Hace un tiempo leí a Brett Anderson (Suede) describir de manera más que acertada a uno de sus artistas favoritos: “Lo que me gusta de Scott Walker es que se encuentra a milímetros de ser easy listening, pero no es easy listening. De vez en cuando mete algún detalle, algún compás, que hace que deje de ser easy listening”. Brett se refería a Scott Walker en 1969, en su época dorada, tras dejar atrás su condición de teen idol con los Walker Brothers para convertirse en crooner exquisito, comenzando esa asombrosa carrera en solitario que va desde imitador de Jacques Brel pasando por el wall of sound de Phil Spector, luego el pop barroco precursor de dandys como The Divine Comedy… hasta lo que es hoy. Lo que es hoy. Madre mía, Scott, quién te ha visto y quién te ve.
Como bien dice el amigo Brett, Scott Walker siempre rozó la experimentación con la punta de los dedos, incluso cuando cantaba para las masas. De extravagante Justin Bieber en los sesenta a septuagenario avant-garde: su transformación artística es fascinante. El primer gran paso hacia adelante lo da con «Tilt» (Drag City, 1995) y, desde ahí, a correr. Sus trabajos en los últimos veinte años han ido creciendo en rareza, en disonancia, en ambición. «Bish Bosch» (4AD, 2012), lo último que habíamos escuchado de él, es una pesadilla grotesca inspirada en El Bosco que habla sobre Nikita Khrushchev y el Ku Klux Klan. Ni rastro del muchacho que llegó de América para enamorar a media Inglaterra. Cualquier parecido con su pasado es pura coincidencia. La voz, magnífica, profunda, es lo único que queda. Su último ymásdifíciltodavía lo da ahora uniendo fuerzas con Sunn O))), reyes del drone metal apocalíptico. La combinación podría ser a priori descabellada, pero el resultado tiene sentido.
Mucho hemos hablado de Scott Walker y poco de sus acompañantes. Lo cierto es que Sunn O))) no pasan en “Soused” (4AD, 2013) de ser eso, un fondo oscuro sobre el que un Walker desbocado arroja sus pinceladas de color. El verdadero protagonista aquí es indiscutible. En contadas ocasiones se imponen para mirarle de tú a tú. Y estos momentos son, en mi opinión, los mejores del disco: las descargas eléctricas que acompañan al sonido del látigo (“Brando”), las guitarras que rugen como ballenas varadas en el infierno (“Herod 2014”), el poderoso clímax junto a Walker cantando lo más parecido a un estribillo de todo el disco (“Bull”), las escalofriantes disonancias de “Lullaby”… Pero sabe a poco. Es una pena que una banda famosa por su tendencia a exagerar con los decibelios (la cámara de un fotógrafo explotó en un concierto suyo) se quede la mitad del tiempo en tan apagado segundo plano. Personalmente, esperaba más.
Esperaba más invención, algo más radical de un artista valiente como pocos que nos ha malacostumbrado en su infinita búsqueda de nuevas formas de expresión. “Soused” me deja con la impresión de un Scott Walker que usa una banda como mero tablón de escenario para representar su habitual teatralidad, absurda y grandilocuente. Como una obra de Samuel Beckett donde Walker es el errático lunático y donde Sunn O))) se disfrazan de un atrezzo que daba para más. ¿Interesante? Sí. ¿Original? Por supuesto. ¿El problema? Quizá el excesivo protagonismo de un Walker que, en comparación con otros trabajos, suena algo plano y monótono. Por otro lado, y aunque suene a chiste, es lo más melódico y accesible que ha hecho en mucho tiempo, aunque no lo suficiente para ganarse demasiados fans. ¡Como si a él le importase!