«Ronson» de César Sebastián es uno de los cómics más impresionantes de los últimos tiempos… Y aquí vamos a explicar por qué.
Tengo que reconocer que, a día de hoy, pocas cosas hay en el mundo de la cultura que me sorprendan. Al fin y al cabo, siempre que me meto de cabeza en un cómic, libro, peli o serie, ya suelo ir «con los deberes hechos». Y «los deberes», en este caso, se refiere a haber leído reseñas o entrevistas en las que a veces abundan los spoilers. No me importa. Siempre digo lo mismo: cuando ya sabes los golpes de efecto de una ficción, es fácil ir más allá de la superficie y analizar lo que hay en el fondo.
Pero a «Ronson«, novela gráfica publicada recientemente por Autsaider Cómics, llegué completamente virgen. No sabía absolutamente nada de su argumento ni de su autor, César Sebastián. No había leído ninguna reseña ni lo había visto comentado por ningún colega de Instagram. Y puede ser que este contexto, al fin y al cabo, haya sido el caldo cultivo perfecto para que aquí y ahora pueda decir con todas las de la ley que este es el cómic más impresionante que he leído en mucho tiempo. Y lo es por múltiples motivos.
Empezando, obviamente, por la superficie. La apariencia de «Ronson» es impactante: tapa dura con bordes rústicos en tan solo tres colores (blanco, negro y gris), lomo de tela en tono mostaza y, justo cuando lo abres, la primera gran sorpresa. Las páginas de esta novela gráfica, todas siguiendo el mismo esquema de colores de la portada, no son cuadradas, sino que uno de los laterales, el mismo por el que has de agarrar cada página para girarla, está cortado a modo de picos o pinchos. Una vez te empiezas a adentrar en la historia que cuenta César Sebastián, entiendes que esta decisión no es para nada gratuita… Pero de eso hablaré más adelante.
Porque voy a intentar ser ordenado en los motivos de mi impresión con «Ronson«. Una vez explicados el contexto (mi desconocimiento de lo que iba a encontrarme) y la forma (el propio cómic como objeto), es hora de pasar al interior del cómic de César Sebastián… Y es aquí donde la impresión se hace más honda y compleja. Empezando por la propia temática de esta novela gráfica en la que, desde el tiempo presente, un narrador se dedica a desbrozar recuerdos de su vida pasada en un pueblo de la España rural en los años 60 del pasado siglo XX.
El primer capítulo de «Ronson» es una verdadera delicia: siendo fiel a una cuadrícula de cuatro viñetas por página, el narrador diserta sobre los resortes de la memoria. «Qué caprichosa es la memoria… No soy capaz de recordar qué cené anoche y, sin embargo, recuerdo infinidad de detalles de mi vida hace casi sesenta años«. Las viñetas muestran estampas rurales en las que presente y pasado se mezclan de forma sublime, dejando claro que estamos ante una de esas obras en las que el autor ha meditado cada imagen y su trenzado directo con lo que se está explicando. Dicho de otra forma: ha mimado lo que explica, pero también cómo lo explica.
Por poner un ejemplo, a mitad de ese mismo capítulo hay cuatro viñetas que te invitan a detenerte: «Recuerdo haber oído aquello de que todos nacemos y morimos muchas veces a lo largo de nuestra vida…» (viñeta de un árbol joven); «Pero son solo los años los que se aferran a nuestros huesos» (viñeta del árbol en su momento de máximo esplendor); «Me parece muy cierto. Ni la persona que yo era entonces ni el mundo en que vivían se parecen mucho a los actuales» (viñeta del árbol viejo y esquelético); «No obstante, por mucho que mis huesos hayan envejecido y por muchas personas que hayan ocupado mi piel a lo largo de todos estos años, las memorias de aquel periodo siempre han constituido los cimiento de mi identidad» (viñeta de un tocón cortado pero con todas las raíces a la vista)…
¿Es necesario explicar lo que hace aquí César Sebastián? Pues este tipo de recursos expresionistas se van repitiendo a lo largo de todo «Ronson«, creando un diálogo constante en el que el dibujo amplifica e incluso resignifica muchas veces aquello que el narrador está explicando. Como, por ejemplo, el encuentro de los niños con una sombra en la noche que, pese a tener forma de policía con tricornio, recuerda a la representación de Nosferatu en el cine. O como ese capítulo en el que la afición del protagonista por los westerns se filtra en su propia realidad y, de repente, sus vecinos del pueblo son personajes del oeste. ¿Quién no vivió algo así en su infancia?
«Ronson» está plagado de recuerdos de infancia que todos conocemos aunque no los hayamos vivido directamente. Si no te los ha explicado tu padre, te los ha explicado tu abuelo. Y, de hecho, es aquí cuando llega el momento de la gran pregunta… Porque, a ver, puede que no supiera mucho de César Sebastián al abrir esta novela gráfica, pero había visto una foto suya y una cosa me quedó muy clara: el autor es joven. Demasiado joven como para que estos recuerdos sean de primera mano.
Ahora sé que el narrador de «Ronson» es realmente el padre de César Sebastián hablando a través de la pluma de su hijo. Dice el autor que ha cogido todos aquellos recuerdos y batallitas que su padre le explicaba de su infancia en el pueblo (Sinarcas, en Valencia) y los ha vertido en esta novela que impacta también por lo que tiene de precisión en su vertiente documental. La coherencia y verosimilitud de «Ronson» no está solo en unas imágenes con el punto justo de realismo (entendedme: lo justo para no matar el hecho de que también es puro icono, puro recuerdo de segunda y tercera mano que todos albergamos también en nuestras cabecitas), sino también en que los recuerdos narrados están vivos.
Y, de esta forma, aterrizo en el motivo final por el que «Ronson» me ha dejado profundamente impresionado… Y no es otro que la naturalidad con la que el debut (¡Sí! ¡Debut! ¡Estamos hablando de que esta maravilla es el debut totalmente en solitario del autor!) de César Sebastián se inscribe en una corriente que trasciende los límites del cómic para abordar uno de los más vibrantes campos de batalla de la cultura actual: la recuperación de la memoria folclórica más allá del coolness de la historia oficial y la reivindicación de la vida rural más allá de la imposición de la hipsteria urbana.
Al leer «Ronson«, es inevitable pensar en Paco Roca, obviamente. Aunque también hay que reconocer que, si Roca fuera Antonio Mercero (en su amplia capacidad para mecerse en olas de emociones positivas y familiares), César Sebastián sería Buñuel (en su intención de abordar la memoria desde la caricia, pero también desde la herida… y de ahí el borde dentado que mencioné al principio y que parece advertir al lector de que todas las rosas, incluso las más bellas, tienen espinas). También es inevitable pensar en «Emosido Engañado«, de Eduardo Sabio, por mucho que vivan en tiempos diferentes.
Al leer esta novela gráfica, es inevitable pensar en cineastas jóvenes como Chema García Ibarra y su «Espíritu Santo» o Ainhoa Rodríguez y su «Destello Bravío«. Y en escritores como Juan Gómez Bárcena y su «Lo Demás Es Aire» (con el que «Ronson» guarda múltiples puntos de contacto) o la reivindicación rural desde la pluma que hace María Sánchez. Por mucho que yo solo pueda pensar en Proust mientras que el propio César Sebastián mencione como referencia obvia a un Machado que planea de forma ingrávida sobre todas y cada una de estas páginas.
Todos los nuevos autores mencionados en estos párrafos, además, tienen algo en común: recurrir a la memoria y a lo rural como forma de plantear preguntas que azoten el presente. Y la pregunta con la que te azota César Sebastián no podría ser más necesaria… Al fin y al cabo, desde los pinchos del lateral de sus páginas hasta lo arisco del retrato (el propio narrador reconoce que recuerdos como el maltrato animal o el abuso sexual a menores puede sorprender en el presente, pero en aquel momento eran codificados con la mayor de las normalidades), lo que está haciendo «Ronson» es tomar distancia del presente para entenderlo mejor.
O, por lo menos, para entenderlo de forma menos exaltada. En tiempos de redes sociales, ofendiditos y pollaviejas, un cómic como el de César Sebastián plantea algo que a veces pasamos por alto: que la verdad puede ser verdad en el presente pero no tan verdad en el futuro. Que, igual que todos los recuerdos se reescriben y deforman cada vez que los recordamos, las verdades cambian con los tiempos. Pero, por suerte, siempre tendremos joyas como «Ronson» para recordarnos que la memoria es caprichosa, pero que precisamente por eso debemos luchar contra el olvido. [Más información en la web de Autsaider Cómics y en el Instagram de César Sebastián]