Si tú también estás viviendo una especie de déjà vu, entenderás (y compartirás) esta pregunta: ¿puede convertirse el Primavera Sound en el nuevo FIB?
Vaya por delante que este artículo de opinión se sitúa en las antípodas de esa voluntad generalizada que, al cierre de un festival, lo categoriza y polariza absolutamente todo mediante lugares comunes del tipo «ha sido la mejor / peor edición de su historia«… Mi intención no es la de entrar en polémica alguna, sino la de poner ciertos hechos sobre la mesa para analizar qué es lo que está pasando exactamente con el Primavera Sound y, de paso, extrapolar su situación a la de otros festivales pasados, presentes y futuros. Porque, al fin y al cabo, todo en este mundo funciona de forma pendular, y los festivales musicales no iban a escapar a esta dulce maldición.
Al cierre del Primavera Sound 2015, hay un hecho que parece preocupar a los fans históricos (entre los que, dicho sea de paso, no tengo ningún reparo en incluirme): la descarada voluntad de convertir la propuesta del festival en algo masivo que seduzca más allá de las fronteras españolas. Y, oye, esto no es algo negativo per sé: evidentemente, el mercado español es una mierda pinchada en un palo y, si quieres triunfar, mejor no compites con los de aquí, sino con los festis de las grandes ligas internacionales. Eso lo había hecho el Primavera Sound muy bien… hasta el momento. Pero esta edición 2015 ha dejado al descubierto todo un conjunto de rasgos que siempre habían estado ahí, debajo de la piel del evento, pero que finalmente se han abierto paso hacia la epidermis en forma de una sarna que picará a aquellos que siempre quisimos creer que el Primavera era «otra cosa«.
Ya no es sólo lo impracticable del recinto (en serio: tengo un colega que, al volver este año de Coachella, me explicaba que allá se anda mucho menos que en el Primavera Sound), sino que la decisión de darle cada vez más protagonismo al combo de escenarios a los que comúnmente llamamos Mordor (pero que en verdad son la suma de los escenarios Primavera y Heineken) manda un mensaje mucho más que claro: a Antony & The Johnsons ya no los vas a ver en la intimidad del Auditori, sino en estos escenarios desangelados, excesivamente abiertos y preparados para albergar a todo un conjunto de gente que está ahí para hablar y beber (y, si tercia, follar), pero no para escuchar la música. Hago de abogado del diablo: si, evidentemente, Antony tiene tirón para llenar este escenario, ¿no se cabrearía la gente si lo metieran en el Auditori? Quién sabe.
Más todavía. Charlando con un promotor musical británico, me comentaba con sorpresa el hecho de que, tras haberse recorrido festivales de medio mundo, le parecía que el Primavera Sound era uno de los que más patrocinios y marcas tenía. Y no sólo eso: de los que trenzaban esos patrocinios con el festival de forma más descarada. He de reconocer que nunca había pensado en este tema hasta que, desde el primer día de este Primavera Sound 2015, empecé a odiar profundamente las hordas de guiris ruidosos y borrachos con gorros estridentes de la marca Firestone (por cierto, otro colega me comentaba lo poco acertado de incluir una firma como esta desde un punto de vista de marketing, ya que el mayor porcentaje de asistentes del festival suelen ser urbanitas que ni tienen coche). Mi odio se iba convirtiendo en algo verdaderamente profundo con cada nuevo pase en las pantallas del festival de un anuncio de Firestone del tipo «pásate por nuestro stand a por tu gorro«. ¿Alguien recuerda el modelo Summercase y cómo criticó la organización del Primavera su vocación comercial (de la misma manera que hizo chanza de los «packs» de entradas y ahí estamos, con las mil modalidades de VIPs y PROs y demás mandangas)?
Y repito: nada de todo esto es negativo por sí mismo Evidentemente, si hay una mayor afluencia de público es necesario ampliar el recinto y, para ello (y también para hacer el festival lo mejor posible), es necesario conseguir cuantos más patrocinios mejor. Pero es que siguen habiendo otros rasgos preocupantes en el «nuevo» Primavera Sound: la programación, que siempre había sido el mejor «callabocas» de la organización, ha mostrado este año su peor cara. Una peor cara que ya podríamos haber intuido en años anteriores: desde que se decidiera anunciar el cartel todo a una, prima cierta sensación de que el Primavera no va hacia los artistas, sino que los artistas van hacia el Primavera. Esto podría (y hablo siempre en el terreno de las probabilidades) derivar en el hecho de que el cartel se formara con lo que llega y no con lo que se busca… O eso da que pensar el hecho de que, en esta edición 2015, muchos justificáramos el cartel con la excusa de «es que este año no hay cosas interesantes y grandes girando» pero, meses después, resultase que el SOS 4.8 se llevara a Morrissey (uno de los grandes ausentes en la historia del evento) y el FIB 2015 se hiciera con un proyecto tan loco y tan Primavera como la entente cordiale entre Franz Ferdinand y Sparks, por poner tan sólo dos ejemplos.
Aquí no hay espacio para la visión apocalíptica: el resbalón del cartel de este año seguro que se endereza el año que viene… Aun así, la preocupación sobre la vocación cada vez más masiva y turística del Primavera Sound sigue ahí. Y a mi, personalmente, me recuerda a otro caso que tenemos bien cerca: ¿recordáis los más viejos del lugar cuando empezamos a poner sobre la mesa dudas similares al respecto del FIB? De repente, «los de aquí» nos dimos cuenta de que en el Festival Internacional de Benicàssim éramos minoría (y, sobre todo, como en el caso que nos ocupa, éramos tratados como tal, como seres prescindibles): la mayoría era una marabunta de guiris borrachos que venían atraídos por el canto de sirenas del sol, el buen tiempo, la cerveza y la playa. Fue aquella marabunta la que nos hizo huir del festival, acompañada por la molesta sensación de que el FIB empezaba a comportarse de forma ciertamente prepotente. ¿Será inevitable comportarse así cuando desde todos los flancos te señalan como The King of The World?
A partir de aquel momento, la historia es harta conocida: de repente, la marabunta guiri decidió que ya no quería ir a Benicàssim y que Barcelona era un destino mucho más apetecible, de tal forma que el FIB empezó a ver cómo su público mermaba de forma alarmante (porque, evidentemente, «los de aquí» ya hacía tiempo que habíamos desertado). Tras algunas ediciones bien problemáticas, parece ser que el FIB ha vuelto a encontrar su público, que los festivaleros españoles están recuperando el amor perdido hacia Benicàssim y que, al fin y al cabo, esta sigue siendo una cita imprescindible.
Sea como sea, acabo con la pregunta que encabeza este artículo de opinión: ¿puede convertirse el Primavera Sound en el nuevo FIB? ¿Puede ser que el festival pierda el favor de los de aquí (cada año se escucha lo de «yo no vuelvo», pero la verdad es que yo nunca lo había visto de forma tan dura y asertiva)? ¿Puede ser que los guiris decidan de repente que prefieren otro destino vacacional (¿Croacia?)? ¿Estamos pecando de catetos al querer que un festival simple y llanamente no crezca (o, por el contrario, nos da rabia que crezca asimilando ciertos rasgos que la organización siempre había criticado)? Imposible responder estas preguntas sin dejarse llevar por el desencanto de esta edición que acabamos de cerrar… Así que mejor ni las respondo. Lo único que puedo decir es que yo hace unos días que vivo sumido en un eterno déjà vu, por mucho que desde fuera de nuestras fronteras no exista esa sensación: ahí esta Esquire diciéndole a todos los guiris que el Primavera Sound is the place to be. Que cada uno saque sus propias conclusiones.