Viendo las portadas de cada uno de los discos de Scarlet’s Well se intuye que detrás de ese nombre se esconde alguien especial, por no utilizar otros adjetivos más específicos. En ellas se advierten todo tipo de símbolos y figuras integradas en estampas manieristas que van de lo fantástico hasta lo religioso. A priori, esa estética podría llevar a equívocos en lo relacionado con el sonido de las canciones recogidas en esos álbumes e incluso provocar cierto reparo a escucharlas. Una gran estupidez en cuanto se descubre que la mente pensante de todo ello es Bid (nacido en la India bajo el nombre real de Ganesh Seshadri), uno de los primeros miembros de Adam And The Ants, a los que abandonó para fundar su propia banda allá por 1978, The Monochrome Set. Mientras estuvo al frente de ella y a lo largo de diez LPs de estudio, Bid dejó claras muestras de que lo suyo era llamar la atención a través del impacto visual, aparte del auditivo. A esa idea le dio continuidad cuando cambió de registro musical y pasó del post-punk (el original de los 80) al pop (en sus más diversas variantes) del proyecto que nos ocupa, Scarlet’s Well. Una formación sustentada en la particular personalidad de Bid, cuyas nuevas posibilidades le brindaban la oportunidad de profundizar en esas imágenes creativas y más propias de un lienzo que de una ilustración de un disco.
Su nuevo álbum, “Society Of Figurines” (Siesta, 2010), séptimo del grupo, resume a la perfección la esencia de Scarlet’s Well: por un lado, el envoltorio, como si fuese sacado de una época histórica lejana, de cuento de hadas o para decorar una capilla, como la que aparece en este disco, bautizada en el cuadernillo interior como Giblet’s Chapel; por otro, la música (que es lo que más nos importa), a veces compleja, barroca y de cámara, y otras más sencilla y directa; y, entre medias, las letras, muy elaboradas, que hablan de temas inusuales e introducen vocablos atípicos en las canciones escritas en inglés (a la manera de lo que intenta hacer Morrissey de vez en cuando). Sin embargo, ese halo culto de otra dimensión no evita que vengan a la cabeza referencias reconocibles para situar en el mapa musical a los británicos: Belle & Sebastian, Fanfarlo y… Lee Hazlewood y Serge Gainsbourg. Eso sí, Bid empapa su propuesta de elementos eclesiásticos, historias inspiradas en Edgar Allan Poe, mensajes enviados desde el más allá y asuntos más banales. El resultado final se refuerza con la voz de Alice Healy, la otra pieza clave de Scarlet’s Well, al poner el contrapunto a la voz (grave en ocasiones) de Bid.
Una vez que comienza “Society Of Figurines”, lo que más llama la atención es la habilidad de la banda para hacer sonar su cancionero actual y clásico al mismo tiempo. Seguro que a Bid no le costó demasiado imaginarse convertido en un trovador medieval viajero en el tiempo que dio con sus huesos en el siglo XXI. De esa idea pudieron haber surgido “Supernatural Services”, “Idol” y “Nine Devotions To Krishna” (las tres proponen que algo grande debe de haber en el cielo divino), con unos arreglos y melodía que invitan a recrear mentalmente la situación. Cuando vuelve a su condición terrenal recurre al country-folk, ya sea con una balada crepuscular (“The Vampire’s Song”, ideal para fans talluditos de crónicas vampíricas varias) o con una pieza más animada de humor macabro (“Messages From Beyond”). Así llegamos a los Scarlet’s Well más pop (a secas), aquellos que tienen varios puntos en común con Stuart Murdoch y compañía (“Society Of Figurines” y “Whisky, Baby?”) y con ese par de dandies que eran Hazlewood y Gainsbourg (“Sacrifice” y “The Sailors’ Bones”, en las que Alice interpretaría el papel de Nancy Sinatra o Jane Birkin). Estas serían las pautas a seguir para no echarse atrás vista la portada de “Society Of Figurines”. También recomendaría que, cuando se abra el estuche del disco, se coja directamente el CD para introducirlo en el lector. No vaya a ser que aparezca de repente la galería de santos de diferente procedencia y otros dibujos extraños que convierten el libreto en lo más parecido a un códice medieval. Pero, una vez más, no hay que dejarse llevar por las apariencias de Bid y los suyos, ni asustarnos por lo que nos quieran contar… aunque afirmen ser habitantes del imaginario pueblo de Mousseron.