“La pasión es dañina si es excesiva, como lo es la mayor parte del tiempo.”
Amanece, los gritos de la casa retumban a modo de banda sonora. Lágrimas de una madre absorbida, que no puede hacer otra cosa que perdonar. En «Respire«, Mélanie Laurent despliega su ojo fílmico permitiéndonos palpar una simbiosis parasitaria que podríamos considerar hereditaria. Una obsesión irrespirable transmitida de madre a hija que, en el caso de la segunda, irá acompañada del asma, de unos pálpitos in crescendo que consiguen que incluso el espectador necesite un broncodilatador.
Éste es un retrato aterrador y sutil de una adolescente torturada, manipulada y cegada por la necesidad auto y heteroimpuesta de compartirlo todo: confidencias, fiestas, cigarrillos… con una alumna exótica, todopoderosa, magnética, impulsiva y altiva por la que la protagonista siente admiración y fascinación. Una atracción que no tarda en transformarse en una especie de pasión dañina e incontrolable para Charlie (la atormentada protagonista interpretada por Joséphine Japy), a la que no puede renunciar sin convertirse en una carcasa vacía, jadeante, corroída, a la deriva.
En el segundo largometraje de Laurent como directora, la luz juega un papel crucial atravesando e invadiendo a Charlie del mismo modo que lo hace la persona deseada:
– desde la alegría inicial, cuando el sol incide de forma cálida, iluminando el sentimiento de que su entusiasmo es compartido y validado.
-hasta llegar a la frialdad agarrotada del rechazo, de un corazón estrujado que impide su felicidad si aquellos ojos no se sumergen en los suyos.
La complicidad no es eterna y su impecable amistad se quiebra de forma violenta, victimizando a la culpable (Sarah, interpretada por Lou de Laâge). Ella es una sociópata especialista en chupar la savia de sus allegados valiéndose de unos tentáculos que, en un principio, se entrelazan de forma afable, para posteriormente abandonar el cuerpo hueco y seco en busca de otro nuevo y sano antes de que sea tarde.
Es esencial la escena en la que el hilo de unión entre los personajes principales comienza a resquebrajarse: Charlie se funde con el azul del mar, gélida y distante, tras comprobar la cruda delicadeza de la que se sirve su admirada nueva mejor amiga para lograr sus propósitos asfixiándola y pisoteándola.
Yo también me fundí con ella, con su necesidad de sentir aire puro en sus pulmones, el agua y la arena bullendo bajo sus pies, mientras escogía forzosamente la soledad. Para su desgracia, la única persona que consideraba digna de mimetizarse con ella exhibía amabilidad, apuñalaba y buscaba el perdón en un círculo vicioso, que poco a poco minaba la tímida coraza de Charlie dejando únicamente cenizas devastadas.
Cuando, finalmente (después de casi una hora de película), conocemos con el afán de un voyeur el hogar de Sarah, nos percatamos de que las cárceles pueden tener colores y sabores antagónicos, dando lugar a personas y personalidades que en este caso comparten órbita pero no semillas ni modos de supervivencia.
(crecimiento abisal de los sentimientos
contacto recubrimiento éxtasis apego
dos lirios de agua, dos alientos compartidos
-respira/d)
(Podéis ver Respire en My French Film Festival, organizado por Filmin, hasta el 16 de febrero)