Querida Ainhoa, esta es mi última crónica del Festival de San Sebastián 2018 y también mi personalísima predicción del reparto de premios del palmarés.
Querida Ainhoa:
“Por las arrugas de mi voz, se filtra la desolación de saber que estos son los últimos versos que te escribo.”
Mehehehe, he querido citar a Joaquín Sabina porque sé que esto os pica a los millennials, os estropea el cuerpo y me he despertado mazo rebelde.
No, pero en serio. Me voy ya de aquí. Me da pena, claro. ¿Por qué nos apena que las cosas se acaben incluso cuando dichas cosas no han sido totalmente satisfactorias? Esto pasa mucho cuando cortamos con alguien, ¿verdad? El ser humano es masoquista por naturaleza.
Pero eh, vamos con cositas buenas. Las películas muchas veces lo son. No siempre. Por eso siempre pensé que aquel programa de divulgación cinematográfica llamado “¡Qué Grande es el Cine!” debería haberse llamado “¡Qué Apañado es el Cine!”.
Ya sabes que yo soy de mostrar un entusiasmo más bien discreto por las cosas.
Al lío entonces.
Cómo perder a una chica en tres planos distintos del espacio-tiempo. ¡Ah! Podría efectivamente ser una secuela de temática metafísica de esa favorita tuya llamada “Cómo Perder a un Chico en 10 días”, pero se trata más bien de una de las escasas posibles sinopsis que podrían intentar sintetizar las intenciones argumentales de la última joya de Bi Gan. “Largo Viaje Hacia La Noche” (parece que éste será el título comercial en España) riza el rizo que ya era “Kaili Blues”, potenciando sus mismas virtudes: ampliación del recorrido onírico por medio del plano-secuencia, aproximación al conflicto fugaz versus perenne y reflexión sobre el deseo y sobre el recuerdo del deseo.
No te descubro nada si vuelvo a poner énfasis en el virtuosismo de Bi Gan a la hora de componer planos y crear una atmósfera de ensoñación perpetua, pero eso que ya habrás leído a propósito del plano-secuencia de casi una hora para poner fin a la obra (o realmente dar inicio a la misma, ya me entenderás) es efectivamente tan impresionante como parece. Realmente, hay veces en que las palabras se quedan cortas y/o vulgares para intentar cuantificar la resonancia de ciertas imágenes. Solo te pido que, por lo que más quieras, no te la pierdas. Ah, Isart, si me lees, esto también va para ti.
Ha tenido que llegar casi el final del festival para encontrar mi favorita dentro de la Sección Oficial a competición. Me dice casi todo el mundo que parece poco menos que imposible que salga ganadora, pero de hecho pocas películas se han visto esta semana mejores que “Entre Dos Aguas”. Isaki Lacuesta parece ya totalmente resarcido tras aquella indescriptible “Murieron por Encima de sus Posibilidades” con “La Propera Pell” y ahora con “Entre Dos Aguas”, que retoma doce años después la vida de los dos hermanos protagonistas de “La Leyenda del Tiempo”. La película me pareció impresionante, acabando abrumado ante la potencia de las interpretaciones (pero, ¿qué es ficción y qué no lo es en ella?) y ante la fuerza de las imágenes de este estudio de campo sobre la vida de quien no lo ha tenido fácil. Salí pensando, de verdad, que filmar la verdad debe parecerse bastante a esto, y conforme han pasado las horas y los días esta impresión se sedimenta.
Oye, y sigo con el cine español porque acabo de ver “Petra” de Jaime Rosales. Mira que me convenció y me gustó “Hermosa Juventud”, de la que soy firme defensor. Pero, ay, aquí Rosales ya no me convence tanto. Tragedia en seis actos desordenados en la que una joven pintora se instala como aprendiz de un afamado artista buscando, vamos a usar el eufemismo que usan en la película, “la verdad”. “Petra” viene a mostrarse como la exploración de un universo familiar burgués para diseccionar la maldad y la crueldad que habita en el ser humano.
¿Te suena? Familia, maldad, burguesía, crueldad. El propio Rosales te da más pistas cuando le hace decir al personaje interpretado por Marisa Paredes: “¿dónde he dejado mi sombrero marrón, el que tiene la cinta blanca?”. Estamos probablemente ante un guiño referencial calculadísimo, como el que se cuela a propósito del personaje interpretado (con brillantez) por Alex Brendemühl y a su “Las Horas del Día”. Estamos por tanto ante un melodrama hanekiano, con todo lo exagerado, casi grotesco, que todo ello conlleva. No se puede decir que la película no me haya interesado en cuanto a su formato y en sus contradicciones entre el tono interpretativo apagado, sin estridencias, y el gran guiñol emocional que se trata de explicar, pero entiendo a quien pueda horrorizar esta propuesta y a mí se me ha quedado lejos de las expectativas acumuladas.
Ya sabrás que “Nuestro Tiempo” de Carlos Reygadas era la película que con más ganas e ilusión, pero también temor, esperaba de todo el festival. Escribo estas líneas cuando apenas se han transcurrido unos minutos desde que ha terminado. Vamos, tan en caliente como la placa vitrocerámica que nos hemos dejado encendida antes por error.
Pequeño inciso para comentarte que las convivencias en el Festival de San Sebastián son muy parecidas a “Gran Hermano”: accidentes domésticos que no pasan a mayores, pequeños caos en los espacios comunes de la casa, comidas a deshoras, ausencia de inputs informativos del exterior. Faltan el súper, el confesionario y el edredoning, porque incluso hemos tenido un abandono prematuro que, por supuesto, no cobrará plusvalía por explotación de imagen.
Reygadas, decíamos. Bueno, no esperaba y –te confirmo– no he encontrado la exuberancia alegórica y la capacidad desbordante de fascinación de “Post Tenebras Lux”. Y, sin embargo, ahí están el prólogo y el epílogo (otra vez tan importantes los primeros y últimos minutos en el cine de Reygadas), donde se asocia la naturaleza bestial de lo masculino como fuente primaria del martirio en la pareja. Un martirio en el que Reygadas se reconoce, más aún cuando él protagoniza como actor principal su propia película, culpable por acción y por omisión con atenuantes y que, por extensión, nos condena a todos los hombres. Men cannot get their shit together, sentencia a gritos Carlos Reygadas y esto viene siendo así desde tiempos inmemoriales.
Sea como fuere, el cineasta mexicano se carga más de medio siglo de terapia de pareja mandando a las brasas sus pilares de sinceridad-comunicación-liberación (o, en todo caso, la interpretación libre y eventualmente errónea de los mismos), construyendo con sus cenizas un monumento abismal a mayor gloria de la desesperanza y de la imposibilidad de la redención. Carlos Reygadas se erige así como quizás el más refinado de los misántropos, entregando una bellísima y compleja oda a lo despreciable.
Te prometí en la anterior carta que hablaría de “Pájaros de Verano” y de “Roma”. Lo haré, pero brevemente que me reservo el último espacio para pronósticos y deseos del palmarés, ¿de acuerdo?
“Pájaros de Verano” es la nueva película de Ciro Guerra, quien presentó hace un par de años “El Abrazo de la Serpiente”. Aquí elabora una tragedia como mandan los cánones, donde los tiempos y los espacios no parecen tener fronteras, centrada en el enfrentamiento de dos familias indígenas en la Guajira con los albores del narcotráfico como contexto argumental. Guerra nos presenta su historia como un fabuloso cuento alegórico (las plagas de insectos aparecen como constantemente amenaza a la bonanza del clan) de villanos sin héroes.
Y “Roma” pues, en fin, maravillosa. Mira que yo iba con reticencias, que a mí Alfonso Cuarón ni fu ni fa. Pero qué va. Se trata de un fresco extraordinario a propósito de la familia y la supervivencia de clases, donde los contrastes entre el sector acomodado y el proletariado no son tantos cuando se trata de apelar al corazón. Puro neorrealismo para la era del 4K, querida amiga, filmada con una elegancia inesperada y una ternura fascinante a la hora de tratar a los personajes y a las imágenes en sí. De hecho, te confieso que me costó retener las lágrimas en un preciso momento de la película, que no voy a revelarte porque no quiero destriparte argumentalmente nada. Y es que tienes que verla, por favor, incluso aunque sea de la única forma que probablemente pueda verse, en casa desde la plataforma de contenido audiovisual de pago llamada Netflix. Mira que yo no tiendo a ser purista ni nostálgico en cuanto a las formas de ver cine, pero me parece moderadamente trágico que una película con este gusto por el tratamiento de la imagen seguramente no vaya a pasar por salas de cine.
¡Entremos ahora de lleno en la sección Codere! ¡Predicciones, predicciones! Mira que a mí los palmareses me suelen dar igual, pero la Sección Oficial ha estado bastante interesante (uwu), así que voy a intentar desmenuzar el tema de los premiables. Por cierto, ni idea de si “palmareses” es el plural de “palmarés”, pero a mí me suena bien, así que adelante con todo.
La Concha de Oro debería volver a tener nombre español. Personalmente, insisto en que me gustaría que “Entre Dos Aguas” estuviese por delante de “Quién te Cantará” en la lucha por el premio gordo, pero vete tú a saber. A estas alturas, ya sabemos que el Premio Feroz, entregado por la prensa española, ha recaído en Carlos Vermut. Wow, qué sorpresón, la verdad. Ojo también a “In fabric” de Peter Strickland y a “Blind Spot” de Tuva Novotny como candidatas a llevarse el premio a la mejor película, aunque veo a alguna de las dos haciéndose con el premio de consolación a Mejor Dirección, con la cineasta sueca una cabeza por delante de Strickland, aunque solo sea por el alarde de filmar los noventa minutos de su película en un único plano-secuencia. “Rojo” de Benjamín Naishtat podría ser un dark horse para estas categorías grandes.
Tres nombres me suenan de entrada para el premio a la Mejor Actriz, todos aparentemente válidos. Eva Llorach por “Quién te Cantará”, Pia Tjelta por “Blind Spot” y Yang Mi por “Baby”, en una interpretación especialmente reivindicada por Manu Argüelles. Yo no obstante me quedaría con la bellísima Lou de Laâge por dar una pátina de seriedad y verosimilitud a ese caótico y divertidísimo zancocho dieciochesco que es “El Cuaderno Negro”.
En cuanto al Mejor Actor, yo lo tendría muy claro. No se ha visto una mejor interpretación que la de Israel Gómez Romero haciendo de sí mismo en “Entre Dos Aguas”. Mérito también el de Isaki Lacuesta por lograr todo esto, claro. Más convencionales serían las opciones de premiar a Timothée Chalamet o a Steve Carell en “Beautiful Boy”, a Antonio de la Torre en “El Reino” o a Darío Grandinetti en “Rojo”. Apunta a Louis Garrel para el mejor guion por “Un Hombre Fiel”, por el peso que tiene su colaborador en la tarea, el gran Jean-Claude Carrière.
Y esto es todo desde San Sebastián, Ainhoa. Espero no haberte aburrido mucho con mis cosas desde aquí. El año que viene prométeme que intentarás cubrir el festival, ya sea junto a mí o en vez de mí, que yo no sé si debería bajar la bandera y tomar tierra en lo que respecta a coberturas de eventos cinematográficos, retirarme a la vida contemplativa y disfrutar desde mi autoimpuesta atalaya de persona mayor que ya ha vivido demasiados fregados. Aunque fíjate, aquí sigue el gran Carlos Pumares como de vuelta de todo, repartiendo bilis con retranca para todo y para todos desde los primeros lugares de las colas de entrada a la sala. Bendito Carlos Pumares, sea este texto para él a modo de humilde homenaje por los buenos ratos que nos hace pasar.
Nada más. Te mando un abrazo, deseando que nos veamos pronto.