película como el punto de inflexión en el que una saga se convierte en una franquicia. Obviamente, el film incluye la ineludible secuencia en la que las reglas de toda franquicia de horror son expuestas por la lista del grupo, aquí Mindy (Jasmin Savoy Brown) recuperando su papel de la entrega anterior.
Pero, tal y como dice la profesora de cine en la escena de apertura, el cine de terror en general (y esta saga en particular) es interesante precisamente como termómetro de otras cuestiones… Y está claro que la cuestión que aborda «Scream VI» es la reformulación del tropo de la final girl en una época en la que el #metoo ha redefinido por completo la representación y significación de la mujer dentro del corpus cinematográfico.
Seguir construyendo terror a partir de la mujer como víctima ya no debería entrar en los planes de nadie. Y Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett aciertan a la hora de plantear a Sam ya no como una final girl, sino como una heroína preocupada por su instinto asesino. Mejor todavía: teniendo en cuenta que otra de las grandes preocupaciones del cine actual es la puesta en duda de los lazos tradicionales (familiares y heteropatriarcles) y la exploración de la herencia entre mujeres (madres e hijas, pero también hermanas), resulta magistral que la principal trama de «Scream VI» se sustente precisamente sobre la relación de Sam con su hermana Tara (Jenna Ortega).
De nuevo, en esa relación entre las hermanas (y en cómo se resuelve en la escena final), los directores abren otra nueva puerta en el futuro. Esta vez, sin embargo, lo hacen después de explorar las posibilidades que les ofrece la trama de su nueva película. Y lo hacen mientras no descuidan el resto de constantes vitales del film: los personajes presentados en la anterior entrega se desarrollan adecuadamente, el ritmo sigue siendo trepidante… y las escenas de terror y acción son para dar de comer aparte. Literalmente.
Porque, por una vez, «Scream VI» no se sustenta en la referencialidad a otras sagas o variaciones del género. Esta vez, la película es verdadera punta de lanza en un género no demasiado explotado en el mainstream: el terror urbano. Ahí está «Candyman«, obviamente. Pero el resto de ejemplos que pueden venirte a la cabeza seguro que están más bien ligados al rollo creepypasta (con la serie «Channel Zero» a la cabeza), mientras que esta nueva entrega de la saga lleva la tramoya del cine clásico de terror a un entorno urbano. Al entorno más urbano que existe: Nueva York.
Y la fórmula funciona de maravilla, ya no solo porque Bettinelli-Olpin y Gillett saben aprovechar de forma elocuente el entorno urbano (la escena del metro debería convertirse en momento icónico de la saga), sino porque saben adaptar al nuevo Ghostface a este entorno. De repente, Ghostface es una presencia genuinamente amenazadora que no se esconde y ataca en las sombras, sino que no tiene reparos a la hora de entrar en un supermercado y arrasar con los clientes escopeta en mano. ¿Es respetuoso con el Ghostface que conocemos? Para nada. ¿Me da la puta vida? Totalmente.
Pero, sobre todo, me deja con ganas de más. Mucho más. Y no me deja con ganas de más pasado (es decir: nostalgia), sino con ganas de futuro. Porque, visto en perspectiva, puede que ese fuera el gran problema de la anterior entrega de la saga: que estaba demasiado preocupada por contentar a los viejos fans y por dar salida a los antiguos personajes que no dio espacio para que los nuevos y sus tramas crecieran de forma saludable. La sexta entrega no solo ofrece ese espacio a los nuevos protagonistas: es que los anima a volar lejos de la melancolía y tiende nuevos y vibrantes cables hacia el futuro.
Mientras que «Scream 5» me dejó con la duda sobre si había sido buena idea revivir una saga a la que le tenía un cariño sentimental, «Scream VI» me deja con las ganas de que la franquicia funcione y sigamos viendo la evolución de Sam y Tara, dos mujeres que no se dejan atrapar por la victimización y el trauma (como ocurría con la Sidney Prescott de Neve Campbell y como ocurre con la gran mayoría de las final girls) y que encaran el futuro con tanta sangre en sus manos como el propio asesino. [Más información en la web de «Scream VI»]