El festival Rock In Way Estrella Galicia nació con la vocación de establecerse de manera permanente como el principal evento musical de Santiago de Compostela y con la intención de mostrarse como una reunión accesible y de miras abiertas gracias a una variada y ecléctica programación dirigida a todo tipo de audiencia, independientemente de sus gustos particulares. Sobre lo primero, habrá que esperar a ver qué depara el año 2012, porque los fallidos precedentes no aseguran que haya una continuación definitiva… Sobre lo segundo, sí que se logró mezclar en un mismo espacio, el auditorio del Monte do Gozo, una curiosa amalgama de aficionados que enarbolaban la bandera del rock, el hip-hop, el ska y el indie, claro, entre otras tribus musicales. Una combinación de estilos sana pero que convertía el recinto santiagués en una especie de parque temático (en el buen sentido de la expresión: modo irónico off) en el que cada uno podía elegir la atracción que más deseaba o mejor le convenía.
Como suele suceder en las puestas de largo de citas de estas características, no se pudo evitar que surgieran los típicos problemas relacionados con los servicios de comida, bebida, WCs y camping y las correspondientes quejas de parte de los asistentes. Pero, al mismo tiempo, esos defectos propios de un estreno habría que considerarlos mínimos teniendo en cuenta las grandes dimensiones que pretende alcanzar el festival en cuanto a oferta y público. En este aspecto, los datos arrojados por la organización calcularon la entrada en aproximadamente 14.000 personas por día, aunque sobre el terreno la sensación era que se había obtenido una cifra menor. En todo caso, de lo que se trataba era de dar el pistoletazo de salida a un atractivo acontecimiento con ánimo de consolidarse en el futuro para que la capital gallega pueda presumir en años venideros de su propio festival internacional.
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VIERNES 9 DE SEPTIEMBRE
ESCENARIO 2. El escenario secundario (cubierto por una llamativa carpa) no fue el primero en poner en marcha su actividad, pero sí sirvió para comprobar que el salto al espacio principal se iba a convertir en un paseo tipo ‘campo a través sobre cuesta empinada’. El esfuerzo serviría para acudir a los conciertos alternativa y sucesivamente sin solapamientos, y no estaba de más fomentar que la concurrencia practicara un poco de ejercicio para quemar calorías entre actuación y actuación… No tanto debido a la pereza del personal, sino a la temprana hora, el combo compostelano Los Chavales iniciaba, prácticamente en familia, su andadura por la época que considera que fue la mejor: la de los 60. Perfectamente uniformados, ejecutaron con solvencia su papel de banda de tributo a sus ídolos de siempre, como Los Salvajes (“El Don Juan”) o Los Archiduques (“Lamento De Gaitas”). En el segundo caso, algunos testigos se quedaron ojipláticos por la peculiar mixtura de pop sesentero con gaita gallega, lo que provocó que el guateque ye-yé adquiriera, por unos minutos, tintes surrealistas.
Todo lo contrario simbolizan Igloo, cuyas raíces se anclan en referencias modernas del pop-rock de melodía ruidosa que les permiten pisar fuerte en el presente gracias un sonido potente y afilado. Supieron transmitir la oscuridad y aumentar la fiereza de su último trabajo, “Infinito 3” (Ernie Producciones, 2011), subiendo el volumen de sus guitarras hasta multiplicar sus efectos devastadores en los tímpanos, aunque el carácter de la batería se perdía por el camino en determinadas fases. A pesar de ello, les salió un directo de notable alto. ¿Es posible poner una calificación similar a una (otra) banda de versiones? Para los que abarrotaron la carpa sí, después de rendirse totalmente a la fidelidad con que los ferrolanos Riff Raff interpretaron parte del repertorio más conocido de AC/DC. Ese es su único cometido, pero garantiza que cientos de personas se imaginen, al cerrar los ojos, que tienen ante sí a la formación original. La estampa que definió a la perfección tal situación se produjo cuando cayó “Highway To Hell” en forma de bomba atómica.
Aunque para explosión de verdad, sin imposturas, la de Triángulo de Amor Bizarro. A estas alturas de su historia, se podría caer en el error de afirmar que “visto uno de sus shows, vistos todos”. Pero sería de necios dejar de observar cómo los de Boiro retuercen sus composiciones hasta llevarlas al límite de un noise infernal a la par que embriagador: bastaba con fijarse en la colección de pedales que dispuso Rodrigo bajo sus pies para intuir el placentero sufrimiento al que sometía su guitarra mientras escupía “El Crimen: Cómo Ocurre, Cómo Remediarlo” o “Amigos Del Género Humano”. Pero no todo era distorsión desbocada, ya que hicieron hueco a una pieza más relajada (“Super Castlevania IV”, cuyo tono más de un despistado no alcanzó a entender) e incluso a una dedicatoria familiar, como la que Isa envió a su hermano por haber aprobado, por fin, las asignaturas de septiembre. Así son los coruñeses, tan cercanos en sus detalles como salvajes en su arriesgada manera de manipular en directo el material inflamable que contienen sus álbumes.
ESCENARIO 1. Con el planning artístico en la mano, el pensamiento más recurrente que venía a la cabeza se relacionaba con el gran contraste existente entre los nombres más veteranos y los más jóvenes que lo componían, como si no hubiese un término medio (salvo contadas excepciones). Esta reflexión se prolongó una vez que se abrió el escenario principal de la mano de los púberes compostelanos Dirty Socks, que justificaron por qué ganaron el primer premio de la última edición de los Levi´s Unfamous Music Awards: buen sonido y canciones resultonas, pero idénticas a sus influencias más evidentes, que son ni más ni menos que Franz Ferdinand (por las guitarras) y Arctic Monkeys (por la voz de su vocalista, Anxo Rodríguez). También de sus maestros aprendieron la manera de volver locas a las féminas, como se pudo constatar en las filas delanteras del foso…
Un poco más talluditos y más bregados en las lides musicales son los baioneses Niño y Pistola (transmutados para la ocasión en Arthur & The Writers). Sin embargo, parecía que algo fallaba cuando ya llevaban unos cuantos minutos sobre las tablas, a juzgar por las palabras de su cantante y guitarrista, Manuel Portolés, que confesaba que habían cometido varios errores durante la interpretación de su cancionero. Contradictoriamente, se apreciaba que se encontraban cómodos, aunque quizá no ayudaba lo suficiente que su pop cristalino y pausado no fuera capaz de contrarrestar la apatía de un (todavía) escaso público que buscaba emociones más fuertes (y rockeras).
La temperatura del ambiente aumentó justo antes de que hiciera acto de aparición el primer grupo foráneo del día, The View. Los escoceses fueron perdiendo fuelle tras cada disco publicado desde su logrado debut, “Hats Off To The Buskers” (MSI Music, 2007), aunque en tierras gallegas demostraron lo contrario a base de brío y nervio. Aupados por una pequeña legión de seguidores, atacaron con valentía la parte más enérgica de su repertorio, protagonizada por “Same Jeans”, “Wasted Little DJ’s”, “5 Rebbecca’s” o “Grace”, hasta convertir el Monte do Gozo en una especie de pub británico gigantesco con música de fondo para ser canturreada a grito pelado y puño en alto. Un gesto que, ya sea relacionado con el pop-rock independiente o con el rock metalero, funciona como elemento de cohesión. Hecho que quedó confirmado al presenciar cómo movían al unísono sus brazos los acólitos de Sôber al compás de sus canciones, como celebrando en un incendiario aquelarre el retorno a la palestra de los madrileños el año pasado: ya se sabe que la familia que se desgañita unida, permanece unida.
Muchos aprovecharon ese momento de comunión colectiva para ir aclarando la garganta ante el peligro de dejarla hecha trizas por culpa del gran reclamo de la noche: The Offspring. En pleno el siglo XXI y 17 años después de alcanzar su cumbre creativa, “Smash” (Epitaph, 1994), se podrían decir muchas cosas sobre los californianos: que se les ha pasado el arroz, que no tienen nada novedoso que aportar, que dejen de vivir de las rentas tan descaradamente, etc, etc. La cuestión es que, según lo visto, las nuevas generaciones están recuperando su punk de radiofórmula, aunque no se sabe a ciencia cierta si sucede porque el estado actual de la corriente no les convence o porque así tienen una excusa para lucir las camisetas noventeras del grupo. Esta duda revoloteaba sobre las cabezas de los que sí habían vivido en sus carnes la eclosión de The Offspring hace tres lustros, durante la hormonalmente agitada época del instituto, pero en el momento en que retumbaron (con mal sonido) “Gotta Get Away”, “Come Out And Play” o “All I Want” las diferencias de edad no impidieron que la multitud las disfrutase por igual (aunque no del mismo modo: el pogo rompe-extremidades se reservó para la atrevida juventud). La atmósfera festiva continuó con las celebradas (y tarareadas) “Why Don’t You Get A Job?”, “Original Pankster”, “You’re Gonna Go Far, Kid” y, sobre todo, “Pretty Fly (For A White Guy)”. El punto culminante de la actuación llegó con la final “Self-Esteem”, cuando los adolescentes se desvivieron y los mayores casi, casi… Las obligatorias malas lenguas acusaron a Dexter Holland (que ya no está para demasiados trotes) y compañía de haber perpetrado un playback muy bien engrasado, pero si de lo que se trataba era de evocar durante una hora la efímera gloria del skater-punk sin caer en el patetismo más absoluto, el objetivo se había cumplido.
La sensación de recuperación histórica de esos instantes contextualizó la entrada en escena de los (realmente) legendarios Bad Manners. La formación británica lleva desde finales de los 70 dando guerra sin interrupción (aunque con sucesivos cambios en su alienación) con su ska-2 tone. Todo un milagro si se revisa la biografía de su líder, Buster Bloodvessel, skinhead de palabra y obra cuyo espíritu intentó trasladar a la audiencia. Sin embargo, su orondo físico y las consecuencias del paso de los años ofrecían imágenes descorazonadoras cuando pretendía seguir el ritmo de sus secuaces al son de incunables del género de la talla de “Can Can” o la elocuente “Lip Up Fatty”, en la que Buster sólo era capaz de frotar su enorme barriga y enseñar su larga lengua en un gesto muy suyo. Su voz tampoco se encontraba en las mejores condiciones y, a medida que iba transcurriendo el concierto, se iba enronqueciendo lastimosamente. Eso sí, aguantó lo justo para pasar por su característico filtro el “Can’t Take My Eyes Off You” de Frankie Valli & The Four Seasons y el “Woolly Bully” de Sam The Sham & Pharaohs. Inesperadas revisiones que funcionaron de banda sonora del proceso mental en el que decidir qué hacer ante la propuesta que iba a clausurar la primera tanda de actuaciones del festival: la de los inefables Muchachito Bombo Infierno. El dilema (de sencilla solución) era el siguiente: Muchachito o cama, Muchachito o cama, Muchachito o cama… Al final, lógicamente, ¡al catre!
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SÁBADO 10 DE SEPTIEMBRE
ESCENARIO 2. Habría que investigar las causas exactas, pero las segundas jornadas de los festivales suelen comenzar de manera singular, como si se estuvieran viviendo las secuelas de un insólito sueño… Aunque sabiendo de antemano que la programación sabatina era la más atrayente (en líneas generales) del festival, cuerpo y alma estaban preparados para desmenuzarla. Y en caso de que ambos aún se sintiesen perezosos, encontrarían un buen reconstituyente en el punk-pop fresco y soleado de los locales Novedades Carminha. Su nombre aún se encuadra en esa patochada denominada ‘Galicia bizarra’, pero lo que se traen entre manos es mucho más que mostrar la cara más tarada del underground galaico. Con sólo dos LPs en el mercado (“Te Vas Con Cualquiera” -2009- y “Jódete y Baila” -2011-), atesoran una buena ristra de pequeños hits que no sólo salen disparados como cohetes en sus vinilos, sino también en sus directos. En la ladera del Monte do Gozo no dejaron títere con cabeza entre ecos a los Ramones, al rock surfero de pura cepa y al rock patrio de los 80 (de ahí que Julián Hernández, que poco después actuaría con Siniestro Total, los acompañase para versionar uno de sus propios temas). Dieron fe de ello los jovenzuelos que se empujaron y se rebozaron en el suelo de la carpa al son espídico y compacto de “Pesetas”, “Jódete y Baila”, “No Uso Condón” (la cual Carlangas -voz y guitarra- dedicó a su padre, naturalmente) o las descacharrantes “Santiago Apóstol”, “Te Vas Con Cualquiera” y “Ensalada de Hostias”. El cierre estruendoso a tal derroche de energía certificaba que se había hallado al grupo revelación del Rock In Way Estrella Galicia.
En su momento, los vigueses The Blows también despertaron gran interés cuando debutaron con “Upskirts” (Pupilo Records, 2008) hace tres años, pero ahora parece que se han estancado relativamente en medio de esa evolución que les llevó a abordar sus nuevas composiciones en castellano. Esta circunstancia no supuso ser ningún lastre para su espectáculo, todo lo contrario, aunque se apreció que aún se están adaptando al nuevo sonido de su segundo álbum, “Ejército de Fantasmas” (Pupilo Records, 2011). De él presentaron la homónima “Ejército de Fantasmas”, “Mujeres Que Corren Con Los Lobos” o “Celebración”. No interpretaron la solicitada “Berlín”, pero el público recibió a cambio una de sus canciones más simbólicas: “Sin City Lies”. Dada la hora a la que se había llegado (cercana al intervalo para cenar), el hecho de pensar jocosamente que Tote King rima con Burger King provocó que el estómago empezase a rugir sin piedad… Era la ocasión ideal para llenar el buche y estar prestos y dispuestos para dejarse llevar después por los arrebatadores zarpazos sónicos de Delorean.
El caso de los vascos resulta semejante al de Triángulo de Amor por el riesgo de considerar sus conciertos idénticos entre sí. Otra soberana tontería cuando se (re)descubre una y otra vez el modo en que los de Zarautz convierten las excelencias de “Subiza” (Mashroom Pillow, 2010) en una cornucopia de sensaciones que reviven la edad de oro de la cultura dance (aquella que se mantuvo vigente desde mitad de los 80 a mitad de los 90). Lo refrendaron incrustando en el punto álgido de su show un significativo y descriptivo sample derivado del “Ride On Time” de Black Box. A su alrededor orbitaron las perlas ultra-bailables marca de la casa: “Stay Close”, “Endless Sunset”, “Real Love”, la abrumadora “Deli” y la mayestática “Seasun”. El set avanzó por los mismos derroteros que siguieron en el pasado Cultura Quente y su balance final fue, igualmente, sugerente y rompedor. Si se hubiese situado al trío sobre el escenario grande se habría incrementado el impacto de sus buenas vibraciones.
ESCENARIO 1. El hip-hop ‘made in Galiza’ del colectivo compostelano TeMazo musicaba la postal desértica del Monte do Gozo a eso de las 4:30 de la tarde. Tiempo para echar la siesta y no para escuchar en directo rap o cualquier otro estilo, como el de los argentinos Las Pelotas, que se vieron obligados a lidiar con el farragoso papel de ‘banda de relleno’. Con todo, contaban con varios fans compatriotas que, ataviados con las correspondientes banderas y camisetas de la albiceleste, intentaban apoyar el rock curtido y comprometido (con dedos levantados contra el sistema incluidos) del experimentado grupo. Otros viejos rockeros son Siniestro Total, que trasladaron al Rock In Way Estrella Galicia la conmemoración de sus 30 años de carrera. No obstante, habría que decirle al señor Julián Hernández que las bromas y gracias sobre políticos y papas que funcionaban en los 80 se quedaron totalmente desfasadas. Sólo sus seguidores más acérrimos y la muchachada que se ríe con cualquier cosa le seguían el juego. Para su alegría sonó (era previsible) “Bailaré Sobre Tu Tumba”.
A partir de aquí la cuestión se iba a poner ciertamente seria, más que nada porque era el turno de destapar el tarro de las esencias del sonido Manchester (que no ‘Madchester’) de The Charlatans. Su nombre fue de los últimos en confirmarse dentro del cartel del festival, pero salieron de él en cabeza. Lo más fácil para los mancunianos hubiera sido centrarse en su último disco (“Who We Touch” -Cooking Vinyl, 2010-) pero, para alegría de muchos (incluido un servidor), repasaron piezas míticas de casi toda su discografía. El inicio con “Forever” puso en situación para luego degustar la eufórica “Sproston Green”, “Weirdo” (y su epatante línea de órgano) y “Can’t Get Out Of Bed” con la voz de Tim Burgess en plena forma. Mención aparte mereció su estilismo de dudoso gusto, que combinaba una apariencia sui generis de bohemio parisino con una larga melena teñida de rubio. Tal desaguisado se le disculpó por reverdecer himnos alternativos como “One To Another”, “North Country Boy” y, por encima del resto, “The Only One I Know”. Juntos a ellos no desentonaron las recientes “The Misbegotten”, “Love Is Ending” o “Smash The System”. La satisfacción general se notaba en la cara de un Burgess que trataba de empatizar, a base de sonrisas y gestos amorosos, con el público. Y este se los devolvió con creces. Dulce colofón a un brillante concierto.
El tramo final del Rock In Way Estrella Galicia guardaba ciertos paralelismos con lo vivido el día anterior: por un lado, un par de lecciones de historia musical y, por otro, un desenlace festivo. Así, los primeros profesores en impartir su clase fueron The Specials, que conservan la formación primigenia de la banda (salvo Jerry Dammers) desde su fundación hace más de tres décadas. Un dato que no tuvo importancia al ver cómo Terry Hall, Lynval Golding, Sir Horace Panter y demás secuaces se movían y manejaban sus instrumentos con insolencia sobre las tablas santiaguesas. Efectivamente, están disfrutando de una tercera juventud, hecho que favorece a sus eternas joyas rocksteady: “Monkey Man”, “Gangsters” o la aplaudida “A Message To You, Rudy” se mostraron tan lozanas como cuando vieron la luz en su lejano debut, “The Specials” (2 Tone / Chrysalis, 1979).
El show coral de los británicos contrastó con el minimalismo de The Toy Dolls: el trío de Sunderland no necesita más que su guitarra eléctrica, su bajo y su batería para descargar toda su guasona adrenalina punk. La voz sexpistoliana del indescriptible Michael ‘Olga’ Algar aportaba la tensión necesaria a un set ejecutado a la vieja usanza (con riffs veloces y sus conocidas coreografías alborotadoras) en el que intercalaron alguna de sus célebres versiones, como la de “Nellie The Elephant”. Su punk ya no revoluciona nada, pero al menos agitó la fiesta multitudinaria.
Los que deseaban mantenerla en todo lo alto se las prometían muy felices con la posibilidad de botar al ritmo del bombo de << rinôçérôse >>. En teoría no era mala idea, aunque en la práctica a los franceses les salió un mazacote de electrónica sólo apto para excitar el interior de las tiendas Bershka y similares. Abusaron de las bases pregrabadas, tiraron demasiado de pasajes instrumentales y su vocalista ocasional entraba y salía del escenario rompiendo la dinámica de la actuación. Eso sí, empezaron bien, aplicando presión a los graves de “Cubicle” o “Le Guitaristic House Organisation”, pero enseguida se fueron desinflando hasta diluirse como las finas gotas de lluvia que desaparecían entre los golpes ondulantes del viento que invadió el Monte do Gozo. Por suerte para ellos (y para el resto), el amenazante aguacero no llegó a caer. Menos mal: así la primera edición del festival Rock In Way Estrella Galicia no se rememorará entre recuerdos húmedos… ¿O sí?