«Quiero Ser Monja» es un programa protagonizado por cinco chicas que aspiran a ser religiosas… Pero, un momento, ¿quiénes son estas locas?
Ayer domingo 10 de abril daba comienzo «Quiero Ser Monja» en Cuatro… Tampoco es que pillara por sorpresa a nadie: conocedores del target objetivo de este nuevo programa, los del canal se dedicaron a promocionarlo como si no hubiera un mañana durante la última temporada de «Un Príncipe Para Tres Princesas«. Y la cosa, evidentemente, funcionó: si no lo hubieran hecho así, la mayor parte de espectadores habrían huido despavoridos al temer encontrarse con una especie de panfleto sectario pagado por algún colegio religioso con evidentes planes de dominación mundial.
Por el contrario, lo que muchos esperábamos encontrar era una especie de «Palabra de Gitano» pero protagonizado por un grupo de niñas con ideas confusas explorando la vía religiosa… Bueno, vale, lo reconozco: lo que yo esperaba particularmente era más bien una especie de «¿Quién Quiere Casarse Con Mi Hijo?» en el que los encargados del montaje no tuvieran miedo a ensañarse con el grupo de (evidentes) perturbadas que se han prestado a este experimento televisivo destinado a buscar las audiencias morbosas.
Pues bueno, ni para unos ni para otros. El primer episodio de «Quiero Ser Monja» tiene en común con «Palabra de Gitano» el respeto con el que los responsables del reality se acercan al material que tocan: en el primer caso, para no cabrear a los gitanos (digo yo); en este, para no putear a la Iglesia (que, mira, si te lo paras a pensar, es un peor enemigo que un gitano cabreado). Pero del montaje de «¿Quién Quiere Casarse Con Mi Hijo?» no hay ni rastro. Una pena.
Porque, la verdad, el punto de partida de «Quiero Ser Monja» es tan psicotrónico que bien daría para una buena ración de choteos. Ya no sólo por el choque entre las cinco aspirantes a monjas y las religiosas que tienen que enseñarles el camino de la fe (aunque algunas de ellas ya parecen bastante convencidas), sino sobre todo porque el mundo monjil es muy pero que muy fuerte. Ahí quedan las dos mentoras de las niñas: la madre superiora del primer convento en el que recalan en su aventura de seis semanas que las llevará por diferentes lugares, que todavía no ha entendido de qué va este tinglado; y la formadora de novicias, que es ultra chunga porque va de lista y piensa que esta es su oportunidad para convertirse en la Sor Citroen del siglo 21.
Sea como sea, hay que reconocer que «Quiero Ser Monja» engancha. Sí. Lo hace. ¿Que engancharía mucho más si fuera un poco más «Entre Tinieblas» de Almodóvar y nos encontráramos una madre superiora farlopera, una monja que toma LSD #tolrato o a Chus Lampreave haciendo de Sor Rata de Callón? Pues sí. También es cierto que el programa mejoraría mucho. Pero mejor será no formarse un juicio anticipado: el primer capítulo ha mostrado mucho potencial, sobre todo por las cinco aspirantes a monja. Estas vienen a probar que el fanatismo religioso entre las chicas jóvenes es como cualquier otro tipo de fanatismo, ya sea el manga o Justin Bieber: es una forma de canalizar una energía sexual que confunde y con la que no sabes qué hacer.
Eso, sin embargo, es mi opinión. Que, por si no te has dado cuenta, es absolutamente gratuita, personal e intransferible. Que cada uno haga con ella lo que le dé la gana mientras conocemos (por orden alfabético) a las cinco aspirantes a religiosa que van a protagonizar «Quiero Ser Monja«. [Más información en la web de «Quiero Ser Monja»]
FERNANDA, «LA CHUNGA». Lo de Fernanda es bastante difícil de entender: ella misma dice que es una chunga de cuidado, hace con sus padres lo que le sale del chocho, se va de fiesta como si no hubiera un mañana, le encantan los hombres más que comer con las manos… ¿Qué hace entonces en este programa? Ni idea. Porque lo peor de todo es que, desde el minuto cero en el que Fernanda aterriza en el grupo de aspirantes, se convierte en más papista que el papa. Esta auxiliar de enfermería de Mallorca es como la típica loca del coñete que se te sienta al lado en una fiesta y no tardas ni tres segundos en huir al país de al lado. Por si acaso. Sus compañeras dicen que es tan religiosa que no debería estar entre ellas, sino que directamente debería ser monja. Yo digo que debería estar en un puto manicomio, porque tiene pinta de pillar una virgen y macharle la cabeza a sus «competidoras» aprovechando el silencio del sueño nocturno. En serio. Da miedo.
JANET, «LA GUAPA DE LA CLASE». Otra que no se entiende mucho cómo ha ido a parar al programa: dice que lo que le gusta es abrazar árboles y otras cosas que sólo se explican cuando su madre (que también es la que parió a otra aspirante de nombre Jaqui) entra en escena y explica que se dedica a curar con piedras. Que si le duele en el brazo, pues se pone una piedra y tan pichi. Así las cosas, no extraña que esta administrativa de Barcelona haya acabado confundiendo el tocino con la velocidad y se haya presentado a «Quiero Ser Monja» cuando debería estar opositando más bien para «Mujeres y Monjas y Viciversa«. ¿O acaso no es de flipar el tamaño de su maleta al entrar en el convento? ¿Qué se pensaba? ¿Que iba a hacerse religiosa o a patearse España entera junto a los ganadores de la versión española de «God Talent» (lo sé, es una broma jodidamente mala?
JAQUI, «LA RARA». Primero, una puntualización: el nombre de Jaqui se lee como Jackie, pero se escribe tal que así. Culpad a los estragos de la series tipo «Dallas» en la sociedad española. Sea como sea, ese es uno de los múltiples motivos que deben explicar esa cara de loca perturbada perpetua que tiene… Bueno, eso y lo de su madre, que ya ha quedado suficientemente clarito al hablar de su hermana Janet. A lo que hay que sumar, además, que la piel de Jaqui no le hace ningún favor y que obliga a pensar inmediatamente en una infancia marcada a fuego por bulling de todo tipo. Ese mismo tipo de bulling que acaba jodiéndote la cabeza hasta que te decides presentar a un programa como «Quiero Ser Monja» siguiendo a tu hermana sin darte cuenta de que cada vez que alguien te pregunte «¿pero sois hermanas?» significa más bien «¿cómo puede ser que ella sea tan guapa y tú seas la hija de Gollum?«.
JULEYSI, «LA DRAMAS». Juro y perjuro que lo que voy a decir a continuación no tiene nada que ver con el hecho de que Juleysi se ajuste a la perfección al típico cliché físico sudamericano, pero es que esta cría parece salida de un puñetero culebrón venezolano. Desde el primer momento, Juleysi pone sobre la mesa un drama que ríete tú de «Agujetas de Color de Rosa»: está enamoradísima de un chico (que ya se ha ganado las puertas del Cielo por mucho que diga que él no es de rezar ni nada de eso) y, por lo tanto, se siente desgarrada entre la llamada de la fe… y la llamada del pene de su novio, claro. La pobre chica se pasa un 70% del primer episodio llorando, y tiene toda la pinta que, en el momento en el que se le gaste este drama, va a buscar cualquier otro para poder seguir viviendo su vida loca. Pero muy loca.
PALOMA, «LA ROMÁNTICA». Vaya por delante que todo lo que voy a decir a continuación al primero al que le duele es precisamente a mi. Porque, al fin y al cabo, Paloma es la única que me cae bien de verdad. Me la creo. De verdad que sí. Pero aquí pasa una cosa: de todas las aspirantes, es la única que dice abrazar a tope los votos monjiles, especialmente el de castidad. De hecho, habla de Dios como la típica fan-fatal de One Direction habla de esos niñatos: con un amor romántico que no tiene los pies en el suelo #paranada. ¿Dónde está la vuelta de tuerca? En que, cuando Paloma dice que Dios es el único hombre que va a haber en su vida, lo primero que pensamos desalmados como yo es precisamente que renunciar a los chicos es fácil cuando lo que te gusta a ti es el pescado. Venga, voy a decirlo en voz alta: ¿existe algo más parecido a una pescadería que un convento? Pues eso.