Así fue la actuación en plena forma de Robbie Williams en un O GOZO Festival 2023 en el que también brillaron Iván Ferreiro, Hombres G y Martin Garrix.
Un par de semanas antes de que Robbie Williams aterrizara en Santiago de Compostela para protagonizar el principal evento del O GOZO Festival, alguien me preguntó si tenía pensado acudir. Y respondí con un rotundo “¡claro!”. Aquel interrogante tan simple me llevó a una reflexión un poco más compleja sobre por qué otra persona, en función de mis propios gustos, dudaba de mi disposición a vivir una jornada en la que también actuarían Iván Ferreiro, Hombres G y Martin Garrix.
De acuerdo, reconozco que esos nombres no entran en los esquemas que mi educación musical ha formado en mi interior. Bueno, Robbie Williams puede que sí. Lo haría sin problema, de hecho. Y me puse a pensar de nuevo en profundidad. Esa vez, en el magnífico ensayo de Carl Wilson “Música de Mierda”, en el que se aborda el esnobismo aplicado al pop. He ahí la gran cuestión: los prejuicios. Está claro que nadie va a asistir a la fuerza a un concierto protagonizado por un grupo o solista que aborrece o que le produce indiferencia (o, en este caso, indieferencia). Pero, si de refilón, se tiene la oportunidad de escuchar en directo una parte que sí le interesa, hay que aprovecharla.
Tal como hice el sábado 8 de julio en el Monte do Gozo compostelano, día que ya ha pasado a los anales musicales de Galicia por la magia creada en un espacio que, a pesar de haber acogido varios acontecimientos relevantes, siguió aumentando su leyenda gracias a un británico llamado Robbie y apellidado Williams.
ATRAPADO POR EL BLUES DEL MAINSTREAM
La complicada tarea de abrir el gran día del O GOZO Festival recayó en Iván Ferreiro, alrededor del cual se produjo una situación curiosa: mientras en otros festivales es uno de los artistas más esperados y jaleados, aquí no lo fue tanto. Por momentos, incluso se veía como un elemento extraño. En los minutos previos y durante su intervención, en las filas delanteras del foso (convenientemente separadas de la grada general de un modo que haría fruncir el ceño a Marx y Engels) se hacían notar más los streamers, las instagramers y las pandas de amigos sacándose fotitos con el escenario al fondo que las canciones que interpretaba con sus conocidos ademanes el nigranés, centrado en presentar con su banda su último trabajo, “Trinchera Pop”.
El mismo Iván Ferreiro había avisado de que se lo iba a tomar con calma en comparación con lo que vendría después. Y así fue, en parte. Lo que no impidió que los grupúsculos de seguidores repartidos por un Monte do Gozo que se llenaba poco a poco disfrutaran de sus temas y cantasen todas sus letras. A medida que Iván y compañía desgranaban su repertorio con detalle, emoción, intensidad y energía, según lo que requiriera cada tramo, daba la sensación de que la atención del respetable en general se difuminaba… Excepto en dos momentos cumbre: “Años 80”, el hit de Los Piratas que no podía faltar y que se coreó a pleno pulmón; y “Turnedo”, que despertó a las almas que habían entrado en un estado de letargo.
Dada la trayectoria de Iván Ferreiro, su presencia en el O GOZO Festival no tenía nada que ver con confirmar su solvencia artística o cuestionar la idoneidad de incluirlo en la programación, sino que fue un refrendo de su estatus como figura central de la música (más o menos alternativa, como se desee enfocar) gallega y estatal, independientemente de que una buena porción de la audiencia no entendiese completamente a quien tenía delante.
Sí que el público comprendió quiénes eran Hombres G y a qué habían ido al O GOZO Festival. Se podía intuir que, de entrada, el perfil más veterano fuese el que más se regocijase y bailase con el grupo madrileño, aunque la sección más joven (y adolescente) también vibró, señal del impacto intergeneracional de Hombres G.
Quedó claro desde el arranque, cuando David Summers anunció que todo el mundo iba a pasárselo bien. Y el aviso se cumplió con creces. En ese punto, el Monte do Gozo ya estaba repleto de sonrisas y brazos en alto en continuo movimiento que reflejaban la euforia provocada por la ristra de clásicos que lanzaron Hombres G. No faltó ni uno: “No te Escaparás”, “El Ataque de las Chicas Cocodrilo”, “Visite Nuestro Bar”, “Marta Tiene un Marcapasos”, “Suéltate el Pelo”, “Un Par de Palabras”… tocados a ritmo de ska, un poco de rock y mucho de pop con polvos picapica.
Teniendo en cuenta que Hombres G se encuentran en plena celebración de sus 40 años de vida profesional, resultó llamativo su notable estado de forma en directo, aunque no tanto su efecto en el público, totalmente entregado y rendido a los pies de una banda a veces denostada pero que penetró en el imaginario colectivo español (e hispano) a base de canciones contagiosas. De hecho, hubo instantes en los que parecía que muchos se olvidaban de que el cabeza de cartel era Robbie Williams…
Sin duda, Hombres G no han perdido tirón. Bastó con ver cómo cerraron su concierto con una triada que ablandó los corazones (“Temblando”), sacó el lado más juerguista de la audiencia (“Venezia”) y trajo al 2023 recuerdos de juventud en un viaje en el tiempo chispeante (“Devuélveme a mi Chica”). Como dijo una mujer que estaba cerca de mí a una de sus amigas, “imagínate que eres la de hace 30 años”. Justamente eso fue lo que lograron Hombres G en un acto de rejuvenecimiento, como mínimo, divertido.
En el caso de Robbie Williams, esa travesía temporal se acotó a los últimos 25 años, desde que en 1997 debutara en solitario con el disco “Life Thru A Lens”. La actual gira con la que pasó por Santiago festeja esas dos décadas y media de triunfos, fracasos, idas y venidas después de abandonar Take That, con lo que no debería haber extrañado que hubiera planteado el concierto como una especie de repaso autobiográfico. Hubo quien, al no esperarse ese formato, mostró cierto descontento, aunque realmente fue una de sus mejores bazas. Sobre todo, al saber que a Robbie, un enorme entertainer, le encanta conectar con el público intercambiando conversaciones y bromas.
Con todo, el inicio de su SHOW (así, en mayúsculas) fue, por decirlo de alguna manera, convencional. Secundado por una sólida big band y unas bailarinas y coristas espectaculares, Robbie -ataviado con chaleco de lentejuelas y pantalón dorados- empezó a sudar la gota gorda vaciándose en “Hey Wow Yeah Yeah”, “Let Me Entertain You” y “Land Of 1000 Dances”. Tan fulgurante fue su salida que casi se quedó sin resuello… No por la edad, sino por las secuelas del covid persistente, según sus palabras. A partir de ahí, al dicharachero Robbie se le calentó la lengua, y no solo para cantar. Comenzaba lo que se podría denominar Robbie Williams y Take That, el musical.
ÉRASE UNA VEZ UN CULO
Robbie Williams demostró que le sobra sentido del humor y que sabe reírse de sí mismo. Solo así se entiende que, con la excusa de relatar sus aventuras y desventuras en Take That, montara un monólogo graciosísimo (con ayuda de un espectador al que dio algunas lecciones sobre su pasado artístico) que abrió con su culo. Literalmente.
Por las pantallas del escenario se vio el primer videoclip de Take That, el de “Do What U Like”, y Robbie lo paró en el segundo exacto para observar en todo su esplendor su bello trasero de efebo a punto de adquirir fama mundial. Las carcajadas estaban aseguradas, incluso cuando recordó sus correrías con el alcohol, las drogas y el sexo que desembocaron en su despido -contado con mucho cachondeo- de la boy (para él, bastante gay) band. Luego saltó al revelador encuentro con Liam y Noel Gallagher que cambió su futuro artístico y, por eso, interpretó una apoteósica versión de “Dont’ Look Back In Anger” de Oasis. Para terminar esta fase, Robbie recuperó una eléctrica “The Flood” como último recuerdo de Take That. Y el SHOW continuó.
A pesar de que horas después del concierto declaró que sus piernas no habían respondido como a él le hubiera gustado, Robbie Williams exhibió una formidable agilidad, reflejo de esa vida plena (con esposa y cuatro hijos) de la que disfruta desde hace tiempo y que plasmó en “Love My Life”. Podía dar la impresión de que Robbie se pasaba de sensiblero y empalagoso, pero sus arrebatos confesionales insertados en una terapia compartida con la multitud que abarrotaba el Monte do Gozo encajaban de maravilla con el desarrollo del directo. Quizá algunas y algunos hubieran preferido más canciones y menos oraciones… Para satisfacerlos, Robbie ofreció una mayestática “Feel”, “Kids” (acompañado brillantemente por una de las coristas) y “Rock DJ”, todo un estallido de júbilo.
Se apreciaba que toda la trama estaba guionizada, pero Robbie la ejecutaba con tal naturalidad que enganchaba a cada uno de los asistentes sin perder un ápice de emotividad. En este sentido, el punto culminante se alcanzó cuando, ya en el bis y después de regalar “No Regrets”, se escucharon los dos temas más esperados. Eso sí, antes de cantarlos, Robbie preparó el ambiente adecuadamente. Primero, apoyándose en una sorprendida fan (¿colocada ad hoc? Porque tenía acento británico y una camiseta del Manchester United puesta…) para desnudar todo el romántico sentimentalismo de “She’s The One”. Y, a renglón seguido, pidiendo que el auditorio encendiese las linternas de sus móviles durante “Angels”, el remate perfecto que hizo brotar varias lágrimas.
A Robbie también estuvo a punto de salirle alguna cuando dijo adiós fijándose en el aspecto del Monte do Gozo mientras rebotaba su nombre de arriba abajo y de un costado a otro. No era para menos: casi 30.000 personas le estaban profesando su admiración y su agradecimiento. Un gesto que Robbie acogió con la tranquila alegría de un hombre (con el culo curtido) que sigue siendo travieso y descarado pero que se siente mejor que nunca, que no se guarda ningún reproche y que no mira hacia atrás con ira.
DAME EDM QUE NO QUIERO DORMIR
Mientras el gentío aguardaba pacientemente en las largas colas para acceder a los WCs y obtener alguna vianda que apaciguase el hambre, Brian Cross y JP Candela inauguraron a los platos la hora Midnight destinada a las aves nocturnas que habían peregrinado al Monte do Gozo para adorar a Martin Garrix.
El rey EDMidas neerlandés tenía ganada la partida de antemano por su posición de privilegio dentro del universo dance contemporáneo, pero no pudo evitar actuar como un dj tribunero. Es decir: no solo dio lo que demandaba su parroquia, sino que se despachó a gusto con movimientos de cara a la galería y con temas facilones con los que asegurarse salir a hombros hacia la plaza del Obradoiro. Por ejemplo, con unas remezclas de Coldplay, Lewis Capaldi, Adele o The Weeknd por aquí, con unos cuantos tracks de bombo generoso y sintes potentes y cortantes por allá…
Subidón
Más subidón
Drop
Garrix solo hizo un par de concesiones con unos remixes de “One More Time” de Daft Punk y “Funkytown” de Lipps Inc., porque lo que buscaba era que el Monte do Gozo temblara de principio a fin al tiempo que el frontal del escenario escupía lenguas de fuego y unos asombrosos juegos visuales y lumínicos multiplicaban el efecto de sus mezclas.
Subidón
Subidón
La sesión de Martin Garrix avanzó en constante ascenso manejada con la rapidez y la pericia necesarias para que miles de personas se quedaran frente a él y apuraran la madrugada a pesar del cansancio acumulado.
Silencio
El Monte do Gozo se quedó sin música y las luces se apagaron tras diez horas de fiesta non stop cortesía del O GOZO Festival, que se prolongará con más conciertos internacionales durante los meses que restan de 2023. Pero su capítulo más importante ya es historia. [Más información en la web de Robbie Williams y en la de O GOZO Festival]