Rihanna no piensa pedir disculpas. Ni por sus looks de prostituta tailandesa trasnochada; ni por ese corte de pelo horroroso a lo Skrillex que se ha hecho ahora (de verdad, ¿¿qué está pasando??); ni por agotarnos con un disco al año, un single cada dos meses y una gira cada quince lunas llenas; ni por su sempiterna presencia en la prensa ya sea de fiesta, en alguna portada, cagando o bajando al perro; ni por llevar esa vida que lleva de hiphopera bien que se pone cremas de quinientos euros; ni por hacer una portada que nos recuerda más de lo desable a la del «Papito» de Miguel Bosé; ni por volver con Chris Brown (el hombre que le dio zapatilla, pero no de la musical) ni mucho menos por hacer un dueto con él en su nuevo disco. Porque, al final todo esto, como bien dicen ellos dos en la mejor canción de «Unapologetic» (Def Jam, 2012) es «Nobody´s Business«. Y Riri lleva años defendiendo que «este chocho es mío y se lo folla quien yo quiero«. Y no pasa nada.
Pero alguien debería advertirle a Rihanna que, como dice mi madre, «quien mucho abarca poco aprieta«. Aprovechar el tirón está muy bien y ella es joven, está en forma y el engranaje «Rihannil«, que lleva años echando humo, debe de ser como los fluorescentes: que cuesta menos mantenerlo encendidos que apagarlos y volver a encenderlo. Pero nosotros estamos agotados. Ya no podemos más, los discos de Rihanna han acabado siendo como las cenas familiares: que sabes que tocan por Navidad. Y no sólo eso, sino que en su afán por querer abarcarlo todo, por querer darle a todos los palos y ser la diva pop definitiva, lleva tres años entregando una cantidad de morralla variada que empieza a hacer que sus discos sean indiscernibles entre sí y los géneros jueguen a la petanca unos con otros. «Unapologetic» adolece más que ninguno de esto: en él hay EDM, dancehall, tralla ibicenca, r´n´b noventero, música negra, música comercial y algún sample de Michael Jackson. En él participan David Guetta, Eminem, Chase & Status, Kanye West, Stargate y un sinfín de productores, escritores y gente que pasaba por ahí. Lo que confirma que Rihanna no hace discos: hace paellas.
Guetta firma el opening «Phresh Out The Runway«, donde quiere ir de urban pero que acaba siendo tralla ibicenca como «Right Now» -o sea: la misma mierda de siempre-; y su presencia en este álbum, aunque es la evolución lógica después de colaborar con Calvin Harris (que es el Guetta indie) en «Talk That Talk» (Def Jam, 2011) es molesta porque no aporta nada, ni a una ni a otro. Rihanna puede querer ser comercial, pero no le hace falta ser tan garrula. Porque el disco tiene momentos brillantes y que mantienen bien ese rollo de chica mala que lleva años enarbolando («Numb«, «Power Up«), las letras de algunas canciones mantienen cierta coherencia entre sí y el rollo de «no pedir disculpas», incluso tiene momentos de auto homenaje resultones (esa «No Love Allowed» que recuerda mucho y bien a «Man Down«), es más, ¡qué digo!, este disco tiene «Diamonds«, que es la mejor canción que Rihanna podría entregar: catchy, elegante y simple, pero el jaleo de estilos y el tracklist son tan demenciales que cuando llevas ocho temas (y el disco tiene un total de catorce) ya no sabes si vas o vienes. Como muestra: enlazar la garrulada de «Right Now» con «What Now«, la típica balada de piano con toques AOR. Otra más: los siete minutos de «Love Without Tragedy / Mother Mary«, que son estupendos hasta que se pone intensa e intenta hacer su propia «Pyramids» (la faraónica canción de Frank Ocean) y consigue que todo se vaya al traste.
Pero ni siquiera esta intensidad y estas ganas de hacer algo digamos, con emoción, hace que desaparezca la sensación general de que este disco está hecho con el piloto automático. Y eso da rabia, porque esa sensación se vuelve irritante al escuchar la elegancia y efectividad de «Nobody´s Business«, donde Riri y Chris Brown retozan y se magrean a base de bien como si nadie les mirara (aunque la canción gira entorno precisamente a eso, a cómo la gente juzga y valora asuntos ajenos) y que suena a canción hecha con ganas y sin mucho esfuerzo. Si los tiros hubieran ido por ahí en lugar de optar por querer aparcar en el párquing del polígono, la de Barbados podría hacerse con una identidad con la que se podría sentir más cómoda y entregar su mejor disco. Pero, a estas alturas, está claro que ese será el «Greatest Hits«… El resto: sobras.