Entrevistamos a Ruiz Bartolomé sobre «Cancionero del Guadarrama», un brillante homenaje musical a la sierra y a la tradición madrileña.
Ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo… La cabeza lleva automáticamente a rematar la rima de esta famosa cantinela con el nombre de cierto monumento madrileño de alcance universal. Pero, no muy lejos de donde está situado ese símbolo, se encuentra otro que recorta el horizonte divisado desde Madrid y que raramente ha aparecido como protagonista de canciones y, menos aún, de discos: la sierra de Guadarrama. Hasta que llegó Nacho Ruiz, se transmutó artísticamente en Ruiz Bartolomé y compensó ese vacío musical. De hecho, en “Jota de la Sierra”, apertura del álbum de debut con sus propios apellidos, “Cancionero del Guadarrama” (Mont Ventoux, 2021), reformula la frase inicial de este texto y la lleva del centro de la capital a la montaña circundante.
Para emprender esta nueva aventura, Nacho se ha despojado -¿sólo temporalmente?- de su alias Nine Stories y ha cambiado el inglés por el español con el propósito de rendir tributo a las laderas madrileñas, célebres en apariencia aunque, en realidad, no lo suficientemente conocidas. Muchas personas saben de la existencia de la sierra de Guadarrama por verla en la distancia, por ser un destino turístico o por acoger -una desgracia histórica todavía no reparada- el Valle de los Caídos. Sin embargo, bajo y tras sus picos nevados se esconden mil y una historias que Ruiz Bartolomé, vestido de cronista y de juglar contemporáneo, primero investigó y después trasladó a canciones que se fijan en el pasado, el presente y el futuro.
El compositor madrileño, un gato con acentuada alma serrana que también dirige el sello Mont Ventoux y la promotora Producciones Brillantes y ejerce el periodismo musical, se preocupó de que su oda guadarramista no se redujera a una obra efímera que se quedara anclada en la nostalgia. Todo lo contrario: “Cancionero del Guadarrama” amalgama tradición y modernidad en fondo y forma con el fin de que perdure en el tiempo y de que trasciendan los mitos, los hechos reales, los lugares y los personajes que Ruiz Bartolomé desgrana acompañado en la producción y en la instrumentación por Carasueño y en la sección vocal de algunos cortes por Alondra Bentley y Fany de Elle Belga.
De paso, Ruiz Bartolomé consigue con “Cancionero del Guarrama” colocar, por fin, a la comunidad de Madrid en el mapa sonoro estatal en el que se está recuperando y revalorizando el legado musical popular gracias a Baiuca o Tanxugueiras en Galicia, Rodrigo Cuevas o Llevólu’l Sumiciu en Asturias, Maria Arnal i Marcel Bagés o Queralt Lahoz en Catalunya, Verde Prato en el País Vasco o Califato ¾ o María José Llergo en Andalucía.
Siguiendo esa línea neofolk de respeto a los ancestros conjugado con espíritu vanguardista, en “Cancionero del Guadarrama” es absolutamente natural que el dream-pop se adorne con palmas y castañuelas (“Jota de la Sierra”) o que se incruste un chotis en medio de un trote rítmico kraut (“Seis Millones de Personas”). O que se salte de un arrebato eléctrico (“La Puerta del Infierno”) a un tecnopop ilustrado y humanista (“Institución Libre de Enseñanza 1883”) y de un réquiem crudo y oscuro (“Cruz de los Caídos”) a un cuento de amor imposible envuelto en synthpop (“Romance de La Cueva de la Mora”) con el mismo cuidado aplicado a los arreglos, detallistas, solemnes y hechizantes.
La sierra de Guadarrama, mientras ve pasar el tiempo, refleja la esencia del ser humano de antes y de ahora. Y Nacho, Ruiz Bartolomé, reinterpreta esa metáfora con su música del mismo modo que la vida se entremezcla con la montaña y la montaña, con la vida.

Has recurrido a tus apellidos como nueva marca artística. ¿Buscabas sugerir con ello que este disco proviene de tus raíces o más bien plasmar una ruptura con tu pasado musical? Fue una unión de ambas circunstancias. Personalmente, suponía un gran cambio con respecto a determinados factores estilísticos y en cuanto al idioma, así que era un buen momento para utilizar mis apellidos. Nine Stories era un seudónimo que me permitía tocar con diferentes personas y englobar distintos aspectos. También me di cuenta de que era un seudónimo conectado con un tipo de música que podría continuar en el futuro, pero tenía sentido que se abriera otra etapa con otro nombre. A la hora de pensarlo, tenía claro que quería usar el mío. Estaba un poco cansado del significado de ese alias. Y, como hay un montón de Nacho Ruiz, me gustaban los apellidos. Por un lado, al hablar de algo que procede de unas raíces, remarcan que también son las mías. De hecho, hay una parte familiar en mi relación con las montañas. Por otro, a nivel completamente superficial, Ruiz Bartolomé me sonaba un poco medieval, evocador y juglaresco.
Teniendo en cuenta la relativamente reciente maternidad con tu pareja, Alondra Bentley, pudiste haber apostado por el típico álbum de madurez basado en esa cuestión. Pero no, decidiste tirar por un camino muy diferente y, probablemente, más interesante. Entiendo perfectamente que se compongan discos de paternidad / maternidad porque es un impacto emocional y sentimental muy fuerte. En el plano cotidiano, se convierte en el centro de tu vida y es normal que algunas personas lo hagan porque durante un tiempo, sobre todo los primeros años, es tu vida real. Pero la temática de “Cancionero de Guadarrama” era algo que llevaba rumiando desde tiempo atrás. Me interesaba el tema y, a medida que iba documentándome y profundizando en él, comprobaba que había muchas cosas que contar y una parte musical que no se había materializado antes.
¿El concepto del LP fue más fruto de ese proceso de investigación, de legado familiar o de las dos opciones? Mis abuelos, y ahora mis padres, tienen una casa en un sitio entre Collado Villalba y El Escorial bastante apartado y con una cierta connotación de refugio alejado del mundanal ruido al que iba de pequeño. La sierra madrileña, al estar tan cerca de una gran ciudad, ha sido la salida natural para ir al campo o conocer la nieve, cosas que aquí se hacen mucho durante la infancia y que me causaban fascinación. Pero luego pasé unos años, a partir de la adolescencia y a lo largo de la juventud, muy urbanita y me distancié de la sierra de Guadarrama. Posteriormente, la he ido recuperando poco a poco desde una doble vía: una puramente lúdica; y, otra, por su condición de espacio que cuenta historias. Ahí aparece esa mezcla entre herencia familiar y espíritu investigador. Por ejemplo, con respecto a los topónimos: ¿por qué los lugares se llaman de una determinada forma? Eso empezó a interesarme ya que hay nombres muy curiosos detrás de los cuales se esconde una historia. Ese fue en parte el punto de partida de la fase de documentación, al principio como divertimento y, después, como proyecto artístico.
Explícale a alguien como yo, que vive lejos de la sierra de Guadarrama, cómo es ese lugar y qué guardan sus paisajes en su interior. La sierra de Guadarrama es un lugar de tensión porque su proximidad a la ciudad hace que sea muy especial y que esté siempre expuesto al impacto del ser humano. Es un parque nacional sometido a la presión de seis millones de personas que vivimos en la región de Madrid más las del otro lado, Segovia, y los visitantes. Es un espacio de raigambre progresista -en el sentido más literal de la expresión, no tanto político, aunque también lo tiene- en el que pioneros científicos, del ecologismo o del alpinismo se juntaron y descubrieron que el medio ambiente, las montañas y el campo eran fuentes de elevación del espíritu.
Esta es una característica muy importante de la sierra de Madrid, pero es relativamente reciente. Hasta no hace mucho, a la montaña ibas a trabajar, si eras pastor o resinero, si te dedicabas a la madera o si tenías que viajar. Si no, no ibas, porque era un sitio peligroso climatológicamente hablando y también porque había bandoleros. La sierra de Guadarrama, por ser el paso entre ambas Castillas, ha sido un imán tanto de gente que quería defenderla como de otra que deseaba conquistarla en el pasado -como reyes que dejaron huella, como es el caso de Felipe II, o durante la dictadura franquista- y en el presente. La sierra tiene un valor y un interés variados: geopolítico, etnográfico y natural. En un lugar pequeño, al que es razonablemente fácil llegar, pelean entre sí diferentes identidades y realidades. Sobre él hay muchas opiniones encontradas y desde él se crean historias.
Sin embargo, habrá mucha gente (madrileña o no) que no sea consciente de la importancia de esa sierra en diversos capítulos de la historia de la región y de España… Esa es otra de las paradojas que surgen en torno a la sierra de Guadarrama. Todo el mundo, entre comillas, la conoce porque aparece en los medios de comunicación muchas veces por diferentes motivos y está en las conversaciones. Pero, al mismo tiempo, es absolutamente desconocida. Y esto no pasa solo con la gente de fuera de Madrid, sino también con la de dentro, con los que vivimos cerca, yo el primero. Para mí, este proceso ha sido un aprendizaje total.
Es decir, que este no es sólo un trabajo de reivindicación, sino que también es un alegato para que no se olvide la tradición histórica y cultural sobre la que cantas. Este aspecto es muy importante para mí, porque no quería caer en el “Village Green” de los Kinks, en hablar de un sitio ajeno a la realidad y falsamente idílico. No, no se trataba de eso. Quería mostrar la otra cara de esta zona y, en general, de Madrid y de Castilla. Aquí todos tenemos nuestra sierra, un sitio al cual escapar de la ciudad y en el que conectamos con nuestros recuerdos. Pero no quería caer en la nostalgia simplemente y para eso era fundamental situar el lugar en la actualidad con los problemas a los que se enfrenta, los desafíos que debe afrontar y las dificultades que tiene que combatir.
En “Cancionero del Guadarrama” hablas de leyendas, espacios, personajes emblemáticos y hechos verídicos. Has condensado en doce cortes un crisol de relatos que envidiaría cualquier libro de historia local… Hubo una labor de síntesis, pero había asuntos de las que no podía dejar de hablar, como el Valle de los Caídos -que ejerce una sombra muy poderosa sobre la zona- o El Escorial y su monasterio. Pero este trabajo era un pretexto para contar otras historias menos conocidas y que tienen un interés intrínseco aunque las saques de su contexto geográfico, como la que protagoniza Birger Sörensen, el noruego que introdujo el esquí en la sierra. Otra cosa muy curiosa, perteneciente a la parte mitológica de las leyendas, es que hay una serie de patrones y arquetipos que se repiten en casi todos los sitios: las rocas con formas humanas o de animales o el romance de la mujer musulmana y el hombre cristiano. Por eso decía que, de alguna manera, aprendí que todo el mundo tiene su sierra y su mitología. En paralelo, se está corrigiendo un déficit. Durante muchos años estuvimos atraídos por aquello que ocurría en Minnesota, Mississippi o Chile, cuando aquí también hay historias fascinantes y exóticas. Uno de los referentes en los que me fijé cuando ya estaba metido en la elaboración del disco fue Sufjan Stevens con sus álbumes dedicados a Michigan o Illinois. Mi idea era razonablemente parecida y pensaba que por qué no hacerlo con nuestras historias locales.
Le quitas a la sierra de Guadarrama el significado turístico que muchos le otorgan para revalorizar sus símbolos y su singularidad. De hecho, en “Seis Millones de Personas” criticas la visión capitalista y superficial que devora a ese entorno natural. Esa pieza refleja la defensa que realizas de la sierra frente a la especulación desaforada. La sierra siempre ha sufrido ese peligro. Después de un siglo de la petición -literalmente-, se convirtió en parque nacional, un concepto jurídico y en la mente de las personas para proteger un lugar, aunque este espacio está muy amenazado por intereses económicos y políticos. Curiosamente, nosotros mismos somos el problema y la solución, es una contradicción extrema: el turismo actúa como fuente de riqueza y, simultáneamente, supone un riesgo para la naturaleza y la gente que vive allí. La gran vuelta de tuerca es que este disco, en sí mismo, con su limitada exposición y capacidad de influencia, puede ser algo similar: una oda en defensa de la sierra pero, a la vez, un acicate más que dice “ven aquí, a un sitio maravilloso que debes conocer”. Así es la realidad del siglo 21 y del momento en que nos encontramos, con ese dilema entre salud y economía que, en el fondo, no tiene solución.
No sé si lo pensaste con premeditación, pero el disco también funciona como una obra adecuada para que las nuevas generaciones se acerquen a la historia de Guadarrama y a los sonidos tradicionales castellanos y de la zona. Sin duda. Cuando vas teniendo una edad, eres consciente de que la responsabilidad directa de la preservación de estos conocimientos empieza a ser tuya. Llegas a ese punto en el que, si no quieres que se pierdan, debes aportar tu grano de arena. Otra de las paradojas actuales es que hay más información y más medios que nunca para acceder a estas historias, pero pasan desapercibidas. Con lo cual, decidí agruparlas en un disco con un componente lúdico, a pesar de su trasfondo documental, para escucharlo por puro placer y que musicalmente fuera atractivo y atrapara al oyente al margen de las historias que contiene.
Eso sí, huyes del centralismo madrileño tan en boga y que se usa como arma arrojadiza entre diferentes actores políticos… Cuando empecé con la idea de “Cancionero del Guadarrama” esa ola de nacionalismo madrileño no existía. Madrid era una especie de ‘no lugar’ construido, como Nueva York o Buenos Aires, a base de emigrantes. No existe aquí el ‘madrileño’ como tal, todo el mundo es madrileño. Desde que nací y a lo largo de mi vida, es mi mayor fuente de orgullo. La gente que viene de fuera afirma muy rápidamente que se siente como en casa y que es fácil hacer amigos. Madrid tenía la capacidad de no tener nacionalismo. Además, como comunidad autónoma, es de reciente creación. Y, en mitad del trabajo con el disco, comenzó a generarse esta especie de procés madrileño que provocó fricción con otras regiones.
Me da rabia y pena y me preocupa. Noto un cansancio sobre Madrid en gente de otros lugares y lo comprendo. Para mí, ha sido interesante que haya surgido esta polémica mientras estaba investigando y elaborando el disco. Yo mismo caigo en la trampa, porque la sierra tiene dos vertientes: una es Madrid y la otra es Segovia. El gran valor de la sierra de Guadarrama es su condición fronteriza entre las mesetas y de lugar de paso. Quería mostrar un Madrid que se menciona raramente en los medios: una zona que no es la ciudad ni el epicentro; y también su otra cara, como centro de conexión de diversas corrientes positivas, de intelectuales, de poetas, de pintores, de pedagogos… Más allá de cada coyuntura política, la sierra ha sido un lugar tradicionalmente de avance del ser humano.

En parte de las historias que relatas se detecta un determinado sentimiento político, enfocado hacia el progresismo y perteneciente al bando derrotado, como cantas en “Cruz de los Caídos”. Supongo que a veces se me ve el plumero [risas]. Es inevitable. Hablando de esa canción, se ha pervertido tanto el debate… “Cruz de los Caídos” es documental, tiene una intención de contar algo que ocurrió y que es un hecho, no es discutible. Lo que pasa es que, como digo, se ha ido pervirtiendo el debate hasta el punto de que se llega a plantear si determinadas cosas sucedieron o no… No, no, esas cosas ocurrieron. Como cuando se recuerdan a los muertos en las cunetas: no es una cuestión que se pueda debatir, esa fue y es una realidad. Mi abuela está viva, nació en Madrid, sufrió la Guerra Civil en la ciudad y le mataron a su hermano. Pertenece a esa gente que vivió aquello en primera persona. Ese peso familiar también está presente.
El Valle de los Caídos se construyó con muchísimos presos del bando derrotado trabajando en malas condiciones y se levantó para gloria del dictador que estuvo ahí hasta anteayer. Voy a la sierra, doy un paseo y eso sigue allí. Otra cuestión es qué hacemos con el Valle… Y ahí entiendo a todas las partes. Está bien guardar los símbolos para no olvidar lo ocurrido, pero hay que desligarlos del lado vencedor, digamos, para que quede como un lugar de memoria. Pero también comprendo al que dice que hay que volarlo mañana. “Cancionero del Guadarrama” tiene voluntad política porque, en definitiva, todo es política.
Resultaría muy tentador, pero en el disco no llamas a volver a una vida pasada más sencilla y que para algunos parece mejor, aunque no lo era para nada. Vamos, que no caes en la nostalgia gratuita y distorsionada que se ha puesto de moda últimamente. Sí, en la temática del disco hay muchos puntos que tienen que ver con el pasado y que intento recrear a través de sensaciones o de la idea que tengo tras haber leído al respecto, como sobre la Institución Libre de Enseñanza y las excursiones que organizaba por la sierra gente muy interesante. Pero se trata de un hecho concreto, no de la vida que había en aquel momento y que no era mejor que la de ahora.
También me refiero a que no apelas a una nostalgia que haga desear revivir los momentos que pasabas durante tu niñez en la sierra. No planteaste las canciones como meros viajes al pasado en general o al tuyo en concreto. No, el disco acabaría siendo personalista, y mi propósito no consistía en eso. Lo podría haber hecho en algún tema para empatizar con mucha gente que pasa los veranos en sus pueblos y que, por definición, son maravillosos. Esa ola de neorruralismo o neotradicionalismo cae precisamente en el error de idealizar recuerdos específicos pertenecientes a una vida peor. Me preocupaba igualmente que la parte musical del álbum tampoco fuera nostálgica ni tomara la nostalgia como punto de partida. No se trataba de hacer un ejercicio de estilo ni musical ni argumentalmente. Al final, el diálogo entre esos dos apartados me ayudaba a que quedara claro que este es un disco inspirado en la sierra de Guadarrama pero publicado en 2021. Contiene historias pasadas, claro, pero expuestas desde una perspectiva actual.
Si nos fijamos justamente en la forma de “Cancionero de Guadarrama”, has dejado atrás el pop estándar de Nine Stories para transitar a un estilo popular y actual, de vanguardia y de tradición. Buenas muestras de ello son el krautpop de “Seis Millones de Personas” cruzado por un chotis y el tecnopop de “Institución Libre de Enseñanza 1883” o “Sierra de Guadarrama”. ¿Cómo fue ese proceso de combinación estilística con aura folclórica? La condición de la que hablábamos antes que tiene Madrid de lugar de acogida construido por mucha gente diferente hizo que, de alguna manera, yo no hubiera vivido personalmente un folclore madrileño. Yo no he tenido ese contacto porque nací en los 80 y la realidad que viví era tan diversa y había tal amalgama de propuestas en la ciudad que esa parte tradicional se perdía. Madrid es una ciudad de esencia castellana, es un poblachón manchego, como se decía antes. Todo ello me permitió disponer de una especie de lienzo en blanco e investigar sobre las raíces que yo no tengo directamente y que otras personas sí tienen en comunidades como Galicia o Andalucía. Así que descubrí esa raíz castellana y que había un folclore serrano, muy sutil, con determinadas sonoridades y estructuras. Pero había otra parte en blanco en la que podía volcar influencias y sonidos ajenos y alejados. El objetivo era mezclar cosas que me gustan con el empeño de llegar a la raíz del folclore de aquí a través de una óptica contemporánea y con las herramientas de las que disponemos hoy en día.
Da la sensación de que a Madrid, como comunidad, aún le falta camino por recorrer en ese proceso de recuperación y renovación histórica iniciado hace tiempo en otras regiones españolas. Con “Cancionero del Guadarrama” has contribuido a acortar esa distancia. Humildemente, creo que sí. Me daba envidia sana ver esa riqueza que generan tantos proyectos que han aparecido en España los últimos años. Pienso que es una situación generacional por la labor de investigación de gente de mi edad, como Los Hermanos Cubero, Maria Arnal i Marcel Bagés o El Meister. Pero me da envidia, sobre todo, gente joven que se encontró en su momento con menos prejuicios y con una mente más limpia. Mi generación sí tenía esos complejos. Y, en Madrid, más todavía, seguramente como reacción histórica por su capitalidad. Cuando me preguntan por música casi tradicional madrileña, lo hacen por La Movida. Vale, lo es en cierta medida, porque surgió hace cuarenta y pico años y forma parte de la historia de Madrid, aunque la sentimos como actual porque varios de aquellos grupos continúan en activo.
Aquí hubo una tendencia a borrar el pasado quizá por la identificación de algunos géneros tradicionales con algo rancio, casposo o franquista, y se ha tardado mucho en recuperarlos. La tradición oral y el folclore son todo lo contrario, se relacionan con la memoria de los pueblos y sus gentes, no con la de los gobernantes. Pero en mi generación, sobre todo cuando era joven en los 90, esta vuelta de lo tradicional era impensable. El folclore castellano era Jarcha o el Nuevo Mester de Juglaría, vinculados más con nuestros padres. Con el paso del tiempo te das cuenta de la labor de folcloristas como Joaquín Díaz. De pequeño se escuchaba en mi casa y sus canciones me parecían bonitas pero antiguas y raras, aunque ese señor era nuestro Pete Seeger particular y se quedó un poco olvidado. Personalmente, detecté ese déficit en Madrid y era el motivo perfecto para adentrarme en nuestro folclore mirando al presente y al futuro.
“Jota de la Sierra” representa muy bien esa idea que comentas: tradición unida al presente y al futuro. Cuando Carasueño y yo hablamos de esa canción, nos planteamos que teníamos que hacer una jota galáctica, un concepto que nos inventamos. Mucha gente pensaba que esa composición era tradicional, pero es 100% original.
Así es, suena como una adaptación de una canción popular ya existente. Por eso es una buena síntesis de “Cancionero del Guadarrama”, porque es fruto de coger una estructura muy clara, de una jota con verso que se repite con coro, para luego llevarla a otro lado con una sonoridad y unos instrumentos diferentes y una letra, en apariencia, tradicional pero que, si te fijas, habla de urbanizaciones o de escapar de la ciudad al campo.
En ese tema se escuchan las voces de Alondra y Fany de Elle Belga. ¿Cómo definirías su contribución a este trabajo? Muy valiosa. Por su talento, que es evidente. Y por la generosidad de entender el concepto del disco. Empecé a materializarlo durante el confinamiento del año pasado, por lo que tiene un carácter muy insular. Los discos deben responder un poco a la realidad en la que fueron concebidos, y este coincidió con una pandemia mundial y lo tuve que grabar como pude. Entonces me busqué excusas para que el disco fuera lo más colaborativo posible, a pesar del momento tan complicado en el que estábamos, metidos en nuestras casas.

A lo largo de “Romance de La Cueva de la Mora” emerge en todo su esplendor tu versión de trovador del siglo 21. Esa canción es una de mis favoritas. La historia que cuenta parece muy particular de un sitio llamado La Cueva de la Mora, sobre la relación no consentida entre un cristiano y una musulmana, que convertí en un romance con una parte de narrador, Alondra como la muchacha y yo como el chico. Partimos de la idea del romance de temática medieval, pero con la gracia de relatarlo desde una perspectiva moderna. A la vez, queríamos romper la cuarta pared para que otra gente dijera: “esa historia la conozco, me la han contado en algún momento o sé de una cueva de la mora que he encontrado”.
Cada canción de “Cancionero del Guadarrama” lleva asociada una obra pictórica firmada por diversos artistas plásticos, como la propia Alondra, Isa Fernández Reviriego (Aries) o Ricardo Cavolo. Además, la portada del disco es intercambiable. ¿Cuál era el propósito de esta iniciativa en su conjunto? Siempre intento dar un valor añadido al formato físico de un disco para tener una sensación especial. Las historias del álbum son muy distintas y todas circulan alrededor de un lugar, pero cada una posee sus particularidades y su atmósfera, al igual que musicalmente. Así que se me ocurrió que varios artistas gráficos -a unos los conocía personalmente y con otros nunca había hablado- participaran dándoles una demo de cada canción, sin más. A partir de ahí, podían interpretarla como quisieran dejándose llevar por lo que escuchaban. Ese experimento fue muy divertido, porque hay unas lecturas literales y otras completamente conceptuales. Pensé que, como me gustaban todas y no me decidía por una sola, lo mejor sería hacer un troquelado para que el oyente eligiera su preferida. La mía es la que está en la portada, precisamente la de Isa. En mi cabeza era la que, de un modo casi abstracto, englobaba las diferentes historias del disco.
Por todo lo que has explicado, ¿se podría afirmar que “Cancionero del Guadarrama” es tu trabajo más arriesgado? Resulta curioso porque, probablemente, sí que lo sea. Pero, al mismo tiempo, es el que más atención está generando. Con lo cual quizá no sea tan arriesgado porque noto que está conectando bastante con la gente. Sí que era el más difícil de entrada pero, de repente, se transformó en el más fácil, incluso durante el proceso de composición. Antes de iniciarlo le di muchas vueltas, aunque a la hora de escribir cambió totalmente mi forma de hacer canciones: normalmente las comenzaba plateando su argumento, pero en este caso ese aspecto ya estaba hecho, por decirlo así. Las canciones me iban saliendo como un torrente, iban fluyendo fácilmente porque la historia ya estaba presente, como si la canción ya existiera previamente.
Entonces, ¿Nine Stories ha quedado atrás definitivamente y sólo Ruiz Bartolomé seguirá adelante? Creo que no… Ahora mismo no me apetece demasiado volver al inglés, pero no descarto publicar otro disco como Nine Stories. También me gustaría hacer más cancioneros, no necesariamente sobre Madrid. Y si ya consigo inspirar a otra gente para que haga sus propios cancioneros, misión cumplida. [Fotos: Fernando Lamana] [Más información en la web de Nacho Ruiz Bartolomé]