Lo reconozco: dejé colgada «Muñeca Rusa» en su segundo episodio porque me parecía un tostón… Pero ahora se ha convertido en mi serie del año. ¿Por qué?
Mi historia con «Muñeca Rusa» (voy a obligarme a llamarla «Muñeca Rusa«, por mucho que me salga llamarla «Russian Doll» porque «Muñeca Rusa» me suena como rara) empezó con el puro hype. Al fin y al cabo, ¿cómo no abrazar con los brazos abiertísimos cualquier cosa que venga de Amy Poehler? Le avala su paso por «Saturday Night Live» en una de las épocas más gloriosas del programa, y sobre todo su labor al frente de esa «Parks & Recreation» que sigue siendo una de las mejores sitcoms producidas en la última década. Y resulta que «Muñeca Rusa» es su nueva producción (aunque a ella ni se le vea ni en un mísero cameo, tía, Amy, joder, un cameo te podrías haber marcado, ¿no te parece?).
Y resulta también que esta es la nueva producción de Amy Poehler junto Natasha Lyonne, que a mi no me dice nada porque es que nunca conseguí conectar con «Orange is the New Black«. Pero que salía en aquella serie en un papel que, si no he entendido mal, la convirtió en un pequeño gran hito televisivo. Ah, bueno, también hay una tercera en discordia en la creación de esta serie: Leslye Headland, directora de la película “Despedida de Soltera“ que, para qué vamos a engañarnos, es el nombre menos atractivo de este trío. Pero no se lo tendré en cuenta porque, ya sabes, dime con quién andas y te diré quién eres.
Total, que el hype era alucinante y en cuanto «Muñeca Rusa» aterrizó en Netflix me dispuse a verla. Son capítulos de veintitantos minutos. Bien. Se agradece. Así que me zampo los dos primeros episodios del tirón y… Ya. Bye. No pude seguir con más porque lo que había visto me había parecido poco gracioso, repetitivo y con una profundidad de campo alarmantemente corta. Si me estaba aburriendo en el segundo capítulo, ¿cómo iba a aguantar el resto?
Y mira que el punto de partida no podría ser más alucinante: la protagonista de la serie es Nadia Vulvokov (Lyonne), con ese apellido que remite gloriosamente al aparato reproductor femenino. En la primera escena la vemos delante del espejo de un baño de diseño del que sale para encontrarse con una fiesta de cumpleaños, su propia fiesta de cumpleaños organizada por su mejor amiga Maxine, la que le ofrece una calada de un cigarro que va impregnado con una droga que parece misteriosa pero que al final no tendrá ningún misterio. Nadia se enrolla con un tío insoportable, pasa por el súper y, obsesionada con que ha perdido a su gato, cree verlo al otro lado de la calle… y es arrollada por un coche.
Entonces volvemos a esa primera escena de Nadia delante del espejo. Y vuelve a salir del baño. Y vuelve a encontrarse con su amiga. Y vuelve a morir. Así una y otra vez, de tal forma que, cada vez que muere, vuelve a ese mismo baño. Los primeros episodios de «Muñeca Rusa» consisten en algo así como Larry David encerrado en un eterno retorno nitzscheano al que intenta encontrar algún tipo de sentido: ¿por qué regresa al baño? ¿Es un mal viaje causado por la droga? ¿Es que ha vulnerado un espacio judío sagrado? Da igual. Al segundo capítulo ya ni quieres saberlo porque es que es todo aburridísimo y, para una versión femenina de Larry David, ya tenemos a Pamela Adlon en la gloriosa «Better Things«.
Así que nada, ahí te quedas, «Muñeca Rusa«… O, por lo menos, ahí te quedas hasta que alguien me explica que le ocurrió exactamente lo mismo y que, de hecho, este es una serie que empieza realmente justo al final del tercer capítulo. No hay otra opción: me pongo el dichoso tercer capítulo y, entonces sí, todo cobra sentido inmediatamente y me chupo todo lo que me queda de serie en dos días. Tal cual. ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿No eras tú, era yo?
Lo que ha cambiado es que, de repente, «Muñeca Rusa» se aleja de Nadia e introduce un segundo personaje que está viviendo exactamente lo mismo que ella: Alan Zaveri (interpretado por Charlie Barnett). Es en este punto cuando la serie no solo gana en dinamismo, sino que amplía su profundidad de campo para empezar a abordar temas mucho más complejos e interesantes. El eterno retorno nitzscheano vuelve a ser la herramienta filosófica pluscuamperfecta para hablarnos de esa rueda de hamster en la que vivimos: una rueda que está fabricada con el material de nuestras propias neuras, de nuestros fantasmas internos, ya sean estos la culpabilidad al sentir que has abandonado a una madre con lo que tenías una insana relación de dependencia o la asunción de que los problemas no se originan en la gente que nos rodea, sino en lo que nosotros proyectamos en ellas.
Nadia y Alan intentan encontrarle un sentido a lo que está ocurriendo mientras la serie va cambiando de piel una y otra vez, de tal forma que cada capítulo es completamente distinto al anterior. Incluso el inevitable episodio de flashback hacia el pasado (con la inevitable participación hipster de Chloë Sevigny) acaba transmutando en exorcismos fantasmático con toques de surrealismo violento y sangriento.
Y, entonces, llega el final. Entonces, cuando crees que los dos protagonistas han conseguido exorcizar sus propios espectros, el último capítulo da una vuelta de tuerca absoluta y plantea un obstáculo final que Nadia y Alan han de superar para demostrar que, por una vez, han conseguido despegarse de su propio ego y que, de hecho, conocen al otro tanto como a uno mismo. Que han dejado de ser personas egotistas y que se rinden ante el hecho de que, por un motivo u otro, quieren salvar a la otra persona. La entrega final. El acto de amor desinteresado.
¿Puede mejorar entonces más esta «Muñeca Rusa» que ha conseguido transmutar en una serie de ritmo impecable, dirección magistral, banda sonora de infarto, personajes impecables y tramas complicadas? Al parecer, sí. Y es que, tras establecer todo un conjunto de códigos sutiles pero efectivos (al final existen varias Nadias y varios Alans, y los identificamos por pequeños detalles de su ropa), la pantalla se parte en dos y se vuelve a juntar en uno para darnos a entender muchas cosas que no desvelaré aquí en su totalidad… Solo un consejo: al llegar a esa escena (en la que, por cierto, de nuevo se vuelve a sublimar la imagen por la vía de la música, en este caso del «Alone Again Or» de Love), fíjate en la cara de ambos protagonistas. En la euforia de Alan. Y en la aprensión de Nadia. Nada más que añadir, su señoría. [Más información en la web de «Muñeca Rusa» en Netflix]