La novela gráfica «Matar a mi Madre» se acaba de publicar en nuestro país… Y si no sabes quién es Jules Feiffer, necesitas conocerlo urgentemente.
¿Alguna vez te ha ocurrido eso de toparte con una faja de libro o cómic en la que se señala al artista como un imprescindible de la historia del medio y que, sin embargo, a ti te suena menos que un escritor de segunda de ciencia ficción medieval (o, qué sé yo, el género que sea tu talón de Aquiles)? A mi me ocurrió hace bien poco en la contraportada de «Matar a mi Madre» (cómic publicado en nuestro país por Sapristi, nueva división comiquera de Roca que ya ha dejado caer un par de bombas de neutrinos muy pero que muy a tener en cuenta para los fans de la aventura gráfica que se salga de la norma). Allá, Stan Lee afirma lo siguiente: «El multitalentoso Jules Feiffer lo ha logrado. Ganador del Premio Pulitzer, de un Oscar de la Academia y de muchos otros premios, nos sorprende ahora con esta espectacular novela gráfica. ¡Nadie escribe como Jules!»
¿El Pulitzer? ¿Un Oscar? ¿Y yo no tengo ni repajolera idea de quién es? Más allá de replantearme mi (justita) labor como periodista (de mierda), inmediatamente saltó a mi cabeza la pregunta: ¿quién (carajo) es Jules Feiffer? Si para Stan Lee, Art Spiegelman y Chris Ware (otros que dicen bondades de él en la contraportada) es un básico de la cultura moderna, tendré que esforzarme por ponerlo en su sitio dentro de mi propio sistema de referencias. Y, como soy partidario de aquello del «sharing is caring«, aquí os dejo mi proceso de investigación por si vosotros también os habéis preguntado quién carajo es Jules Feiffer.
EL CÓMIC. Vaya por delante que el Sr. Feiffer nació en el año 1929 y que, por lo tanto, ha tenido 88 añazos de su vida para ganar un Pulitzer, un Oscar y lo que le dé la real gana. Otro dato biográfico a tener en cuenta en la carrera de este artista es que nació y creció en el Bronx (Nueva York), lo que le puso en contacto con un mundo popular rayano al lúmpen que después tendría mucha importancia en su producción artística. Desde muy pequeño, Feiffer mostró una pasión por los cómics desmedida, desde «The Crimson Avenger» hasta «Wash Tubbs» o «The Green Hornet«, pero él mismo ha confesado en múltiples ocasiones que lo suyo no era normal: mientras sus colegas comentaban las tramas o el dibujo, él estaba obsesionado con la composición de página o con el lenguaje de onomatopeyas inherente al cómic. Su futuro ya estaba escrito en las estrellas.
Y aquí llega ese dato que lo cambia todo: a los 16 años, Jules Feiffer empezó a trabajar como asistente de ni más ni menos que Will Eisner. En sus inicios, parecía claro que Feiffer dominaba mucho más el guión y los diálogos que el dibujo, así que eso fue lo que Eisner intentó potenciar dentro de «The Spirit«. Pero, poco a poco, Feiffer empezó a crecer como artista y no tardó en tener su espacio propio dentro de la cabecera en la que trabajaba, así que aprovechó para crear una nueva serie, «Clifford«, que acabaría publicándose en un total de seis periódicos (lo que no está nada mal para un principiante por mucho que estuviera apadrinado por Will Eisner). La voz de Feiffer, de hecho, parecía más que cómoda en este formato de tiras periódicas para diarios y, de hecho, no tardaría en establecer una duradera relación con The Village Voice, donde sus tiras (primero tituladas «Sick Sick Sick«, luego «Feiffer’s Fables» y, finalmente, «Feiffer«) se distribuirían hacia otros periódicos… Y, donde, muchos años más tarde, recibiría el Premio Pulitzer al compendio de su labor editorial. Sí, Feiffer y The Village Voice, love forever.
El autor también trabajó para otras cabeceras (de nombres tan sugerentes como The New Yorker, Esquire o Playboy) e incluso se le puede atribuir la autoría de una de las primeras novelas gráficas en la historia del medio: «Tantrum«. Pero ahí está el «truco», el motivo por el que Feiffer ha permanecido invisible a muchos de nuestros ojos: su labor se ha centrado, básicamente, en un formato como la tira o la página periódica, tan poco exportable fuera del contexto yanki (ya no sólo por el hecho de que muchas veces se necesita un conocimiento profundo de la coyuntura socio-política en la que se crea, sino también porque en el viejo continente la tradición de este arte es mucho menor). Y, por mucho que en Fantagraphics lo adoren y nunca dejen de re-editar su «Feiffer: Collected Works«, a veces se necesita un puñetazo sobre la mesa mucho más sonoro para que te escuchen en Europa.
Feiffer por fin ha dado su puñetazo sobre la mesa en forma de novela gráfica.
Pero no adelantemos acontecimientos.
MÁS ALLÁ DEL CÓMIC. Ahora que ya se ha despejado la incógnita del Pulitzer (aunque, ojito, porque si te da por tirar de esta madeja, encontrarás que este autor se ha llevado otros galardones tan importantes como el Obie o un reconocimiento a la carrera por parte de la National Cartoonist Society), vamos a por el otro gran misterio: el Oscar. Y es que, al fin y al cabo, más allá de su labor como autor de tiras cómicas, Feiffer siempre intentó trasladar su pasión a otro tipo de artes escénicas. El teatro es donde, probablemente, se haya mostrado más prolífico, con obras memorables como «Little Murders«, «The White House Murder Case«, «Grown Ups» o «Knock Knock«. Y, aunque en cine colaboró con algunos grandes como Robert Altman (en su versión de «Popeye» con Robin Williams como el mítico marinero) o Alain Resnais (en «Quiero ir a Casa«, protagonizada por Gérard Depardieu), el Oscar le llegaría por una vía que algunos considerarán menor pero que muchos sabemos que puede ser tan gigantesca como las categorías habituales: en 1961, Feiffer ganaba el Oscar por su corto «Munro«.
Más todavía: además de teatro y cine, Jules Feiffer también se ha atrevido con la novela, campo en el que dejó su huella con dos títulos nada desdeñables como «Harry The Rat with Women» y «Ackroyd«. Como era de esperar, la literatura infantil también entró finalmente en la vida de Feiffer con tomos como «Henry, The Dog with No Tail«, «A Room with a Zoo» o «The Daddy Mountain«, e incluso se unió con la Disney en esta pasión por los más pequeños para convertir el libro «The Man in the Ceiling» (de Andrew Lipp) en un musical. Ha ilustrado libros como «The Phantom Tollbooth» o «The Odious Ogre» y, en otro orden de cosas, también le dio caña a la no ficción con «The Great Comic Book Heroes«, algo que nos parece la mar de habitual en esta era Taschen que nos ha tocado vivir pero que no era tan normal cuando Feiffer se atrevió con ello, en el lejano 1965.
MATAR A MI MADRE. Y llegamos a lo que nos interesa: este «Matar a mi Madre» con el que Feiffer ha cambiado las reglas. Sus propias reglas. Es esta una de esas benditas ocasiones en las que puedes permitirte el lujo de abordar la obra de un autor clásico e imprescindible dejando tu cabeza en forma de tabula rasa, empezando de cero, sin la necesidad de pensar en el lugar que lo que tienes entre las manos ocupa dentro del corpus artístico de su autor. «Matar a mi Madre» puede disfrutarse sin saber quién es Jules Feiffer y, de hecho, me aventuraría a decir que tanto da si sabes quién es su autor o no: el nivel de gozo que contienen sus páginas es igual (y tremendo) para todo el mundo.
Lo primero que llama la atención es el dibujo. A primer vistazo, uno debería darle la razón a Eisner cuando decía que el fuerte de Feiffer eran las palabras y no los trazos… pero lo cierto es que, poco a poco, todo cobra sentido: como una especie de Bill Plympton deslavazado y en duotono, el trazo nervioso y primitivo de Feiffer también puede entenderse como una forma de dotar a la imagen de un dinamismo que casa a las mil maravillas con una trama situada en aquellos años 30 y 40 en los que se instauró el ritmo de vida moderna, tan frenético, tan poco amigo de las líneas rectas y de los acabados pulidos. La trama, de hecho, bebe de dos de las constantes temáticas de aquellas décadas: Hollywood y la mafia.
Ambos imaginarios se trenzan (como se han trenzado mil y una veces) en el seno de un thriller policíaco con alma de noir. Pero (como no se ha hecho nunca) Feiffer lleva alguno de los rasgos de estos mundillos hasta lugares insólitos, atrevidos y valientes. En «Matar a mi Madre» hay detectives privados, misteriosas cantantes de cabaret, actrices de medio pelo, boxeadores reconvertidos en estrellas del claqué cinematográfico, ambiguas estrellas de Hollywood celosas de su intimidad, espectáculos radiofónicos, guerras traumáticas… Pero Feiffer tiene muy claro que esto es una revisión del noir en clave del siglo 21 (¡manda cojones que esto lo tenga que hacer alguien de 88 años!), así que trenza todo lo dicho con una relación materno-filial de amor-odio y, sobre todo, la engalana con toques post-modernos de confusión sexual, feminismo reivindicativo y ambiciones desaforadas.
De esta forma, Feiffer consigue firmar el thriller noir en forma de cómic que serán capaces de asimilar las nuevas generaciones, esas mismas que se aburrirán como una ostra con «El Halcón Maltés«, «Sed de Mal«, «Todo sobre Eva» o «El Crepúsculo de los Dioses» y que serán incapaces de entender el encanto del pretérito cómic pulp. «Matar a mi Madre» es vibrante, emocionante y emotivo. Es la forma que tiene un alma vieja de hablar de nuevos tiempos: utilizando códigos ancestrales para hablar en un lenguaje adicto al presente perfecto.