¿Qué ha ocurrido en los últimos años para que ya nadie odie el raggaetón? A continuación va una pequeña gran reflexión al respecto.
Cuando pienso en reggaetón, automáticamente me acuerdo de mi profesora de música del colegio. Recién se acababa de estrenar el año 2005 -yo tendría once años- y mi equipaje musical se componía de lo que sonaba en mi casa o durante los largos viajes en coche. Mi madre, Queen, Sex Pistols y Michael Jackson. Mi padre, Los Chunguitos, Los Chichos y Manolo Escobar. Así que, cuando la profesora de música nos encargó hacer un trabajo sobre algún género musical, yo lo tenía claro: rock o rumba. Sin embargo, no fue así. Resulta que el trabajo tenía que hacerse por parejas. Mi mejor amigo no había ido a clase aquel día, y el resto de niños se agrupó rápidamente con sus respectivas duplas. No me quedó más remedio que hacer pareja con José, un chaval que, la verdad, no me caía muy bien.
José no tenían ningún tipo de interés en el rock o en la rumba. Él estaba flipando todavía con la »Gasolina» de Daddy Yankee, que había salido el año anterior. Como José pasaba del resto de géneros musicales, la profesora oficializó que nuestro trabajo versaría sobre reggaetón. Yo lo aborrecía o, lo que es lo mismo, no alcanzaba a entenderlo… Aunque, en serio, ¿acaso hay que entender algo para disfrutarlo?
Sin embargo, ahora lo entiendo o lo disfruto. Lo hago, eso sí, desde la nostalgia. Como a tanta gente de mi generación que odiábamos el reggaetón en su momento, me ha tocado sucumbir a la morriña del primer Daddy Yankee o el primer Don Omar. Incluso Tego Calderón sonando en el NBA Live 06. Pero también me ha tocado flipar con J Balvin y sus contemporáneos. Lo que me obliga a preguntar: ¿por qué hemos pasado de odiar el reggaetón a que este se convierta en el género musical más escuchado en el mundo entero? La respuesta tampoco es demasiado compleja: porque se ha convertido en el nuevo pop, en la cara sonora del zeitgeist de nuestra cultura popular. Y también porque, imperialismos a parte, es el mayor conductor que ha tenido nuestro idioma.
Hasta hace relativamente poco, si un artista hispanohablante quería ganarse su hueco en el mundo de la música a nivel masivo, tenía que rendirse a la todopoderosa presencia del inglés. Ahora, esas barreras se han roto: el mismo año en el que Donald Trump comenzó a gobernar en Estados Unidos, »Despacito» se convirtió en la canción más escuchada en dicho país. Algo, en principio, incoherente, si tenemos en cuenta el discurso anti-latino suscrito por Trump (y por definición, también por sus votantes). A partir de ahí, el consumo global de reggaetón no ha hecho más que crecer exponencialmente, convirtiéndose en el género que domina la industria.
Y, junto a él, también han crecido exponencialmente los estudiantes de español o las academias dedicadas a la enseñanza de nuestro idioma. Solo hay que visitar ciertas partes del mundo -justo donde el reggaetón ha calado entre su población- para darnos cuenta: el español suena en las radios, en los bares, en la televisión, en las conversaciones cotidianas, en el argot. Los hispanohablantes, desde hace ya varios años, hemos adaptado a nuestro argot expresiones anglosajonas. Ahí tenemos ejemplos como »cool», »swag», »fresh» y un largo etcétera. Pero ahora, sin embargo, son los anglosajones los que acogen términos latinos. No es difícil escuchar a algunos decir »papi», »qué onda» o »wey». Por supuesto, esto no es mérito único del reggaetón, sino también de las comunidades de hispanohablantes en el extranjero.
Como declaró el propio J Balvin cuando alcanzó la posición de artista más escuchado en Spotify: »Esto es más grande que J Balvin. Es un movimiento y es en español. Estamos demostrando que los latinos tenemos el poder de conectarnos con audiencias a nivel mundial sin tener que dejar atrás nuestra identidad. Esto es un logro para toda la comunidad latina». De todas formas, esperemos que la invasión del reggaetón en los países de lengua no-hispana solo haya sido el comienzo, y que el resto de nuestro rico folklore musical (el vallenato, el flamenco, la cumbia, la salsa, el tango y así hasta el infinito) también consiga traspasar la frontera del idioma.
Porque, como dice José (Balvin, no mi antiguo compañero de clase), esto es un logro para toda la comunidad latina, pero también para su lengua. La lengua es la memoria del pueblo. En ella y en todas sus variantes, se refleja nuestra historia y se revela el camino oculto que hemos tenido que recorrer para llegar a hablar como hablamos hoy.