Esta es una carta de amor a lo que la nueva «Scream» podría haber sido pero no es y a todas las buenas ideas que contiene pero no explota.
Hace unos días veía «Hierve«, la película de Philip Barantini en la que Stephen Graham interpreta a un chef durante un estresante servicio en un igualmente estresante plano secuencia, y un diálogo entre dos personajes me impactó como si fuera dirigido directamente a mí. Los dos personajes son un chef estrella tipo Gordon Ramsay que visita a su amigo el cocinero protagonista y una periodista especialista en crítica culinaria. El chef estrella intenta que la crítica lance alguna apreciación negativa de la comida, y ella le responde lo siguiente: «La crítica es como el sexo: hay que guiarse por lo que hay y no por lo que no hay«.
Esto, de hecho, es algo que yo mismo he pensado siempre del ejercicio crítico desde el periodismo. En un panorama en el que la crítica negativa y destructiva siempre puntúa al alza (tanto por parte de los medios que las alimenta como del público que las prioriza en sus lecturas), siempre intento esforzarme en valorar los productos culturales a favor de sus aciertos y no contra sus fallos. Porque una película, libro, cómic o serie siempre lleva implícito el esfuerzo (y la ilusión) de todo un conjunto de profesionales. Y eso hay que tenerlo en cuenta y premiarlo.
Curiosamente, «Hierve» es una película que puede criticarse (para mal) guiándose por lo que hay en ella. Y, curiosamente también, desde que vi la nueva «Scream«, quinta entrega de la saga con espíritu de recuela, no puedo parar de pensar en las palabras de la mencionada crítica culinaria para no dejarme llevar precisamente por el impulso inicial a criticar el film de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillette precisamente por todo lo que falta. Porque, de hecho, y si nos ponemos estrictamente rigurosos, este film contiene muchos aciertos a celebrar.
¿Qué tiene la nueva «Scream«? Pues contiene en su interior verdaderas toneladas de diversión pura y dura. Y, teniendo en cuenta que eso es precisamente lo que la propia película pretende ofrecer, y nada más, habrá que entenderla como un éxito absoluto. Al fin y al cabo, eso no se lo quita nadie: Bettinelli-Olpin y Gillette se marcan dos horas frenéticas en las que cogen el corpus de la saga y lo actualizan por la vía de la tecnología (ahora hay casas domóticas, móviles clonados y «compartir tu ubicación en tiempo real») sin traicionar para nada el espíritu del original de Wes Craven (a la dirección) y Kevin Williamson (al guión).
Al revés: aquí siguen habiendo matanzas icónicas (la escena de apertura, el hospital y, obviamente, la fiesta final en cierta mansión archiconocida), juegos de espejos y espejismos entre los hechos de «Scream» y la saga «Stab«, listas con reglas inquebrantables del cine de terror, giros de guion, conversaciones sobres iconos de la historia del cine de terror, apariciones estelares, historias que se cierran e historias que se abren, scream queens, mucho rollo meta, un asesino que se lleva palos hasta en el DNI (pequeño inciso: Craven y Williamson afirmaban en su momento que su intención siempre fue que Ghostface fuera «real» y que, por lo tanto, fuera patoso en sus crímenes y no un ente superhumano -por lo menos, no hasta que las reglas del cine de terror así lo manden en la tercera entrega de la saga-) y un equilibrio pluscuamperfecto entre la risa y el saltito de susto en la butaca del cine. Ah, y también un puñado de ideas buenísimas. Pero eso lo dejo para más adelante.
¿Qué tiene también la nueva «Scream«? Pues la nueva «Scream» tiene un pasado. Y aquí es cuando la cosa se pone peliaguda. Porque, obviamente, si criticamos la película por lo que hay en ella, tal y como ya he dicho, es un éxito incontestable. Pero ¿qué ocurre si la valoramos más bien por lo que hay en la saga de la que forma parte? Pues lo que ocurre es que tenemos que cambiar la pregunta y pasar a una nueva interrogación…
¿Qué le falta a la nueva «Scream«? Pese a contener muy buenas ideas, a la película de Bettinelli-Olpin y Gillette le falta sublimar el subrayado meta a la búsqueda de una profundidad que huya de lo superficial y le añada nuevas y gozosas capas de lectura. Al fin y al cabo, el film se abre con un diálogo glorioso sobre el terror elevado… ¿Y no sería absolutamente genial que la película no se enrocara en la pirueta de la recuela (que tampoco tiene tanto interés) y se centrara más bien en destripar las reglas de ese cine elevado (que ya se ha convertido en convención y cliché repetido hasta la saciedad) para subvertirlas a continuación? Las menciones a «Babadook» o el cine de Jordan Peele son un guiño maravilloso, y por eso mismo escuece que los guionistas no hayan sabido ver que ahí había una película mucho más interesante que la suya centrada en el concepto de recuela.
¿Qué le falta también a la nueva «Scream«? Aquí entro ya un poco en el terreno del spoiler. Pero allá vamos: ya que no se explora la coartada del terror elevado, otra gran posibilidad que late en la capa superficial de la epidermis de la película es el subtexto sobre el fandom. Sobre cómo los fans se han convertido en los verdaderos «directores» de sagas en cuya línea argumental acaban teniendo una influencia directa. Esto es, bajo mi humilde opinión, una de las realidades más estimulantes de la ficción seriada (fílmica o televisiva) actual: desde «Lost» a la última «Spider-man«, los ejemplos de guionistas que han escuchado a los fans para darles lo que quieren es un claro signo de que la creación de ficción ya no es un trabajo unidireccional, sino que puede y debe considerar la bidireccionalidad y la retroalimentación como sanísimos estímulos. En «Scream«, sin embargo, el subtexto sobre el fandom, el fanservice y sus peligros tan solo se apunta hacia el final y de manera superficial. Segunda oportunidad perdida.
¿Qué le falta finalmente a la nueva «Scream«? Vale, aquí no hay rollo meta sobre terror elevado ni sobre la relación de los fans con sus ficciones favoritas, que son dos posibilidades que es imposible no considerar a poco que se conozca la saga. Son dos posibilidades que Kevin Williamson hubiera explotado de forma magistral si se hubiera implicado mínimamente en el guion en vez de quedarse en tareas de producción. Pero hay una tercera opción que late en esta película (¡vuelven los spoilers!): convertir a la heroína típica del cine de terror en alguien con un impulso asesino real y palpitante. Esta posibilidad se vive como un drama en las visiones psicóticas de la protagonista, esa Sam Carpenter (interpretada por Melissa Barrera) que remite a un mito del horror desde su propio apellido. Y, al final, es una posibilidad que es abrazada por Sam en una escena estremecedora que abre muchas puertas hacia el futuro de la saga, pero que también deja con la sensación de que podría haberse abordado con una mayor profundidad de campo para que añadiera complejidad al argumento.
¿Qué le sobra, entonces, a la nueva «Scream«? Porque me niego por completo a cerrar este texto en tono negativo. Así que repito: a la nueva «Scream» le sobra diversión. Es una de las películas de terror más jodidamente divertidas que he visto en los últimos años. Y, por lo tanto, espero que este artículo se haya entendido como lo que es: una carta de amor de lo que la película podría haber sido pero no es, sin que eso minusvalore lo que realmente es. Una carta de amor de un fan de la saga original que sabe perfectamente que está criticando a una película que se chotea de actitudes fans como la que estoy teniendo yo mismo. [Más información en la web de «Scream»]