Wim Wenders mal, «Call Me By Your Name» bien… Pero la prota absoluta de los primeros días del Festival de San Sebastián 2017 ha sido «En Cuerpo y Alma».
La 65º edición del Festival de Cine de San Sebastián ha empezado como empiezan casi todas las cosas que merecen la pena: bien, pero sin pasarse. Decepciones, pocas, porque por Wenders esta vez no dábamos un duro. Si acaso lo de Östlund y su Palma de Oro, que es un poquito quiero y no puedo. Pero de todo esto os hablamos en detalle aquí debajo, con una reseña más extensa de la película que he querido destacar por encima del resto en estos primeros días (“En Cuerpo y Alma”) y micro-reseñas de bastantes otras cintas vistas estos tres primeros días, en el apartado Cortitas y al pie…
PELÍCULA DESTACADA
EN CUERPO Y ALMA (Ildikó Enyedi). El cuerpo y el alma. Lo que podemos ver y lo que no. Del cuerpo y del alma nacen respectivamente los, por así decirlo, defectos, de Endre (Morscsányi Géza) y Mária (Alexandra Borbély), los dos protagonistas de “En Cuerpo y Alma”. Él, de unos cincuenta años, divorciado, jefe de personal de un matadero en Budapest, con una paresia completa del brazo izquierdo; ella, de quizás menos de treinta, sobreentendemos que sin relaciones previas, supervisora de calidad recién incorporada a dicho matadero, con una especie de trastorno de espectro autista con evidentes dificultades socio-conductuales.
El cuerpo y el alma, el paradigma de los opuestos vitales complementarios. La fotografía y su negativo, lo indivisible pero incoalescente. Es este juego de opuestos el que pavimenta no sólo la progresión en la relación de los dos personajes, sino la forma en la que la directora húngara Ildikó Enyedi ejecuta la narración de su película, con la interposición de las composiciones oníricas que finalmente resultan cruciales para el devenir de la historia y las crudas imágenes de la realidad en el matadero.
Ahí, en un matadero, epítome de lugar donde se pone fin a la vida, empieza por así decirlo también la vida para Mária y Endre, dos personas a simple vista (en cuerpo) opuestas, como hemos dicho, pero de alguna forma unidas por una hiperconsciencia (en alma) de sí mismos, de su falibilidad, emparentadas en una cierta atonía vital, cuyo encuentro sirve para ordenar los factores necesarios para su progresión personal interna. Porque, ciertamente, “En Cuerpo y Alma” es una fábula sobre la superación de quien parece abandonado a su suerte emocional, que encuentra milagrosamente un tono dulce y agradablemente cómico en algunas escenas que, replanteadas de otra manera, resultarían casi crueles. Se podría decir que hay algo de Aki Kaurismaki en la cinta de Enyedi, a propósito de esa forma de narrar la cotidianidad con un marcado contraste de tonos: amargura, emoción y una pequeña alegría interna.
El cuerpo y el alma. Lo que podemos tocar y lo que no. Lo palpable y lo intangible, aquello que vertebra el amor o lo que entendemos como amor. Porque “En Cuerpo y Alma” es también, y probablemente aquí radica su más llamativa virtud, un cuento anómalo y bellísimo sobre los inescrutables caminos del amor, con una solución metafórica audaz e inaudita para explicar eso en realidad tan inexplicable que es la atracción entre dos personas: la sincronía de los sueños; la magia entrando por la ventana mientras la razón sale por la puerta.
El enfrentamiento pacífico entre razón y magia, tanto en las formas como en el motor de esta historia, es quizás lo que hace tan especial a la ganadora del Oso de Oro de este año en el Festival de Berlín. Razón y magia en plena revolución: la esencia de la vida, en definitiva. Y cuando alguien es capaz de capturar la poesía de lo imperfecto con gestos e imágenes, con palabras y silencios, con luz y oscuridad, toca reconocer con una discreta sonrisa de reconciliación con el cine que estamos ante una pequeña, cautivadora y maravillosa película. (7’5/10)
CORTITAS Y AL PIE
INMERSIÓN (Wim Wenders). La inauguración de la presente edición del festival conserva el denominador común de las últimas películas que han servido para dar inicio al certamen: la mediocridad. Al otrora considerado genio Wim Wenders se le intuye bastante desinteresado dando forma a esta historia en paralelo de descenso a los infiernos de mar y tierra de una pareja, unos perdidísimos Alicia Vikander y James McAvoy, que mezcla empacho de trascendencia, romanticismo sonrojante, diálogos de folletín cutrísimo y thriller con trasfondo yihadista. Una película sorprendentemente fea (lo cual no deja de ser doloroso sabiendo que estamos ante el autor de “El Cielo Sobre Berlín”, “Tan Lejos, Tan Cerca” o “Pina”) y carente de la menor gracia. (3/10)
CALL ME BY YOUR NAME (Luca Guadagnino). La película de 2017 mejor valorada por la crítica a nivel global, según Metacritic, ha obtenido el aplauso prácticamente unánime también en San Sebastián. No es para menos. La belleza, la pausa y el buen gusto con los que está rodada esta historia de amor de verano son motivo para deleitarse y emocionarse a niveles desconocidos últimamente. “Call Me By Your Name” podría resumirse como un estudio de lo fugaz, de lo transitorio, mediante la detención del paso de la mirada en el preciso instante en que la vida de uno mismo cambia para siempre. Llena de momentos inolvidables (como el baile callejero mientras suena “Love My Way” de The Psychedelic Furs, el uso en transición de la preciosa “Futile Devices” de Sufjan Stevens o la agonizantemente bella escena que sirve de fondo a los títulos de crédito finales), estamos ante una de esas raras películas que calan como la lluvia y calientan como el sol. (8’5/10)
PRINCESITA (Marialy Rivas). Tras la ya casi icónica “Joven & Alocada”, Marialy Rivas se pasa el sophomore slump por el forro de las nalgas y consigue darle una corporeidad y un magnetismo fabuloso a un argumento que en otras manos quizás hubiera caído en el más tosco despropósito. La terrible historia de una niña señalada por el líder de una secta como la encargada de gestar a su futuro vástago adquiere una atmósfera de fábula teen malsana y estéticamente intachable. Rivas filma esta “Princesita”, esta casa de los horrores morales narrada en una pertinente voz en off cuasi poética como si estuviéramos leyendo el diario íntimo de una adolescente ensimismada, de una forma tan precisa y elegante en su superficialidad que la fascinación a propósito de esta su segunda película es REAL. Cita la protagonista en el desenlace de la obra el siguiente mantra: “cuanto más oscura la noche, más brillantes las estrellas”. Y “Princesita”, en este caso, es todo hipnótico fulgor. (7/10)
EL AUTOR (Manuel Martín Cuenca). Revisión de la figura del antihéroe español por antonomasia: desdichado, pobre diablo, algo mezquino, algo parásito y, pese a todo, casi enternecedor. Esta figura está llevada al paroxismo en esta lectura cruel sobre el acto creativo, interpretada –magistralmente como es habitual en él– por Javier Gutiérrez, el mejor actor vivo de menos de 1’65 m. Al final, queda el regusto de una comedia costumbrista muy siglo XXI con catálogo de secundarios extraídos del imaginario popular del post-zapaterismo (el taller de literatura, el vecino facha, la pareja de inmigrantes, la portera desmedida) y un uso irónico del cliché que deja un poco a medio camino el potencial sugerido con la muestra de personajes secundarios. Disfrutable e incómoda a partes iguales. (6/10)
VISAGES, VILLAGES (Agnès Varda, JR). El viaje de la cineasta Agnès Varda y el artista callejero JR por pueblos del norte de Francia sirve de excusa para reflexionar, de forma ágil, encantadora, emotiva y muy divertida sobre el binomio conservación / fugacidad de la imagen en el espacio y del cuerpo en el tiempo. Este experimento acaba conformando algo más grande, más importante, que su planteamiento inicial y, de esta forma, esta suma de retales de existencia en los márgenes de la inexistencia da pie finalmente a una no-película milagrosa, algo único y verdaderamente bello y emocionante. Y, alerta para fans, porque, sin querer desvelar mucho, ojo al muy peculiar pero muy significativo cameo de Jean-Luc Godard. (8’5/10)
THE SQUARE (Ruben Östlund). Östlund propone en “The Square” una especie de reflexión lúdica e hiriente sobre la vida moderna, el arte contemporáneo, la libertad de expresión y de ofensa, la translación real-virtual y el individualismo feroz como variante alocada final de la máxima de Plauto, homo homini lupus. Vamos, que propone un montón de cosas. Pero este mosaico de ideas-broma a propósito del zeitgeist actual acaba perdiendo la gracia y el impacto por dejar inconclusas algunas de las movidas planteadas y por estirar demasiado algunas otras. En definitiva, con todo lo excitante que podría haber llegado a ser “The Square”, se queda en unas medias tintas que, en fin, le dejan a uno con un sabor de boca medio regular. Debería ganar algo o hundirse definitivamente en una futura revisión. Veremos. (5’5/10)
EL TERCER ASESINATO (Hirokazu Koreeda). La incursión del cineasta japonés en el cine judicial nos había hecho soñar en algo así como el caso de O.J. Simpson contado a ritmo zen, pero qué va. De hecho, poco, casi nada, encontramos en la cinta de Koreeda del juicio al asesino confeso de un empresario que sirve como apertura dramática. En vez de eso, el director se aleja del género para prestar atención a lo que mejor se le da últimamente: enmarañar y desenmarañar conflictos paterno-filiales. Así, la excusa del crimen le sirve a Koreeda para indagar en la cara oculta de las familias y explorar sutil pero cansinamente los recovecos y equívocos creados entre las personas implicadas directa o indirectamente en el crimen. Tras “Nuestra Hermana Pequeña” o “Después De La Tormenta”, “El Tercer Asesinato” me parece un paso en falso en la filmografía del japonés. (6/10)